Cómo lo hace
Elia Barceló

Elia Barceló dio los primeros pasos en su carrera literaria en los fanzines de los años ochenta, con relatos luego presentes en su antología Sagrada (Ediciones B). Por ello, y por el impacto de su novela El mundo de Yarek (Lengua de Trapo), que ganó el Premio UPC y es citada como la mejor novela española de cf de la historia, se recurre a ella con frecuencia como voz experta en el género. Sin embargo, la mayor parte de su producción apuesta por un fantástico más heterodoxo, que le ha dado prestigio en mercados internacionales como el alemán. Aunque mantiene su actividad como profesora en la Universidad de Innsbruck (Austria), en los últimos años dedica casi toda su atención a la creación literaria.

¿Por qué escogiste escribir cf al principio de tu carrera?

Siempre he supuesto que me decidí por la cf porque era mi género favorito como lectora, el que más y mejores alternativas me ofrecía a mi realidad cotidiana. Cuando una lee mucho de un género empieza a encontrar modelos, ideas recurrentes, combinaciones originales —y más en la cf que es, ya de por sí, un género atrevido en cuando a ideas— de modo que casi sin darse cuenta empieza a plantearse: ¿cómo lo haría yo? ¿Cómo terminaría esta historia si el final lo hubiera escrito yo? ¿Qué pasaría si en lugar de las combinaciones y peripecias de esta novela, yo cambiara algo en el primer tercio? Así, poco a poco empiezan a aparecer conflictos, personajes, situaciones, emociones que quieres narrar. Yo nunca me planteé escribir relatos o novelas que se centraran en un desarrollo tecnológico o en un descubrimiento científico. A mí lo que me ha interesado desde siempre por encima de todo son los personajes enfrentados a situaciones difíciles y extrañas; y la cf me ofrecía un inmenso campo para explorar esa temática. Además, tuve la suerte de que fue precisamente en mi adolescencia cuando llegaron a España las novelas de la soft SF, muchas de ellas escritas por mujeres: Ursula K. Le Guin, James Tiptree, Jr, Joanna Russ… A través de ellas descubrí que eso era lo que yo quería escribir.

¿Has ido alguna vez a talleres literarios, leiste algún libro para aprender a escribir o tuviste alguna formación de ese estilo?

Tuve la formación que han tenido todos los escritores que me precedieron: me enseñaron los mejores maestros, muchos ya muertos, a través de sus obras, y también bastantes escritores mediocres que me mostraron que narrar no es sólo tener una idea original o sorprendente y contarla de cualquier manera. Yo he pasado mucho tiempo releyendo y analizando fragmentos de textos que me han impresionado para saber cómo lo ha hecho el autor, cómo ha conseguido que yo llore, o me falte el aliento, o me asuste o me ría a carcajadas. Así es como he aprendido; así y a base de escribir, y escribir, y escribir. Igual que sólo se puede aprender a nadar mojándose.

Mucho después, cuando ya había publicado varios libros, empezaron a aparecer manuales de «cómo escribir» y leí unos cuantos porque siempre se puede aprender algo más. El de Stephen King, Mientras escribo, por ejemplo, aunque no me descubrió nada, me pareció muy sensato y muy útil.

También enseño escritura en la universidad y he llevado varios talleres literarios, con lo que me he dado cuenta de que cuando tienes que enseñar algo que sabes hacer, no tienes más remedio que reflexionar sobre ello y estructurarlo para poder pasárselo a los demás. Con eso se aprende muchísimo.

Tras los años que has pasado trabajando en este género, ¿en qué te parece que marca la trayectoria de un escritor? Estrictamente en el terreno profesional, ¿tiene más ventajas o desventajas que otros?

Trabajar o haber trabajado dentro del campo de la ciencia-ficción ayuda a dominar algunas técnicas que de otro modo resultarían más difíciles. Por ejemplo, el escritor de cf está acostumbrado a crear el espacio, el mundo en el que se desarrolla la acción y por tanto sabe cuándo es bastante, cuándo ha conseguido crear una «realidad suficiente» para el lector sin que interfiera con la historia que está contando sino, al contrario, que sirva para arroparla y hacerla más creíble.

Tiene la gran ventaja de que es un género muy amplio en el que cabe casi cualquier cosa, aparte de que se trata del único género, en mi opinión, que añade temas realmente nuevos a los de toda la vida. También tiene la ventaja de que hay mucho contacto con los lectores y con los demás escritores que trabajan en el género.

Por el contrario, tiene la desventaja del encasillamiento —tanto en las editoriales como en la prensa— y de que uno tiene que pasarse la vida defendiendo el género en el que trabaja para ver si consigue hacer que la gente lo respete (tanto al género como a uno mismo en tanto que escritor). Yo, por ejemplo, he publicado veinte novelas de las cuales sólo tres y un libro de relatos son de ciencia-ficción; a pesar de ello, parece casi imposible que cuando alguien me hace una presentación en público no diga lo de «es escritora de cf», incluso cuando la novela de la que se trata no tenga absolutamente nada que ver con el género.

Otra desventaja es que se sigue tratando a la cf como género poco serio, trivial. Un encuentro de cf es —para la prensa, la crítica, los libreros y los editores— una quedada de frikis (en general; siempre hay excepciones, claro); un encuentro de novela negra, sin embargo, se considera que ya tiene otro nivel, igual que un encuentro de cómic. Me pregunto con frecuencia por qué la cf no ha conseguido mejorar su imagen pública y acabo dándome la desagradable respuesta de que podría ser porque no da dinero, salvo excepciones muy puntuales. Todo el mundo trata muy bien a cualquier escritor o género o movimiento que genere mucho dinero, independientemente de su temática o de su calidad artística.

¿En qué crees que difiere el trabajo diario de un escritor de ciencia-ficción y fantasía del de cualquier otro género? En tu caso, al tocar distintos palos, ¿en qué cambia tu labor dentro del género fantástico y en otros? Me refiero a cosas como la documentación y la planificación.

En mi caso no hay ninguna diferencia. Si escribo una novela que tiene lugar en Buenos Aires en 1919 me preocupo de buscar planos y a ser posible fotos de la época, de citar sólo canciones que ya hubieran sido escritas entonces y de averiguar cómo iban vestidas las personas. Cuando hago algo que se desarrolla en el futuro o en un mundo alternativo, tengo que inventarlo, claro, pero, una vez inventado, es la documentación a la que siempre vuelvo mientras escribo para que no haya fallos. Por lo demás, no hay diferencia entre los personajes de una novela de cf y los de una realista: cada uno de ellos es un mundo en sí mismo, como en la realidad.

En cuanto a la planificación, en mi forma de trabajar, nada de eso existe fuera de mi cerebro: no hago esquemas de capítulos, no hago listas de escenas y de diálogos, no hago «creación de personaje» con fichas, como otros colegas que conozco. Yo tengo que saber dónde empieza una historia, quién la narra y adonde quiero llegar. Confío enormemente en mi narrador y en mis personajes. Ellos saben quiénes son, cuál es su problema, y me lo van mostrando. Yo soy una especie de coordinador que va dándoles la palabra a unos y a otros, y en ocasiones sabe cosas que ellos ignoran. Todo lo demás se va arreglando en el proceso de la escritura; es como un viaje por mar de los antiguos, una gran aventura: brújula, sextante, por la noche estrellas, siempre monstruos, o al menos la posibilidad de que aparezcan.

¿Crees que un escritor de cf o fantasía debe tener algunas cualidades específicas?

Sí. Creo que debe tener una forma especial de ver el mundo, de categorizar la realidad, de combinar los elementos que recoge. Es algo con lo que se nace, aunque por supuesto ese talento, o cualidad o como se le quiera llamar, se va desarrollando con los años. Un escritor orientado a lo fantástico siempre verá posibilidades fantásticas en cualquier situación en la que se encuentre, en cualquier historia que se le ocurra. Yo diría que somos gente con un concepto mucho más amplio y generoso de lo que es real. Para la mayor parte de las personas la realidad está compuesta de lo que se vive durante la vigilia, lo cotidiano y habitual, lo que se pesa y se mide, lo que es comprobable y repetible, lo que la ciencia va aceptando como real (aunque ellos mismos no comprendan el funcionamiento de lo que tan alegremente usan), lo que podemos percibir con nuestros cinco sentidos. Eso es todo.

Un escritor fantástico va siempre más allá. Incluye también lo que se sueña, lo que se imagina, lo que se puede pensar, lo que se puede narrar, lo que sería quizá posible en otro mundo, en otro tiempo, bajo otras circunstancias, lo que hubiera podido pasar cambiando este o el otro detalle, sin preocuparse de si se trata de cosas que pueden suceder en la realidad de todos los días. Un escritor tiene que creerse (hasta cierto punto y al menos mientras está escribiendo) lo que escribe. Por eso no todo el mundo puede dedicarse al género fantástico, porque hay mucha gente que no es capaz de aceptar ciertas cosas ni siquiera como ficción. Y cuando alguien lo hace como ejercicio, o por encargo, o porque piensa que puede dar dinero, se le nota muchísimo y suele ser un fracaso.

¿Hay alguna forma en la que te surjan de manera más frecuente los arranques de historias? Cosas que te pasan, personajes, un paisaje, una idea…

En general las ideas me vienen de forma espontánea, cuando dos cosas que no tienen nada que ver se cruzan, se combinan y, de repente, salta una chispa. Casi siempre es primero o bien una imagen que me intriga —una especie de diapositiva, digamos— y que aparece en mi mente como por arte de magia, o bien un diálogo que de repente surge en mi interior, entre dos personajes que no conozco. Luego tengo que investigar para descubrir quiénes son y de qué hablan. Es algo que me pasa todos los días varias veces: se cruzan un par de elementos, pienso a ver adonde llevaría eso, se crea una historia en mi interior; si es una tontería, la olvido; si pienso que puede dar juego, sigo pensando en ella, «hilándola» (que es la metáfora que yo uso para eso de pasar de la idea a la historia) hasta que tengo una trama con sus personajes. Si me enamoro de ella, empiezo a escribirla de inmediato. El problema surge cuando estoy escribiendo otra cosa que tengo que terminar primero. Entonces sufro mucho.

También suelen funcionar bien los impulsos exteriores, como por ejemplo, cuando alguien me escribe preguntando si me apetece participar en un libro colectivo con tal y tal tema. De momento me agobia un poco, pero enseguida empiezo a darle vueltas al tema propuesto y empiezan a ocurrírseme un montón de ideas. No todas buenas, claro, pero muchas aprovechables.

¿Trabajas a partir de esquemas detallados de la trama? ¿Cuánto improvisas al escribir?

No hago esquemas jamás. En general yo escribo muy deprisa porque me he enamorado profundamente de una historia y la tengo tan clara en la cabeza que lo único que quiero es estar con ella, contarla, ir viéndola crecer y ramificarse. La tengo toda dentro, casi de la misma forma que uno tiene dentro toda la historia de su vida y de su familia, aunque muchos episodios están latentes y hay que ir despertándolos con suavidad. A veces, escribiendo una historia no tengo la impresión de que la estoy inventando sino de que la estoy recordando o descubriendo. Sin embargo no usaría la palabra «improvisar». Es más encontrar lo que debe ser, lo que hace falta, lo que ya estaba ahí pero aún no lo habías visto.

Yo, antes de ponerme a escribir, cuando me enamoro de la materia, sólo soy consciente de una especie de magma, de masa amorfa de la que de vez en cuando se destacan algunos detalles, principios de subtramas, diálogos, escenas… pero con eso no puedo trabajar. Tengo que esperar hasta que sé quién narra, cuánto sabe de la materia que va a narrar, por qué narra o para quién o para qué, y entonces decido dónde empieza la historia y adonde va a ir, a ser posible dónde va a terminar.

Esto es lo que yo llamo para mí misma el «hilado». Cuando sé todo esto, ya veo con claridad ciertos momentos de la historia, ciertas escenas que estoy deseando escribir, aunque a veces pueda tardar meses en llegar a ellas (porque yo casi siempre escribo las escenas en el mismo orden en que las va a leer el lector). Esos momentos estelares —estelares para mí, puede ser que el lector no se dé cuenta de que son escenas especiales para su autora— son los que me van llevando hacia adelante, hacia ese final previsto que a veces cambia porque el desarrollo de la novela ya lo ha hecho imposible. Ése es el proceso de «tejer», de combinar los diferentes hilos para crear una trama, un tejido con sus dibujos y sus colores.

¿Utilizas alguna herramienta para ayudarte a insertar al lector en tu mundo imaginario? ¿Creas para ti mapas, glosarios de personajes, diccionarios de términos…?

No, para mí muy rara vez. Eso lo hago después si veo que el lector va a necesitarlo para no perderse. En los tres volúmenes de Anima Mundi, por ejemplo, sí he tenido que tomar algunas notas para mí misma, para no olvidar algunas cosas y después he pensado que al lector le vendría muy bien tener las listas de los personajes de los distintos clanes, los nombres que cada uno ha tenido a lo largo de sus varias vidas, los Arcanos que les corresponden en el Tarot, los lugares donde se desarrolla la acción… pero eso ha sido sobre todo para ayudar al lector a ver más claro y poder comprobar cosas, para no obligarlo a tenerlo todo en la cabeza como hago yo.

¿Qué parte de tu labor cotidiana como escritor te cuesta más y cuál te resulta más divertida?

La más divertida, sin lugar a dudas, es escribir, especialmente cuando llevo ya varias horas en ello y estoy totalmente dentro de la historia, cuando las palabras fluyen como si gotearan de las yemas de los dedos sobre el teclado, cuando ya no sé bien dónde estoy, ni qué hora es, y me olvido de comer y beber. Eso es lo mejor de todo.

Lo segundo mejor son los viajes a ferias del libro, festivales, lecturas públicas, conferencias… cuando tienes la posibilidad de conocer a gente que hace lo mismo que tú o a lectores apasionados, cuando se puede hablar de libros, de historias, de problemas técnicos.

Lo que no me divierte, aunque sé que es fundamental, y parte central del trabajo de un escritor, es todo lo que tiene que ver con repasar, corregir, decidir si hay que hacer cambios importantes, etcétera. Por suerte eso lo hago mucho durante el proceso mismo de la creación; es decir, cada vez que me siento al trabajo, corrijo las tres o cuatro sesiones anteriores, por lo que cada escena lleva un mínimo de tres correcciones antes de que la novela esté terminada. Luego viene la corrección global. Y las opiniones de los lectores de confianza. Y otra corrección. Y las pruebas de imprenta… Hasta que llega un momento en que ya no sabes si lo que has escrito tiene algún interés o algún sentido, en que piensas que deberías dedicarte a otra cosa.

Lo peor, para mí, es lo que yo ya no siento como mi trabajo de escritora: escribir o remodelar textos de solapa, hacer resúmenes de la novela para la prensa o para editoriales extranjeras que se interesan por contratarla, hablar bien de la novela, colaborar en la promoción, estar en una mesa esperando a que alguien quiera una firma, contestar una y otra vez las mismas preguntas de periodistas que, por pura falta de tiempo, ni siquiera han leído un par de capítulos del libro.

Las entrevistas, cuando son serias y profesionales, sí me gustan, me parece que es una suerte enorme que alguien se interese por mi trabajo y me dé ocasión de hablar de mis libros y mis historias. Esto estaría en el punto dos de mi respuesta, entre las cosas que me gustan, aunque no tanto como escribir ficción.

¿Qué importancia tiene para ti el fandom específico de la cf, o en general el contacto con los lectores?

Mucha. El trabajo de escritor es solitario, y más en mi caso, porque al vivir en Innsbruck no hay nadie alrededor que se dedique a lo mismo que yo. En esas circunstancias, el contacto con los lectores es un regalo. Cuando se da, ves por fin que sí hay gente para la que tus libros significan algo, te dan ánimos, te hacen críticas a veces muy útiles. Yo no soy de los escritores que escriben para sí mismos; yo escribo para compartir mis historias con otras personas y, por tanto, esas personas son importantísimas. Lo que no significa, evidentemente, que vaya a hacer las cosas de otra manera porque algún lector no comparta mis gustos o mis opiniones.

¿Eres ordenada en cuanto a horarios y forma de vida para trabajar un número concreto de horas o te vas adaptando a lo que se pueda según los días?

Soy muy trabajadora y bastante disciplinada porque la experiencia me ha enseñado que es la única forma de producir con regularidad y de no perder el contacto con lo que estoy escribiendo. Suelo sentarme al ordenador entre las ocho y las ocho y media de la mañana; a las doce y media pongo algo de comer y a las tres sigo hasta las siete o las ocho. Casi todos los días o de mañana o después del trabajo dedico de una a dos horas a hacer deporte; el resto del tiempo estoy trabajando o en cosas de la universidad —tengo que dar y preparar un par de clases a la semana— o en mis novelas (y todo el trabajo derivado de ellas, claro). Después de las ocho ya no suelo trabajar; entonces leo o vamos al cine o vemos una película o cenamos con amigos.

Pero, eso sí, en el caso de que alguien de mi familia o un buen amigo me necesite de verdad, todo lo demás, incluida la escritura, es secundario. Entonces olvido mi rutina, me llevo el portátil a donde sea y escribo como puedo, a saltos, en cualquier lugar, aunque sea a párrafos sueltos. Toda novela está hecha de párrafos. Luego, claro, hay que retrabajar un poco para que no senoten esos saltos en el flujo de texto.

¿Guardas ideas en un cuaderno? ¿Cómo archivas tu material no usado?

Tengo un pequeño Moleskine que siempre va conmigo donde apunto toda clase de cosas relacionadas con lo que estoy haciendo, con la novela en curso, casi siempre cosillas, detalles que no quiero olvidar, dibujitos que me recuerdan algo importante. Con futuras novelas nunca apunto nada porque tengo la estúpida idea de que si una historia es buena, volverá y volverá hasta que la escriba. Así, claro, he perdido algunas ideas que quizá habrían podido convertirse en buenas novelas.

Pero cuando una idea se empeña en volver y no tengo en ese momento el tiempo de escribirla (porque estoy metida de lleno en otra) entonces sí tengo un sistema que suele funcionar bien: escribo el primer capítulo o una escena del principio. Así tengo el narrador, el punto de vista, el tono, algún personaje central… casi todo lo que va a ser fundamental en la novela. Cuando por fin puedo volver a ella no tengo que partir de cero.

¿Qué otros escritores de cf y fantasía te han influido más, tanto en temáticas como en estilo?

Julio Cortázar es mi maestro indiscutible, el escritor a cuyos relatos vuelvo una y otra vez; ambos tenemos también la influencia de Edgar Alian Poe y el romanticismo más gótico. El 2001 de Arthur C. Clarke. Ray Bradbury, su lirismo, su capacidad de evocación. Ursula K. Le Guin, su amor y respeto por sus personajes, su habilidad para crear sociedades y culturas creíbles. El 1984 de George Orwell, que tiene el mejor final de la historia de la literatura. Stephen King, su manera de crear tensión, de hacerte querer seguir pasando páginas.

Habría que añadir el amor por el juego literario, heredado del Don Quijote y de otro cervantino, Torrente Ballester. Y todas las novelas y relatos fantásticos y de cf que he leído en la vida: todos me han aportado algo, tanto los buenos como los malos.