25

AGOSTO DE 2011

CERCA DE ESSEX JUNCTION, VERMONT

La tarde siguiente, Paul estaba sentado a la mesa de la cocina de la granja de sus padres, mirando fijamente la pantalla del ordenador. Eran casi las siete.

Había vuelto de Inglaterra hacía dos semanas. Cada día se sentaba para responder a Julia, pero aún no había logrado escribir nada.

Los emails de ésta siempre eran alegres y animados y el último no era una excepción. Le había escrito desde Italia, animándolo a visitar los Museos Vaticanos la próxima vez que estuviera en Roma. Como si necesitara que lo animaran a eso. Y como si necesitara que le recordara que estaba casada y recorriendo Europa con su flamante y maduro marido, que probablemente pasaba los días tratando de convencerla de que tuvieran un hijo.

«Cabrón».

Paul era jugador de rugby. Un tipo duro. Pero, sin pretenderlo, esa menuda mujercita de Selinsgrove, Pensilvania, le había puesto la vida patas arriba.

Había tomado una decisión, pero ahora que había llegado el momento de llevarla a la práctica, tenía miedo.

—Esto es ridículo —murmuró.

Empezó a escribir, pero en ese preciso instante, alguien llamó a la puerta de atrás.

Intrigado, fue a ver quién era.

—Hola —lo saludó Allison, con un gran vaso de café del Dunkin’ Donuts en cada mano—. He pensado que te vendría bien uno de éstos.

Al ver que él no decía nada, añadió incómoda:

—¿Estás trabajando en la tesis? No quiero interrumpirte. —Le dio un vaso de café—. Me voy.

—Espera —dijo él finalmente, aguantando la puerta abierta—. Pasa.

Ella le dio las gracias y se sentó en la silla que quedaba enfrente del ordenador.

—No has dado señales de vida desde que volviste de Inglaterra.

—He estado ocupado —replicó Paul, tenso—. Mi directora de tesis me está metiendo mucha caña. Tengo que acabar un montón de cosas antes de septiembre.

—¿Qué tal el viaje?

Paul bebió un sorbo de café e hizo un ruidito de aprobación.

—Muy bien. La conferencia fue bien y además pude hablar con la directora.

Allison asintió y agarró el vaso con más fuerza.

—¿Estaba ella?

—Se llama Julia —respondió Paul con brusquedad.

—Lo sé —admitió ella, suavemente—. La conocí en esta misma cocina, ¿te acuerdas?

—Sí, estuvo aquí. —Volvió a beber.

—¿Cómo está?

—Está bien. Su esposo también estaba allí.

Allison lo miró. Estaba muy malhumorado y eso no era habitual en él.

—No se te ve muy contento.

Paul no respondió.

—Lo siento —se disculpó ella.

Paul sonrió sin ganas.

—¿Por qué lo sientes?

—Porque no me gusta verte sufrir por ella.

Él se encogió de hombros, pero no lo negó.

—Estaba tratando de contestarle un email cuando has llegado.

Allison agarró el vaso con las dos manos.

—No la conozco, pero me parece raro que siga escribiéndote después de lo que pasó entre vosotros. Parece como si quisiera darte esperanzas en vano.

—Tienes razón, no la conoces —replicó Paul, fulminándola con la mirada.

—Dudo que a su esposo le guste.

Él murmuró algo sobre el profesor que no sonó demasiado halagüeño.

Allison permaneció esperando alguna reacción, pero como no llegó, se levantó.

—No hace falta que me acompañes a la puerta.

Su ex novio no hizo caso y la siguió.

—Gracias por el café.

—De nada —dijo ella y salió de la casa.

—Por si sirve de algo, lo siento.

—Yo también —repuso Allison sin volverse.