César Mallorquí pasó como un torbellino por el panorama de la literatura de ciencia-ficción en español a comienzos de los noventa, con un ramillete de extraordinarios cuentos recogidos en su mayoría en la antología El círculo de Jericó (Ediciones B). Luego centró su producción en el mercado de la literatura juvenil, en el que se ha convertido en uno de los referentes nacionales, con más de una veintena de obras. En ese marco sigue publicando literatura fantástica, caso de la reciente La isla de Bowen (Edebé), un original homenaje a Julio Verne. A su exitosa condición de escritor a tiempo completo suma la experiencia de su padre, José Mallorquí, uno de los grandes profesionales de la literatura popular española entre los años cuarenta y los setenta con éxitos como la serie El Coyote.
¿Por qué escogiste escribir cf al principio de tu carrera?
Escribo desde niño. Al principio, cuentos cortos, apuntes, pequeños artículos, cosas así. A los 19 años empecé a colaborar en la revista de humor La Codorniz, lo cual suponía seguir redactando textos breves, de no más de dos páginas. Por esa época también intentaba escribir relatos más largos, pero se me resistían. No conseguía acabar nada, porque nada de lo que hacía me dejaba satisfecho. Finalmente, a los 27 años, tiré la toalla; dejé de escribir y me fui a hacer la mili (no porque quisiera, sino porque me obligaban). Cuando acabé el servicio militar, abandoné el periodismo y me dediqué a la publicidad. Y durante diez largos años no escribí ni una línea de ficción.
A comienzos de los noventa, harto de la publicidad, me planteé la posibilidad de escribir guiones. Pero seguía teniendo problemas con la técnica narrativa, así que un buen día cogí unas cuantas novelas que me parecían especialmente bien narradas, y durante varios meses me dediqué a analizarlas, a destriparlas, para intentar desentrañar los secretos y los trucos de los buenos narradores. Finalmente, llegué a unas cuantas conclusiones y me dispuse a ponerlas en práctica.
Yo era, desde niño, un gran aficionado a la cf y a la fantasía; ésos eran los géneros que mejor conocía, así que supongo que los elegí porque me resultaban más cómodos a la hora de ejercitar mis recién adquiridas habilidades narrativas. Además, la cf permite una gran libertad temática y creativa, lo cual es muy estimulante. Por último, en aquel entonces el fandom estaba en plena actividad, con multitud de iniciativas y publicaciones de aficionados o semiprofesionales. Era el entorno perfecto para dar los primeros pasos en la escritura. De hecho, con el primer relato que escribí, El mensaje perdido, gané el I Concurso de Cuentos Aznar, de la recién creada AEFCF. Quizá ése fue el premio más importante de mi carrera, porque supuso un acicate para seguir escribiendo.
¿Has ido alguna vez a talleres literarios, leiste algún libro para aprender a escribir o tuviste alguna formación de ese estilo?
Creo que esto ya lo he contestado en parte con mi anterior respuesta. Aprendí a escribir, en primer lugar leyendo mucho; después estudiando y analizando las obras de otros escritores, y reflexionando a fondo sobre las técnicas narrativas, y por último practicando. En cierta ocasión, alguien me dijo una gran verdad: a escribir se aprende, pero no se enseña. La esencia de la narrativa ha de ser un descubrimiento personal; de pronto, algo hace clic en tu cabeza y todo encaja. En realidad, supone un cambio de forma de pensar; dejar de hacerlo linealmente y adoptar una lógica distinta, el pensamiento lateral. Eso sólo funciona bien si surge de dentro, porque si alguien te lo enseña, si alguien te dice cómo hay que hacerlo, acabas escribiendo a base de fórmulas.
Por eso desconfío de los talleres literarios, porque suelen funcionar mediante fórmulas, consiguiendo que todos los alumnos escriban igual. Textos de plástico. Entendedme, por supuesto que un taller literario puede ayudar a que la gente escriba mejor; pero ni el más reputado de los talleres te va a convertir en un escritor original y creativo. Eso tiene que salir de dentro. Huelga decir, por tanto, que nunca he asistido a ningún taller literario. Pero sí he impartido algunos cursos breves, y me he dado cuenta de que no sirven para casi nada. Inevitablemente, para explicar cualquier aspecto de la técnica narrativa tienes que poner ejemplos; pero en cuanto pones un ejemplo, los alumnos lo adoptan como fórmula y ya estamos donde no queríamos estar. La técnica narrativa, insisto, ha de ser un descubrimiento, no una enseñanza. Y, por supuesto, el que tenga auténtica madera de escritor, lo será, con o sin talleres.
En cuanto a los libros de «preceptiva literaria», por así denominarlos, tampoco leí ninguno en su momento, mientras me preparaba. Pero luego, cuando ya me dedicaba de lleno a la literatura, sí que los compraba y leía; de hecho, los colecciono. Pero los leo, sobre todo, para contrastar mis ideas con las de otros autores. Y, bueno, siempre se aprende algo.
Tras los años que has pasado trabajando en este género, ¿en qué te parece que marca la trayectoria de un escritor? Estrictamente en el terreno profesional, ¿tiene más ventajas o desventajas que otros?
Permitidme que os cuente una pequeña historia sacada de la vida real: hace ocho o nueve años, la revista Audi-Magazine —editada por el fabricante de automóviles Audi— iba a publicar un número monográfico dedicado a «los visionarios», y uno de los redactores me llamó a mí para hacerme una pequeña entrevista como representante de los escritores de cf. Dije que sí, pero poco después el redactor volvió a ponerse en contacto conmigo y me comunicó, apenado, que los ejecutivos de Audi le habían dicho que nada de incluir escritores de cf, porque éramos unos frikis y rebajaríamos el nivel de la revista. Le contesté sugiriéndole que le dijera a sus jefes que mi coche era un Audi (lo cual era cierto). Lo hizo y ya no hubo ningún problema. Al parecer, el propietario de un Audi no puede ser un friki.
Durante mucho tiempo, en la escala de la percepción pública del mérito literario los escritores de cf estaban situados justo por encima de los escritores pornográficos, y por debajo de los redactores de folletos y catálogos. Ahora que lo friki se ha puesto de moda las cosas están cambiando un poco. Pero, sinceramente, haber escrito cf no supone la menor ventaja en ningún sentido. Más bien al contrario. Yo ahora soy más conocido como escritor de literatura juvenil, que es otro encasillamiento. Pero también he escrito novela policiaca y de aventuras… Así que, ¿encasillarse en varias cosas distintas no es lo mismo que no encasillarse en nada?
¿En qué crees que difiere el trabajo diario de un escritor de ciencia-ficción y fantasía del de cualquier otro género? En tu caso, al tocar distintos palos, ¿en qué cambia tu labor dentro del género fantástico y en otros? Me refiero a cosas como la documentación y la planificación.
No difiere en nada. La literatura de género (de cualquier género) es, ante todo, literatura a secas; así que los procesos de escritura son idénticos, sea cual sea la temática del relato. La estructuración narrativa es igual, el diseño de los personajes es igual y la prosa es igual, como igual es la documentación, si es necesaria, o la planificación de la trama. Todo es lo mismo: literatura.
Hay quienes todavía sostienen que la cf y la fantasía poseen una especie de singularidad que los diferencia sustancialmente de otros géneros. No es cierto; la diferencia es temática (como ocurre con cualquier género), pero no técnica.
En realidad, sólo hay un aspecto en ciertas formas de cf y fantasía que requiere unas técnicas narrativas específicas, diferentes a las de otros géneros. Me refiero a la introducción de los elementos «irreales» (es decir, que no existen en la realidad estándar) en un contexto realista, y a los mecanismos necesarios para favorecer que el lector «suspenda la incredulidad». Como es lógico, esto sólo es necesario cuando se pretende mostrar con verosimilitud fenómenos, seres o cosas irreales, algo que sólo ocurre con el fantástico y otros subgéneros afines.
¿Crees que un escritor de cf o fantasía debe tener algunas cualidades específicas?
Básicamente, no. En fin, está claro que un escritor que quiera dedicarse a esos géneros (o a cualquier otro género) debería conocerlos mínimamente; haber leído al menos las obras fundamentales de los autores más canónicos. Y esto no tanto por saber lo que hay que hacer, como por saber lo que no hay que hacer, porque ya se ha hecho. Por otro lado, resulta conveniente, aunque no imprescindible, que quien quiera escribir cf tenga algunas nociones de ciencia, o por lo menos de filosofía de la ciencia. Aunque, a decir verdad, gran parte de los relatos de cf tienen muy poco que ver con la auténtica ciencia; pero deben simular que sí.
En realidad, sólo se me ocurre una cualidad específica para un escritor de cf o fantasía: debe tener más imaginación. El escritor realista sitúa sus historias en un contexto que toma prestado de la realidad. Pero un escritor dedicado al fantástico tiene que idear, muchas veces, su propio contexto, lo cual requiere más imaginación. Mejor dicho, rectifico: no más imaginación, sino una imaginación más loca, menos lastrada por el aquí y el ahora.
¿Hay alguna forma en la que te surjan de manera más frecuente los arranques de historias? Cosas que pasan, personajes, un paisaje, una idea…
Ya es un tópico decirlo, pero las ideas, las historias, están en todas partes. En las noticias, en lo que te cuenta la gente, en incidentes que te ocurren o de los que eres testigo, en personas que conoces, en la literatura y el cine, en paisajes y escenas, en fotografías… y en un extraño y misterioso lugar que uno tiene en su interior y del que surgen historias e ideas sin que sepas ni remotamente de dónde vienen.
Para mí el problema nunca ha sido encontrar historias, sino encontrar historias que en un momento determinado me atraigan lo suficiente como para dedicarles muchos meses de trabajo. Soy incapaz de escribir una historia que no me interese. Lo que sí sé con certeza es que las mejores historias se me ocurren en momentos de relax. Cuando estoy de vacaciones, los fines de semana, en los viajes, por la noche mientras estoy tumbado en un sofá, cuando conduzco o cocino… Es decir, cuando estoy pensando en cualquier otra cosa. Creo que las historias no se buscan: se encuentran.
¿Trabajas a partir de esquemas detallados de la trama? ¿Cuánto improvisas al escribir?
Decía Javier Marías que hay dos clases de escritores: los que escriben con brújula y los que escriben con mapas. Los primeros, cuando empiezan una novela, sólo tienen una idea muy general del argumento y van orientándose conforme escriben. Los segundos, por el contrario, lo tienen todo planificado antes de ponerse a escribir. Yo, básicamente, soy un escritor de mapas. Antes de pulsar la primera tecla tengo que tener diseñada la historia y los personajes principales, y muy estructurada la trama.
Ahora bien, lo que necesito tener bien atado es el núcleo básico de la historia, la columna vertebral de la novela; es decir, el conjunto de escenas que conforman el eje de la trama, y eso viene a ser un 40 o un 50% del texto. El resto es una consecuencia lógica del desarrollo de la trama, y también, por supuesto, nuevas ideas que se me ocurren mientras escribo.
La planificación previa no ha de ser demasiado rígida, porque hay ideas que funcionan en teoría, pero que al escribirlas no lo hacen. Con frecuencia cambio, quito o añado muchas cosas respecto a lo que tenía previsto.
¿Utilizas alguna herramienta para ayudarte a insertar al lector en tu mundo imaginario? ¿Creas para ti mapas, glosarios de personajes, diccionarios de términos…?
Al principio, cuando preparaba una novela, tomaba muchísimas notas, trazaba esquemas, incluso escribía pequeñas biografías de los personajes. Pero luego me di cuenta de que nunca consultaba esas notas, porque lo tenía todo en la cabeza. De hecho, creo que si no lo tengo todo en la cabeza no puedo escribir. Así que dejé de tomar notas.
No obstante, hay algunas herramientas que sí utilizo. Si es necesario, dibujo mapas de zonas y planos de viviendas. Eso me ayuda a visualizar las escenas. También escribo un glosario de personajes; pero no para saber quién es quién, sino para asegurarme de recordar cómo se llama cada uno. Uno de los muchos defectos de mi cerebro es que me cuesta recordar los nombres, así que en al menos un par de ocasiones le he cambiado el nombre a un personaje en mitad del texto. Otra herramienta fundamental es una cronología de los acontecimientos. Aparte de eso, tengo varias carpetas con la documentación que voy a necesitar.
Y por supuesto utilizo diccionarios. Por ejemplo, una de mis últimas novelas ocurría en parte en un barco, así que siempre tenía a mano un diccionario de términos náuticos. Cada novela exige herramientas específicas.
¿Qué parte de tu labor cotidiana como escritor te cuesta más y cuál te resulta más divertida?
Idear la historia, estructurar la trama, diseñar los personajes, imaginar situaciones, todo eso me encanta. Es un juego, algo así como resolver un rompecabezas mental. Me divierto mucho haciéndolo. Incluso la labor de documentación me entretiene. Ahora bien, lo que menos me gusta, lo que más me repatea, es escribir. Paradójico, ¿verdad?: lo que menos me gusta de escribir es escribir. Pero es que para mí la escritura supone una pelea constante, una frustración detrás de otra, un esfuerzo continuo. Eso no es un juego; es puñetero trabajo.
Pero hay que añadir a esto un matiz. El gran escritor norteamericano Fredric Brown decía: «Detesto escribir, pero me encanta haber escrito». Suscribo esa frase al cien por cien. Quizá por eso soy de los pocos escritores que disfruta corrigiendo sus manuscritos; porque el fuerte del trabajo ya está hecho y lo que queda, pulir el texto, es una labor mucho más plácida y liviana.
¿Qué importancia tiene para ti el fandom específico de la cf, o en general el contacto con los lectores?
No sé cómo es ahora el fandom, porque hace mucho que no lo frecuento. En el pasado, un par de décadas atrás, era un entorno muy vital, muy activo. Fue un excelente campo de aprendizaje para muchos escritores que estaban empezando. De hecho, yo mismo comencé mi carrera en él. La verdad es que han surgido ya varios autores que, partiendo del fandom, han dado el salto a otros géneros con éxito. Eso en los años setenta, cuando tuve mi primer contacto con ese mundo, era impensable. El problema del fandom es la endogamia, el aislamiento, el gueto. Como escuela resulta magnífico, pero no se puede estar siempre en la escuela.
El contacto con los lectores es muy importante, porque ellos son el 50% del hecho literario. Un libro es la conjunción escritor-lector; si cualquiera de esos dos factores falla, no hay literatura; así que la opinión de los lectores es fundamental. Lo que pasa es que antes ese contacto se realizaba personalmente, en convenciones, charlas o firmas de libros; pero ahora el medio es Internet. Por ejemplo, la mayor parte del trato que mantengo con mis lectores lo realizo a través de mi blog.
¿Eres ordenado en cuanto a horarios y forma de vida para trabajar un número concreto de horas o te vas adaptando a lo que se pueda según los días?
Como me dedico profesionalmente a la literatura, he adoptado horarios de oficina. Trabajo de 9:30 a 13:00 por las mañanas, y de 17:00 a 21:30 por las tardes, cinco días a la semana. La escritura es un trabajo muy lento que requiere mucha paciencia y mucha constancia. Pero, aparte del tiempo, me impongo un límite mínimo de páginas escritas: cuatro al día.
Eso lo leí hace mucho tiempo en una entrevista al escritor Frederick Pohl. Pohl decía que cuatro páginas parecen poco, pero son veinte a la semana y más de ochenta al mes, lo que no está nada mal. De todas formas, normalmente mi media son seis o siete páginas diarias. Y el récord: diecinueve en un día.
Mi único problema al respecto es que soy un animal nocturno artificialmente adaptado a la vida diurna. Cuando más rindo es a última hora de la tarde, y mucho más rendiría si escribiese por la noche. Pero claro, ese horario de trabajo arruinaría mi vida familiar, así que me he acostumbrado a ser un pájaro madrugador.
¿Guardas ideas en un cuaderno? ¿Cómo archivas tu material no usado?
Creo que todos los escritores tenemos un «cuaderno de ideas». El mío está lleno de anotaciones, recortes de periódico, folletos, cualquier cosa que me llame la atención y que me parezca el posible germen de un argumento.
En cuanto al material desechado, la verdad es que no lo archivo de ninguna manera especial. Lo tengo en carpetas y en formato electrónico, pero podría tirarlo a la basura, porque nunca le he dado el menor uso. A veces es más sencillo hacer algo nuevo que intentar arreglar lo que no funciona.
¿Qué otros escritores de cf y fantasía te han influido más, tanto en temáticas como en estilo?
Son varios; muchos en realidad, pero me limitaré a los principales. De entrada, Fredric Brown, por su sentido del humor, por su sarcástica visión del género humano y por su ingenio. Creo que fue el primer escritor de cf del que me convertí en un fan entregado. Lo sigo siendo. Podría decir algo muy parecido de Robert Sheckley, con toda seguridad el mejor humorista que ha dado el género. Después, sin duda, Ray Bradbury y Clifford D. Simak. Ellos me mostraron que el humanismo y la poesía, combinados con la cf o la fantasía, son una mezcla poderosísima. Algo semejante me sucede con Roger Zelazny, que además era un excelente narrador y un magnífico creador de personajes (cualidad muy infrecuente en el campo de la cf).
Un caso aparte es el de Alfred Bester (el Bester de los años cincuenta), un escritor brillante, pirotécnico, adelantado a su tiempo, inimitable. Ignoro cómo me ha influido, pero no me cabe duda de que lo ha hecho. Jorge Luis Borges fue para mí un descubrimiento, una epifanía que cambió mi forma de entender la literatura. No creo que me haya influido realmente (él era muy grande y yo demasiado pequeño), pero desde luego sí que me ha inspirado. Otro de mis referentes es Thomas Burnett Swann. Sólo he leído una novela suya, La mansión de las rosas, pero su lirismo me conmovió profundamente. De J. G. Ballard hay un aspecto que me interesa muchísimo: su capacidad de generar imágenes que inciden directamente en el inconsciente. Es una técnica que he usado (o, al menos, lo he intentado) en más de una ocasión. Y me olvidaba de Julio Verne, de quien siempre tengo presente su visión maravillada del mundo.
En fin, seguro que hay más autores, pero citaré sólo un nombre más, quizá mi influencia más extraña: Robert Heinlein. Cuando yo era jovencito me gustaba muchísimo, pero luego me fui alejando de él. De entrada porque su ideología y la mía eran y son absolutamente opuestas, pero también por ciertos «tics literarios» que me irritaban profundamente. Además, la última etapa de su obra carece por completo de interés para mí. No obstante, reconozco que es un extraordinario narrador, de los mejores que ha dado el género. Sus relatos cortos son muy brillantes y su novela Puerta al verano sigue pareciéndome deliciosa.
Heinlein escribió varias novelas juveniles de cf, y lo hacía con una técnica muy especial: escribía para jóvenes exactamente igual que para adultos; la única diferencia es que el protagonista era joven, nada más. Prueba de ello es que, en España, las novelas juveniles de Heinlein se publicaron sin especificar que eran eso, juveniles, y nadie se dio cuenta. Otra prueba es que su novela quizá más famosa, Tropas del espacio, estaba destinada en principio al público juvenil; pero cuando los editores se negaron (con no poca lógica) a publicar esa barbaridad en colecciones juveniles, Heinlein la publicó en una colección para adultos y tampoco se dio cuenta nadie.
El caso es que, después de mucho tiempo de dedicarme al «género» juvenil, un día me paré a pensar y comprendí que yo escribía literatura juvenil exactamente de la misma manera que Heinlein: sin hacer más diferencias con la escritura para adultos que la edad de los protagonistas. Y eso no puede ser casualidad, así que el viejo y controvertido Heinlein es, no cabe duda, una de mis principales influencias procedentes del campo de la cf. Espero haber tomado de él sólo lo bueno.