Capítulo III

Ern

Pip y Bets fueron hasta la puerta de la cocina y entraron en la casa. La cocinera había salido y Lorna estaba arriba. Pasaron como una exhalación por delante del gran gato negro que dormitaba sobre la alfombra del hogar, y subieron al cuarto de jugar.

—Yo hubiera preferido quedarme —dijo Pip—. No he hecho nada malo. Ha sido una tontería echar a correr. Mamá pensará que realmente hemos obrado mal.

—¡Atiza! ¿No es papá ése que entra? —exclamó Bets—. Sí que es papá. ¡Él también va a enterarse de todo!

El señor Goon permaneció largo tiempo en la casa, pero al fin se marchó, y la señora Hilton fue a llamar a Pip:

—¡Pip! Trae aquí a Bets, haz el favor. Tenemos algo que deciros.

Los dos niños bajaron la escalera. Bets bastante asustada y Pip con expresión valerosa, pero ante su sorpresa vieron que sus padres no parecían enfadados.

—Pip —le dijo su madre—. El señor Goon ha venido a decirnos que su sobrino va a pasar unos días en su casa. Dice que es un muchacho muy simpático, muy leal y sincero, y que os agradecería que ninguno de los cinco le buscarais complicaciones. Ya sabéis que todas las vacaciones os habéis mezclado en misterios de una clase u otra… hubo el de la villa incendiada… el gato desaparecido… y…

—Y el de los anónimos, el cuarto secreto y el collar desaparecido —concluyó Pip satisfecho al ver que el señor Goon no había presentado grandes quejas.

—Sí. Cierto —dijo su padre—. Bien, pues el señor Goon no quiere que su sobrino se mezcle en nada parecido. Dice que ha prometido a la madre del muchacho que cuidaría de él durante estas vacaciones, y no quiere que vosotros le arrastréis a ningún misterio o peligro…

—¡Cómo si nosotros lo «deseáramos»! —exclamó Pip con disgusto—. Su sobrino es un zoquete, y no queremos arrastrarle a ninguna parte…, preferimos que siga solo.

—Bueno, cuidad de ello —dijo su madre—. Y por favor, sed amables y corteses con él. Al parecer hoy estuvisteis muy rudos con él… pero como Pip ya me ha explicado vuestra confusión, me doy perfecta cuenta de que no era ésa vuestra intención. El señor Goon se ha mostrado muy comprensivo.

—No arrastraremos a su sobrino a ninguna parte —dijo Pip—. Si descubrimos algún misterio, lo reservaremos para nosotros solos.

—Ésa es otra cosa que quiero decirte —intervino su padre—. No quiero que os mezcléis en estas cosas. Corresponde a la policía el resolver estos misterios y aclarar cualquier delito que se cometa, y ya es hora de que vosotros os apartéis de ello. Os prohíbo que tratéis de resolver ningún misterio durante estas vacaciones.

Pip y Bets le miraron con el mayor pesar.

—Pero, escucha…, nosotros pertenecemos a los Cinco Pesquisidores —tartamudeó Pip—. Y si surge algún misterio «hemos» de cooperar. Quiero decir…, que la verdad es… que… no podemos prometerte que…

—El señor Goon ya ha ido a ver a los padres de Larry y Daisy —dijo la señora Hilton—. Y le han dicho que ellos también prohibirán a sus hijos el intervenir en cualquier misterio durante estas vacaciones. Ni ellos ni vosotros habéis de buscar ninguno, ¿entendido?

—Pero… pero suponte que aparece uno… y que nos vemos mezclados en él sin saberlo —intervino Bets—. Como en el misterio del collar desaparecido.

—Oh, no surgirá ninguno, si no lo buscáis —replicó el señor Hilton—. Naturalmente que si os vierais mezclados en uno sin saberlo, nadie podrá echaros la culpa… pero estas cosas no ocurren así. Yo sólo os prohíbo que busquéis misterios estas vacaciones, y sobre todo que permitáis que el sobrino del señor Goon se vea mezclado en los mismos.

—Ahora podéis marcharos —dijo la señora Hilton—. ¡Y no estéis tristes! ¡Cualquiera diría que no podéis ser felices si no tenéis algún misterio a la vuelta de la esquina!

—Pues… —comenzó Pip, pero luego decidió no añadir más. ¿Cómo explicarles el encanto de husmear un misterio, de hacer una lista de sospechosos y pistas, de tratar de hacer que todo encaje como las piezas de un rompecabezas hasta encontrar la solución y completar la imagen?

Pip y Bets salieron de la estancia y subieron a su cuarto de jugar.

—¡Imagínate que también se lo han prohibido a Larry y a Daisy! —exclamó Pip—. Quisiera saber si el señor Goon habrá ido también a ver a los padres de Fatty.

—Bueno, yo no creo que sirva de nada el prohibir a Fatty que se mezcle en estos casos —dijo Bets.

Bets tenía razón. Era inútil. Fatty habló con su madre y con su padre sobre este punto de vista ante las mismas narices del señor Goon.

—Le he sido muy útil al inspector Jenks —dijo a sus padres— vosotros sabéis que es cierto. Y también que seré el mejor detective del mundo cuando sea mayor. Estoy seguro, mamá, de que si telefoneas al inspector, te dirá que no me prohíbas hacer mi gusto. Él confía en mí.

El inspector Jenks era un gran amigo de los niños. Era el jefe de la policía de la ciudad vecina, y de toda la comarca.

El señor Goon sentía gran admiración por él, y era cierto que los niños habían ayudado muchas veces al inspector resolviendo diversos sucesos misteriosos.

—Telefonea al inspector, mamá —dijo Fatty viendo que el policía no deseaba que la señora Trotteville hiciera nada parecido—. Estoy seguro de que te dirá que el señor Goon se equivoca.

—No moleste al inspector, señora Trotteville, «por favor» —dijo el señor Goon—. Es un hombre muy ocupado. Yo no hubiera venido a verle de no ser por mi sobrino… es un niño sencillo e inocente…

—Bueno, estoy segura de que Federico prometerá no arrastrarle a ningún peligro —replicó la señora Trotteville—. Es lo último que desearía hacer.

Fatty no dijo nada. Él no hacía promesas. Tenía el presentimiento de que le sentaría bien al sobrino del señor Goon el que le arrastraran a alguna cosa, si es que era tan sencillo e inocente como el policía daba a entender. ¡De todas maneras, aquello era sólo para asegurarse de que los Cinco Pesquisidores no resolverían otro misterio antes que el señor Goon! Fatty «lo veía» claramente.

El señor Goon, poco satisfecho, se alejó majestuosamente por el sendero del jardín, descubriendo contrariado que el neumático delantero de su bicicleta había sufrido un repentino pinchazo. Era imposible relacionarlo con aquel niño, puesto que estuvo todo el tiempo en la habitación…, pero el señor Goon pensó que era extraño que le ocurrieran tantas cosas desagradables cuando tramaba algo contra Federico Algernon Trotteville.

Al día siguiente los Cinco Pesquisidores se reunieron en casa de Fatty, y «Buster» les dio a todos una ruidosa bienvenida.

—¡Vaya! —ladraba—. Ya estamos todos juntos otra vez. Eso es lo que más me gusta.

Pero por lo menos cuatro de los cinco estaban abatidos.

—Ese «estropealotodo» de Goon —dijo Larry—. Estábamos esperando que volvieras a casa para buscar otro misterio que resolver, Fatty, y ahora nos han prohibido que lo hagamos.

—Y todo por ese estúpido sobrino del señor Goon —exclamó Daisy.

—Pues… «yo» pienso hacer exactamente lo que hice siempre —replicó Fatty—. Buscar un misterio, descubrir pistas y sospechosos, unir las piezas… y solucionarlo todo antes de que el señor Goon se entere siquiera de lo que ocurre. ¡Y durante todo el tiempo os tendré al corriente de lo que haga!

—Sí…, pero nosotros queremos intervenir —dijo Pip—. Cooperar quiero decir…, no limitarnos a mirar mientras tú lo haces todo. Eso no es divertido.

—Bueno, no creo que surja nada estas vacaciones —sonrió Fatty—. No va a ocurrir «siempre». Pero sería muy divertido simular que vamos tras algo para hacer que el sobrino de Goon se preocupe e intrigue, ¿no os parece? Seguramente le diría algo a Goon, quien no sabría si creerlo o no… y eso le haría estar sobre ascuas.

—Es una idea estupenda —exclamó Larry complacido—. Estupendísima. Si no logramos descubrir un misterio, inventaremos uno para ese chico. ¡Le estará bien empleado a Goon por querer estropearnos la diversión!

—Vamos a ver si encontramos a ese niño —propuso Fatty—. ¡Tengo interés por ver por qué clase de tipo me confundisteis! ¡Tiene que ser muy guapo, eso es todo lo que puedo decir!

Fueron todos al pueblo. Tuvieron suerte, porque en cuanto llegaron ante la casa del señor Goon, su sobrino salía de la casa llevando la bicicleta del policía, quien le había ordenado que la llevara al garaje a componer el pinchazo.

—¡Ahí está! —gritó Bets excitada, y al verle, el rostro de Fatty se fue cubriendo de una expresión de profundo disgusto. Miró a los Pesquisidores decepcionado.

—¡Vaya! ¿«Cómo» pudisteis pensar que ese chico era yo… aunque fuese «disfrazado»? ¡La verdad es que no lo entiendo! ¡Es un zoquete! ¡Una bola! No me parece inteligente. Cielo santo, no es posible que yo me parezca «en nada» a él.

Fatty parecía tan ofendido que Bets le cogió del brazo.

—¡Fatty! No te enfades. Pensamos que era una de tus mejores caracterizaciones.

El niño dirigió la bicicleta hacia ellos, y al verles, se detuvo sonriéndoles, cosa que les sorprendió.

—¡Hola! Ya sé que ayer os equivocasteis. Me hicisteis enfadar. Se lo conté a mi tío, y él supuso que erais vosotros. Dijo que os hacíais llamar los Pesquisidores, o algo por el estilo. Dijo que erais una pandilla de insolentes.

—¿Cómo te llamas? —le preguntó Pip.

—Ern —dijo el muchacho.

—¿«Ern»? —repitió Bets sorprendida.

—«Sodicho» —contestó Ern.

Nadie entendió esta última frase.

—Perdón, ¿cómo dices? —le preguntó Larry, cortés.

—Dije «sodicho» —replicó Ern impaciente.

—Oh…, quiere decir «Eso he dicho» —explicó Daisy a los otros.

—Bueno… «Sodicho», ¿no? —dijo Ern extrañado.

—¿«De verdad» se llama Ern? —preguntó Bets a los otros.

—Es un diminutivo de Ernesto…, ¿comprendes? —dijo Ern—. Tengo dos hermanos. Uno se llama Sid, diminutivo de Sidney, y el otro Perce, abreviatura de Percy. Ern, Sid y Perce…, así nos llaman a los tres.

—Muy bonito —murmuró Fatty—. Ern te sienta maravillosamente.

Ern parecía satisfecho.

—Y Fatty te va muy bien —replicó en tono amable—. Te va de primera de los pies a la cabeza. Y Pip también te sienta bien…, debe ser el diminutivo de granito de pimienta, ¿no? Yo diría que necesitas crecer un poco.

Los Pesquisidores consideraron que aquellos comentarios estaban fuera de lugar viniendo de Ern, quien estaba creciendo demasiado para el tamaño de sus botas.

—Espero que pases unas felices vacaciones con tu tío —le dijo Bets de pronto con mucha educación. Ern lanzó un resoplido muy curioso.

—¡Ooooh! ¡Mi tío! ¡Es arrogante y altanero! ¡Dice que no debo dejarme arrastrar hacia el peligro por vosotros! Bueno, escuchad…, si descubrís algún misterio decídmelo a mí, a Ern Goon. Me gustaría demostrarle a mi tío que soy más listo que él.

—Eso no sería muy difícil —dijo Fatty—. Bien, Ern… desde luego que te tendremos al corriente de todos los misterios que descubramos. Supongo que debes saber que tu tío nos ha prohibido resolver ningún misterio estas vacaciones… de manera que tal vez tú puedas ocupar nuestro lugar y resolverlo en sus mismas narices.

Los ya saltones ojos de Ern casi se le salen de las órbitas.

—¡Serpientes solitarias! ¿Lo dices en serio? Repato.

—Sí. Te proporcionaré toda clase de pistas —le dijo Fatty en tono solemne—. Pero no vayas a decírselo a tu tío para que no se enfade con nosotros.

—Puedes apostar a que no —replicó Ern.

—Oh, Ern…, ¿puedes devolverme esa libreta de notas que te di ayer por equivocación? —le dijo Bets de pronto—. No era para ti, naturalmente. La hice para Fatty.

—Pensaba utilizarla para mis «posías» —dijo Ern con aire decepcionado. La sacó de su bolsillo para entregársela a Bets—. Me encanta la «posía».

—¿Qué es la «posía»? —preguntó Bets intrigada.

—¡«Posía»! ¡Repato!, ¿no sabes lo que es «posía»? Es cuando las cosas riman igual.

—Oh…, quieres decir «poesía» —exclamó Bets.

—«Sodicho» —dijo Ern—. Bueno, yo escribo «posía». Aquello era tan sorprendente que por un momento nadie habló.

—¿Qué clase de poesía… er, quiero decir «posía»? —le preguntó Fatty.

—Te recitaré alguna —contestó Ern muy satisfecho de sí mismo—. Ésta es una que se titula «El pobre cerdo muerto». —Se aclaró la garganta antes de comenzar.

«Qué pena da verte, pobre cerdo muerto
cuando todos…»

—¡Mira…, ahí está tu tío! —exclamó de pronto Larry cuando una figura vestida de azul oscuro apareció en el jardincito de la casa del señor Goon.

El policía lanzó un gruñido.

—¿Qué hay de mi «bicicleta»? ¿No te dije que la necesitaba en seguida?

—¡Hasta la vista! —dijo Ern echando a correr calle abajo—. ¡Os veré más tarde!