No le conozco y sería presuntuoso que intentara decirle cómo debe vivir. En cualquier caso, sí conozco a muchos otros escritores y tengo la suficiente experiencia personal para ser capaz de avisar de algunos peligros y señalar algunas actitudes que pueden ayudarle. Si no le gusta que le sermoneen puede saltarse este capítulo, porque es lo que me dispongo a hacer. Pero si quiere escuchar los comentarios de alguien que lleva viviendo este tipo de vida desde hace bastantes años, y ha visto cómo les va a otros muchos escritores a distintos grados de distancia, ésta es su sección: los consejos que ofrezco aquí tienen tanto que ver con convertirse en y mantenerse como un escritor de éxito como cualquier otra parte del libro.
Disciplina. A un escritor a tiempo completo nadie le impone disciplina. Nadie le espera por la mañana; si llega tarde al trabajo, nadie le mira con el ceño fruncido. Se puede tomar un día libre cuando quiera y no necesita justificantes del médico. No se contrata a un sustituto cuando falta unos días. Todo esto supone una deliciosa libertad, pero también implica que si es terriblemente perezoso, como yo, puede que se retrase enormemente en su trabajo.
La disciplina debe imponérsela usted mismo. No espere que una musa llegue para golpearle y obligarle a sentarse ante el ordenador. Algo así ocurre raramente, y por mi experiencia, las musas acostumbran a visitar a quienes ya se encuentran ante un teclado exprimiéndose el cerebro, no a los que andan con videojuegos en el sótano.
Cuide su cuerpo. Escribir es un negocio sedentario, y muchos tenemos tendencia a engordar y volvernos flojos. Su cerebro está interconectado con el resto de su cuerpo. No puede dar lo mejor de sí mismo cuando se siente débil o con mala salud. En las ocasiones en que he hecho ejercicio regularmente y mantenido mi peso en un buen nivel, he tenido más vigor y resistencia a la hora de escribir. Otras veces, cuando he descuidado mi salud, he sido incapaz de extraer historias intensas de mi embotado cerebro. Vale la pena invertir una hora en caminar antes de escribir. Puede que escriba algo menos por el tiempo dedicado al ejercicio, pero es posible que lo haga mejor.
Evite las adicciones. Escribir es agotador. Todo lo que produce sale de su interior. No siempre gusta lo que se encuentra ahí, y siempre se teme que llegue el día en que uno se asome y no quede nada. Esa sensación produce mucho estrés, y no hay una forma sencilla de disiparla. Es fácil terminar dependiendo de la reafirmación que brindan toda clase de drogas: la cafeína, el alcohol, y en ocasiones sustancias más duras.
Cuando alguien se convierte en adicto a una de esas sustancias, se cumple el temor al que a menudo estaba intentando sobreponerse. Hacen que contar historias sea más difícil, que sea más costoso encontrar cosas auténticas que decir, y que sea complicado comunicarlas con claridad. Hay quienes afirman que son incapaces de escribir sin su café, su bebida o algún apoyo farmacológico. Creo que la verdad es mucho más dolorosa. No pueden vivir sin esas cosas, así que por supuesto no pueden escribir sin ellas mientras continúe la adicción.
¿Hasta qué punto se toma en serio su arte? Su mente es su herramienta. ¿Cómo puede escribir con autenticidad si su visión no es clara?
Sea paciente. ¿Qué es lo que quiere? ¿Escribir? ¿O ser escritor? Si quiere ser un escritor —alcanzar la fama y la fortuna que imagina que consiguen los escritores— tendrá que esperar mucho. Pero si quiere hacer lo que hacen los escritores —contar historias que pueden o no gustarles a otras personas— disfrutará de su vida tanto si su trabajo conecta con el público como si no.
No busque atajos. Una carrera prolongada sólo se consigue aprendiendo el oficio y trabajando para perfeccionar su arte. E incluso si la fama y los elogios llegan pronto y con facilidad, no espere que se prolonguen. La crítica que amó su libro de este año le hará pedazos el próximo; el público que compró 100000 ejemplares de su anterior trabajo puede que sólo compre 10000 del siguiente. Llévelo con serenidad. La fama viene y va, pero todo lo que le rodea —su vida, su trabajo, su familia, sus verdaderos amigos— seguirá ahí, año tras año.
No compita o se compare. Es letal empezar a compararse con otros escritores. ¿Por qué ganó él el Nébula de este año cuando mi historia es claramente mejor? ¿Cómo consiguió ella un contrato de seis cifras si yo publiqué mi primer cuento cinco años antes de que nadie conociera su nombre? Debo ser un fracasado si no soy capaz de hacerlo mejor que ése…
He estado en ambos lados de esa horrible frontera que separa a los envidiados de los envidiosos, y tengo claro algo: no hay una base racional para las comparaciones y las competiciones en arte. Si alguien se hace rico y famoso más rápido que usted, puede querer decir que es mejor en el oficio, pero también que está contando historias que tocan la fibra de un público mayor. Lo que le pase a otros escritores no quiere decir nada sobre su talento o su futuro. El escritor al que envidia hoy probablemente tenga un motivo para envidiarle a usted mañana.
Y la envidia es venenosa. El éxito de otro posiblemente no le roba nada a usted. Si dos personas escriben libros brillantes que se publican el mismo día, el brillo de uno no empaña el del otro. Si los lectores enloquecen con un libro y compran un millón de ejemplares en un mes, eso no impide que otro venda un millón el mismo mes. De hecho, el éxito de un libro de cf generalmente supone nuevos lectores para el género, que descubrirán luego el trabajo de otros autores.
Entre las mejores cosas del ambiente entre los profesionales de la ficción especulativa está la escasez de envidias. Los más veteranos casi siempre ayudan a los jóvenes; éstos casi siempre honran a sus mayores. Incluso cuando se producen riñas se conserva un respeto que se impone a la larga. El enemigo de un buen escritor nunca es otro escritor: lo son la apatía y el desinterés del público. Ésos son los obstáculos a superar si quiere tener éxito con sus creaciones, y en esa lucha todos los escritores pelean en el mismo bando.
Mantenga la perspectiva. La narrativa es importante. Sin duda conseguirá dejar su huella en el mundo, y el que escriba sus historias y las publique tiene su valor. Pero también importan otras cosas: la familia, los amigos. Sé de unos cuantos escritores que olvidan cómo ser seres humanos decentes, que actúan como si su estatus como escritores les elevara por encima de limitaciones de los mortales comunes como la generosidad, la paciencia y el buen humor.
Es especialmente importante mantenerse en buenos términos con las personas con las que se convive. La escritura supone muchas tensiones en la vida familiar. Cuando esté empezando, su pareja e hijos pueden pensar que les está robando esas horas de la tarde o el fin de semana que pasa ante el ordenador. A veces tiene que terminar una historia; otras, sin embargo, su familia o amigos le necesitan más que la literatura.
Y más tarde, cuando su carrera avance, es fácil dejarse seducir por gente que le mira como si todo lo que dijera fuese inteligente y fascinante. Su pareja e hijos nunca podrán competir con la adulación de unos extraños, porque le conocen demasiado bien. Es fácil olvidar quién se es realmente y deslizarse en ese rol de escritor famoso en el que otros pueden querer encasillarle. Les ocurre a los débiles o imprudentes. Ayuda detenerse un momento de cuando en cuando para decidir si permitiría que sus personajes trataran a los demás como usted mismo lo hace; y, en el caso de que lo hicieran, si le gustaría. Un poco de auto —examen ocasional también es útil para su ficción, dado que todos sus personajes proceden, en último extremo, de su propio interior.
Los mejores narradores son los que escriben no para hacerse ricos y famosos, sino porque aman las buenas historias y quieren compartir las suyas con los demás. Es una actitud fundamentalmente positiva. Incluso cuando sus historias sean oscuras, siniestras o deprimentes, contarlas es un acto de comunicación con otros seres humanos. Aunque no crea en nada más, usted cree en esta idea, o ni se preocuparía por contar sus historias. Incluso la ficción más antisocial es, en su esencia, una acción en favor de la comunidad.
La que se constituye en torno a la ficción especulativa es particularmente importante, porque incluye, entre su público y sus creadores, a muchas de las personas más abiertas a los cambios y más receptivas a lo extraño. Son los visionarios, la vanguardia de la sociedad, exploradores y pioneros de corazón. Conciben algunos de sus sueños y reciben algunas de sus experiencias a partir del trabajo que les ofrecemos. En una labor que vale la pena y que merece ser bien hecha.
Así que cierre este libro y vuelva al trabajo.