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¿Cómo está el bebé? —preguntó Rachel inclinándose sobre la mesa del comedor de la antigua casa de sus padres.

Faltaban dos noches para Navidad. Julia acababa de reunirse con la familia de Gabriel tras hablar con su padre por teléfono.

—Está bien. Supongo que en su caso es normal que tenga que quedarse un mes en el hospital. Le darán el alta en enero.

—Debe de ser duro para Diane y tu padre.

—Lo es, pero al menos están cerca de él. Papá iba a pedir una excedencia de Susquehanna, pero le han dado la baja por paternidad. Pagada. —Julia sonrió—. No se puede negar que su jefe lo cuida.

—¿Y la factura del hospital? —inquirió Rachel, bajando la voz.

—Un ángel de la guarda se ocupará de lo que no cubra el seguro. —La mirada de Julia se dirigió un momento hacia su esposo antes de volver a su amiga.

—Algunos ángeles de la guarda son puñeteramente dulces.

—¿Qué andáis cuchicheando por aquí? —Gabriel se unió a la conversación.

Julia sonrió.

—Hablamos de mi hermanito. Me muero de ganas de comprarle su primera gorra de los Red Sox.

Gabriel hizo una mueca.

—Tu padre la quemará. Él es hincha de los Phillies.

—No la quemará porque será un regalo mío. Soy la hermana mayor.

—Las hermanas son importantes —le dijo Rachel a Gabriel solemnemente—. Tenlo en cuenta cuando vayas a comprarme un regalo de Navidad.

—Intentaré estar a la altura —contestó él y, echando la silla hacia atrás, se levantó y alzó el vaso de agua.

Todo el mundo dejó lo que estaba haciendo, incluido Quinn, que se quedó mirando a su tío desde la trona.

—Tenemos muchas cosas por las que dar gracias. —Gabriel buscó a Julia con la mirada. Luego fue mirando a cada uno de los asistentes: sus hermanos, las parejas de éstos y finalmente su padre, sentado a la cabecera de la mesa—. Durante cenas como ésta, mamá solía obligarnos a decir por qué dábamos gracias. Yendo al grano, diré que doy las gracias por mi preciosa esposa, mi nuevo empleo y por mi nuevo cuñado, Tommy.

Los adultos alzaron sus copas de vino y brindaron a la salud del recién nacido.

—Sé que todos oísteis mi discurso en la boda de Rachel y Aaron —añadió, con voz emocionada—, pero me gustaría repetir una parte.

Todo el mundo asintió.

Al ver que temblaba ligeramente, Julia le dio la mano y se sintió reconfortada al notar que él se la apretaba.

—Esta noche estaría incompleta si no tuviésemos un recuerdo para nuestra madre, Grace.

»Grace era hermosa y estaba llena de gracia. Era una esposa amantísima y una madre devota. Su capacidad para el bien y la compasión no tenían límites. Era generosa, amable y misericordiosa.

»Me abrió las puertas de su casa. Cuando me quedé sin madre, ella estuvo allí, aunque sé que fui un joven difícil. Me enseñó lo que es amar a alguien incondicionalmente. Sin ella y sin papá, probablemente estaría muerto.

Hizo una pausa, durante la cual miró a Julia y a Richard.

—Recientemente he tenido la oportunidad de averiguar más cosas sobre mis padres biológicos, entre ellas la herencia judía por vía de mi abuelo paterno. Cuando elegí leer un fragmento de la Biblia hebrea en la boda de Rachel y Aaron, no conocía mis orígenes. Ahora, ese texto adquiere aún más significado. Como dije entonces, me parece que refleja a la perfección el amor de Grace por su familia.

Soltando la mano de Julia, sacó un trozo de papel del bolsillo y empezó a leer:

Una mujer virtuosa, ¿quién la encontrará? Es mucho más valiosa que las perlas.

En ella confía el corazón de su marido, y no será sin provecho.

Le produce el bien, no el mal, todos los días de su vida.

Al ver la sorpresa y el amor en los ojos de Julia, el mundo se detuvo durante un instante.

Se busca lana y lino y lo trabaja con manos diligentes.

Es como nave de mercader que de lejos trae su provisión.

Se levanta cuando aún es de noche, da de comer a sus domésticos y órdenes a su servidumbre.

Hace cálculos sobre un campo y lo compra; con el fruto de sus manos planta una viña.

Se ciñe con fuerza sus lomos y vigoriza sus brazos.

Siente que va bien su trabajo, no se apaga por la noche su lámpara.

Echa mano a la rueca, sus palmas toman el huso.

Alarga su palma al desvalido, y tiende sus manos al pobre.

No teme por su casa a la nieve, pues todos los suyos tienen vestido doble.

Para sí se hace mantos, y su vestido es de lino y púrpura.

Su marido es considerado en las puertas, cuando se sienta con los ancianos del país.

Hace túnicas de lino y las vende, entrega al comerciante ceñidores.

Se viste de fuerza y dignidad, y se ríe del día de mañana.

Abre su boca con sabiduría, lección de amor hay en su lengua.

Está atenta a la marcha de su casa, y no come pan de ociosidad.

Se levantan sus hijos y la llaman dichosa; su marido, y hace su elogio:

«¡Muchas mujeres hicieron proezas, pero tú las superas a todas!».

Os pido a todos un brindis en memoria de nuestra madre, Grace.

Cuando acabaron de beber, no había ni un solo ojo seco en la sala.