ABRIL DE 2010
SELINSGROVE, PENSILVANIA
El teléfono móvil de Gabriel empezó a sonar. Alargó la mano para cogerlo y ver quién era. Julianne lo había llamado varias veces desde que la dejó en Toronto. Aunque se torturaba escuchando los mensajes que le dejaba en el buzón de voz, no podía arriesgarse a hablar con ella.
«El uno de julio. Si puedo aguantar hasta el uno de julio, estará a salvo».
La pantalla indicaba que era un número oculto. Gabriel se imaginó en seguida de quién se trataba.
—Jack —dijo con voz ronca.
—Chica localizada. Novio encontrado. Tenemos que quedar.
Gabriel se frotó los ojos.
—¿No puedes encargarte tú solo? Para eso te pago.
Jack maldijo.
—No me fío de ti. Tom dice que le has roto el corazón a mi sobrina. Debería estar dándote una paliza en vez de trabajando para ti.
—No lo haces por mí —le espetó Gabriel—. Lo haces por ella. Esa chica trató de chantajearla. Y él le dio un jodido mordisco y estuvo a punto de violarla. ¿Y resulta que el malo soy yo?
—Restaurante Melrose Diner, Filadelfia del Sur. Mañana a las nueve de la mañana —dijo Jack y colgó.
—Joder.
***
Jack Mitchell era investigador privado. Al menos ésa era la ocupación que figuraba en sus declaraciones de impuestos. Era un ex marine que trabajaba en la investigación privada y colaboraba con diversas fuerzas de seguridad.
O, para decirlo de otra manera, ayudaba a los ricos a librarse de todo tipo de amenazas, entre ellas el chantaje.
Jack era el hermano menor de Tom Mitchell. Éste acudió a él cuando su amigo Richard Clark se vio en la necesidad de pagar una deuda de droga que había contraído su hijo. Jack y sus contactos se encargaron de entregar el dinero de Richard —el dinero que había obtenido hipotecando la casa familiar de Selinsgrove— y convencieron a los traficantes de que se olvidaran del nombre de Gabriel Emerson.
Jack podía ser muy convincente.
Por eso, cuando Gabriel necesitó a alguien que se ocupara de alejar a cierta pareja de Julianne, no dudó en contactar con él. Localizarlo no fue fácil, pero tras unas cuantas llamadas telefónicas lo logró.
A pesar de las negativas iniciales de Jack, cuando vio las fotos de lo que el hijo del senador le había hecho a su sobrina, accedió a encargarse del asunto. Siguió a Simon y a la pelirroja a la que éste se tiraba en su viaje desde Filadelfia a Washington D. C. Poco después, había logrado reunir un dosier lo suficientemente grueso como para mostrárselo a Emerson. Jack consideraba que era lo bastante incriminatorio como para que su sobrina no tuviera que volver a preocuparse del niño rico y la pelirroja.
Cuando se reuniera con Emerson, le haría algunas sugerencias sobre cómo usar esa información para obtener los mejores resultados. Esperaba poder disponer de unos cuantos minutos a solas con el niño rico. Alguien tenía que darle una lección a ese hijo de puta.
***
Jack deslizó un sobre sobre la mesa en dirección a Gabriel.
—Es para compensar y neutralizar lo que ellos tienen. Hemos mantenido una conversación y les he contado lo que pasará si no nos entregan el material sobre Julia. El senador Talbot pretende llegar a la Casa Blanca. Seguirán nuestras instrucciones. Fin de la historia.
—¿Qué es esto? —preguntó Gabriel, mirando un montón de fotografías en blanco y negro en las que se veía al hijo del senador en algún tipo de práctica sexual. En algunas estaba acompañado de dos mujeres.
Todas las fotos le resultaron repulsivas.
—Chicas de buena familia, mocosas hijas de políticos y una estudiante en prácticas de la oficina del senador. —Jack señaló la cara de una joven.
Gabriel hizo una mueca de repugnancia.
—Es muy joven. ¿Universitaria?
—No ha acabado el instituto.
—¿Es menor?
Los dos hombres intercambiaron una mirada.
—Diecisiete.
—¡Joder! —exclamó Gabriel—. Ese tipo es un depredador. ¿Está implicado el senador?
—Sabe que su hijo es un peligro. Tiene a gente vigilándolo.
—¿Y no han hecho nada para detenerlo?
—En mi radar no ha aparecido nada. No entiendo cómo lo dejan tan suelto. Le dio alcohol y drogas a una chica de diecisiete años y luego se acostó con ella. Está todo en las imágenes.
—¡Qué hijo de puta! —Gabriel volvió a guardar las fotos en el sobre y se las dio.
—Te devuelvo el dinero. No quiero cobrar por esto.
Jack se guardó las fotos en un bolsillo interior de la cazadora y sacó un sobre más pequeño.
Gabriel lo rechazó con un gesto de la mano.
Jack se lo dejó al lado de la taza de café.
—Mi sobrina ya no es de tu incumbencia.
Enfadado, Gabriel le dirigió una mirada.
—Siempre será de mi incumbencia.
Jack entornó los ojos.
—Conozco a los tipos como tú. Se gastan una fortuna en polvos blancos que se meten por la nariz. Maldición, si casi lograste que os mataran a ti y a tu padre. —Negó con la cabeza—. Me alegro mucho de que ya no estés con mi sobrina.
—Pues coge el dinero —insistió Gabriel, respirando hondo y luchando para resistirse a la tentación de golpear la cabeza de Jack contra la mesa.
—Tom debería haberse ocupado de esto. Según yo lo veo, no ha cumplido con su obligación.
—No sé de qué te extrañas. No es la primera vez que no lo hace. Y si te preocupas tanto por tu sobrina, ¿por qué coño no la rescataste de su madre? Podrías haberle ahorrado la cicatriz que tiene en la cabeza.
Jack se ruborizó.
—¿Te contó eso?
—Por supuesto.
—Joder.
—No espero que lo entiendas —dijo Gabriel con una mirada glacial—, pero por razones que no puedo contar, no podemos estar juntos. Sin embargo, entraría en el infierno a buscarla si fuera necesario. Y que me maten si pienso permitir que un hijo de puta la humille, por muy senador que sea su padre.
»¿No quieres el dinero de un cocainómano que le ha roto el corazón a tu sobrina? Vale. Pero haz tu trabajo y hazlo bien, o encontraré a otro que te sustituya. —Metiéndose el dinero en el bolsillo, empezó a levantarse.
Jack alargó una mano para detenerlo.
—Te llamaré cuando esté hecho.
—Bien. Y esto queda entre nosotros.
El otro hombre lo miró sorprendido.
—¿No quieres que ella se entere?
Gabriel se tensó.
—Lo único que importa es su seguridad. Sin chantajes, sin represalias. Que desaparezcan de su vida para siempre. Que duerma tranquila por las noches.
Los dos cruzaron una larga mirada. Sin despedirse, Gabriel salió del local.