Investigando
Fatty había estado haciendo algunas averiguaciones. ¿Qué era el edificio enclavado en mitad del bosquecillo? Preguntó a su madre, que nunca había oído hablar de él. Preguntó al cartero, quien le dijo que no pertenecía a su sector, pero que debía ser un lugar destartalado que fue utilizado durante la última guerra.
Encontró una guía de Peterswood, pero no mencionaba el edificio…, sólo el bosque, que se llamaba Bourne. El pequeño arroyo que atravesaba Peterswood se llamaba Bourne, de manera que Fatty supuso que el bosque llevaba el nombre igual al del río.
No había adelantado gran cosa, y decidió que lo mejor era ir paseando hasta el bosque y echar una ojeada. Así que, a la mañana siguiente fue a recoger primero a Larry y a Daisy, y luego a Pip y Bets. «Buster» también fue, naturalmente, lleno de alegría ante la perspectiva de un paseo.
—He pensado que sigamos el arroyo, como hizo Ern —dijo Fatty—. Luego, cuando lleguemos al lugar donde cree que se detuvo, echaremos un vistazo para ver de dónde pudo venir la luz que vio.
Los otros estaban emocionados.
—¡Ahora, escuchad! —les dijo Fatty—. «Vosotros» sólo vais a dar un paseo. Nada de misterios, de manera que permaneced tranquilos. ¡Yo soy el que va a la caza del misterio!
Todos rieron.
—Bien —replicó Pip—. ¡Pero si por casualidad descubrimos algo, te avisaremos, Fatty!
Ern no había aparecido aún, de manera que se fueron sin él. Fatty pensó que era mejor así. No quería que Ern pensase que había un verdadero misterio en lo que viera la otra noche para que no fuese a decírselo al señor Goon. ¡Que el policía se concentrase en la Colina de la Navidad y en los imaginarios secuestradores y ladrones!
Cruzaron el puentecito, y emprendieron la marcha por la orilla del arroyo. Seguía haciendo mucho frío y la hierba helada crujía bajo sus pies. El riachuelo iba serpenteando, y en sus orillas se veían de cuando en cuando álamos y sauces desnudos. El paisaje, una masa de campos barridos por el viento…, era triste y desolador.
El riachuelo continuaba incansablemente por entre los campos. Aquí y allí Fatty señalaba los lugares donde Ern debía haber tropezado la otra noche, porque se veían claramente las marcas de sus pisadas a lo largo de la orilla helada.
Al cabo de un rato, Bets señaló hacia la izquierda.
—¡Mirad! ¿No es eso el bosque?
—No puede ser —replicó Pip—. Está a nuestra izquierda en vez de frente a nosotros.
—Entonces supongo que el arroyo torcerá a la izquierda —exclamó Fatty. Y así fue. De pronto viró hacia la izquierda en dirección al bosque sombrío.
El bosque estaba compuesto por árboles de hoja perenne, y permanecía oscuro y quieto a pesar del aire helado. Y porque los arbustos y pinos conservaban aún su follaje, verde oscuro, y era muy frondoso, tenía aquel aire siniestro.
—¡Los árboles están apretados unos contra otros como si ocultasen algo! —exclamó Bets, de pronto y todos rieron.
—¡Tonta! —le dijo Pip. Pero de todas formas, todos comprendieron lo que la niña quiso decir. Permanecieron junto al arroyo, mirando el bosque. Ahora que estaban cerca, no parecía tan pequeño, sino mucho más grande y misterioso.
—No me gusta —exclamó Daisy—. Volvamos.
Pero claro que no lo decía sinceramente. Nadie pensaba en retroceder ahora que habían llegado hasta allí. ¡Todos estaban llenos de curiosidad por saber lo que se ocultaba tras aquellos árboles!
Volvieron a seguir el arroyo hasta casi llegar al bosque. No muy lejos de allí había un camino estrecho, casi de carro por lo rústico.
Fatty se detuvo.
—Ahora sabemos que el automóvil no pasó muy lejos de Ern mientras permanecía junto al riachuelo —les dijo—. A mí me parece que el coche debía bajar por ese camino. Debe ir a parar a la carretera que va a Peterswood. Lo vi en el mapa.
—Sí —replicó Larry—. Y ese camino o sendero debe venir del centro del bosque…, del edificio que hay allí. Vamos hasta el camino y sigámoslo.
—Buena idea —dijo Fatty—. Eh, «Buster», ven aquí. ¡No puede haber conejos en ese agujero…, es demasiado pequeño!
«Buster» dejó la madriguera que había estado escarbando, para unirse a ellos. Todos saltaron al arroyuelo, «Buster» también, y siguieron por el estrecho caminito. Después de atravesar el seto, se encontraron en un caminito muy pequeño, apenas lo bastante ancho para que pudiera pasar un coche.
—Hay huellas de neumáticos a cada lado del camino —dijo Fatty y los otros contemplaron las marcas…, muchas, y que casi coincidían unas sobre otras, dado lo estrecho del paso. Era imposible que por allí pasasen dos automóviles.
—Vamos…, sigamos el camino —dijo Fatty, y agregó bajando la voz—: Ahora no hay que hablar más que de cosas intrascendentes. Y si nos detuvieran, demostrad sorpresa, miedo e inocencia. No digáis ni una palabra que no queráis que sea oída…, no sabemos si pueden oírnos.
Una emoción ya familiar invadió a los Pesquisidores al oír las palabras de Fatty. El misterio estaba comenzando. Tal vez avanzaban hacia él. Lo tenían prohibido…, ¿pero cómo podían saber que se trataba de un verdadero misterio sin penetrar en él?
El camino serpenteaba casi tanto como antes el riachuelo. «Buster» corría delante, meneando el rabo. Dobló un recodo antes que los niños y le oyeron ladrar.
Corrieron a mirar, pero todo lo que vieron fue un par de enormes puertas de hierro sostenidas por dos pilastras pétreas. Sobre ellas colgaba una campana, y a cada lado de las pilastras se extendían altos muros rematados por fragmentos de cristal incrustados en ellos.
—¡Cielos! ¿Ése es el edificio? —exclamó Bets, en un susurro. Y Larry la miró con el ceño fruncido, y la niña recordó que no debía decir nada significativo. De manera que se puso a hablar de un juego que le habían regalado por Navidad. Los otros la miraron. Se acercaron a la verja, viendo que al otro lado había un pequeño y muy elegante cobertizo.
Al llegar junto a la verja, aplastaron sus rostros contra los barrotes de hierro. Desde allí se divisaba la avenida, mucho mejor cuidada que el camino exterior, a cuyos lados se alzaban sendas hileras de árboles oscuros que se perdían de vista en un recodo. No había rastro de edificio alguno.
Fatty miraba y miraba.
—Ese edificio, sea el que fuere, debe estar muy bien escondido —pensó—. Me pregunto para qué lo emplearon durante la última guerra. Supongo que para alguna misión secreta. Bueno, pues ahora también parece muy misterioso oculto en este bosque, y guardado por este enorme muro y esas verjas. ¿Estarán cerrados con llave?
Las empujó, y no cedieron. Los otros también lo intentaron, pero nadie consiguió abrirlas. Fatty pensó que debían estar cerradas por el otro lado.
Miró la campana. ¿Y si llamara? ¡Sí! Siempre le cabía el recurso de preguntar el camino para ir a Peterswood. Era probable que le contestase alguien del cercano cobertizo.
De manera que ante el entusiasmo de los demás, Fatty tiró de la campana. Un ruido tintineante sonó encima de sus cabezas y vieron cómo se movía la campana sujeta a una de las pilastras. «Buster» se puso a ladrar. La campana le había asustado.
—Voy a preguntar el camino —les dijo Fatty—. Nos hemos perdido. ¡Mirad!
Alguien estaba mirando por una de las ventanillas del oscuro cobertizo. Luego la puerta se abrió, dando paso a un hombre vestido como un guardabosque. Llevaba una chaqueta de pana, pantalones rematados y botas altas y un cinturón ciñendo su cintura. Su aspecto era el de un hombre antipático y malcarado.
—¿Qué queréis? —gritó—. No podéis entrar aquí. ¡Largaos!
Fatty volvió a llamar al momento. Bets estaba asustada. Aquel hombre se acercó a la verja con cara de pocos amigos.
—¡Basta de tocar la campana! —gritó—. ¿Qué os pasa? Ésta es una propiedad particular. ¿No lo veis?
—¡Oh! —exclamó Fatty, haciéndose el inocente y sorprendido—. ¿No vive aquí mi tío, el coronel Thomas?
—No —replicó el hombre—. Marchaos de aquí, y llevaos a ese perro.
—¿Está usted «seguro» de que no vive aquí? —insistió Fatty, todavía incrédulo—. Bueno, ¿quién vive aquí entonces?
—¡Nadie! La casa está vacía como todo el mundo sabe. Y yo estoy aquí para cuidar de que ningún niño ni ningún vagabundo entre y estropee la propiedad, ¿entiendes? ¡De manera que marchaos de prisa!
—¡Oh!…, ¿no podríamos ver el jardín? —suplicó Fatty, y los otros, imitándole, hicieron coro:
—¡Sí, déjenos, por favor!
—No pienso pasarme la tarde discutiendo con un grupo de niños tontos —dijo el hombre—. Marchaos en seguida. ¿Sabéis lo que guardo para la gente que viene a espiar? Un gran látigo… y puede que encima os suelte a mis perros.
—¿No le da miedo vivir aquí solo? —le preguntó Bets, con su vocecilla inocente.
—Un minuto más y abriré esa verja y saldré a perseguiros con mi látigo —les amenazó el hombre… y su aspecto era tan fiero, que Fatty pensó que era capaz de hacer lo que decía.
—Siento haberle molestado —le dijo en su tono más cortés—. ¿Podría decirnos por dónde se vuelve a Peterswood? Vinimos por los campos, y ahora es probable que no sepamos volver. No tenemos la menor idea de dónde estamos. ¿Cómo se llama este sitio?
—Seguid el camino y llegaréis a Peterswood —respondió el hombre—. ¡Y marchaos con viento fresco! Despertarme y hacerme salir para nada. ¡Largaos de aquí!
Y se volvió al cobertizo mientras los niños se dirigían al camino.
—¡Qué hombre más amable! —comentó Larry y todos rieron.
—Qué lástima que no hayamos podido entrar —dijo Pip, en voz baja a Fatty, y éste le dio un codazo para hacerle callar. Alguien se acercaba por el camino. Era un cartero montado en su bicicleta.
—Buenas tardes —le dijo Fatty, en seguida—. ¿Podría decirnos la hora que es, por favor?
El cartero desmontó de su bicicleta, desabrochó su chaqueta y consultó su reloj de bolsillo.
—¡Se ha parado! —exclamó—. No sé qué le pasa a mi reloj. ¡Ahora no anda!
—Es un reloj antiguo, pero muy bonito —le dijo Fatty—. ¿Va usted hasta esa verja de hierro? Nosotros venimos de allí, pero el hombre que vive en el cobertizo no nos ha dejado entrar.
—Es el guarda —repuso el cartero, volviendo a guardar su reloj y a abrochar su chaqueta—. Tiene muy mal genio. ¡Claro que no os ha dejado entrar! Está ahí precisamente para evitar que entren niños y vagabundos y estropeen el lugar. Pertenece a un viejo que no vive aquí, y que pide un precio tan enorme por la finca, que nadie la compra.
—¿De veras? —exclamó Fatty, con interés—. ¿Viene alguna vez por aquí?
—Que yo sepa, no —replicó el cartero—. Las únicas cartas que traigo son para Peters, el guarda…, el hombre que habéis visto. ¡Recibe demasiadas para mi gusto! ¡Es una lata tener que venir hasta aquí en bicicleta cada día para traerle cartas a ese hombre! Bueno…, siento no poderos decir qué hora es. ¡Hasta la vista!
Y se alejó silbando en su bicicleta. Fatty parecía muy satisfecho.
—¡Los carteros siempre pueden contar todo lo que uno desea saber! —dijo en voz baja—. Una extraña historia, ¿verdad? Una gran finca, al parecer desalquilada y vacía, rodeada de un enorme muro y guardada por un hombre malcarado… que «recibe» muchas cartas. Esto último me parece muy extraño.
Los niños se alejaron por el camino, charlando quedamente. Estaban seguros de haber encontrado su próximo misterio. ¡Pero hasta el momento no tenía ni pies ni cabeza!