—Siento no haber ido a tu graduación en Toronto —comentó Gabriel, cogiendo a Julia de la mano, mientras recorrían el museo Ashmolean, que estaba justo enfrente del hotel Randolph.
—Te busqué todo el rato. Estaba segura de que asistirías.
—No habría podido estar allí sin acercarme a ti. Y no podía hacerlo delante de Jeremy y del decano Aras. —Gabriel negó con la cabeza—. Iré a tu próxima graduación.
—¿Me lo prometes?
—Por supuesto.
Ella alzó la cara para besarlo en los labios.
—Gracias.
Siguieron visitando el museo en silencio, deteniéndose para admirar algunos de los objetos expuestos. Cuando se detuvieron delante de una pintura medieval que representaba a santa Lucía, Julia se acordó de Rachel.
—Tu hermana me ha enviado un email. Quería saber cómo había ido la conferencia.
—¿Qué tal? ¿Alguna novedad? ¿El bebé ya está en camino?
—No, pero no porque no lo intenten.
Gabriel arrugó la nariz.
—No necesitaba esa información.
—Estoy segura de que Rachel tampoco necesitaba tener una parecida de ti, pero bien que se alegró cuando le conté que habíamos consumado nuestra relación.
—Me cuesta creerlo —susurró él, empujándola hacia un rincón oscuro.
—Dice que está deseando que llegue el fin de semana de Acción de Gracias para venir a vernos a Cambridge.
—Cállate un poco. Estoy tratando de besarte.
Julia se echó a reír.
—Un momento. No he terminado.
—Date prisa —protestó él, acercando los labios a los de Julia hasta que quedaron casi pegados.
—Es importante —lo reprendió ella—. Rachel y Aaron quieren que encendamos una vela por ellos en Asís. Quieren que recemos para que Dios les mande un bebé.
—Creo que las oraciones de Richard serían más eficaces que las mías. Lo haré, pero no será lo único que pida.
Los ojos de Gabriel brillaban de esperanza, como si el deseo que albergaba su alma fuera un tesoro muy valioso.
Julia se dio cuenta, pero no dijo nada. Acababa de celebrar su éxito en el ámbito académico justo el día antes. Y ahora él soltaba indirectas sobre tener un bebé. La esperanza que reflejaban sus ojos la hizo sentir dolorosamente culpable.
La mirada de Gabriel se apagó.
—¿Por qué me miras así? —preguntó, soltándola.
—¿Cómo te miro?
—Como si te repugnara.
—Eso es un despropósito. —Julia se obligó a sonreír.
—¿Tan repulsiva te resulta la idea de tener un hijo conmigo? —De repente la expresión de Gabriel se había vuelto dura como la piedra.
—Por supuesto que no —respondió ella, enlazando los dedos con los suyos—. Pero me cuesta pensar en niños cuando tengo la cabeza llena con la conferencia y el programa de doctorado.
—No es una cuestión de todo o nada, Julianne. Nunca te pediría que renunciaras a tus sueños. Creo que te lo he demostrado ya —se defendió con voz glacial.
—Así es y te recuerdo que tu sacrificio nos causó mucho dolor a los dos.
—Bien visto. —Él la soltó y señaló hacia el vestíbulo—. ¿Nos vamos?
—Gabriel. —Julia le apoyó una mano en el brazo—. Ya te dije antes de casarnos que la idea de tener hijos de ojos azules contigo me hacía muy feliz. No he cambiado de opinión.
—Entonces, ¿por qué no podemos hablar de ello? Por el amor de Dios, Julianne, si planeáramos ir a África, hablaríamos sobre el asunto. Si tuviéramos planes de construirnos una casa, lo hablaríamos. ¿Por qué no podemos hablar sobre tener un bebé?
—Porque no puedo decirte que no. Es imposible negarte nada cuando me miras tan feliz y esperanzado —reconoció ella, con los ojos llenos de lágrimas—. No soporto ser yo la persona que se interpone entre tus sueños y tú, como si fuera una mujerzuela con el corazón de hielo.
—Cariño —murmuró, abrazándola con fuerza—. Nada podría estar más lejos de la realidad. —Le levantó un poco la melena para acariciarle la nuca cariñosamente—. No estamos en el mejor sitio para mantener esta conversación, pero te aseguro que no es así como te veo.
»Te dije que esperaría a que te doctoraras y lo mantengo. Te entiendo perfectamente. Ayer, durante la conferencia, estuviste fantástica. Nunca me había sentido tan orgulloso de ti. —La besó con delicadeza debajo de la oreja—. Cuando saco el tema de la familia, te juro que no trato de presionarte. Sólo hablo de ello porque me hace feliz, dando por hecho que también te hace feliz a ti. Podemos hablar sobre el futuro sin tener que cambiar de planes en el presente.
»Crear una familia es una decisión importante, sobre todo teniendo en cuenta nuestro historial familiar. Sé que tú también has pensado en ello. Sólo te pido que hablemos del tema de vez en cuando. Desde luego, no hace ninguna falta que sea ahora. Siento haber sacado el tema justo después de la conferencia. Prométeme que lo hablaremos más adelante, aunque sólo sea en líneas generales.
—Por supuesto, Gabriel. Lo que pasa es que el tema me pone nerviosa.
—Entonces tendré que esforzarme más en buscar un momento adecuado y no sacarlo por sorpresa. Pero no quiero volver a oír hablar de mujerzuelas ni de corazones de hielo.
Se echó hacia atrás para mirarla a los ojos.
—Ninguna de esas descripciones se ajustan a la realidad y te advierto que no voy a consentir que nadie hable así de mi esposa.
Ella asintió.
—Bien. —Tomándola de la mano, Gabriel siguió andando—. Si no recuerdo mal, me estabas hablando del mensaje de Rachel.
—Sus palabras exactas han sido: «Estoy usando todos los recursos a mi alcance. Tengo a cristianos, musulmanes, judíos… y hasta a un seguidor de Zaratustra rezando por mí».
Gabriel la miró sorprendido.
—¿Rachel conoce a un seguidor de Zaratustra? ¿Cómo puede ser? El zoroastrismo tiene menos de doscientos mil seguidores en todo el mundo.
—Pues una de ellas es compañera de trabajo de Rachel. ¿Y tú cómo sabes cuántos hay?
—Lo busqué en Wikipedia.
Mantuvo la expresión digna unos segundos antes de guiñarle un ojo.
—No crea nada de lo que lea en Wikipedia, Profesor —dijo Julia entonces.
—No podría haberlo expresado mejor, señorita Emerson. Alguien escribió un artículo sobre mí y el contenido era jodidamente escandaloso. ¡Follaenciclopedias!
Gabriel la besó dulcemente pero con firmeza, antes de oír unos pasos que se acercaban. Alguien carraspeó.
Un guardia de seguridad estaba a medio metro de distancia.
—Circulen —les ordenó, fulminándolos con la mirada.
—Disculpe —se excusó Gabriel, aunque no sonaba arrepentido en absoluto. Rodeando la cintura de Julia con un brazo, la llevó hasta el siguiente pasillo.
—Tenemos que ser más discretos —comentó ella, ruborizándose.
—Lo que tenemos que hacer es encontrar un rincón más oscuro. —La mirada de Gabriel hizo que se ruborizara aún más.
—Le he pedido a John Green que le envíe a Christa una carta para que desista de su actitud.
—¿Crees que es buena idea?
—John cree que sí. Es un disparo de advertencia para recordarle que no estamos dispuestos a permitir que nos difame. Esa mujer es una amenaza.
Julia respiró hondo y contuvo el aliento antes de soltar el aire lentamente.
—La conferencia fue mejor de lo que esperaba.
Él se llevó la mano de ella a los labios.
—Estuviste excepcional.
—Así que tal vez las calumnias no son tan preocupantes como creíamos.
—Las calumnias son muy peligrosas. Recuerda la cita de Otelo:
Quien me roba la bolsa, no se lleva nada de valor…
Pero el que me arrebata el buen nombre
roba algo que a él no lo enriquece,
pero que a mí me empobrece.
—Sí, creo que te la he oído citar alguna vez. ¿Crees que puedes conseguir que Christa deje de hablar de nosotros?
Gabriel la miró con resignación.
—No lo sé. Pero en vista de su actitud en la conferencia, tenía que hacer algo.