Ern también vive su aventura
Desgraciadamente, Ern había seguido el curso de otro arroyo, de manera que, claro está, no le condujo al molino de la Colina de la Navidad. Estuvo vagando por entre campos helados sin lograr acercarse a la colina. A Ern le sorprendió que el camino no tuviera pendiente, pero siguió el arroyo con la esperanza de que más pronto o más tarde llegaría a la colina.
Si se hubiera preocupado de encender su linterna para iluminar la corriente, hubiera visto que ésta discurría al mismo nivel por donde andaba y por eso no era de esperar que subiera colina arriba. Pero Ern no pensó en eso, limitándose a seguir andando.
Comprendió que debía ser más de medianoche y aún no había señales de ningún molino, ni tampoco de la Colina de la Navidad. No se imaginaba su situación. ¡Gracias a Dios que allí estaba el arroyo para guiarle! Avanzó tambaleándose por la helada orilla junto al pequeño arroyo siguiendo todas sus curvas.
Pronto fueron las doce y media. Ern se detuvo para reflexionar. Debía haberse equivocado de camino. Los otros no debían haberle esperado. Probablemente habrían vuelto a sus casas después de contemplar las luces.
—Será mejor que regrese —dijo Ern, estremeciéndose—. Hace demasiado frío. No me importa lo que digan los demás. Tengo que regresar.
¡Y entonces, de repente, Ern vio una luz! No la esperaba y por eso le sorprendió. De pronto volvió a brillar a cierta distancia y luego desapareció. ¿Formaría parte del misterio?
Entonces oyó un ruido y se detuvo a escuchar. Era un ruido ronco como el motor de un automóvil y venía de la misma dirección donde viera la luz. Ern no podía ver el coche, pero debía haber pasado por un camino no muy lejos de allí, porque el ruido del motor fue creciendo primero y luego decreciendo de nuevo a medida que el coche se iba alejado más y más.
«¿Por qué no llevará los faros encendidos? —se preguntó Ern».
Permaneció inmóvil, aguardando y escuchando, y luego decidió seguir su camino, cosa que hizo con sumas precauciones porque no quiso encender su linterna.
Luego oyó pasos…, pasos quedos muy cerca, que hacían crujir el suelo escarchado. Dos pares de pisadas…, ¿o serían tres? No, dos.
Una voz habló quedamente en la oscuridad.
—Buenas noches, Holland. Te veré luego.
La respuesta fue un murmullo, y luego no se oyó más ruido que el de pasos que se alejaban. Al parecer los dos hombres habían emprendido caminos distintos.
Ern se estremeció de emoción y frío. Deseaba que los otros también estuviesen allí. ¿Por qué no estaban? Aquello debía ser parte del misterio del que Fatty le había hablado. Entonces Fatty debiera haber estado allí para compartirlo con él. ¿Aquellos hombres serían secuestradores, ladrones, o qué?
Ern se dispuso a regresar. Se subió el cuello del abrigo y apretó su bufanda porque ahora iba contra el viento. Se mantuvo junto al arroyo, caminando sobre la hierba helada lo más de prisa que podía. ¡Oooooh! ¡Qué frío hacía!
Al fin llegó a un puente conocido que cruzando el arroyo, llevaba a un sendero. Ern tomó aquel camino, llegó al pueblo y una vez allí, se dirigió a la casa de su tío. Había tomado la precaución de llevar consigo la llave de la puerta posterior. Dio la vuelta a la casa y entró.
Ahora el señor Goon estaba ya acostado, profundamente dormido y roncando como un bendito. ¡Ni siquiera adivinaba que Ern había salido! Al llegar, subió a su habitación, desnudándose sin hacer ruido para que Goon no supiera que había salido a media noche. ¡No quería que adivinase que había estado en la Colina de la Navidad, para comprobar el misterio!
A Ern le costó trabajo dormirse. En primer lugar, tenía mucho frío y la cama no se calentaba y, en segundo, estaba intrigado por lo que había visto y oído. No era mucho… y no tenía sentido. Pensó que no podría ser un buen detective. Aquel niño, Fatty, hubiera adivinado un montón de cosas de haber estado con él aquella noche. Estaba plenamente convencido de ello.
Ni el señor Goon ni Ern dijeron una palabra de sus escapadas nocturnas. El señor Goon tenía un cardenal en la mejilla, producido por una piedra que le dio en la cara al caer, y Ern un arañazo en la frente que le hizo una zarza que rozó. Los dos parecían cansados.
—Hoy puedes hacer lo que quieras, Ern —le dijo el señor Goon, pensando que probablemente iría a recoger pistas del misterio a casa de Fatty para luego dárselas a él… o si escribía sobre ellas en su cuaderno de notas, podría leerlo mientras Ern estuviese dormido.
—Gracias, tío —dijo Ern, animándose en seguida. Ahora podría ir a ver a los otros y enterarse de lo ocurrido.
Fue al cobertizo de Fatty, pero el niño no estaba allí. No obstante, encontró un mensaje escrito en la puerta. «Estamos en casa de Pip. Ven a reunirte con nosotros».
Adivinando acertadamente que el mensaje era para él, Ern se fue a casa de Pip. Bets le vio desde la ventana y le saludó con la mano.
Luego la abrió para decirle:
—No vayas a la puerta principal. Entra por la puerta lateral y ¡por amor de Dios, antes de entrar, límpiate los pies!
Ern hizo como le decían, pero se olvidó de quitarse la gorra al entrar en la casa, y cuando encontró a la madre de Pip, ésta le miró con desaprobación y le dijo:
—Quítate la gorra, por favor. ¿Dónde están tus modales?
Ern se puso como la grana y corrió escaleras arriba, quitándose la gorra tan de prisa que todos sus cabellos se pusieron de punta.
—Hola —le dijo Fatty, cuando Ern entró en el cuarto de jugar—. Entonces es que has visto el mensaje. ¿Qué te ocurrió anoche? Supongo que dormirías y no te despertaste a tiempo para venir.
—¡No me dormí! —protestó Ern, indignado—. Me levanté y seguí el arroyo…, pero no me condujo a la Colina de la Navidad, ni a ninguna otra colina. No sé dónde me llevó. Pero desde luego vi la luz misteriosa.
—No es cierto —exclamó Larry—. Pip, Fatty y yo estuvimos en la colina y las vimos. Es «imposible» que tú las vieses si no estaban en lo alto de la colina.
—Bueno, pues las vi —replicó Ern, contrariado—. Vosotros no estuvisteis conmigo. ¡No sabéis nada de lo «que» yo vi!
—¿Le dijiste a tu tío que te habíamos dicho que fueses al molino de la Colina de la Navidad anoche?
—Claro que no —dijo Ern, más contrariado todavía—. ¡Él estaba en su cama roncando!
—No es verdad —dijo Fatty—. Él estuvo en la Colina de la Navidad.
Ern no quería creerle.
—¡Oh, «idafrirpárragos»! —dijo con desprecio.
Los Pesquisidores le miraron extrañados. ¿Qué significaba aquella extraña palabra?
—¿Qué has dicho? —preguntó Fatty, con interés—. ¿Eso es español o qué?
—He dicho «idafrirpárragos» —repitió Ern—. ¡Y también a hacer gárgaras!
La segunda parte de su frase arrojó cierta luz sobre la primera.
—¡Oh! ¡Ha dicho «ir a freír espárragos»! —les explicó Daisy.
—«Sodicho» —dijo Ern, ceñudo.
—«Sodicho» —exclamó Fatty—. ¿Qué te ocurre, Ern? ¿Por qué no quieres creerme cuando te digo que tu tío estuvo anoche en la colina?
—Porque le oí roncar de lo lindo cuando entré en casa, eso es todo —repuso Ern.
—¿Le oíste roncar de lo lindo cuando saliste? —le preguntó Fatty, y Ern reflexionó con el entrecejo fruncido.
—No. No puedo asegurarlo. «Tal vez» saliera sin que yo lo oyese, y regresara antes que yo.
—Entonces, eso es lo que debió hacer —replicó Fatty—. Pero lo que no entiendo en esto…, ¿por qué fue allí? ¿Cómo se habría enterado de nuestra reunión en el molino de la Colina de la Navidad?
—Puede que se apoderase de la nota que entregaste a Ern cuando fuiste a su casa disfrazado de mujer —dijo Daisy—. Y por eso lo sabía.
—Sí. Supongo que eso es lo que debe haber hecho…, si Ern fue lo bastante tonto como para darle esa oportunidad —dijo Fatty.
—Pues yo no se la di —contestó Ern—. ¿Por qué estáis todos contra mí esta mañana? Yo me levanté, ¿no es así?, ¡y traté de llegar a la Colina de la Navidad! Debí seguir un arroyo equivocado, eso es. Yo busqué el molino en el mapa y vi que si seguía el arroyo que pasa junto a él, llegaría sin perderme. Pero estaba oscuro y no veía nada, pero os aseguro que vi una luz.
Todos estaban convencidos de que Ern lo inventaba, lo mismo que ellos inventaron lo de sus luces de colores. Ern prosiguió su relato, tratando de convencerles de que estaba diciendo la verdad.
—Yo estaba de pie junto al arroyo, ¿entendéis? Y vi la luz. Brilló sólo una vez y luego desapareció. Luego oí el ruido de un motor y un automóvil pasó por allí cerca…, con los faros apagados. Eso me pareció muy extraño y pensé que tal vez formase parte del misterio.
Los otros le escuchaban atentamente, y Ern prosiguió animándose un tanto:
—Bueno y entonces, después de que el coche se hubo marchado, oí pasos… de dos personas y luego como un hombre decía a otro: «Buenas noches, Holland. Te veré más tarde», o algo parecido. Y después de eso, yo regresé a casa.
Hubo un silencio. Ahora todos creían a Ern. De haber inventado la historia, hubiera dicho que había visto muchas luces, oído más de un automóvil y más de dos hombres. Y porque era una historia sencilla, parecía verosímil.
—¿Y eso se lo has contado a tu tío? —le preguntó Fatty, al fin.
—No —dijo Ern. Hubo una pausa y entonces recordó una cosa—. Devolví el cuaderno —explicó—, y mi tío me sorprendió en el momento en que cerraba el cajón. Dijo que yo estaba curioseando sus cosas para contárselas a vosotros, y me pegó dos veces. ¿No veis mi oreja?
Y mostró su oreja a los niños. Aún estaba hinchada. Bets se compadeció de él. ¡Qué horrible era el señor Goon!
—¡Ahora no pienso decirle a mi tío ni una palabra! —exclamó Ern—. ¡Pegarme de esa manera cuando estaba haciendo algo bueno!
—En primer lugar, no debiste coger el cuaderno —dijo Fatty—. Así no hubieses tenido que devolverlo, no te hubieran descubierto ni te hubiesen dado esos golpes. Los tenías bien merecidos, aunque creas lo contrario.
Ern frunció el ceño, en parte porque sabía que Fatty tenía razón y en parte porque no le gustaba que se lo dijeran con tanta franqueza. Pero Fatty siempre decía lo que pensaba, sin detenerse ante nada.
—Escucha —le dijo Ern, de pronto—. ¿Qué misterio es el auténtico? ¿El que vosotros decís, con luces extrañas en la Colina de la Navidad… o el mío, abajo, junto al arroyo? ¿O los dos son verdaderos?
Fatty se frotó la nariz. No sabía qué decir. Su misterio era una farsa, pero no quería admitirlo. Ni tampoco que Ern pensase que pudiera haber un misterio en lo que había visto y oído la noche antes, en caso de que realmente «lo hubiese». Si era así, Fatty no quería que Ern se metiera en el asunto y se lo contase todo a su tío.
—Supongo —dijo Ern, contestando él mismo a su pregunta— que el misterio de la colina es el verdadero… o de otro modo no hubiera estado allí mi tío, ¿verdad?
—Debió pensar que aquí estaba ocurriendo alguna cosa —convino Fatty.
—Y así era —exclamó Pip, soltando una risita.
—Bueno, Ern, ¿qué te parece si subieras a la Colina de la Navidad para ver si encuentras alguna pista a la luz del día? —propuso Fatty—. Sería una gran ayuda.
—¿Qué clase de pistas? —preguntó Ern, animándose otra vez.
—Oh…, pues colillas, botones, huellas de pisadas, cualquier cosa por el estilo —replicó Fatty—. Nunca se sabe. Un verdadero detective suele encontrar siempre un sinfín de pistas.
—Subiré a eso de las tres —dijo Ern—. Entonces mi tío estará haciendo su siestecita de todas las tardes. Bueno…, será mejor que me vaya. Si encuentro alguna pista, os la traeré. ¡Hasta luego!