La noche siguiente, Julia se despertó cuando todavía era oscuro y aprovechó para ir al baño. A la vuelta, oyó que Gabriel se removía inquieto en la cama, murmurando palabras que no entendió.
No la sorprendió. Por norma general, él dormía profundamente, pero algunas noches daba vueltas sin parar y a veces hablaba en sueños. Julia no solía hacer caso, pero esa noche se movía muy inquieto y maldecía en voz alta.
Se sentó a su lado.
—¿Gabriel?
Él siguió moviéndose desasosegado, alternando las sacudidas con momentos de letargo.
Encendió la lamparita.
—¿Gabriel?
Él murmuró algo. De repente, empezó a luchar con la ropa de cama, tirando de ella hasta que se destapó.
Abrió mucho los ojos y respiró hondo, como si se estuviera ahogando.
—¿Estás bien? —le preguntó Julia en voz baja.
Gabriel la miró desorientado, llevándose la mano al pecho.
—¿Es el corazón? ¿Puedes respirar?
—Una pesadilla —respondió él, con voz ronca.
—Te traeré agua. —Volvió al baño y llenó un vaso con agua del grifo.
Él bebió sin decir nada.
Julia permaneció sentada en el borde de la cama, observándolo.
—¿Qué soñabas?
Se acabó el agua y dejó el vaso en la mesilla.
—Un minuto.
Julia tenía ganas de acariciarle el pelo y apartárselo de la cara, pero le pareció que a él no le apetecía que lo tocaran en ese momento.
Gabriel parpadeó y fijó la vista en la pared.
—Con mis padres biológicos.
—¡Oh, cariño! —exclamó ella, tratando de abrazarlo, pero él se tensó.
Tras unos segundos, Julia se dirigió a su lado de la cama.
Gabriel permaneció inmóvil. Sin apagar la luz, se quedó sentado en la cama, con la mirada fija en la pared.
Ella se deslizó hacia él bajo las sábanas. Quería consolarlo, pero él desprendía una extraña energía a su alrededor. Era evidente que no quería que lo tocasen.
Julia cerró los ojos. Cuando ya estaba casi dormida, le llegó su voz desde la oscuridad.
—Estaba con mi madre en nuestro apartamento de Brooklyn. La oía discutir con mi padre.
Julia abrió los ojos.
—Se oía un ruido fuerte y luego a mi madre llorando. Yo iba corriendo a la cocina.
—¿Estaba bien?
—Estaba arrodillada en el suelo. Mi padre estaba de pie, gritándole. Yo le pegaba con los puños y le gritaba. Él me apartaba de un empujón y se dirigía a la puerta. Mi madre se arrastraba tras él, rogándole que no se fuera.
Los ojos de Gabriel tenían un brillo frío. El enfado le distorsionaba su hermoso rostro.
—Maldito bastardo —susurró con desprecio.
—Cariño —murmuró Julia, moviendo la mano bajo la sábana hasta llegar a su cadera.
—Lo odio. Lleva años muerto, pero si supiera dónde está enterrado, iría a mear sobre su tumba.
Ella le apoyó la mano en la cadera.
—Lo siento.
Al ver que no respondía, le acarició la piel suavemente, con gesto de consuelo.
—La golpeaba. No le bastaba con seducirla y abandonarla. El muy imbécil también tenía que golpearla.
—Gabriel —susurró ella—. Sólo ha sido un sueño.
Él negó con la cabeza, con la mirada aún perdida.
—No lo creo.
Julia se quedó muy quieta.
—¿Crees que pasó de verdad?
Gabriel se cubrió los ojos con las manos.
—No creo que ésa fuera la primera pelea que tuvieron. Ni la única en la que yo intervine.
—¿Cuántos años tenías?
—Pocos. Cinco o seis. No lo sé.
—Eras un niño muy valiente. Hiciste bien en defender a tu madre.
Gabriel bajó las manos hasta su regazo.
—No sirvió de nada. Él la destrozó. ¿Puedes imaginarte en qué estado tiene que estar una persona para arrastrarse detrás de un hombre que acaba de golpearla? ¿Delante de tu hijo?
—Tenía que estar enamorada.
—No busques excusas.
—Gabriel, mírame —dijo ella suavemente.
Él se volvió con los ojos brillantes de furia.
—Yo me quedé con Simon —susurró Julia.
Gabriel parpadeó y el brillo de sus ojos empezó a apagarse.
—No conocí a tu madre, pero sé lo confundida que yo me sentía cuando estaba con Simon.
—Era distinto… Eras muy joven…
—¿Cuántos años tenía tu madre cuando conoció a tu padre?
—No lo sé —admitió él a regañadientes.
—Se enamoró de él. Tuvo un hijo con él.
—Era un hombre casado.
Julia jugueteó con la sábana que la cubría.
—No podemos cambiar el pasado. Sólo el futuro.
—Siento haberte despertado. —Gabriel respiró hondo antes de darle un beso en la cabeza.
—No lo has hecho.
Él se apartó un poco para verle la cara.
—¿No?
—No. He tenido que ocuparme de un problemilla femenino.
Tras unos instantes, Gabriel entendió a qué se refería.
—Oh, ¿te encuentras bien?
—Podría estar mejor, pero ya se pasará.
—Antes ya me ha parecido que estabas un poco sensible —comentó él, acariciándole los pechos con suavidad.
Ella lo detuvo, agarrándole la mano.
—Siento que hayas tenido una pesadilla.
Gabriel se volvió para apagar la luz antes de acostarse a su lado. Julia oyó que le rechinaban los dientes.
—¿De verdad crees que es un recuerdo y no una pesadilla?
—A veces no puedo distinguirlos —admitió él.
—¿No es la primera vez que te pasa?
—Me pasa de vez en cuando. Ahora hacía tiempo que no.
—No me habías dicho nada.
—No me gusta hablar de ello, Julianne. Mis recuerdos de infancia son vagos, pero lo poco que recuerdo preferiría olvidarlo.
—¿Lo has hablado con el doctor Townsend?
—Brevemente, pero sí, lo hemos comentado alguna vez —respondió, acariciándole la espalda con la yema de los dedos—. Sé tan pocas cosas sobre mis padres…
—Entiendo que estés enfadado con tus padres, pero no es sano aferrarse a eso.
—Lo sé —dijo Gabriel, dejando de tocarla y volviéndose—. En el armario de mi familia tiene que haber horribles esqueletos escondidos. ¿Me querrías igual si los sacara de allí?
—Te querría en cualquier circunstancia, Gabriel. Te amo. Sin condiciones.
Él capturó su boca durante un instante, pero en seguida se relajaron bajo las sábanas, abrazados de lado, como dos cucharas.
Cuando Julia estaba a punto de dormirse, la voz de Gabriel sonó junto a su oído.
—Gracias.
***
A la mañana siguiente, Julia estaba bronceándose en la piscina antes de que el sol calentara demasiado. Llevaba una pamela grande y un biquini azul muy pequeño. Gabriel la había convencido para que se lo comprara durante el viaje que habían hecho a Belice, antes de casarse. Hasta entonces no había tenido demasiadas oportunidades de usarlo.
Pensaba en la pesadilla que había tenido Gabriel la noche anterior y que los había dejado tocados a ambos. No podía evitar imaginarse la escena que le había descrito: su madre arrastrándose por el suelo detrás del hombre que la había dejado embarazada y la había abandonado. Tal vez esa imagen —fuera real o imaginada— explicara lo poco que a Gabriel le gustaba verla de rodillas. Incluso entonces, después de varios meses de matrimonio, era una de las pocas posturas que no podía soportar.
«O tal vez sea por Paulina».
Julia hizo una mueca. No le gustaba pensar en la antigua amante de Gabriel y madre de la niña que habían perdido. Pero a menos que éste le estuviera ocultando algo, no había vuelto a saber nada de ella desde hacía más de un año.
Mejor dejar las cosas como estaban.
Notó una sombra y, al levantar la vista, lo vio de pie ante ella. Llevaba un bañador negro y una toalla en la mano.
Sus brazos y torso musculosos se contrajeron cuando se inclinó para besarla, antes de dejar la toalla en una tumbona y lanzarse a la piscina de cabeza. El agua estaba templada y el sol de la Umbría hacía que bañarse fuera muy agradable.
Gabriel nadó varios largos, perdiéndose en el sonido del agua. Un largo y otro. Otro. Y otro. Cuando hacía deporte, igual que durante el sexo, se olvidaba de la tensión y de las preocupaciones, concentrándose sólo en los movimientos.
Evitó pensar en la pesadilla. Estaba casi seguro de que no se trataba de un sueño, sino de un recuerdo. No era algo razonado, era casi una intuición, así que dejó de intentar razonar y se centró en las sensaciones: el sol sobre su piel, el sonido del agua, el gusto del cloro, el glorioso dolor en los músculos al acelerar el ritmo.
Iba contando largos cada vez que giraba, cuando la paz de la mañana se vio interrumpida por un grito inesperado.
Sacó la cabeza del agua inmediatamente, buscando a Julia. Seguía sentada en la tumbona, pero con los pies en el suelo, y estaba hablando por el iPhone.
—Ella ¿qué? —Su voz sonaba más aguda de lo normal.
Gabriel se apartó el agua de los ojos para verla mejor.
—¿Me tomas el pelo? —Julia se quedó unos segundos en silencio con la boca abierta, antes de preguntar—: ¿Para cuándo lo espera?
Él se acercó a la escalerilla y salió de la piscina. Cogió la toalla y empezó a secarse sin perderla de vista.
—No, no, me alegro mucho. Me alegro por los dos. Pero es que me cuesta creerlo. —Aunque su tono de voz era sincero, se notaba que estaba muy tensa.
Gabriel agitó una mano delante de su cara.
—¿Quién es? —inquirió, señalando el teléfono.
—Mi padre —respondió ella, tapando el auricular.
Esta vez fue el turno de Gabriel de quedarse boquiabierto. Si sus palabras significaban lo que creía que significaban, entonces…
—Entonces, ¿cuándo os casáis? —preguntó Julia, mirando a Gabriel con las cejas levantadas—. No lo sé. Lo consulto con él y te vuelvo a llamar. Guau, papá, ha sido tan inesperado…
Se echó a reír.
—Sí, ya me imagino que para ti también.
Gabriel le puso una mano en el hombro en señal de apoyo. Ella se la cubrió con la suya.
—Sí, claro, que se ponga. —Julia hizo una pausa—. Hola, Diane. Felicidades.
Gabriel se secó la cara una vez más y se sentó en la tumbona vecina.
—Por supuesto que iremos. Sólo tenemos que concretar la fecha.
—Bien.
—Por supuesto. Felicidades otra vez. Adiós.
Julia desconectó el teléfono y se reclinó en la tumbona.
—¡Joder!
—¿Qué pasa?
—Mi padre se casa.
—Bueno, ya comentaron que querían hacerlo cuando nos vimos la última vez.
—Sí, pero es que quieren que sea cuanto antes porque ¡Diane está embarazada!
Gabriel se aguantó la risa.
—Ajá. —Se acarició la barba como si estuviera sumido en sus pensamientos—. Una boda de penalti para Tom, que es, de todos nuestros conocidos, el único al que no creía capaz de marcar un penalti. Diría que es irónico, pero no sería un uso correcto de la palabra.
Julia se recolocó las gafas de sol.
—Ya, los profesores de Literatura y su molesta precisión en el uso de los términos le quitan la gracia a cualquier cosa.
Gabriel se echó a reír.
—Por comentarios como ése —se interrumpió para besarla— es por lo que te quiero, señora Emerson.
—Pensaba que me querías por mis pechos.
—Soy un gran admirador de todos tus encantos por igual. —Bajó la mano hasta la goma del biquini y tiró de él, jugueteando.
—Ser tan encantador no puede ser bueno para la salud, Profesor.
—Me arriesgaré. ¿Cuándo llegará el bebé?
—A finales de diciembre.
—¿Estás preocupada? —preguntó él, quitándole la pamela y las gafas de sol para poder mirarla a los ojos.
—No, estoy sorprendida. ¡Mi padre va a tener un bebé! No encendimos una vela por él en Asís.
—Pues casi mejor, o Dios le habría enviado gemelos.
—Dios no lo quiera.
—Pues si tú estás sorprendida, imagínate lo que ha debido de suponer para él. ¿Cómo se lo ha tomado?
—Sonaba contento. Sí, ha sido una sorpresa para ellos también, pero no he querido hacer demasiadas preguntas.
—Has hecho bien. Bueno, al menos ya sé qué regalarle a Tom por Navidad.
—¿Qué?
Gabriel sonrió satisfecho.
—Condones.
Ella puso los ojos en blanco.
—¿Cuándo piensan casarse?
Julia señaló a Gabriel y luego se señaló a ella.
—Depende de nosotros. No quieren hacerlo sin que estemos allí, así que tan pronto como volvamos.
Él frunció el cejo.
—No quiero acortar las vacaciones para ir de boda.
—Tranquilo, tigre. Sólo quieren que vayamos a Selinsgrove un fin de semana cuando volvamos. Proponen que les demos varias fechas que nos vayan bien antes de hablarlo con la familia de Diane.
—Vas a ser la hermana mayor.
Ella lo miró sorprendida.
—Voy a tener un hermano —susurró—. Siempre quise tener un hermano o una hermana.
—Julia, la hermana mayor —dijo Gabriel, para ver cómo sonaba—. Con todos los derechos, privilegios y responsabilidades. Siempre odié ser hijo único. Me alegré mucho cuando Scott y Rachel se convirtieron en mis hermanos. Aunque él puede llegar a ser muy pesado.
—¿Cómo ha podido pasar?
Gabriel contuvo la risa.
—Lamento que haga esa pregunta, señora Emerson. Es evidente que nuestras actividades nocturnas no han sido lo suficientemente… memorables.
Ella lo fulminó con la mirada.
—Ya sabes a lo que me refiero. Mi padre es viejo.
—No tan viejo. Y Diane es más joven que él.
—Tiene cuarenta años. Me lo dijo.
—Una pollita.
Julia lo miró de reojo.
—¿La has llamado pollita?
—Efectivamente. Y no es tan raro. Tu padre ha encontrado a una mujer joven y atractiva y ahora volverá a ser padre.
—Mi padre va a ser padre —repitió ella, con una mirada melancólica.
—Creo que estás en estado de shock. —Gabriel se levantó—. Voy a buscarte una copa.
—Rachel quiere tener un bebé, papá va a tener un bebé y nosotros… —Dejó la frase a medias.
Gabriel se inclinó sobre ella.
—Míralo de este modo: Un día, cuando nos decidamos, nuestros hijos tendrán muchos amiguitos para que jueguen con ellos y los cuiden durante las vacaciones de verano o de Navidad.
—Vacaciones de verano. Navidad. Joder.
—Exacto. —Gabriel sonrió—. Joder.