Una semana después de la operación, Gabriel volvía a ser el de siempre. Aunque estaba malhumorado y gruñón por la falta de sexo.
(Hay quien diría que, para Gabriel, estar malhumorado y gruñón era estar como siempre).
Julia lo soportaba a su manera: con buen humor que rayaba en la santidad. Claro que el hecho de que estuviera recibiendo una dosis regular de orgasmos, cortesía de su esposo, podría tener algo que ver con su estado de ánimo.
—Ha llegado carta de Katherine. —Gabriel señaló con la cabeza hacia la mesa de la cocina, donde estaba la pila del correo del día.
Julia cogió el pequeño sobre blanco enviado por la profesora Katherine Picton desde el All Souls College, en Oxford.
—Sigue en Inglaterra. Pensaba que estaría ya de vuelta en Toronto.
Gabriel acercó una silla y empezó a revisar el resto del correo, esperando que no hubiera más sorpresas.
—Su contrato era por un año. Abre la carta a ver qué dice.
Tras ponerse las gafas, Julia abrió el sobre y empezó a leer:
Queridos Gabriel y Julianne:
Espero que al recibo de esta carta estéis bien.
En Oxford me han tratado estupendamente y estoy satisfecha con la investigación que he podido realizar. Recuerdo con cariño los días que pasamos juntos durante el simposio y espero que podamos volver a vernos pronto.
Tal vez os hayáis enterado ya de que Greg Matthews me ha invitado a dar una serie de conferencias en Harvard a finales de enero. Según parece, también ha invitado a Jeremy Martin a dar una charla.
Espero veros a los dos durante mi estancia. También confío en que me libréis de los horribles gustos culinarios de Greg.
Vuestra siempre,
Katherine
—¿Qué cuenta? —Gabriel miró a su esposa por encima de las gafas.
—Dice que vendrá a Harvard en enero. No sabía nada. ¿Tú sí?
—No, nada oficial. ¿Qué más dice?
Julia le pasó la carta.
Gabriel la leyó rápidamente y frunció el cejo.
—Jeremy.
—Sí.
Dejó la carta sobre la mesa.
—No me apetece nada encontrarme con él. Sigue enfadado conmigo por haber dimitido.
—¿No podéis arreglar las cosas?
—No lo sé. Fuimos buenos amigos, pero ya no es así. Ya veremos. —Gabriel le apartó el pelo de la cara y se lo echó por detrás del hombro—. No te preocupes por eso. Lo importante es que veremos a Katherine y que vendrá a cenar a casa. No le gustan los restaurantes que Greg elige.
Julia se quitó las gafas y las dejó sobre la mesa de la cocina antes de sentarse en el regazo de Gabriel.
—Sigo sin poder imaginarme a Katherine teniendo una aventura con una vieja momia de Oxford.
Gabriel se echó a reír.
—Yo tampoco. Pero el viejo Hut tenía fama de guapo en su época. He visto fotografías.
—Pero no lo entiendo. Ella tenía que saber que lo que hacían no estaba bien. No sólo iba a perjudicar su carrera; es que él estaba casado.
Gabriel le dio un golpecito en la punta de la nariz.
—Creo que estaba enamorada.
—Eso no arregla nada.
—Lo que hicimos nosotros tampoco estuvo bien, ¿ya lo has olvidado? —le preguntó él, bajando la voz.
—Tienes razón —admitió Julia, echándole los brazos al cuello—. Supongo que es fácil criticar a los demás y olvidarse de los propios defectos.
—Si sentía sólo una décima parte del amor que yo siento por ti, entiendo que siguiera los dictados de su corazón, aunque se apartara del camino correcto.
»Sin embargo, ahora que estoy casado, me pongo en el lugar de la señora Hutton. Si alguien tratara de apartarte de mí… —maldijo en voz baja.
—Te quiero más ahora que antes de casarnos —dijo Julia, pensativa—. El matrimonio es muy extraño. No acabo de entenderlo, pero siento que nuestras vidas y nuestros corazones se van uniendo cada vez más.
—El matrimonio es un sacramento —afirmó Gabriel, solemne—. Uno muy agradable, aunque estos días no podamos santificarlo con sexo.
—Las tres semanas ya casi han pasado.
—Será mejor que avises a tus profesores de que no irás a clase ese día —le susurró al oído.
Ella se estremeció.
—¿No iré?
—¿Crees que te dejaré salir de casa después de haber pasado tres semanas sin ti? —Le mordisqueó la oreja—. Tendrás suerte si te dejo levantarte de la cama.
—Me gusta cómo suena. —Julia le apoyó la cabeza en el hombro—. Sé que has estado haciendo averiguaciones sobre tu familia entre visita y visita al médico. ¿Has descubierto algo?
—Como te dije, le pedí a Carson que se encargara. Me dijo que buscaría el informe del forense sobre mi madre y toda la información médica que pudiera conseguir sobre mi padre y mis abuelos. De momento no se ha puesto en contacto conmigo.
—Nadie va a darle ese tipo de información a un abogado.
—Es posible que no —convino Gabriel, serio—, pero hay detectives privados que pueden ser muy convincentes. Tienen sus métodos.
—¿A qué te refieres?
—Me imagino que este tipo de información tiene un precio. Y cuando el dinero no es suficiente, hay otros sistemas para animar a la gente a hablar.
—Gabriel, ¿alguna vez has hecho algo así? ¿Has comprado información?
—Sí —respondió él rápidamente, sin parpadear.
—¿Te has arrepentido?
—No, en absoluto.
—¿Por qué?
—Porque lo hice por ti.
Ella se apartó para mirarlo de frente.
—No lo entiendo. ¿Qué clase de información compraste?
Él suspiró.
—Es una larga historia. Será mejor que nos pongamos cómodos.
Julia prefirió quedarse donde estaba, en su regazo.
—Reconozco que no tenía intención de contártelo, pero durante los últimos meses algo me decía que no debería ocultarte nada.
—¿Qué es lo que me has estado ocultando?
—Cómo me aseguré de que Simon y Natalie no volvieran a molestarte.
Ella abrió mucho los ojos, mientras Gabriel empezaba a contarle la historia.