¡Montones de pistas para Ern!
Cuando Ern hubo desaparecido, los Pesquisidores se miraron unos a otros.
—¿Qué opinas, Fatty? —dijo Larry—. ¿Habrá algo de verdad en lo que ha dicho?
—No lo sé —respondió Fatty, despacio—. Parece algo extraño…, ¿no?, un coche que aparece de repente con los faros apagados… y luego voces. ¿Qué es lo que dijo un hombre al otro?
—Buenas noches, Holland. Te veré más tarde —dijo Larry.
—Sí, eso es. Me maravillo de que Ern haya logrado recordar el nombre de Holland, si es que lo oyó bien —replicó Fatty.
—¿Os parece bien que vayamos a echar un vistazo al arroyo para ver si descubrimos algo? —preguntó Larry.
—Lo tenemos prohibido —repuso Pip, al punto.
—Bueno…, «todavía» no es un misterio, y tal vez no llegue a «serlo» nunca —dijo Larry—. De manera que no veo por qué no podemos ir por lo menos a dar un paseo junto al arroyo.
—¿Con Ern? —preguntó Bets.
—No lo sé —replicó Fatty—. Es probable que vaya a contárselo todo a Goon. No obstante, Goon ya tiene bastante en que pensar por el momento. Ha visto montones de luces en la Colina de la Navidad, ha oído a una vaca, una gallina, un gato y un niño, y ha luchado con un asaltante desconocido. ¡Bonito misterio para que él empiece a investigarlo!
Los otros rieron. Casi se mueren de risa al oír el relato que Fatty les había hecho de lo ocurrido la noche anterior, y de su sorpresa al descubrir que la persona que estaba junto al seto era Goon y no Ern.
—Yo creo que lo mejor que podemos hacer es subir a la Colina de la Navidad antes de las tres, y esparcir por allí una buena serie de pistas —propuso Fatty—. Ern las encontrará… y es probable que hasta llegue a escribir alguna «posía» sobre ellas. ¡Y si las entrega a Goon, tanto mejor!
Así que con alegría, los Cinco Pesquisidores… y «Buster» emprendieron el camino de la Colina de la Navidad, llevando consigo todo lo que creyeron que podía servir de pista. Era un hermoso día de sol y resultaba muy agradable pasear. Sus padres se alegraron al verles salir. A ninguno les gustaba tener a los cinco en casa. Más pronto o más tarde la emprendían con algún juego ruidoso.
—Aquí es donde luché con Goon anoche —dijo Fatty, mostrándoles el lugar donde Goon y él habían rodado por la cuneta—. Me llevé un susto terrible cuando descubrí que era Goon. Ya sabéis que es muy fuerte, y casi me coge. ¡Menuda reprimenda me hubiera ganado si llega a ver que era yo!
—Dejemos una pista aquí —propuso Larry—. Un botón arrancado con un poco de tela cosida a él. ¡Una pista muy buena!
—¿De dónde lo sacaste? —preguntó Daisy—. Te llevarás una buena riña si lo has arrancado de uno de tus abrigos o chaquetas.
—¡Tonta! Lo arranqué de una chaqueta vieja que lleva siglos colgada en el garaje —replicó Larry, tirando el botón al suelo—. Pista número uno.
—Aquí está la pista número dos —dijo Pip, tirando un pedazo de papel en el que había escrito un número de teléfono. «Peterswood 0160».
—¿De quién es ese número? —preguntó Fatty, al punto.
—Oh, de nadie —le explicó Pip—. Lo he inventado.
—Pero en él se verán tus huellas dactilares —dijo Fatty, que siempre pensaba en esos detalles.
—No —replicó Pip—. Arranqué el papel de mi libreta nueva con los guantes puestos, y no me los he quitado durante todo el camino.
—Te estás volviendo muy listo —dijo Fatty, complacido—. Bien. Ésa es la pista número dos. Aquí está la número tres.
Y dejó caer una colilla de cigarro puro que había cogido del cenicero de su padre.
—Ésa es una buena pista —exclamó Larry—. El ladrón fuma cigarros «Corona». Al señor Goon le encantará si Ern llega a dársela.
—Yo también he traído una pista —intervino Bets—. ¡Un cordón de zapato de color rojo, partido por la mitad y muy sucio!
—Sí. Muy bien, Bets —le dijo Fatty, en tono de aprobación—. Me gusta como lo has ensuciado. Ern se emocionará al cogerlo.
Siguieron adelante hasta cerca del molino. A Daisy aún le quedaba su pista. Era un pañuelo muy viejo y raído con una «K» bordada en una esquina.
—«K» —dijo Fatty—. No se me ocurre ningún nombre que empiece con «K». ¿De quién era?
—No lo sé —repuso Daisy, con una carcajada—. ¡Lo encontré junto al seto que rodea el jardín de Pip!
—Espero que el viento no se lleve nuestras pistas —dijo Larry, preocupado.
—No creo —dijo Fatty—. Hace un día muy quieto. Vámonos antes de que Ern nos encuentre aquí.
Bajaron corriendo la colina, y al llegar al final, encontraron al señor Goon que subía trabajosamente en su bicicleta, y muy furioso porque habían interrumpido su siesta para comunicarle por teléfono el robo de un perro. Cuando vio a los niños al pie de la Colina de la Navidad, se detuvo receloso.
—¿Qué habéis estado haciendo allí? —les preguntó.
—Dando un paseo estupendo, señor Goon —replicó Fatty con aquel tono cortés que ponía frenético al policía. «Buster», que se había quedado atrás olfateando una madriguera, se acercó ahora corriendo jubiloso.
—Si no queréis que vuestro perro reciba un puntapié, no dejéis que se me acerque —les dijo el policía con voz amenazadora, y Fatty cogió en brazos a «Buster», que se debatió frenéticamente.
—Si me entero de que habéis vuelto a mezclaros en algún misterio, os denunciaré —dijo el señor Goon mirándoles con ojos penetrantes—. Y yo en vuestro lugar… no me acercaría a la Colina de la Navidad.
—Oh, señor Goon, pero ¿por qué? —preguntó Fatty en tono tan inocente que el señor Goon comenzó a enrojecer. ¡Aquel sapito descarado!
—¡Es una colina tan bonita para bajarla corriendo! —dijo Pip.
—¡Vamos, no «empecéis»! —dijo el señor Goon lentamente, mientras crecía su enfado—. ¡Y seguid mi consejo…, no volváis a subir a la Colina de la Navidad!
—¿Pero podemos bajarla? —preguntó Larry, y los otros soltaron la carcajada al ver al señor Goon sin encontrar palabras para replicarle.
—Otra bromita más y… —comenzó.
En aquel momento, «Buster», que había estado luchando con todas sus fuerzas para librarse de los brazos de Fatty, saltó frente a ellos casi encima del señor Goon. El policía se apresuró a montar en su bicicleta.
—¡Largo de aquí! —gritó a «Buster» y a los niños. Propinó un puntapié al perro y por poco se cae de la bicicleta. Siguió subiendo el camino a toda velocidad, tratando de deshacerse de «Buster», y casi atropella a Ern, que iba en busca de indicios colina arriba.
—¡Quítate de en medio! —gritó el señor Goon, casi pisando los pies a Ern. «Buster» pasó corriendo entre las piernas de Ern haciéndole caer al suelo al instante. Lleno de alegría, «Buster» se detuvo para olfatear su víctima y al descubrir que era Ern, saltó sobre él y comenzó a lamerle mientras Goon seguía pedaleando cuesta arriba, poniéndose más y más congestionado.
—Tu tío está muy enfadado —dijo Fatty—. Y no le conviene subir una cuesta en bicicleta a esa velocidad. Debieras advertirle. Puede ser perjudicial para su corazón.
—Lo sería si lo tuviera —replicó Ern—. Bueno, voy a hacer lo que me dijiste… buscar pistas. ¿Venís vosotros también?
—No, hemos de volver a casa —repuso Fatty—. Espero que encuentres algunas, Ern. Si fuera así, nos lo dices. Es el signo de los buenos detectives, ya sabes, el saber encontrar pistas.
Ern sonrió. ¡Si hubiera alguna pista arriba, en la colina, él la encontraría! Deseaba ardientemente conseguir la admiración de Fatty. Sacó su cuaderno de notas y lo abrió.
—Anoche escribí una «posía» sobre esto —dijo—. Se titula «Noche oscura, oscura».
—¡Estupendo! —se apresuró a decir Fatty—. Es una lástima que no podamos quedarnos a oírla. No tardes mucho en subir a la colina, Ern, o cuando bajes será ya noche oscura, oscura, otra vez. Sigue el arroyo y llegarás al molino.
Se separaron y Ern guardó de nuevo su cuaderno, y a cambio sacó otro, el que le regalara Fatty, abriéndolo por la página encabezada con la palabra «Pistas». ¡Cómo deseaba poder hacer una lista de ellas antes de que declinase la tarde!
Los otros volvieron a sus casas. Fatty iba bastante silencioso, y Bets caminaba muy cerca de él, pero sin interrumpir sus pensamientos. Sabía que estaba tratando de coordinar algo.
—Pip, ¿tienes un mapa de la comarca? —le preguntó Fatty cuando llegaban ante la casa de Pip—. Si lo tienes entraré un momento a echarle una ojeada. Alguien pidió prestado el nuestro.
—Sí. Papá tiene uno en el estante de los planos —dijo Pip—. Pero por lo que más quieras, vuelve a dejarlo en su sitio cuando hayas terminado.
—Claro que sí —dijo Fatty y entraron en la casa. Pip buscó el mapa y subieron al piso de arriba. Fatty puso su índice sobre Peterswood, su pueblo. Fue siguiendo el camino del molino por el arroyo de la Colina de la Navidad. Luego recorrió otro camino junto a otro arroyo, que al principio estaba cerca del primero y luego atravesaba los campos adyacentes.
—Yo creo que éste debe ser el arroyo que Ern siguió anoche —dijo—. Veamos por dónde pasa. ¡No hay mucho que ver, mirad! Sólo campos.
Los demás se inclinaron sobre el mapa y su respiración calentaba el cogote de Fatty. Observaron cómo su dedo iba señalando el arroyo. Llegaba hasta un espeso bosque en cuyo centro se levantaba una especie de edificio.
—Me pregunto qué será ese edificio —dijo Fatty, pensativo—. ¿Alguien ha estado por ahí?
Nadie lo conocía, ni siquiera el bosque, aunque algunas veces pasaron cerca de él. Todos ignoraban que hubiese un edificio en aquel bosque pese a tener recorridos aquellos lugares.
—Lo preguntaremos —concluyó Fatty, levantándose—. Cielos, tengo que marcharme. He de ir a tomar el té con mi madre. ¡Qué horrible perspectiva! ¿Sabéis una cosa? Yo creo que debe haber algo de verdad en la historia de Ern. Automóviles que salen a medianoche de un bosque con los faros apagados, es algo que hay que investigar.
Los otros le miraron excitados.
—¿Es un misterio, Fatty? —preguntó Bets, emocionada—. ¡Di que sí! ¿No sería divertido que diéramos con un misterio auténtico sólo por haber inventado uno para Ern?
—Sí —replicó Fatty—. Bueno, ya veremos. ¿Verdad que se va a emocionar mucho Ern cuando encuentre tantas pistas? ¡Mañana vendrá corriendo!
—Espero que no se me escape la risa —dijo Pip—. Adiós, Fatty. Pórtate bien durante el té, y sé un niño encantador y bien educado.
—¡Oh, «vetepaseo»! —exclamó Fatty con rudeza, y allá se fue, seguido de un coro de risas.