Capítulo II

¡Hola, Fatty!

El tren llegó. Los pasajeros fueron apeándose… y de pronto Bets lanzó un grito, asustando a todos.

—¡«Ahí» está Fatty! ¡Mirad, mirad! ¡Y no viene disfrazado! ¡Fatty, Fatty!

Fatty levantó del suelo a la pequeña Bets cuando ella y «Buster» se abalanzaron sobre él. Besó a su madre y saludó a todo el mundo, sonriendo con su rostro bonachón.

—Habéis sido muy amables al venir a esperarme. Cielos, «Buster», me has hecho un agujero en los pantalones. ¡Basta!

La señora Trotteville estaba muy contenta de ver a Fatty, pero sentía a la vez una gran extrañeza.

—Los niños me dijeron que ya te habían venido a esperar… y que llegaste disfrazado —le dijo.

Fatty estaba atónito y se volvió hacia Larry.

—¿Qué queréis decir? ¡Yo no he llegado hasta ahora!

Los cuatro niños estaban confundidos, recordando todo lo que habían dicho al otro niño. ¿Era posible que no hubiese sido Fatty, al fin y al cabo?… Bueno, naturalmente que no podía ser él, porque allí «estaba» Fatty acabado de llegar en el tren siguiente. No podía haber tomado dos trenes a un tiempo.

—Hemos hecho el ridículo —dijo Larry, enrojeciendo—. Comprende…

—¿Os importaría que saliéramos de la estación antes de que los mozos crean que estamos esperando el próximo tren? —les dijo la señora Trotteville—. Somos los últimos que quedamos en el andén.

—Vamos —dijo Fatty, y él y Larry echaron a andar, llevando la maleta entre los dos—. Podemos hablar por el camino.

Bets cogió su impermeable, Pip una maleta pequeña y Daisy un montón de revistas. Todos estaban encantados de ver al verdadero Fatty, oír su voz firme y contemplar su amplia sonrisa.

—Verás —volvió a explicar Larry—, nosotros ignorábamos que habías perdido el primer tren y por eso vinimos a esperarte… y pensamos que tal vez llegarías disfrazado…, así que cuando se apeó del tren un niño gordito, pensamos que eras tú.

—Y al principio no te dijimos nada para intrigarte —dijo Pip—. Seguimos a ese muchacho fuera de la estación y se puso furioso contra nosotros.

—Y entonces le llamamos y yo dije: «¡Fatty!» —continuó Bets—. Y verás, él «era» gordito… y se volvió para decirnos que solía pegarse con la gente que le insultaba.

—¡Diantre! ¡Me maravillo de que no os desafiara a todos! —exclamó Fatty—. Debierais haber comprendido que yo no os diría cosas semejantes, ni siquiera «yendo» disfrazado. ¿Dónde vive?

—Fue a casa del señor Goon —replicó Daisy—. Dijo que el viejo Ahuyentador era su tío.

—¡Cielos! ¡Sí que habéis metido bien la pata! —exclamó Fatty—. Goon «tiene» un sobrino… y apuesto a que le ha invitado a su casa. ¡Pues no se pondrá poco furioso cuando sepa cómo le habéis recibido!

—Es una verdadera lástima —intervino la señora Trotteville, que lo había escuchado todo con asombro y desaliento—. Debió pensar que erais unos mal educados. Ahora probablemente el señor Goon volverá a quejarse de vuestro comportamiento.

—Pero, mamá…, ¿no comprendes que…? —comenzó Fatty.

—No empieces a discutir, Federico, por favor —dijo la señora Trotteville—. Me parece que tendrás que explicar al señor Goon que los otros te confundieron con su sobrino.

—Sí, mamá —dijo Fatty con voz sumisa.

—Y bajo ningún concepto comencéis una guerra contra ese niño —prosiguió la señora Trotteville.

—No, mamá —replicó Fatty, obediente.

—Quiero que estas vacaciones os apartéis de los misterios y problemas —dijo la señora Trotteville.

—Sí, mamá —repitió Fatty, y la señora Trotteville oyó la risa contenida de Bets y Daisy. Sabían perfectamente que Fatty no sentía lo que estaba diciendo. ¿Quién podría apartarle de un misterio, si es que llegara a olfatear alguno? ¿Y quién podía imaginarse que fuese a dar explicaciones al señor Goon?

—No digas, «sí, mamá», y «no, mamá», a menos que seas sincero —dijo la madre, lamentando tener que disgustarse con Fatty cuando acababa de verle.

—No, mamá. Quiero decir, sí, mamá —replicó Fatty—. Bueno…, diré lo que tú quieras que diga. Mamá, ¿pueden venir a merendar conmigo?

—Desde luego que no —contestó la madre—. Quiero charlar un rato contigo y oír todas las novedades… y luego tienes que deshacer tu equipaje… y tu padre no tardará en llegar a casa, y…

—Sí, mamá —se apresuró a decir Fatty—. Bueno, ¿pueden venir después? No les he visto estas vacaciones. Traigo algunos regalos para ellos. Por Navidad no les envié ninguno.

Al mencionar los regalos, hizo que Bets recordara de pronto que habían entregado su preciosa libreta de notas al niño gordito, y se mordió los labios horrorizada. ¡Cielos! ¡Si se la había metido en el bolsillo! No le pidió que se la devolviera porque se asustó tanto cuando les amenazó con pegarles que se olvidó de ella.

—Yo le di a ese niño el regalo que había hecho para ti —dijo con voz algo temblorosa—. Era un cuaderno de notas con tu nombre en la portada.

—¡Precisamente lo que quería! —exclamó Fatty gozoso—. ¡Ya haré que ese niño me lo devuelva, no te preocupes, chica!

—Recuerda lo que te he dicho —le advirtió la señora Trotteville cuando llegaban a su casa—. No empecéis a enemistaros tontamente con ese niño. Puede que sea muy simpático.

Todos tenían sus dudas. Cualquier sobrino del señor Goon debía ser tan desagradable como el propio policía. «Buster» ladró sonoramente y Bets se hallaba convencida de que estaba de acuerdo con ellos y expresaba su opinión en su lenguaje perruno.

—Mamá, aún no me has dicho si mis amigos pueden venir a casa esta noche —dijo Fatty cuando entraba en el jardín.

—No. Esta noche no —replicó la señora Trotteville ante la desilusión de todos—. Podéis veros mañana. Adiós, niños. Dad recuerdos míos a vuestras madres.

Fatty y «Buster» desaparecieron por el sendero del jardín con la señora Trotteville, y los otros le contemplaron desde la verja. Luego de mirarse unos a otros decepcionados, echaron a andar lentamente por la carretera.

—Debiera habernos dejado charlar «un rato» con Fatty —dijo Larry.

—La última vez que estuvimos en casa de Fatty armamos mucho alboroto —dijo Bets recordando—. ¿No os acordáis que pensamos que la señora Trotteville no estaba… y jugamos a un juego terrible inventado por Fatty que se llamaba la «Caza del elefante»…?

—Y la señora Trotteville sí que estaba en casa y no la oímos gritar que parásemos debido al ruido que hacíamos —dijo Pip—. Fue un juego verdaderamente estupendo. No lo olvidaremos.

—Escucha, ¿tú crees que ese chico «era» el sobrino del señor Goon? —preguntó Daisy—. Si le cuenta a su tío lo que hicimos, nos ganaremos algunos puntos negros más.

—Sabrá en seguida quiénes somos —prosiguió Bets dolida—. Ese niño tiene el cuaderno que yo hice… y lleva el nombre de Fatty. Oh…, pobre de mí…, dentro había escrito con mi mejor caligrafía «Pistas», «Sospechosos», y cosas por el estilo. Así que el señor Goon sabrá que andamos buscando otro misterio.

—Bueno, tontita, ¿y eso qué importa? —le preguntó Pip—. ¡Deja que piense lo que quiera!

—Tiene siempre tanto miedo al viejo Ahuyentador —exclamó Daisy—. ¡Yo no le temo! Somos mucho más listos que él. Hemos resuelto misterios que él no ha sido capaz de «comenzar» siquiera a descubrir.

—Espero que el señor Goon no vaya a quejarse a nuestros padres de nuestro comportamiento con ese niño —dijo Pip—. La verdad es que hemos debido de parecerle un poco locos. Probablemente Goon pensará que todo lo hicimos a propósito… que provocamos a ese chico sólo porque era su sobrino.

El temor de Pip era sincero. Tenía unos padres muy severos, con unas ideas muy estrictas acerca del comportamiento bueno y malo. Los padres de Larry y Daisy no eran tan severos y los de Fatty rara vez se preocupaban de él, mientras fuese cortés y bien educado.

Pero Pip había recibido algunas severas reprimendas de su padre y él y Bets siempre temían que el señor Goon fuera a quejarse. Así que cuando aquella tarde fueron a merendar, quedaron horrorizados al saber por Lorna, la doncella, que un tal señor Goon había telefoneado a su madre unos diez minutos antes.

—Espero que no os hayáis metido en ningún lío —les dijo Lorna, que quería mucho a los niños—. Dijo que iba a venir esta noche para ver a vuestra madre. Ahora ha salido a tomar el té. Pensé que debía advertiros por si os habéis metido en algún lío.

—Muchísimas gracias, Lorna —dijo Pip yendo a merendar tristemente con Bets al cuarto de jugar. La niña también estaba muy abatida. ¿Cómo «pudieron» pensar que aquel niño fuese Fatty? Pensándolo despacio, Bets se daba perfecta cuenta de que era un niño zafio y estúpido… ¡Ni siquiera Fatty disfrazado podía parecerse a él!

Los dos niños decidieron prevenir a Larry y a Daisy y para ello les telefonearon.

—¡Atiza! —exclamó Larry—. ¡Imagínatelo oyendo historias de su estúpido sobrino acerca de nosotros! ¡Yo no creo que mi madre preste mucha atención al señor Goon…, pero la tuya, sí! Es un hombre horrible. Anímate. Mañana nos reuniremos para hablar de todo esto.

Pip y Bets aguardaron la llegada, de su madre. Gracias a Dios su padre no iba con ella, y bajaron a saludarla.

—Mamá —le dijo Pip—. Nosotros… er… queremos decirte algo. Er… verás…

—«Vamos», ¿qué es lo que habéis hecho ahora? —dijo la señora Hilton impaciente—. ¿Habéis roto algo? Decídmelo sin rodeos.

—No. No hemos roto nada —dijo Bets—. Pero, verás, fuimos a esperar a Fatty a la estación…

—Y había un niño gordo al que tomamos por Fatty pensando que iba disfrazado —prosiguió—, de manera que le seguimos por la carretera… y él se puso furioso y…

—Y lo que queréis decirme es que cometisteis una torpe equivocación y llamasteis Fatty a un desconocido, y él se molestó —concluyó la señora Hilton haciendo tamborilear sus dedos sobre la mesa con impaciencia—. ¿Por qué «habéis» de hacer tantas tonterías? Bueno, supongo que habréis pedido disculpas, así que el daño no habrá sido grande.

—La verdad es que no nos disculpamos —replicó Pip—. Creímos que «era» Fatty, pero no lo era. Se trataba del sobrino del señor Goon.

La señora Hilton demostró verdadera contrariedad.

—Y supongo que ahora ese policía vendrá otra vez a quejarse de vosotros. Bueno, ya sabes lo que te dijo tu padre la última vez, Pip… dijo…

La puerta se abrió dando paso a Lorna.

—Por favor, señora, el señor Goon desea verla. ¿Le hago pasar?

Antes de que la señora Hilton pudiera responder sí o no, los dos niños habían abierto los ventanales que daban al jardín y desaparecieron en la oscuridad. En cuanto estuvieron fuera, Pip deseó no haberse marchado, pero Bets había tirado de él con tanta desesperación que salió con ella. Una fuerte ráfaga de aire helado entró en la salita de estar.

La señora Hilton cerró la puerta del jardín con aire enojado. El señor Goon penetró en la estancia con su andar lento y majestuoso. Pensaba que el señor y la señora Hilton eran padres competentes… y que escucharían seriamente sus quejas. ¡Bueno, ahora sí que iba a divertirse!

—Siéntese, señor Goon —dijo la señora Hilton tratando de ser amable—. ¿En qué puedo servirle?