DICIEMBRE DE 2011
CERCA DE ESSEX JUNCTION, VERMONT
Dos noches antes de Navidad, Paul estaba trabajando en el establo, sumido en sus pensamientos.
(Entre paréntesis, debe mencionarse que también estaba sumido en otra cosa. Algo orgánico).
—Hola.
Su hermana Heather había entrado en el establo en silencio y lo estaba mirando con los brazos cruzados sobre el pecho.
—Hola tú —la saludó él, mirándola por encima del hombro—. ¿Qué haces?
—Chris tenía que ocuparse de uno de los caballos de los Anderson. Creen que tiene cólico, así que estará fuera toda la noche. Le he pedido que me dejara aquí. ¿Cómo estás?
—Bien.
—Pues no lo parece. —Le clavó la mirada en la espalda hasta que él se la devolvió.
—Es que estoy un poco preocupado por las entrevistas. He concertado citas con representantes de seis facultades distintas en la convención de la Asociación de Idiomas Modernos, en enero. Es mucha presión.
—Ya. —Heather miró a su hermano con escepticismo.
—Una de las entrevistas es para trabajar en la Universidad de St. Mike. Si me contrataran, podría seguir ayudando a papá los fines de semana.
—Eso sería fantástico. Le pediré a san Miguel que interceda por ti para que consigas el trabajo.
Ladeando la cabeza, Heather escuchó la música que sonaba una y otra vez. Era una versión de In the Sun. Cada vez que acababa, volvía a empezar.
—Si tienes buenas perspectivas de trabajo, ¿por qué estás escuchando eso? Me dan ganas de cortarme las venas… y acabo de llegar.
Él la fulminó con la mirada y se alejó.
Heather lo siguió.
—Me encontré con Ali el otro día en Hannaford’s.
—Ajá.
—¿Por qué no la invitas a salir?
—Salimos de vez en cuando.
—Me refiero a una cita, no a veros como amigos.
—Rompimos —dijo él con una mueca—. Hace un par de años.
—Chris quiere que vayamos a hacer snowboard en Año Nuevo. Alquilará un apartamento para que no tengamos que subir y bajar cada día. Invita a Ali y venid con nosotros.
—No es buena idea.
Alargando el brazo, Heather detuvo a su hermano, que estaba a punto de alejarse una vez más.
—Sí es buena idea. Invítala.
—No podemos dejar a mamá aquí sola.
—Por eso mismo contrataste a alguien, Virgilio —replicó ella con una sonrisa descarada.
—Yo no soy Virgilio. Soy Dante —murmuró.
—¿Qué?
—Nada. —Se volvió.
—Vamos a ver, grandullón. Tienes que relajarte. Te estás obsesionando con tus problemas. De tanto darles vueltas, se están infectando y van a empezar a supurar. —Con una sonrisa traviesa, empezó a hacerle cosquillas, repitiendo—: Supurar, supurar, supurar.
Paul le dio un golpecito en las manos para que parara.
—¿Si digo que sí me dejarás en paz de una vez?
—Por supuesto.
—Bien. Pues lárgate.
—Bien —repitió ella, imitando su tono de voz—. Voy a preparar café. Cuando vengas, espero que la llames.
Cuando Heather desapareció del establo, Paul se quedó quieto un momento, preguntándose qué acababa de aceptar.