Las pistas de Ern
Ern lo sacó todo de su bolsillo. Cuando Bets vio todas las cosas que los Pesquisidores habían dejado en la Colina de la Navidad para que Ern las encontrara, le entraron ganas de reír, pero al darse cuenta de que Fatty la estaba mirando, no se atrevió.
—¿Veis? —decía con orgullo—. Una colilla de habano. Eso indica a alguien con dinero. Y mirad esto…, también fuma cigarrillos…, ¿veis este paquete vacío? Y mirad…, hemos de buscar a alguien que lleve un abrigo castaño. Y…
—Es una colección de pistas muy notables, Ern —le dijo Fatty, con solemnidad—. Veo que has heredado la inteligencia del señor Goon. ¡Has salido a él! Esta tarde has realizado un buen trabajo.
Ern estaba emocionado. Las alabanzas de Fatty eran verdaderos halagos para él. Les mostró todas sus pistas.
—Claro que algunas pueden que no signifiquen nada —admitió—. Eso lo comprendo.
—Tienes razón —replicó Fatty—. Piensas en todo, Ern. Todo esto es muy interesante, y nos ayudará muchísimo.
—¿De veras? —dijo Ern, encantado, pero en seguida su rostro se ensombreció—. Tengo que deciros algo terrible —declaró.
—¿Qué es? —le preguntaron todos con curiosidad.
—Pues que se lo he contado todo a mi tío —confesó Ern, abatido—. Sacó un bastón de un armario y comprendí que iba a pegarme…, por eso le conté lo de los secuestradores y los ladrones de la Colina de la Navidad. No es necesario que me llaméis cobarde. Ya sé que lo soy.
Parecía tan afligido que los Cinco Pesquisidores quisieron consolarle. Incluso «Buster» pensó lo mismo y puso sus patas delanteras sobre una rodilla de Ern, que le miró agradecido.
—Bueno —dijo Fatty—, cierto que no ha sido una muestra de valentía el descubrir el secreto de otras personas, Ern…, pero el señor Goon y su bastón debían formar una pareja temible. No te reprochamos.
—Me dijo que debía trabajar con él —explicó Ern, animándose un tanto al ver que los Pesquisidores no le despreciaban—. Dijo que éramos tío y sobrino y que debíamos trabajar unidos. Tengo que contarle todo lo que ocurra.
Fatty reflexionó. Le convenía mucho que Goon se fuese enterando de todas las cosas que no importaban. Le estaría bien empleado por amenazar al pobre Ern con una vara. A Fatty le desagradaba el instinto cruel del señor Goon.
—Pues, en eso hay algo de verdad —repuso Fatty—. Sí, desde luego que tiene razón. Las familias deben trabajar unidas. No nos quejaremos más si cuentas nuestras noticias a tu tío, Ern.
—¡Pero si yo no quiero! —protestó Ern, al punto—. Yo quiero que seáis «vosotros» y no mi tío quienes lo solucionéis todo. Yo no quiero trabajar con mi tío.
—¡Pobre Ern! —exclamó Bets, de pronto. Comprendía con toda claridad que Ern se encontraba como partido en dos…, por un lado deseaba colaborar con los Pesquisidores y serles leal… y por otro, tenía un miedo terrible a que su tío le obligase a ayudarle, porque le temía. Lo que Ern necesitaba era un poco de valor, pero no lo tenía.
—Será mejor que le entregues esas pistas a tu tío —le dijo Fatty—. ¿No es verdad, Larry? Si han de trabajar juntos, lo mejor es que Goon se entere de esto. Así verá que Ern ha realizado un buen trabajo.
—Yo no quiero enseñarle las pistas —exclamó Ern, desesperado—. Os digo que las he buscado para vosotros, y no para mi tío.
—Bueno, haz lo que quieras —replicó Fatty—. No nos importa que se las enseñes o no. Supongo que lo tendrás todo anotado en tu cuaderno.
—Oh, sí —replicó Ern, orgulloso, mostrándoles su larga lista. Fatty asintió con aire de aprobación.
—No le dirías a tu tío que anoche saliste solo, ¿verdad? —le preguntó. Era muy importante que Goon lo ignorase. Ern meneó la cabeza.
—No. Claro que no. No le digo nada que no pueda adivinar. Se pondría furioso si supiese que me escurrí de aquella manera.
—Cuéntanos otra vez tu pequeña aventura —le dijo Fatty, y Ern se dispuso a complacerle, utilizando casi las mismas palabras de antes, y todos los Pesquisidores pensaron que les estaba diciendo la verdad.
—¿Está seguro de que un hombre se dirigió al otro llamándole «Holland»? —le preguntó Fatty.
—Oh, sí. Verás, el curso pasado dimos Holanda en la clase de Geografía —explicó Ern—. Así que me chocó en seguida.
Bueno, aquello parecía dejar sentado el nombre, que tal vez les fuese útil, pensó Fatty. Se puso en pie para marcharse al oír que su madre le llamaba desde abajo. Larry y Daisy se levantaron también.
—Mamá está dispuesta para marcharse —dijo Fatty—. Vamos, Ern…, será mejor que tú también te marches.
—Esta tarde se me ha ocurrido una «posía» muy bonita sobre el «sol agonizante» —dijo Ern al levantarse.
—Ahora no tenemos tiempo de oírla —replicó Daisy.
—«Eunalátima» —dijo Fatty y todos lo entendieron menos Ern, quien le miró sorprendido.
—«Eunalátima» —dijo—. ¿Qué quiere decir?
—Ya me has oído —replicó Fatty—. ¡«Eunalátima»!
Bets se echó a reír. Volvieron a llamar desde abajo y Fatty corrió hacia la puerta.
—Ha querido decir «Es una lástima» —rio Bets.
—«Sodicho» —repitió Fatty, desapareciendo con Larry y Daisy.
Ern, todavía confundido por la extraña palabra utilizada por Fatty, les siguió a la planta baja. Salió al jardín sin ser visto. No quería encontrarse con la madre de Pip, señora Hilton. Tenía miedo de que volviese a encontrar reparos en sus modales. Emprendió el camino de su casa con la esperanza de que hubiese algo bueno para cenar.
En cuanto entró, llegó hasta él un delicioso aroma de huevos fritos con jamón, y se detuvo para olfatear. ¡Repato! Su tío se estaba excediendo aquella noche. Ern se preguntó si iba a participar del jamón y los huevos, o tendría que pasar con pan y queso.
—¡Date prisa, Ern! —le gritó el señor Goon en un tono jovial que el niño no le había oído nunca—. Te he frito un huevo y un poco de jamón. ¡Date prisa!
Ern se apresuró. No sólo habían huevos con jamón, sino melocotón en almíbar y un cremoso flan. Ern ocupó su puesto con buen apetito.
—¿Bueno? ¿Has visto a esos niños? ¿Conseguiste alguna noticia? —le preguntó el señor Goon en tono afable mientras colocaba un huevo con jamón y una tostada en el plato de Ern.
—No. No hay ninguna novedad, tío —dijo Ern.
—Pero debéis haber hablado de algo —insistió el señor Goon—. ¿Qué te dijeron?
Ern se exprimió el cerebro buscando algo inofensivo que contar a su tío.
—Les expliqué que tú me habías dicho que debíamos trabajar juntos —dijo.
—No debieras haberles dicho eso —le replicó el señor Goon, enfadado—. ¡Ahora no te contarán nada! No has sabido ser discreto.
—Oh, sí que me contarán. Dijeron que era cierto que los tíos y los sobrinos deben trabajar unidos —dijo Ern, entre bocado y bocado—. Y lo que es más, tío, Fatty dijo que me parecía «a ti». Que había heredado «tu» cerebro.
El señor Goon miró a Ern con aire incrédulo. Estaba seguro de que Fatty no tenía gran opinión de su cerebro, y aunque fuera así, no lo diría. Seguro que le estuvo tomando el pelo a Ern, y el policía deseó exasperadamente que su sobrino no fuera tan simple.
—¿No comprendes que no lo dijo sintiéndolo? —le dijo el señor Goon—. No puede tener gran opinión de «tu» inteligencia, Ern. Ya sabes que no tienes ni poca ni mucha. Piensa en tus notas del curso pasado.
En vez de eso, Ern pensó en la maravillosa serie de pistas que había encontrado aquella tarde y sonrió.
—Oh, claro que tengo inteligencia, tío. Espera y verás.
El señor Goon pensó que iba a volver a perder los estribos. No podía permanecer más de diez minutos en compañía de Ern sin sentir disgusto y enojo. Sus orejas se pusieron encarnadas y al verlas, Ern perdió la tranquilidad: Sabía que aquello era una señal de peligro. ¿Qué «habría» dicho ahora para molestar a su tío?
Comió el melocotón y el flan en silencio, igual que el señor Goon. Luego, también en silencio, fregó los cacharros y sacó sus libros para estudiar un poco. El policía, para evitar el enfado de Ern y procurando mostrarse amable, se sentó de nuevo a leer el periódico. Al ver a Ern dispuesto a hacer sus deberes escolares, le miró con aire aprobador.
—Esto está muy bien, muchacho. Así es cómo conseguirás tener un cerebro como el mío. Estudiando de firme, puedes cambiar mucho.
—Sí, tío —contestó Ern, apoyando la cabeza entre sus manos como si estuviera estudiando. Pero Ern repasaba sus pistas una por una. Pensaba en secuestradores y ladrones. Se veía en lo alto de la Colina de la Navidad, a la espera de que hombres desesperados realizasen hazañas desesperadas. ¡Oh, Ern se hallaba muy lejos de aquella cocina y de su libro de geografía!
Se fue a la cama pronto porque estaba cansado, y se durmió en seguida, lanzando suaves ronquidos, muy semejantes a los del señor Goon. El policía los oyó desde la planta baja, y se levantó de puntillas. Ahora era el momento de apoderarse del cuaderno de Ern para ver lo que había escrito. Si Ern no se lo contaba todo, el policía estaba dispuesto a averiguarlo. ¡No le asaltó el menor remordimiento por realizar aquel acto bajo y traicionero! Consideraba su deber hurtar el cuaderno del bolsillo de Ern.
El niño ni siquiera se movió cuando el policía penetró en su habitación de puntillas. Su tío introdujo la mano en el bolsillo de su chaqueta y en seguida encontró el cuaderno. Palpó los pantalones, decidiendo bajarlos a la planta baja para ver lo que contenían.
Sentóse ante la mesa para examinar el cuaderno de su sobrino. Se abrió por la página de las «Pistas», y al señor Goon se le pusieron los ojos como platos al ver la larga lista.
—¡Hay que ver! ¡Tantas pistas y sin decirme ni una palabra! ¡El muy ladino! ¡Me gustaría arrancarle la piel a tiras!
Estuvo leyendo la lista. Y a continuación se le ocurrió meter la mano en los bolsillos del pantalón de Ern, y allí sobre la mesa, cayeron las diez pistas. El señor Goon suspiró profundamente al contemplarlas.
¡Un botón sujeto a un trozo de ropa! Era una pista muy importante. Y la colilla de cigarro puro. ¡Y caro! El señor Goon lo olfateó. Fue cogiendo las pistas una por una, examinándolas cuidadosamente. ¿Cuál de ellas tendría alguna relación con los acontecimientos de la Colina de la Navidad?
¿Le diría a Ern que había descubierto sus pistas? No, lo mejor era no decirle nada. Ern podría decírselo a Fatty y los otros, y tendría mucho que hablar de los métodos empleados por el señor Goon para enterarse de las cosas. El policía arrancó un pedacito de la ropa a la que iba cosido el botón, para tener una muestra si tuviera la suerte de llegar a encontrar al poseedor del abrigo. Tomó nota del número de teléfono de Peterswood. ¿De quién sería?
Telefoneó a la central para averiguarlo. El número pertenecía al señor Lazarinsky. Ah…, aquello resultaba muy sospechoso. El señor Goon decidió no perder de vista al señor Lazarinsky. Que él supiera, aquel hombre era un viejo inofensivo que pasaba la mayor parte de su tiempo cultivando rosas y crisantemos. Pero nunca se sabe. También podía ser una tapadera para toda clase de trabajos sucios.
El señor Goon volvió a guardarlo todo en los bolsillos de Ern, así como el cuaderno de notas. Ern ni se movió cuando salía de su habitación. El señor Goon estaba convencido de haber realizado un buen trabajo. Se preguntaba cuánto sabría Fatty de aquel misterio. Era extraño que el inspector no le hubiera enviado aviso de que estaban ocurriendo cosas anormales en Peterswood.
Bueno, sería un verdadero placer abrirle los ojos al inspector y demostrarle que podían llevarse a cabo fechorías ante sus mismas narices, y en su propia comarca…, sin que la gente sospechase nada. ¡Pero el señor Goon sí lo sabía! Él lo descubriría todo en seguida… y quizá esta vez «consiguiera» el ascenso.
¡Pero incluso el propio señor Goon no pudo por menos de pensar que aquello era muy problemático!