24

Al otro lado del Atlántico, Gabriel apagó la luz antes de abrazar a Julia y empezar a besarle el cuello con ardor.

Ella se tensó.

Gabriel se detuvo en seco.

—¿Qué pasa?

—No puedo, ¿te acuerdas? Probablemente habré acabado pasado mañana.

—No te estoy besando porque espere sexo a cambio.

Ella alzó una ceja en la oscuridad.

—Tengo buena memoria. No me he olvidado de que estás con la regla —replicó él, algo molesto.

Julia le cogió del brazo.

—Lo siento, es que no quería darte falsas esperanzas.

—La esperanza es lo último que se pierde. Dicen que es eterna. —Su voz se había convertido en un susurro ronco.

—Eso dicen.

—Mañana te lo demostraré. Eternamente.

Julia se echó a reír y se arrebujó contra él.

—Con tanta conversación ingeniosa, Profesor, a veces me parece que vivo en una película de Cary Grant.

—Vas a ser la hermana mayor de tu familia. ¿Estás contenta?

—Sí. —Julia permaneció en silencio unos instantes, acariciando el pelo de su marido—. Quiero que el niño me conozca. Quiero pasar tiempo con él o con ella. Llevo toda la vida esperando tener un hermano.

—Bueno, de todos modos ya habíamos decidido pasar parte de las vacaciones en Selinsgrove. Cuando Rachel y Scott aumenten la familia, tendremos aún más razones para querer estar con ellos. Selinsgrove es el mejor sitio para reunirnos todos.

—Me alegro de que Richard aceptara volver a instalarse en la casa. Así estaremos todos juntos.

Gabriel le tiró de un mechón de pelo con suavidad.

—Ya me he acostumbrado a tu corte de pelo. Te queda bien.

—Gracias.

—Aunque también me gusta más largo.

—Volverá a crecer, te lo prometo.

Gabriel se quedó muy quieto.

—Yo tengo hermanastros.

—Oh —dijo Julia, tratando de sonar despreocupada.

—Cuando mi madre se enfadaba, solía decirme que mi padre nos había dejado porque quería más a su familia de verdad.

—¡Qué cosa tan terrible de decirle a un niño! —comentó Julia, muy seria.

—Sí. Mi madre estaba perturbada, pero era muy guapa. Tenía el pelo oscuro, igual que los ojos.

Julia lo miró extrañada.

—Al parecer, yo he sacado los ojos azules de mi padre. En mis recuerdos, mi madre es muy alta, pero en realidad no creo que fuera más alta que tú.

—¿Cómo se llamaba?

—Suzanne. Suzanne Emerson.

—¿Tienes alguna fotografía de ella?

—Alguna. También hay alguna foto mía de cuando era un bebé.

—¡Qué escondidas las tenías! ¿Por qué no me las has enseñado nunca?

—No están escondidas, están guardadas en un cajón en Cambridge. Incluso tengo el diario de mi madre.

Julia se quedó con la boca abierta.

—¿Tu madre escribía un diario?

—Sí. Y también tengo un reloj del padre de mi madre. Lo uso de vez en cuando.

—¿Has leído su diario?

—No.

—Si entre las cosas de Sharon hubiera un diario, yo lo habría leído.

Gabriel la miró con curiosidad.

—Pensaba que no conservabas nada de tu madre.

—Cuando murió, le mandaron una caja con sus pertenencias a mi padre.

—¿Y?

—Y no tengo ni idea de qué hay dentro. Papá la guardó en un armario. Supongo que aún la conserva. Supongo que sería un buen momento para pedírsela y ver qué hay dentro.

—Estaré a tu lado cuando lo hagas.

—Gracias. ¿Qué más sabes de tu padre?

—No gran cosa. Recuerdo haberlo visto un par de veces, sin contar el episodio de la pesadilla. Y, cuando murió, hablé en unas cuantas ocasiones con su abogado. Mi padre vivía en Nueva York, con su esposa y sus hijos. Al principio rechacé su herencia, pero cuando, finalmente, cambié de idea, ellos trataron a toda costa de invalidar el testamento.

—¿Desheredó a su familia?

—No, qué va. Pero un año antes de morir me añadió al testamento en igualdad de condiciones que sus otros hijos. A su esposa le dejó una cantidad considerable.

—¿No los conoces personalmente?

Gabriel se echó a reír sin ganas.

—¿De verdad crees que querían conocer al bastardo que les estaba robando su dinero?

—Lo siento.

—No me importa. No son mi familia.

—¿Cómo se llamaba tu padre?

—Owen Davies.

Gabriel le alzó la barbilla con un dedo.

—Te he contado estas cosas y te enseñaré las fotos cuando lleguemos a casa, pero quiero que me prometas que no buscarás más información sobre mi familia.

La mirada de Gabriel no era severa, pero sí intensa. Había algo en ella que Julia no logró descifrar.

—Te lo prometo.

Más tranquilo, apoyó la cabeza de ella en su hombro.