Capítulo V

En el cobertizo de Fatty

Al día siguiente Ern recibió un mensaje que le llenó de excitación. Era una carta de Fatty.

«Acontecimientos. Tengo que hablar contigo. Ven al fondo de mi jardín a las doce. F.T.»

El señor Goon vio cómo Ern devoraba el contenido de la nota y en seguida entró en sospechas.

—¿De quién es?

—De un amigo mío —replicó Ern guardándosela en un bolsillo.

El señor Goon se puso como la grana.

—Enséñamela —le dijo.

—No puedo —replicó Ern—. Es particular.

—¿Qué quiere decir… «particular»? —rugió el señor Goon—. Un niño como tú no sabe lo que significa particular. Dame esa nota.

—Pero tío… es de Fatty, y sólo dice que quiere verme —protestó Ern.

—¡Enséñame esa nota! —gritó el señor Goon, y Ern asustado, tuvo que entregársela. El policía al leerla lanzó un gruñido.

—¡Bah! ¡Una sarta de tonterías! ¡Conque acontecimientos! ¿Qué quiere decir eso?

Ern no lo sabía y así lo repitió varias veces, pero tu tío no quiso creerle.

—¡Si ese sapo descarado vuelve con sus trucos, le desollaré vivo! —exclamó el señor Goon—. Puedes decírselo.

—Oh, así lo haré, tío —dijo Ern tratando de escabullirse de la habitación—. Siempre les digo lo que tú dices. Les gusta oírlo, pero no hay derecho a que Pip diga que eres un «bull-dog» de pies planos, y pienso decírselo.

Antes de que el acalorado señor Goon pudiera recuperar el habla para decirle lo que pensaba, Ern ya había salido de la casa. Se secó la frente. ¡Repato!… Su tío era un sujeto muy irascible. De todas maneras no le había prohibido ir… ¡y eso era algo!

Al llegar al fondo del jardín de Fatty oyó voces procedentes del cobertizo, que era la habitación de trabajo y juegos de Fatty. Como aquel día el frío arreciaba había encendido una estufa de petróleo que ardía alegremente en el interior del cobertizo, que de esta manera estaba calentito y acogedor. En el suelo había una piel de tigre vieja y comida por la polilla, pero magnífica, y en una de las paredes una piel de cocodrilo. Los Cinco Pesquisidores estaban tratando de asar castañas encima de la estufa. Tenían una lata de leche condensada y mientras hablaban iban tomando sendas cucharadas.

Ern miró por la ventana. ¡Ah! Estaban todos. ¡Bien! Fue a llamar a la puerta.

—¡Adelante! —dijo Fatty, y Ern entró acompañado de una ráfaga de aire frío.

—Cierra la puerta —le dijo Daisy—. ¡Ooooh! ¡Qué frío! Hola, Ern. ¿Te ha gustado el huevo del desayuno que hoy te has comido?

Ern pareció sorprendido.

—Sí. ¿Pero, cómo sabes que he tomado huevo para desayunar?

—Oh… esta mañana estamos haciendo prácticas detectivescas —replicó Daisy mientras los demás procuraban no reírse. Ern se había manchado de huevo la parte delantera de su chaqueta, de manera que no era difícil adivinar lo que había desayunado.

—Siento que hayas tenido que venir tan precipitadamente —dijo Fatty en tono solemne.

Ern se sorprendió aún más.

—¡Repato! ¿Cómo sabes que salí a toda prisa?

Ern no llevaba ni gorra ni abrigo, de manera que no era difícil tampoco adivinar su prisa. Nadie le explicó cómo supieron lo del desayuno ni lo de su precipitación, y él se sentó muy intrigado.

—Tal vez te agrade decirme lo que «yo» he tomado para desayunar —le dijo Fatty a Ern—. Vamos… sé tú también un poco detective.

Ern miró el rostro serio de Fatty, pero no se le ocurrió la menor idea.

—No —dijo meneando la cabeza—. Ya veo que estas cosas requieren práctica. Vaya lo que me emocioné esta mañana al recibir tu nota. Mi tío me vio leerla.

—¿De veras? —exclamó Fatty, interesado—. ¿Y te dijo algo?

—Oh, se puso furioso, ya le conocéis, pero yo pronto «lo arreglaré» —explicó Ern—. Le dije lo que pensaba de él. «Tío —le dije—, es una nota particular. No es asunto tuyo, de manera que no te metas en esto». Así mismo.

Todos le miraron con admiración, pero sin creerle.

—¿Y qué te contestó? —quiso saber Pip.

—Comenzó a ponerse colorado —contestó Ern—, y yo le dije: Vamos, tío, cálmate, o vas a estallar. Y no metas las narices en lo que yo hago con mis amigos, porque son cosas privadas. Y entonces me fui para venir aquí.

—¡Admirable! —exclamó Fatty—. Siéntate sobre la piel de tigre, Ern, y no tengas miedo de la cabeza y los dientes. Ahora no es tan fiero como cuando lo maté de un tiro en Tippylulú.

A Ern casi se le salen los ojos de las órbitas.

—¡Repato! ¿Tú has ido a cazar tigres? ¿Y eso de la pared? ¿También lo mataste tú?

—Eso es una piel de cocodrilo —replicó Bets, muy divertida—. Dime, Fatty…, ¿ése fue el tercero o el cuarto cocodrilo que mataste?

El respeto de Ern hacia Fatty subió cien enteros, y le contempló con gran admiración. Al mirar la cabeza del tigre, sintió cierto temor, aun sabiendo que ya no vivía, y se apartó un poco de los colmillos.

—En tu nota me decías que habían habido acontecimientos —dijo Ern, con ansiedad—. ¿Vas a explicármelo hoy?

—Sí. Ha llegado el momento de pedirte que hagas algo —asintió Fatty, en tono tan solemne que un estremecimiento recorrió la espalda de Ern—. Estoy procurando descubrir un misterio muy misterioso.

—¡Cáscaras! —dijo Ern en voz baja—. ¿Lo saben los demás?

—Todavía no —replicó Fatty—. Ahora, escuchad todos. ¡Se ven unas luces extrañas brillando por las noches sobre la Colina de la Navidad!

—¡Ooooh! —exclamó Ern—. ¿Las has visto tú?

—Allí hay bandas rivales —dijo Fatty, en tono grave—. Una es una banda de raptores y la otra de ladrones. Pronto entrarán en acción.

Ern estaba boquiabierto, y los otros, a pesar de saber que era todo invención de Fatty, no pudieron evitar el sentir también una ligera emoción. Ern tragó la saliva un par de veces. ¡Hablar de un misterio! ¡Aquello era estupendo!

—El caso es…, ¿podríamos ir y descubrir quiénes son y cuáles son sus planes antes de que empiecen sus robos y raptos? —dijo Fatty.

—«Nosotros» no podemos —replicó Bets, con desmayo—. Nos han prohibido que nos mezclemos en misterios, estas vacaciones.

—Igual que a nosotros —dijeron Larry y Daisy a una.

—Sí, es una lástima. Yo soy el único que puede hacer algo…, pero yo no puedo ir solo. Por eso te he hecho venir aquí esta mañana, Ern. Tienes que ayudarme.

Ern se irguió lentamente, pero satisfecho y entusiasmado. Hinchó el pecho con orgullo.

—Puedes contar conmigo —dijo, haciendo que su voz sonara profunda y solemne—. ¡Ern está contigo! ¡Cáscaras! Me siento raro. ¡Apuesto a que escribiré un buen poema con esta extraña sensación dentro de mí!

—Sí. Podría empezar así —le animó Fatty, quien era capaz de componer versos tontos con suma facilidad.

«Un misterio ha surgido
en la Colina de la Navidad,
donde raptores y bandidos
esperan para atacar.
Pero cuando los raptores duerman
y ronquen los bandidos
caeremos sobre ellos
para darles su merecido.»

Todos rieron. Nadie sabía versificar como Fatty. Ern tragó saliva sin saber qué decir. ¡Vaya, si era una «posía» estupenda! ¡Pensar que Fatty era capaz de improvisarlas de viva voz!

Al fin encontró su voz.

—¡Repato! ¿Lo has inventado todo en este momento? Yo necesito horas para pensar un poema… e incluso cuando lo consigo, tardo mucho en que llegue a rimar. Tú debes ser uno de esos seres raros…, un genio.

—Pues…, nunca se sabe —dijo Fatty, tratando de parecer modesto—. Recuerdo haber tenido que escribir un verso… er, quiero decir, un poema…, para la clase en cierta ocasión, y me olvidé de él hasta el momento en que el profesor me pidió el mío. Miré en mi pupitre, pero naturalmente allí no estaba puesto que me había olvidado de escribirlo. De manera que le dije: «Lo siento, pero me parece que lo he perdido…, pero si quiere, se lo recitaré». Y me puse en pie para recitarle seis versos que saqué de mi cabeza. Y lo que es más, conseguí la nota más alta como premio.

—No te creo —dijo Pip.

—Bueno, si quieres, te lo recitaré ahora —exclamó Fatty, indignado, pero los otros no le dejaron.

—Basta de fanfarronear —dijo Larry—. Y manos a la obra. ¡Como sigas con el asunto de los versos, harás que a Ern le entren ganas de recitar!

Ern estaba dispuesto a complacerles, pero por desgracia con las prisas de su marcha, se había olvidado el cuaderno de «posías» en casa de su tío. No obstante, sacó otro cuaderno…, muy grande y con cubiertas negras y una banda elástica, que llevaba un lápiz sujeto al lomo.

—El señor Goon tiene uno igual —dijo Bets—. ¿Te lo ha dado él?

El señor Goon no hubiera soñado siquiera en dar uno de sus preciosos cuadernos de notas, regalados por el inspector, a su sobrino. Ern mojó el extremo del lápiz con la lengua, mientras miraba a su alrededor con aire triunfal.

—¡Regalármelo! ¡Yo no diría eso! ¡Lo he cogido de uno de sus cajones!

Se hizo un silencio.

—Entonces será mejor que lo devuelvas —dijo Fatty—. ¡Cualquier día te encerrarán! Eres un desastre, Ern.

Ern parecía dolido y asombrado.

—Bueno, es mi tío, ¿no? No le hará ningún daño dejarme uno de sus cuadernos de notas… y yo voy a ser detective, ¿no? De pronto, te has vuelto muy engreído.

—Puedes considerarnos todo lo engreídos que quieras —replicó Fatty, poniéndose en pie—. Pero nosotros consideramos que es una «bajeza» el coger una cosa del cajón de tu tío sin pedirle permiso.

—Lo devolveré —replicó Ern, con un hilo de voz—. No lo hubiera cogido para mis «posías»…, pero para hacer de detective, bueno…, pensé que era distinto. Pensé que «debía» tenerlo.

—Bueno, pues vuelve a pensarlo —insistió Fatty—. Y déjalo donde estaba, antes de que te dé un disgusto. Mira…, aquí tienes un cuaderno mío que puede servirte. Es uno viejo. Nosotros te diremos lo que tienes que escribir. ¡Pero, acuérdate de devolver ese negro…, en cuanto llegues a tu casa!

—Sí, Fatty —repuso Ern, en tono sumiso, y aceptando el cuaderno viejo que Fatty le ofrecía, buscó en su bolsillo otro lápiz, pues ahora no se atrevía a usar el del cuaderno negro. Tal vez Fatty volviera a mostrarse severo y dominante.

—Ahora destina estas páginas para los indicios —le dijo Fatty—. Y escribe la palabra «Pistas».

—Pistas —repitió Ern, muy serio, anotándola.

Luego siguió la palabra «Sospechosos».

—¡Cáscaras! —exclamó Ern—. ¿Es que también tenemos sospechosos? ¿Quiénes son?

—Gente que «puede» tener que ver con el misterio —explicó Fatty—. Haces una lista completa de todos, averiguas cuáles son sus andanzas, y luego los vas tachando uno a uno si descubres, una vez estudiadas todas las circunstancias, que son inocentes.

Ern se sentía muy importante mientras iba anotando las cosas que Fatty le decía. Mojaba la punta de su lápiz escribiendo laboriosamente, mientras le asomaba la lengua por un lado de la boca.

De pronto «Buster» se puso a ladrar y alzó las orejas. Fatty le acarició con la mano.

—Quieto, «Buster» —le dijo, haciendo un guiño a los otros—. Apuesto a que el viejo Ahuyentador no anda muy lejos.

Ern sufrió un sobresalto, y Fatty, con aire inocente, añadió:

—Me pregunto cómo se atreverá a venir a vigilar a Ern después de la manera como le ha replicado esta mañana. Si «es» tu tío, Ern, será mejor que le eches en seguida. ¡Es mucho rostro venir siguiéndote de esta manera!

Ern estaba cada vez más alarmado. Una sombra oscureció la agradable estancia, y los Pesquisidores y Ern vieron la cabeza del señor Goon, atisbando por la ventana. Vio a Ern con un cuaderno de notas, y el niño le miró asustado.

—Sal, Ern —le ordenó el señor Goon—. ¡Tengo un trabajo para ti!

Ern se levantó, yendo hasta la puerta, y al abrirla, «Buster» salió disparado hacia los tobillos del señor Goon, ladrando como un loco.

—¡Lárgate! —gritaba el señor Goon, dándole puntapiés—. ¡Eh, llamad a vuestro perro! ¡Ern, sujétalo! ¡Va a morderme un tobillo! ¡Largo de aquí, perro apestoso!

Pero fue el señor Goon quien tuvo que largarse, perseguido por «Buster», que no cesaba de ladrarle, y seguido de Ern, que estaba encantado.

—¡Adelante, «Buster»! —murmuraba por lo bajo—. ¡Échale de aquí! ¡Buen perro, sí señor, buen perro!