9 DE SEPTIEMBRE DE 2012
CAMBRIDGE, MASSACHUSETTS
Un gemido sordo salió del cuarto de baño.
Gabriel abrió los ojos, confuso. Por un momento no supo dónde estaba. Al oír un nuevo gemido, se levantó y fue tropezando en la oscuridad hasta la puerta del baño.
—Cariño, ¿estás bien?
Abrió la puerta y se encontró a Julia doblaba, agarrándose con tanta fuerza a la encimera del lavabo que tenía los nudillos blancos. Estaba respirando profundamente.
—¿Quieres que llame a Rebecca? —Gabriel se volvió, dispuesto a echar a correr escaleras abajo.
—No, llama al hospital.
—¿Y qué les digo?
—Que creo que estoy de parto.
Él se asustó. Empezó a hacerle preguntas a toda velocidad, mientras buscaba las gafas y el móvil en el dormitorio para llamar al Servicio de Maternidad del hospital Mount Auburn.
—¿Has roto aguas? —le preguntó poco después, siguiendo las instrucciones de una enfermera.
—No. Tu tarima sigue intacta.
—Muy graciosa, Julianne. ¿Ha empezado el parto?
—Eso creo. Las contracciones son fuertes y regulares —respondió, tratando de respirar hondo y de relajarse, tal como había practicado con su profesora de yoga, que le había asegurado que funcionaría.
(Estaba empezando a plantearse pedirle que le devolviera el dinero).
—¿Cada cuántos minutos tienes contracciones?
—Cada seis —respondió ella, molesta.
Estaba tratando de concentrarse en la respiración y las constantes preguntas de Gabriel (por mucho que lo amara) no la estaban ayudando.
—La enfermera dice que debemos ir al hospital inmediatamente. Ya tengo tu bolsa y la canastilla del bebé. ¿Estás lista? —preguntó Gabriel, tratando de aparentar calma y acariciándole la espalda por encima de la amplia camiseta.
—Sí, vamos. —Enderezándose, miró a su esposo de arriba abajo—. No puedes ir así.
—¿Por qué no? —se sorprendió él, peinándose un poco con los dedos para que pareciera que había dormido toda la noche. Luego se pasó los dedos por la cara—. Ahora no tengo tiempo de afeitarme.
—Mírate.
Gabriel se miró en el espejo. Para su sorpresa y disgusto, se dio cuenta de que iba sólo con ropa interior, con unos bóxers descarados que llevaban impresa la frase «Los medievalistas lo hacen en la (era de la) Oscuridad» en letras fosforescentes.
—Mierda. Dame un minuto.
Julia lo siguió bamboleándose, sin poder aguantarse la risa.
—A Scott le gustará saber que su regalo de Navidad nos ha acompañado al hospital. Al menos, si se va la luz, podremos encontrarte. Sólo tendrás que bajarte los pantalones.
—Estás muy chistosa hoy, señora Emerson.
Ella siguió riéndose. Ese faux pas estilístico le parecía de lo más gracioso.
Durante las dos últimas semanas, había dejado de usar la lencería que habían comprado en Agent Provocateur con la excusa de que no la abrigaba lo necesario. Gabriel había replicado que los pantalones de yoga y las camisetas eran un agravio a su atractivo sexual y le había sugerido que se arrimara a él si tenía frío. Pero Julia había preferido abrazarse a su almohada corporal.
—Esos bóxers medievales son un agravio a tu atractivo sexual —lo provocó, sujetándose el vientre mientras se reía a carcajadas.
Él la fulminó con la mirada mientras se ponía una camisa y unos vaqueros. Luego la sujetó por el codo y se pusieron en marcha. Al pasar frente al cuarto del bebé, tuvieron que detenerse por una nueva contracción.
Gabriel encendió la lámpara de la habitación, un candelabro blanco y rosa, para verle la cara.
—¿Duele mucho?
—Sí. —Julia trató de distraerse apoyándose en el marco de la puerta y mirando la habitación.
Ella se habría conformado con comprar los muebles y los accesorios para la niña en Target, pero Gabriel había insistido en que fueran de Pottery Barn.
(Entre paréntesis, debe destacarse que Julia siempre se refería a Pottery Barn como Protestant Barn, ya que le parecía que todos sus muebles eran el vivo retrato de la cultura WASP o, lo que es lo mismo, la cultura blanca, anglosajona y protestante. Los muebles le parecían preciosos, pero demasiado caros).
Entre los que compraron y los generosos regalos de sus parientes y amigos, habían convertido una de las habitaciones de invitados en una tranquila habitación infantil. Julia había elegido el verde salvia como tono para las paredes y el blanco para la ebanistería y las molduras del techo. Una original alfombra con flores en rosa, amarillo y verde pastel cubría la tarima de roble.
—Es mi habitación favorita del mundo entero —susurró, mirando las calcomanías de Winnie the Pooh que habían pegado en la cuna y el cambiador a la espera de que unos curiosos ojitos las miraran.
—La está esperando. —Gabriel sonrió—. Está esperando a nuestro Rollito de primavera.
Cuando la contracción hubo pasado, él le dio la mano, la ayudó a bajar la escalera y a subir al Volvo, donde Gabriel ya había hecho instalar una sillita de bebé. Antes de ponerse en marcha, le envió un SMS a Rebecca, poniéndola al corriente y asegurándole que se mantendría en contacto.
Poco después llegaron al Bain Birthing Center, la sección de maternidad del hospital Mount Auburn. Una vez que estuvieron instalados en su habitación, Gabriel se obligó a adoptar una actitud tranquila. No quería que Julia notara lo nervioso que estaba ni los miedos que le atenazaban las entrañas.
Pero ella lo sabía igualmente. Conocía sus temores y por eso le apretó la mano y le dijo que la niña y ella estarían bien.
Durante la exploración, Gabriel no le soltó la mano. La obstetra de guardia les dijo que Rollito de primavera venía atravesada y que esperaba que cambiara de postura cuando llegara el momento de salir.
La enfermera Tracy se encargó de distraer a Gabriel, que estaba a punto de pedir una explicación detallada de la posición atravesada, enseñándole a leer el monitor para que pudiera avisar a Julia de cuándo la contracción llegaba a su pico y cuándo estaba a punto de acabar.
Ella agradeció que lo entretuvieran, pero eso no impidió que él buscara en el iPhone información sobre la postura atravesada y el modo de afrontarla.
(Debe señalarse que, a esas alturas, Julia deseó que se hubiera dejado el dichoso trasto en casa).
Por suerte, la medicación para el dolor que le habían dado le permitió adormecerse.
***
—¿Julianne?
Cuando abrió los ojos, vio a su marido inclinado sobre ella, mirándolo con expresión preocupada.
Ella le dirigió una sonrisa débil que casi le partió el corazón.
—Te estabas quejando.
—Debía de estar soñando.
Levantó la mano y él se la cogió, llevándosela a los labios para besarla.
—Mis anillos —musitó ella, señalando el anillo de boda de Gabriel—. ¿Los he perdido?
Él le acarició los dedos desnudos.
—Te los quitaste hace meses, ¿recuerdas? Se te hinchaban los dedos y tenías miedo de no poder quitártelos más adelante. Te los colgaste de la cadena que te regalé hace un año en el huerto de manzanos.
Ella se llevó la mano al cuello.
—Lo había olvidado. La guardé en el joyero anoche.
—Tuviste una premonición. Rollito de primavera ya casi está aquí.
Julia cerró los ojos.
—Pensaba que no iba a haber nada más sacrificado y absorbente que el programa de estudios de Harvard. Pero me equivocaba.
A Gabriel se le hizo un nudo en el estómago.
—Dentro de nada podrás volver a la universidad. Rebecca y yo te ayudaremos.
Julia hizo un ruido aprobatorio con la boca cerrada.
—Ya sé que era demasiado pronto para tener un hijo —le susurró él al oído—. Lo siento.
—Ya lo hemos hablado. A veces las sorpresas son lo mejor.
—Haré lo que haga falta para compensártelo.
—Tener una hija contigo no es ningún problema. Excepto por el dolor —hizo una mueca.
Gabriel le pegó los labios a la frente.
—He llamado a mi padre. Le he pedido que avise a tu padre y a Diane. No creo que puedan venir con Tommy, pero Richard se ofrecerá a traerlos.
Ella asintió, pero no abrió los ojos.
—Bien —dijo.
Mientras Julia echaba otro sueñecito, la obstetra trató de tranquilizar a Gabriel explicándole que era bastante habitual que el bebé se atravesara. A veces se colocaba bien por sus propios medios; otras veces había que ayudarlo. No tenía de qué preocuparse.
Él agradeció mucho las explicaciones de la doctora, pero siguió intranquilo. Sacó fuerzas pensando en el futuro que lo esperaba. Pronto conocería a su hija y podría empezar a ser padre.
Mientras Julia yacía en la cama del hospital, medio dormida y soñando, Gabriel recorría la habitación de un lado a otro. Se la veía tan pequeña en la enorme cama de hospital… tan frágil.
Tan joven.