Me han quedado muchas preguntas sin responder. ¿Envió Floria la carta a Aurelio o no se atrevió? En la carta se dice que teme lo que los hombres de la Iglesia puedan llegar a hacer con mujeres como ella. Pero, como se desprende de algunas de mis notas a pie de página, estoy bastante convencido de que efectivamente la carta fue enviada al obispo de Hipona Regia. Cabe también la posibilidad de que el escrito haya permanecido oculto a través de la historia de la Iglesia católica. Aunque hubieran existido varias copias, eso no significa que haya tenido que llegar a mucha gente. También puede haber ocurrido que el pergamino original, intencionadamente o no, haya permanecido completamente oculto hasta que apareció en el siglo XVI y lo copiaron. Pero ¿qué ocurrió luego?
Tal vez mi ejemplar del «Codex Floriae» haya permanecido en la biblioteca de algún convento hasta que recientemente volvió a aparecer y, como hemos visto, fue vendido a esa pequeña librería de viejo en Buenos Aires. El propietario me dijo que quería proteger a sus clientes: también un cura, por no decir una monja, puede hallarse en circunstancias que supongan ciertas necesidades pecuniarias…
En cuanto a la transmisión, existe, en mi opinión, otra posibilidad. Independientemente de que Agustín recibiera o no la carta de Floria, podemos suponer que los árabes encontraron una copia, o el original de la carta, en alguna biblioteca perdida cuando invadieron el Norte de África en el siglo VII y podrían haberla llevado a España, desde donde el pergamino, conservado y oculto durante siglos, podría haber sido llevado a América del Sur por los misioneros españoles y una vez allí fuera copiado. Lo que no sé si existirá todavía es el pergamino original.
Pero hay otra pregunta que me interesa más: ¿cuál sería la reacción de Agustín al leer la carta de su antigua concubina? ¿Qué hizo con la carta y qué hizo con Floria? Lo más probable es que jamás lleguemos a saber con certeza si Agustín recibió el escrito.
Yo, por mi parte, fui tremendamente ingenuo al no pedir ni siquiera un recibo a la Biblioteca del Vaticano.
JOSTEIN GAARDER.
OSLO, 8 de agosto de 1996.