23

EL POZO DE GHAJAR

Por la mañana se despertaron con el sonido de un bombardeo en el Líbano. Se marcharon temprano de Neve Ativ y bajaron en coche hasta Ghajar, donde desayunaron en un café al aire libre y contemplaron lo que parecía ser toda la población. Algunas personas les devolvían la mirada, pero la mayoría observaba atentamente el pozo de la población, al que había bajado un hombre.

El propietario del café les explicó que el trabajador estaba limpiando el cieno acumulado en el fondo, para que el pozo pudiera contener la mayor cantidad posible de agua de la inundación de la primavera siguiente. Cuando ellos empezaban a tomar el café, desde el fondo del pozo subían cubos llenos de agua turbia, en lugar de lodo. Todos los presentes sonreían y asentían aprobadoramente.

—Son alawíes, una gente encantadora —comentó Tamar.

—¿Musulmanes?

—Una ramificación. Adoran a Alí, el yerno de Mahoma.

—Le explicó algunos de los dogmas de la religión.

—¿Qué es lo que miras con tanta atención?

—Creerás que soy una tonta —repuso.

—Aprende a confiar en mí.

Tamar sonrió.

—Muy bien. Mira ese niño.

Cada vez que vaciaban el cubo utilizado para limpiar el pozo, un niño construía montículos de tierra. No todos los cubos de agua turbia golpeaban sus pilas, pero como él las levantaba donde aquéllos se vaciaban, de vez en cuando, para deleite suyo, un pequeño diluvio destruía uno de sus montículos.

—Supongamos que hace mucho tiempo quedó erosionada la más pequeña de las dos colinas que excava David Leslau.

—Allí todavía hay dos colinas, no una —le recordó él.

—Este país está lleno de tels. Colinas artificiales que se elevan como generaciones sucesivas, construidas sobre los escombros del pueblo que había vivido antes allí. La excavación de David está exactamente al este del manantial, donde habría sido natural que tuviera lugar ese tipo de asentamiento. Supongamos que la colina que menciona el manuscrito ha sido erosionada y que él ha estado cavando cerca de un tel que creció cerca de allí. —Le brillaban los ojos—. ¿Qué opinas?

—No creo que seas una tonta. Pero…

Ella se sirvió más café mientras los que estaban junto al pozo subían al joven cubierto de barro, que parecía feliz de volver al mundo.

—Me llevarás a Ein Gedi, ¿verdad? —preguntó Tamar—. Quiero hablar con David Leslau.

—No.

—Si me llevas, después te haré muy feliz —dijo en tono travieso—. Lo que tú quieras. Sandías. Granadas. Dos tipos de cítricos…

—El humor israelí es muy divertido.

—Harry…

—No puedo. Mi entusiasmo de aficionado ya le ha costado tiempo y un montón de dinero a David. De todas formas, después me harás muy feliz porque yo te haré muy feliz.

Él le cogió la mano, pero ella se apartó.

—A los alawíes no les gusta que una mujer sea acariciada en público.

—Es una lástima.

—Me llevarás a Ein Gedi. —Le sonrió suavemente, hermosa y saludable bajo el sol de la mañana—. Me llevarás porque me amas —concluyó.

De la excavación quedaba muy poco. La tienda de campaña de Leslau seguía en pie, pero las otras dos ya no estaban. El arqueólogo les dijo que había enviado a los dos hombres de regreso a Jerusalén con el camión que transportaba la mayor parte del equipo.

Los ayudantes que le quedaban, un estudiante inglés de una escuela para graduados y dos peones árabes, echaban paladas de tierra mezclada con rocas en las zanjas que habían sido excavadas al pie de la colina más pequeña.

—Dejadlo tal como lo encontrasteis, ¿de acuerdo? —dijo Leslau.

—David —lo saludó Tamar.

Él la escuchó atentamente, dando chupadas a la pipa, mientras ella le explicaba por qué habían ido a verlo.

—Ésta no es una maldita montaña, te lo aseguro —dijo él mirando la más pequeña de las dos colinas—. ¿Pero por qué íbamos a suponer que es un tel?

—Sería fácil averiguarlo, ¿verdad, David? —preguntó ella.

—Mi querida Tamar, no sería terriblemente difícil. Pero reconozco que esta decepción me ha provocado una falta de entusiasmo por las conjeturas hechas al azar —suspiró—. Bueno, ya no importa, seamos tontos una vez más.

Lo siguieron por el terreno abierto. Harry estaba empapado en sudor y furioso por haber permitido que ella lo convenciera.

—Lo siento, David —musitó.

—Comprendo —le aseguró Leslau.

Avanzaron tras él, tropezando. Harry empezaba a marearse. Pensó que la frontera entre individuos delirantes e ingleses era absolutamente precisa.

—Una búsqueda inútil.

—¿Qué? —preguntó Leslau.

—Una maldita búsqueda inútil.

—Oh —dijo Leslau, distraído. Se había detenido y empezó a recoger rocas, a examinarlas y a tirarlas para coger otras.

Miró a Tamar con expresión extraña.

—Vamos —gruñó Harry.

—¿Harry? —dijo Leslau.

—¿Qué?

Schweig.

Lo siguieron otros treinta metros.

—¿Sabéis que hay debajo de nuestros pies? —preguntó Leslau.

—No —respondió Harry, intentando no mostrarse malhumorado.

—El lecho de un río seco —contestó ella.

—Sí, el lecho de un río seco. —Los condujo hasta el lugar en el que había recogido las rocas—. ¿Lo ves? —le dijo a Harry.

Él intentó verlo, pero le pareció que tenía el mismo aspecto que el resto del desierto. Sacudió la cabeza.

—El río seco solía pasar por aquí, hace mucho tiempo.

—Leslau cogió una roca y se la enseño.

—Lo único que veo es un trozo de piedra caliza —señaló Harry—. En medio de un desierto de piedra caliza. ¿Qué indica un trozo de piedra?

—En realidad bastantes cosas —afirmó el arqueólogo—. La mayor parte de la piedra caliza de estas colinas del cenomanense o turonense se formó hace aproximadamente ciento treinta millones de años, en la era cretácea. Es durísima, y muy duradera. Incluso tu ojo inexperto puede notar que esta piedra caliza, en comparación, es más blanda. Esta probablemente se formó hace unos cincuenta y cinco millones de años, en el período eoceno. O tal vez con el senoniense, no importa exactamente cuándo. Lo importante es que el agua del invierno, fluyendo siglo tras siglo contra una colina de esta piedra caliza, la destruyó fácilmente. Y está esparcida aquí, donde el agua la dejó; es fácil darse cuenta.

Harry se secó el sudor.

—Por el amor de Dios, ¿me estás diciendo que ella tiene razón?

Leslau miró a Tamar.

—No.

—Bueno, ¿qué demonios estás diciendo?

—Que en otros tiempos hubo aquí otra colina, no cabe duda. Lo cual podría significar que originalmente hubo tres colinas, y no dos, y que hemos estado cavando en el sitio incorrecto. Pero… —Respiró a fondo—. Esa pequeña colina podría resultar un tel. —Cogió las manos de Tamar entre las suyas—. Y si es un tel, entonces tú estás absolutamente en lo cierto —comentó—. Absolutamente. Y tal vez yo me encuentro más cerca que nunca.

Esperaron en la tienda. Al principio, después de la tortura del sol, el interior parecía una cueva fresca.

—Lo siento —dijo Harry.

Ella lo besó.

—¿Cómo es posible que vieras un niño jugando en el barro y…?

—Es lo que suele suceder en mi trabajo. Yo no llego a la conclusión, sino que ésta llega a mí. De todas formas, no estamos seguros de que yo tenga razón, ¿no?

—Así es.

Leslau había estudiado cuidadosamente la superficie de la colina más pequeña. Había hecho que el estudiante y los dos peones abandonaran la tarea de rellenar las zanjas y les había indicado que cavaran en tres sitios diferentes de la ladera norte, cada uno de los cuales se encontraba cerca de un pequeño hueco.

Les explicó que ese tipo de hendidura en la superficie podía indicar que en algún punto, más abajo, la tierra se había asentado junto a un objeto o estructura sólida.

—¿Esto llevará mucho tiempo? —preguntó Tamar.

Leslau se encogió de hombros.

—Tal vez horas, tal vez días. En un tel, cada capa se forma encima de las ruinas que dejan los humanos. Las casas pueden derrumbarse, pero el material queda. La lluvia y el viento acarrean desperdicios hasta el lugar, y la mezcla se enriquece mediante una sucesión de vegetación en descomposición. Cuando el hombre vuelve a ocupar el emplazamiento, construye una segunda capa sobre el humus que cubre la primera, y así sucesivamente. El grosor de las capas varía. Si esta pequeña colina es un tel, y las huellas de su más reciente habitación están cubiertas por una capa delgada, entonces podemos tener la suerte de encontrarlas rápidamente. Si el estrato del sitio en el que cavamos es muy grueso… podría llevar mucho tiempo.

Harry y Tamar decidieron quedarse allí el resto del día y observar.

Ella logró relajarse gracias a la lectura. Él estaba nervioso y se dedicó a lustrar el granate, aunque ya lo había pulido transformándolo en una belleza roja. Él y Leslau hablaban de vez en cuando, pero ninguno de los dos tenía ganas de entrar en conversación. Se sentaron en las sillas de tijera alrededor de la bolsa de lona para el agua que colgaba de un caballete de la tienda, como si fueran tres taciturnos habitantes de Nueva Inglaterra alrededor de una salamandra. De vez en cuando, uno de los que cavaban entraba en la tienda, sudoroso y maloliente, para beber y hacer un descanso. El estudiante de la escuela para graduados y uno de los árabes eran jóvenes, pero Leslau dijo que el árabe de mediana edad era el que trabajaba mejor.

Cuando el mayor de los peones entró en la tienda para descansar, Harry le dijo que se quedara un rato.

—Yo ocuparé su lugar.

—No —dijo Leslau en tono brusco. Él y Harry se miraron—. Ellos están acostumbrados a esto, y tú no —añadió Leslau.

Harry tampoco estaba seguro de que fuera una buena idea, pero ya había salido y empezaba a subir la colina. El árabe salió y se sentó a la sombra de la tienda, sonriente.

Al principio no le fue mal, pero enseguida se dio cuenta de que tenía problemas.

Hacía años que no manejaba un pico y una pala. Recordó que mantener un ritmo ayudaba. El pico se elevaba y caía.

Para empezar, tenía las palmas de las manos suaves. La respiración no suponía un problema porque respiraba como un corredor, pero para correr empleaba un conjunto diferente de músculos.

Y el sol suponía una gran diferencia. Poco después, cuando levantó la vista, el paisaje adoptó un aspecto mate y desvaído, como una mala película en una vieja pantalla de televisión en blanco y negro.

Finalmente, Leslau subió por la colina.

—Acabemos con esta tontería —dijo. Siguió a Harry hasta la tienda y lo vio desplomarse sobre la alfombra de rezo hecha jirones, donde se quedó mientras se le secaba el sudor. Tenía la impresión de que lo habían sumergido en sal, y en las palmas de las manos le salieron unas ampollas que parecían uvas cortadas por la mitad.

Ella lo observaba, no con preocupación sino con un interés contemplativo que a él le pareció un tanto inquietante.

Leslau había despachado la mayor parte de las provisiones, pero aún le quedaba un par de latas de pollo, y compartieron las manzanas que con el calor se habían vuelto harinosas.

El alboroto que llegó desde la colina les hizo abrigar esperanzas, pero sólo se trataba de una discusión del estudiante con los árabes, que no querían volver a trabajar después de comer, a menos que pudieran tomar café. Finalmente el mayor de los dos peones lo preparó en un hornillo de campaña, dentro de un hermoso cazo abollado con pico alargado, tan viejo que el cobre aparecía por debajo del níquel gastado.

Harry le preguntó al hombre si quería vendérselo, y Tamar dijo algo en árabe.

—¿Qué le has dicho?

—Le he dicho que eso vale mucho dinero, y le he aconsejado que no lo venda demasiado barato.

El hombre preguntó en árabe si Harry le pagaría lo suficiente para que pudiera comprarse una casa nueva.

—Sólo quiero comprarle el cazo. No quiero casarme con su hermana.

Evidentemente, el peón entendió lo que decía porque respondió de inmediato.

—El cazo, como su hermana, perteneció a su padre —tradujo Tamar—. Dice que no venderá ninguno de los dos.

El café era bueno y la respuesta lo hizo aún mejor. Pero poco después de que se reanudara la tarea, Harry se dio cuenta de que se había hecho tarde.

—Debo regresar a Jerusalén —anunció. Miró a Leslau con cierta inquietud. Algo bueno se había estropeado entre ellos cuando él decidió subir la colina.

Leslau sacó una botella de whisky de debajo de su cama y se la ofreció.

—¿Un poco, antes de marcharos?

Tamar sacudió la cabeza.

—Yo tomaré un poco —aceptó Harry.

—¿Estás seguro de que te has recuperado del calor? —le preguntó Tamar—. De lo contrario es lo peor que puedes hacer.

—Estoy muy bien.

Bebieron en vasos de plástico. Harry estaba muy bien, pero el alcohol lo afectó de inmediato, tal vez a causa del calor. Pensó que seguramente por eso aquí bebían tan poco whisky de cereal; por eso y por el precio.

Leslau volvió a llenar los vasos y siguieron bebiendo.

—¿El lavabo? —preguntó Harry.

—Yo te acompañaré.

Las sombras empezaban a alargarse.

—¿Por qué tenías que hacer el trabajo de ese pobre peón? —le preguntó Leslau. En parte era el alcohol el que hablaba—. ¿No podías dejar que él hiciera su insignificante experiencia sin intentar apropiarte de ella? ¿Qué clase de enfermedad tienes?

—No es una enfermedad —puntualizó Harry.

Se alejaron un poco más y permanecieron uno junto al otro mientras orinaban.

Harry se sacudió las últimas gotas.

—Lo que ocurre, simplemente, es que a veces no puedo resistir la tentación de ser un imbécil.

Se miraron.

Leslau sonrió burlonamente.

—Creo que aún te quedan esperanzas.

Cuando regresaron a la tienda, todo volvía a estar bien entre ambos.

Pero en la ladera de la colina volvía a producirse un verdadero alboroto. Los otros dos excavadores estaban arrodillados junto a la excavación del árabe más joven.

—¿Qué ocurre ahí? —exclamó Leslau, y ambos se precipitaron colina arriba.

Nadie respondió. Ahora los dos árabes estaban en la cavidad, trabajando enérgicamente, haciendo saltar la tierra.

La excavación tenía casi dos metros de profundidad, pero Harry no pudo ver bien el fondo hasta que subió el hombre más joven. El mayor de los árabes trabajaba cuidadosamente con el pico, y pronto lograron ver unas rocas talladas, casi en forma de adoquines, primero una capa y debajo de ésta una segunda, y más abajo la parte superior de una tercera fila de piedras, donde unas manos las habían puesto alguna vez, aún intactas y a plomo.

Era una pared.

Harry, Tamar y David caminaron por el desierto.

—Pensadlo —dijo Leslau entusiasmado—. Después de todo, tal vez podamos encontrar su legado. ¿No es casi como si los vierais? Mientras un ejército enemigo se acercaba a toda velocidad, ellos se llevaron las cosas más valiosas del Templo, riquezas tales como el diamante amarillo que tú buscas, Harry, y los objetos más sagrados los ocultaron bajo tierra y registraron los escondites en un manuscrito de cobre.

—Y dos mil quinientos años más tarde, tú sacas el manuscrito de debajo de la tierra —agregó Tamar.

—¿Crees que han sido violados muchos genizot como el del valle de Achor, donde fue escondido el diamante? —preguntó Harry.

—La mayor parte de los objetos aún están bajo tierra. Lo sé, lo siento en los huesos. Pero estoy seguro de que una serie de escondites están en territorio ocupado. Si se produce un giro inesperado de la situación, podría quedar establecido allí el estado de Palestina, y en ese caso nunca más podría volver a excavar en busca del legado. Por eso tengo que cavar a toda prisa ahora, cuando de repente, gracias a Tamar, tenemos un mapa que nos llevará a un genizah. Señaló el punto en el que las rocas esqueléticas de la colina de piedra caliza se esparcían por el desierto. —El agua fluía en una dirección, y podemos seguir el detrito hasta el punto en que empezó. Cuando sepamos dónde estaba el pie de la colina, nos encontraremos ante una red arqueológica sobre la que podremos trabajar. Allí abajo, en algún lugar, a unos veintitrés codos, está la primera de las cosas que estoy buscando.

Contempló las colinas de color púrpura. Levantó un puño.

Hehrt, alte momserim! ¡Escuchadme, malditos cabrones! —gritó—. ¡Voy a encontrarlos! —Volvió a levantar los puños, dirigiéndolos hacia… ¿hacia dónde?

—¿David? —dijo Tamar suavemente.

Leslau parpadeó. Dio media vuelta y regresó a la tienda.

Más tarde, cuando Harry le preguntó si les permitiría echar un vistazo al original del manuscrito de cobre, quedó desconcertado.

—Ahora no es necesario. Debemos darnos una oportunidad y hacer una excavación.

Harry sacudió la cabeza.

—No se trata de tu trabajo. Es por el diamante. Quiero analizar el fragmento que describe el genizah donde fue escondido ese diamante. Parte de la reproducción fotográfica que he utilizado es ilegible.

Leslau se encogió de hombros.

—John —llamó al estudiante—, vuelve a Jerusalén con esta gente y consígueles lo que necesitan. Y dile a aquéllos que quiero tener ese camión aquí por la mañana.