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Clases y talleres

Escribir es una labor solitaria. Empieza en soledad y sólo va a peor. Y al comienzo ni siquiera se sabe si uno es bueno. Necesita un público. Necesita el consejo de alguien que sepa lo que está haciendo. ¡Qué narices! Necesita a alguien que analice su trabajo, asienta y diga: «Caray, eres un escritor».

Así que busca en su ciudad hasta encontrar un curso de escritura. O se junta con un grupo de amigos que también sueñan con escribir y empiezan a leer cada uno el trabajo de los demás. O lee acerca de un excelente taller en el que enseñan escritores profesionales y pide una plaza. O compra un curso de redacción online.

Y dependiendo de qué necesite y quién sea, cualquiera de esas opciones podría ser estupenda… o desastrosa.

Talleres literarios

Usted y unos amigos se reúnen una vez al mes para leer las historias de los demás. Se gasta un dineral en fotocopias, y cuando se termina cada sesión, no puede decidir si le está ayudando en algo. Después de todo, los demás participantes tampoco tienen nada publicado todavía. Puede que destrocen cada una de las historias que usted aporte. Pero… ¿eso supone que sus historias no valen la pena o que ellos no pueden reconocer una buena historia cuando la tienen delante?

Todo taller, tanto si se compone de aficionados como de profesionales expertos, le proporcionará tres cosas de valor:

Compañía. A veces lo que más se necesita es escuchar a otra gente hablar de la escritura con la misma pasión y arrebato que siente uno mismo. Después de que compañeros de trabajo y familiares le hayan fastidiado durante meses con la cantidad de tiempo que desperdicia escribiendo, encontrarse con compañeros de fatigas puede suponer un gran alivio.

Fechas de entrega. Si está escribiendo en ratos libres, a menudo es difícil darse cuenta de que a veces hay que sentarse y escribir a toda prisa. E incluso cuando entienda esa dificultad, puede quedarse enredado para siempre en la misma historia, sin considerar nunca la necesidad de terminarla. El saber que debe tener algo a punto para la reunión del jueves le ayudará a terminar de alguna forma la historia, imprimir unas cuantas copias y ponerla en manos de otros.

Público. Simplemente el tener a otro ser humano leyendo su historia y reaccionando a ella ya puede ser gratificante. Por un formulario de rechazo no se puede saber realmente si alguien miró el texto de verdad. Pero en un taller se sabe que los demás lo leyeron. Cuenta con una audiencia respetuosa que con certeza está prestando atención a lo que escribe.

Clases de escritura

Las clases de escritura de cualquier nivel las imparten con frecuencia personas que en realidad no saben cómo escribir. Aunque hay unas pocas y muy valiosas que son impartidas por gente que sabe cómo enseñar a escribir.

Escribir es algo muy difícil de enseñar, pero se convierte en casi imposible cuando el profesor, educado en los cursos de literatura de las universidades estadounidenses, cree que la formación académica que recibió tiene algo que ver con la forma en que los estudiantes deberían escribir.

Esto tiene tanto sentido como intentar aprender a hacer vino escuchando las opiniones de un crítico de vinos.

—Estupendo buqué —dice el crítico sobre un buen vino. El profesor de enología escucha y le dice a sus estudiantes:

—Hay que estar seguros de que el vino que produzcan tenga un buen buqué.

—¿Cómo? —pregunta un estudiante.

—No estoy seguro, pero su vino desde luego no lo tiene.

—¿Tiene el buqué algo que ver con el empleo de las uvas adecuadas?

—No entiendo de uvas —responde desdeñosamente el profesor de enología—. Eso es para los que cultivan uva. Yo enseño a hacer vino.

Es el problema con los profesores que nada más que han estudiado cursos de literatura: sólo han trabajado sobre productos terminados que ya han sido considerados «grandes». Se les ha enseñado a leerlos decodificando su simbología y analizando su estilo. Pero las grandes historias no se construyen juntando unos símbolos y creando deliberadamente un estilo.

El productor de vino cosecha las mejores uvas que puede conseguir, las exprime, purifica el jugo, y las envejece de la forma que le parece más correcta… y luego confía en el proceso natural de la fermentación del vino y la evolución del sabor. De igual manera, el escritor cosecha las mejores y más originales ideas a su alcance, las une en una estructura a la que encuentra sentido, lo escribe todo con claridad, y confía en su propia voz natural y su sentido de la historia para que den lugar a todas esas cosas maravillosas que buscan los críticos. Los verdaderos símbolos suelen ser una sorpresa tan grande para el autor como para el lector; el verdadero estilo procede de la voz natural del autor, grabada en letra impresa. Aunque no escriba buscando símbolos ni estilo, aparecerán de todas maneras. Pero los mundos bien creados, las estructuras eficaces y la claridad no surgen porque sí; deben trabajarse conscientemente, y puede aprenderse la forma de conseguirlos.

Hay profesores de escritura que de hecho saben cosas útiles para los nuevos autores. Hay momentos en que creo que soy uno de ellos. Pero ni aun así pienso que ninguno de nosotros puede enseñar a un aspirante a escritor algo que no esté preparado para aprender; y no hay ni una sola cosa que enseñemos que un escritor no pueda descubrir por sí mismo.

Así que pienso que debería tomar algunas clases de cuando en cuando. Pero no puede esperar que las clases le enseñen cómo escribir.

Si tiene las expectativas adecuadas, no se sentirá decepcionado. La mayoría de las clases de escritura se llevan como si fueran talleres; si es así, proporcionarán al menos el mínimo que brinda cualquier taller. Y si por una gran casualidad termina con un profesor que de hecho sepa enseñar a escribir, alégrese y aprenda cuanto pueda.

Pero si lo que pretende es escribir ficción especulativa, dígaselo al profesor antes de que se inscriba en la clase. Dígale francamente que pretende escribir ciencia-ficción y fantasía y pregúntele si le parece algo aceptable. Si el profesor reacciona de forma irónica o despectiva («me dirijo a estudiantes que aspiran a crear literatura»), la clase será casi con seguridad una experiencia dolorosa o frustrante. Si el profesor no tiene objeciones al respecto, pero le avisa de que él en realidad no sabe mucho sobre ficción especulativa, con todo es posible que le convenga la clase. Pero recuerde que en la mitad de las ocasiones él ni siquiera entenderá lo que usted intenta hacer. Sin embargo, si el profesor reacciona con algo de entusiasmo al respecto, adelante. Incluso si no sabe mucho sobre ficción especulativa, al menos lo que escriba tendrá un público favorable.

Si no hay clases o talleres en su entorno —o ninguno trata la ficción especulativa con respeto— puede unirse a una clase o taller a distancia. Existen numerosas alternativas online si escribe en inglés.

Los peligros de los talleres y las clases

Aquí tiene una pequeña lista de las cosas que pueden ir mal y cómo afrontarlas.

Somos una familia. Uno pasa tanto tiempo con la misma gente que se termina por establecer una amistad. Le acaban por gustar esos muchachos. El problema es que cuanto mejor se conozcan, más favorable se volverá su juicio a las historias de los demás. Le gusta tanto el escritor X que disfruta sus historias aunque sean tan desastrosas. Se familiariza uno tanto con las rarezas del escritor Y que deja de darse cuenta de que sus textos son casi ininteligibles. Puede que haya encontrado a unos amigos para toda la vida, pero ya no tiene un taller que le sirva.

Solución: Siga yendo a sus fiestas, pero busque un nuevo taller para sus historias.

Estoques y escalpelos. Uno o más asistentes al taller se especializan en mostrarse brillantes e ingeniosos a expensas de los demás. Atacan de forma personal a los demás escritores («sólo un cerdo fascista podría idear un personaje así») o ridiculizan las historias («hasta una trituradora de papel se avergonzaría de tragarse esto»), sin añadir nada que pueda servir a la víctima para mejorar.

Solución: Detenga esos abusos. Si no quieren parar, intente expulsar a los agresores. Y si el grupo no le respalda, márchese. Este tipo de agresividad es enemiga del arte.

¿Es otra vez jueves? En una explosión de entusiasmo, el grupo decide reunirse semanalmente. De forma que leer lo que producen los demás y asistir al taller consume la mayor parte del tiempo que debería dedicar a escribir.

Solución: Reduzca la agenda. Si el grupo no cambia, debe pasarse por él sólo ocasionalmente. O dejarlo.

El síndrome de Lope de Vega. El gran dramaturgo español escribió un millar de obras de teatro en su vida. Uno se pregunta cuándo comía o dormía. A veces un escritor del taller produce tanto que se termina por leer su trabajo cada semana, sin que parezca mejorar. Liquida cualquier diversión que proporcionara el taller.

Solución: Limite a cada escritor a no más de un texto al mes (por ejemplo). O pida a Lope de Vega que se vaya. O márchese usted.

Me gustaba más la versión anterior. Lleva el primer borrador de una historia al taller y recibe un montón de sugerencias útiles. Lo reescribe y vuelve al llevarlo, y todavía no les gusta; o piensan que está bien, pero que de todas formas sería rechazado por un editor.

Solución: Nunca lleve el mismo relato de nuevo al mismo taller. No pueden dar una segunda lectura honesta. Si hace los cambios que sugirieron, ¿cómo pueden ponerle faltas? Y si no los hace, ¿cómo va a gustarles más el texto en una segunda lectura? Un taller sólo ayudará a una historia tras la primera lectura.

No está en el grupo adecuado. Nadie en el taller se interesa demasiado por sus historias, la gente es amable con usted pero parece que todos los trabajos de los demás funcionan mejor y no puede entender la razón. O sus historias están siempre tan por encima de las del resto que nadie le dice nada útil, mientras escuchan cada palabra que dice sobre ellos como si usted fuera el profesor.

Solución: Váyase. No pertenece a ese grupo.

Conferencias. Mientras las clases y talleres suelen tener una periodicidad semanal o mensual a lo largo de un periodo prolongado de tiempo, las conferencias o congresos suponen encuentros intensos a jornada completa durante unos pocos días o semanas. A menudo son caros, incluyendo los gastos de desplazamiento y el tiempo invertido lejos de la familia o el trabajo. Y no es posible saber si se obtendrá algún resultado hasta que no se invierte todo ese tiempo y dinero. ¿Vale la pena ir?

Estos eventos pueden ser desde una serie de charlas y lecturas a cargo de profesionales, en los que las historias que usted lleve nunca serán leídas, hasta talleres intensivos en los que se espera que escriba y critique nuevas historias a lo largo de las jornadas de trabajo. Algunos dan la posibilidad (casi siempre por una tarifa adicional) de que un escritor o editor profesional lea su manuscrito y lo comente con usted. Algunos talleres también cuentan con conferencias y lecturas. Antes de pagar un céntimo por asistir a una de estas citas, averigüe exactamente qué ofrece.

Para ser franco, creo que las conferencias sólo son valiosas por las amistades que entablará con otros escritores noveles. Puede que alguno de los conferenciantes cuente algo que le parezca valioso, puede que no. Pero con seguridad no le dirán qué ideas de las que enseñan se pueden aplicar directamente a su manuscrito. E incluso si paga por una consulta privada, sólo conseguirá como resultado lo menos fiable de una clase de escritura: los comentarios del profesor. Que adore la última novela del escritor X no quiere decir que él tenga la menor idea de cómo mejorar lo que usted escriba.

Clarion y Clarion West. Los cursos prolongados con formato de taller, sin embargo, pueden ser eficaces… o devastadores. Dentro del territorio de la ficción especulativa, hay dos talleres que, para ciertos escritores, merecen la tremenda inversión necesaria en tiempo y dinero. Cada verano, unos veinte escritores que han superado el proceso de selección e invertido una cantidad significativa —que apenas cubre los costes— llegan a San Diego, California, para Clarion, mientras otra veintena viaja a Seattle para Clarion West. (Pese al nombre, ambos talleres están completamente separados y se debe solicitar plaza en cada uno de ellos, pero dado que Clarion West se creó a semejanza de Clarion, la mayoría de lo que escribo puede aplicarse a ambas citas).

Durante seis semanas esos escritores viven juntos, leen las historias de los demás y escriben hasta exprimirse el cerebro. La experiencia es intensa, y muchos participantes atraviesan importantes cambios personales —generalmente temporales—. La mayor parte de los años uno o dos asistentes se queman por completo y no vuelven a escribir jamás. Y los pocos que van a Clarion esperando recibir un respaldo («sí, Agnes, ¡eres una auténtica escritora!») se van decepcionados.

Ir a Clarion supone con frecuencia dejar el trabajo, abandonar el apartamento o colocar a los hijos con los abuelos. Pero si de verdad quiere aprender a escribir mejor, el sacrificio puede valer la pena. En primer lugar, se trabaja con seis escritores profesionales distintos —uno por semana— que leen y comentan sus historias[26]. En segundo, se conoce a los restantes participantes, con los que se forjan amistades que pueden durar para siempre, con frecuencia incluso relaciones profesionales de larga duración. En tercero, se escriben al menos seis relatos, normalmente más, en un entorno creativo al rojo vivo. En las ocasiones en que he enseñado allí he visto a muchos estudiantes aprender más en una semana de lo que lo habían hecho antes en años.

Pero Clarion no es para gente débil. Es una experiencia dura, y los que sacan el máximo de ella son a menudo los que ya están accediendo a la profesionalidad. Si simplemente está empezando y no se siente seguro de su identidad como escritor, Clarion puede ser el fin, no el principio. Pero si sabe que es un escritor y quiere colocarse durante seis semanas en una licuadora que extraiga cada gota de talento que se esconde en su interior, solicite una plaza.

Cultivando a un lector experto

Es raro el escritor que sepa de verdad lo que ha escrito cuando lo plasma por primera vez en papel. Un párrafo que se esperaba diáfano no lo será. Un personaje que creía fascinante resultará tonto a otros porque no ha sido capaz de plasmar las razones por las que le pareció interesante. Pero no sabrá nada de esto hasta que alguien más lo haya leído y se lo diga.

¿Quién? ¿La gente de su taller? ¿Un profesor?

Ellos no pueden hacer el trabajo que necesita. Busca a alguien que le lea ahora, hoy mismo, un minuto después de terminar. Alguien tan comprometido con su carrera que desee tanto su éxito como usted mismo.

En otras palabras, necesita un cónyuge o un amigo íntimo que sea un crítico brillante.

Estupendo, me dirá. Mi pareja lee mis historias, pero todo lo que me dice es: «Bastante buena». Bajo presión, puede llegar a decir: «Me gustó». Un comentario deslumbrante.

Tengo buenas noticias: puede convertir a casi cualquier persona inteligente y comprometida en el lector experto que necesita. En primer lugar debe entender que un lector experto no es alguien que le diga qué hacer después, sino alguien que le ayude a entender qué acaba de hacer. En otras palabras, quiere que su cónyuge o amigo le informe, en detalle y con precisión, de la experiencia que le ha supuesto leer su historia.

El público nunca miente. Cuando fui dramaturgo, aprendí algo sobre el público. Después de la actuación, todo el mundo dice que fue estupenda. Pero durante la propia representación nunca mienten. Por la forma en que se inclinan hacia adelante en sus asientos, con los ojos fijos en el escenario, podrá saber si están interesados, tensos, ansiosos… lo que estemos buscando. Entonces, de repente, un gran número de ellos se mueven en sus asientos, echan un vistazo al programa… Sin querer, están manifestando que algo no funciona en la obra, porque hemos perdido su atención.

Como escritor de ficción puede observar lo que su lector hace cuando lee su manuscrito. Pero también puede entrenar a un lector para darse cuenta de su propio proceso de lectura y tomar notas que le ayuden a encontrar los puntos débiles de su manuscrito. Quiere que lleve un registro de síntomas de lo que la historia le produce.

Para esta labor es preferible que su lector experto no tenga una especial preparación literaria, puesto que de esta forma estará menos dispuesto a ofrecer diagnósticos —«la caracterización era débil»— o, el cielo nos asista, recetas —«necesitas recortar toda esta descripción»—. El lector que buscamos no se imagina ni por un momento que puede decirle cómo arreglar su historia. Todo lo que puede decir es cómo se siente al leerla.

¿Cómo entrenarle? Hay que hacerle preguntas:

¿Te aburriste en algún momento? ¿Se te iba la cabeza a otra cosa? ¿Puedes decirme en qué parte ocurrió? (Deje que se tome su tiempo, que repase la historia y encuentre el lugar donde perdió el interés).

¿Qué piensas del personaje llamado Magwall? ¿Te gustó? ¿Le odiaste? ¿Recuerdas quién es? (Si odia al personaje por los motivos adecuados son buenas noticias; si no puede recordar quién es de un capítulo al siguiente es una muy mala noticia).

¿Hay algo que no entendieras? ¿Hay algún párrafo que tuviste que leer dos veces? ¿Hay algún punto en el que te sentiste confuso? (Las respuestas le señalarán si manejó bien la exposición, o dónde se volvió confusa la acción).

¿Hubo algo que no te creyeras? ¿En algún momento dijiste «oh, vamos»? (Esto le ayudará a descubrir clichés o momentos en los que necesita entrar en mayor detalle en su creación del escenario).

¿Qué crees que pasará luego? ¿Qué te intriga? (Si lo que ha leído es un fragmento, sus respuestas aquí le dirán dónde ha tenido éxito a la hora de crear líneas de tensión; si lo que ha leído es la historia completa, podrá determinar qué tramas han quedado sin resolver).

No hará esas preguntas en muchas ocasiones. Pronto su lector experto aprenderá a analizar sus propios procesos internos al leer. Percibirá puntos confusos, inconsistentes, aburridos, clichés; pensará por sí mismo qué opina de los personajes y se lo dirá después.

A través de este proceso de preguntas convertí a mi esposa, Kristine, en mi lector experto en un momento muy temprano de nuestro matrimonio. Gracias a sus respuestas y preocupaciones, mi trabajo es muchas veces mejor de lo que habría sido de otra forma. Así también he conseguido que ella sea parte de cada página de cada historia que he escrito; de forma que en lugar de que mi oficio sea un motivo de conflicto en nuestro matrimonio, como ocurre en el de otros muchos escritores, es uno de los aspectos en los que nos complementamos.

Por supuesto, tengo que tratar con respeto sus comentarios. Incluso cuando sus respuestas hieran mis sentimientos, debo agradecérselas. Lo que es más importante, debo hacer algo para corregir los puntos que me señala, debe ver que sus observaciones me conducen a corregir mis manuscritos. Nunca me ha dado recetas, nunca me ha dicho lo que debo hacer.

Pero el quid pro quo es que nunca he dejado de tratar los síntomas que me ha señalado. Siempre hago algo para corregir cada problema del que me informa tras su lectura. Al principio era a veces duro, porque pensaba que podía estar equivocada. Pronto aprendí, sin embargo, que posiblemente no lo estuviera: el lector experto del que hablo nunca lo está. ¿Por qué? Porque informa de su experiencia de lectura. ¿Cómo podría equivocarse acerca de sus sentimientos?

Puede que en ocasiones la reacción de Kristine a algún aspecto de mi historia haya sido particular, y que nadie más hubiera detectado el problema que ella descubrió. Pero siempre me he dado cuenta —siempre— de que una vez que empiezo a cambiar el punto problemático de la historia la mejoro.

Y Kristine llegó a ser tan experta en la lectura y a tener tanta familiaridad con lo que hago para resolver ciertos problemas que sabe anticipadamente qué cambios haré. Esto puede resultar desconcertante, como cuando un amigo o pareja empieza a terminar las frases de uno, pero es también reconfortante saber lo bien que me conoce.

Sin embargo, ella ha pagado un precio terrible por convertirse en mi lector experto. Ahora lee todo de la forma en que afronta mi trabajo, dándose cuenta de cuándo se aburre, cuándo se siente incrédula, cuándo está confundida, cuándo un personaje le resulta indiferente, cuándo queda sin resolver un elemento de la trama. Le fastidia un enorme montón de libros y relatos. Pero creemos que vale la pena. Y cuando envío un manuscrito, los dos estamos seguros de que está a punto para su publicación.