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El día de la ecografía, Gabriel canceló sus clases para acompañarla.

—Lo siento, señor, pero no está permitido que entre.

Gabriel se irguió cuan alto era. Una mueca distorsionaba sus hermosos rasgos.

—¿Disculpe? —le preguntó a la técnica, mucho más bajita que él.

La mujer señaló un cartel colgado en la pared.

—Sólo puede pasar el paciente. La familia debe esperar fuera.

Gabriel puso los brazos en jarras, con lo que la chaqueta se le abrió amenazadoramente.

—Es mi esposa. No pienso dejarla sola.

—La ecografía media no suele durar más de treinta minutos. En seguida estará con ella. —La técnica le hizo un gesto a Julia con la cabeza—. Señora Emerson, ¿me acompaña?

Gabriel la agarró del brazo, deteniéndola.

—Iremos a otro hospital.

Ella cambió el peso de pie varias veces. Prácticamente estaba bailando.

—Me han hecho beber cinco vasos de agua. Me muero de ganas de hacer pipí. No me hagas volver a pasar por esto.

—No pienso dejarte sola —insistió él, con los ojos azules llameando.

—No podemos alargarlo más, Gabriel.

El tono de voz de su mujer pareció sacarlo de un trance. Parpadeó varias veces.

—¿Y si hay algún problema?

La técnica se aclaró la garganta y volvió a señalar el cartel.

—No estoy autorizada a comunicar el resultado de la prueba. Sólo el radiólogo puede escribir el informe. Y él se lo envía directamente a su médico.

Gabriel soltó unas cuantas maldiciones variadas y lanzó una mirada tan agresiva hacia la mujer que ésta sintió como si la empujaran contra la pared.

—Todo irá bien, cariño, pero si no quieres que me explote la vejiga aquí mismo, tienes que dejarme entrar —dijo Julia cruzando las piernas.

Gabriel la miró mientras desaparecía tras la puerta, sintiéndose furioso e impotente al mismo tiempo.

***

Dos días más tarde, Julia fue a la consulta de la doctora Rubio para conocer el resultado de la ecografía. Su marido la acompañó.

—Fibromas —anunció la doctora triunfalmente—. He leído el informe y he visto la ecografía. Estoy de acuerdo con el diagnóstico.

—¿Qué son fibromas? —preguntó ella, dándole la mano a Gabriel.

—Son tumores benignos que crecen dentro o fuera del útero. Son muy comunes. Según el informe, tienes dos.

—¿Dos? —preguntó Julia, asustada—. Pensaba que sólo era uno.

—Yo encontré uno durante el examen ginecológico. Al estar en la parte externa del útero, pensé que estaba en el ovario. Pero hay otro más pequeño más abajo, en la parte frontal del útero —explicó la doctora Rubio, haciendo un dibujo de las partes íntimas de Julia mientras Gabriel trataba de no desmayarse.

(Debe tenerse en cuenta que su amplio conocimiento en temas uterinos venía dado por experiencia práctica, no visual).

—El grande tiene unos cinco centímetros. El pequeño unos tres —aclaró, señalando el dibujo con el bolígrafo.

Julia se mareó un poco y apartó la vista.

—¿Hará falta operar? —preguntó Gabriel, ignorando el dibujo y clavando la mirada en los ojos de la doctora.

—No necesariamente. —La mujer se volvió hacia la paciente—. Si no molestan, solemos dejarlos. Te recetaré píldoras anticonceptivas. Las hormonas de la píldora frenan el crecimiento de los fibromas.

—¿Y los fibromas afectarán a la fertilidad?

La doctora Rubio releyó la historia clínica.

—Ah, sí, veo que queréis tener familia más adelante.

»Los iremos controlando. Al estar situados en la parte externa del útero, no creo que afecten. Sin embargo, si te quedaras embarazada habría que vigilarlos de cerca. Los fibromas suelen crecer durante el embarazo porque los niveles hormonales se disparan. Pueden ocupar parte del útero y forzar un parto prematuro. Pero ya nos ocuparíamos de eso llegado el momento.

»De momento, esto son buenas noticias. Me gustaría que volvieras dentro de seis meses para hacer una nueva ecografía de control. Ahora te doy una receta para la píldora y dentro de seis meses hablamos.

Julia y Gabriel intercambiaron una mirada antes de darle las gracias.

***

Esa noche, Gabriel estaba despierto en la cama, mirando el techo. Una inexplicable sensación de terror se había apoderado de él.

Con cuidado de no despertar a Julia, se levantó y fue al estudio. Encendió la luz, cerró la puerta y se dirigió al escritorio.

Minutos después estaba buscando «fibromas» en Google. Eligió una página que parecía seria y empezó a ver imágenes de fibromas extraídos mediante cirugía.

En ese momento se desmayó.