Distintas historias requieren distintas formas de escribir; lo que sirve para una historia puede no ser bueno para otra.
Vocabulario. En su ensayo «From Elfland to Poughkeepsie», Ursula K. Le Guin destaca este hecho con gran elocuencia: cuando los escritores de fantasía presentan personajes de alta posición que viven en tiempos heroicos, se hace necesario un vocabulario más formal. Por otra parte, en la creación de comedias, el vocabulario puede oscilar entre lo burlonamente heroico y lo descuidado.
Sin embargo, el vocabulario rico supone un gran peligro; en particular, es fácil sobrepasarse o usarlo muy mal. Hay que leer un montón de prosa brillantemente escrita antes de poder escribirla nosotros mismos, y no hay mucha en la actualidad. La propia Le Guin y Gene Wolfe son las dos fuentes más fiables en ese nivel léxico en el campo de la ficción especulativa; fuera del género, un buen ejemplo sería Jane Austen o, por citar un nombre más actual, Judith Martin; cuando escribe como «Miss Manners» usa un vocabulario formal excelente, en ocasiones con una ironía devastadora[20].
Aquí tenemos la misma escena, contada de tres formas:
Sevora leyó la carta sin mostrar emoción alguna. Tyvell sólo se dio cuenta de que algo iba mal cuando la carta se deslizó de sus dedos y ella dio un paso dubitativo hacia él. La atrapó antes de que pudiera caer al suelo desmayada.
La dejó cuidadosamente en la gruesa piel ante el hogar, luego envió a su enano a buscar al médico. Sin embargo, sus ojos se abrieron antes de que volviera.
—Viene el doctor —dijo Tyvell, sosteniendo su mano con delicadeza.
—Lee la carta —susurró ella—. Lebbech me ha destruido.
Sevora escrutó la carta, sin mostrar su torbellino de sentimientos interiores en el rostro impasible, pétreo. Tyvell sólo se dio cuenta del tumulto cuando ella dejó caer el pergamino enroscado y se tambaleó hacia él. La atrapó en sus brazos con la mayor de las premuras antes de que su delicada naturaleza pudiera golpear el gélido suelo.
Gentilmente la depositó en la acogedora piel de oso ante las danzantes llamas de la lumbre y luego envió a Crimond, su sorprendido y frenético enano, a buscar al médico. Antes de que los pasitos del diminuto siervo pudieran proporcionar la ayuda deseada, sin embargo, Sevora recuperó la consciencia y sus ojos se abrieron.
—No sientas temor —dijo Tyvel, acariciando la suave piel blanca de su dorso—. He mandado a buscar al doctor.
—No le necesito —susurró Sevora—. ¿Cómo podrían ayudarme sus yerbas? No, ni siquiera su cuchillo me serviría en mi actual estado. Yazco destruida por los horribles hechizos de Lebbech.
Sevora leyó la carta lo mejor que pudo, moviendo sus labios y tartamudeando aquí y allá cuando encontraba una palabra con demasiadas letras. Tyvell se dio cuenta de que eran malas noticias cuando ella se tambaleó hasta derrumbarse ante él, con los ojos dándole vueltas. Él andaba tranquilo en sus cosas y ahora ella tenía que venirle con uno de sus ataques.
La arrastró ante el fuego y le gritó a Crimond que fuera a por el doctor porque Sevora parecía haberse quedado tiesa. El enano salió como un tiro, pero antes de que pudiera conseguir que el matasanos estuviera lo suficientemente sobrio para venir, Sevora se cansó de que Tyvell le palmeara la mano. Abrió los ojos y le miró.
—Vale, ya he mandado a buscar al médico —dijo él. Ella siempre se enfadaba cuando no se tomaba en serio sus desmayos.
Pero Sevora estaba pensando en la carta… Eran noticias realmente malas.
—Que le den al médico. Lebbech me ha acribillado a maldiciones. Si no puedo librarme de esos hechizos antes de que nazca el bebé, estoy frita.
El primer ejemplo busca simplemente ser tomado seriamente como el relato de unos personajes de alta cuna atrapados en una historia épica. El segundo ejemplo, sin embargo, intenta lo mismo con demasiado énfasis. No hay gracia en el exceso de adjetivos, y un lenguaje de nivel alto no consiste en emplear una sintaxis retorcida ni arcaísmos superfluos. De hecho, la elegancia con frecuencia demanda claridad y simplicidad.
El tercer ejemplo simplemente pretende ser una comedia, pero he leído muchos relatos que iban muy en serio que no eran menos cómicos en su elección de las palabras. Los términos de jerga contemporánea resultan tan desagradables en un lenguaje formal como los falsos arcaísmos. Pocos escritores de fantasía serios emplearían expresiones como «estoy frita» o «que le den», pero incluso otras más normales como «vale» o «malas noticias» estarían fuera de lugar en el primer ejemplo.
Si sus personajes son de alta cuna, su léxico debe estar en consonancia; si son gente del pueblo, el lenguaje común es apropiado. Además, el vocabulario del narrador debe armonizar con el de los diálogos; me resultó desconcertante, por ejemplo, que en una fantasía que leí recientemente, situada en la Inglaterra isabelina, los personajes plebeyos hablaran como héroes de la realeza shakespeariana, mientras el narrador se expresaba en un inglés actual corriente. El cambio de tono continuo sólo llamaba la atención sobre el lenguaje y distraía de la historia.
Si se quiere ver distintos niveles de lenguaje claramente diferenciados en un solo trabajo, el mejor profesor —como sucede con frecuencia— es Shakespeare. Analice cuidadosamente obras como El sueño de una noche de verano o La fierecilla domada. En ambos hay personajes «ricos» y «pobres». Los de clase alta hablan en versos, con una dicción clara, limpia y elegante. Los de clase baja utilizan líneas sin rima, con un humor grueso y errores gramaticales. Con todo, la comedia es hilarante en ambos niveles de expresión, y ambos están extremadamente bien escritos. El lenguaje formal no es «bueno» y el coloquial «malo»; el buen estilo es el adecuado a cada escena.
Blasfemias y vulgaridades. Ya no existen reglas tajantes de decoro. Se puede usar el lenguaje que se quiera, aunque las revistas tienen algunos límites. Eso no significa que los escritores sean «libres» hoy por hoy. Sólo que la carga de decidir qué hacer recae en el escritor.
Lo que debe recordar es que el lenguaje tiene un efecto real sobre la gente. Si presenta un personaje que usa continuamente un lenguaje obsceno, eso tendrá un efecto sobre los que le rodean. Y en consecuencia, si emplea ese lenguaje explícitamente en su historia, tendrá un efecto similar entre sus lectores. Se darán cuenta de que el personaje es un patán bocazas, que es lo que se pretende; pero un número sustancial de lectores también se sentirán molestos con la historia en el mismo grado en que les ofenda el personaje, lo que puede ser algo que no tuviera previsto.
Nunca cambiaría una parte esencial de un relato para complacer a un segmento de público determinado, pero sería igualmente absurdo incluir algo no esencial que ahuyente a una parte de los lectores que podrían disfrutar la historia. Todo se reduce siempre a qué es o no es esencial. La libertad de prensa significa que la decisión está en manos del creador; no significa que siempre deba decidir ser ofensivo.
Sin embargo, si prefiere no emplear lenguaje soez o vulgar, le recomiendo dejar fuera por completo las palabrotas en lugar de reemplazarlas con eufemismos. Un escritor conocido lo intentó usando el acrónimo «tanj» (de «there ain’t no justice», no hay justicia) exactamente donde se usa la palabra habitual que también se emplea para la cópula. «¡Que te tanj!». «¡Quítame tus tanj manos de encima!»[21]. Puede que el experimento tuviera una buena intención, pero personalmente me demuestra que los eufemismos son con frecuencia un remedio peor que la enfermedad, porque hacen que tanto la historia como el personaje parezcan más bien tontos. Use un lenguaje indecoroso o no, pero no intente simularlo, porque salvo que tenga un talento más allá de lo que yo conozco, simplemente no funciona.
Por otra parte, cuando se crea una sociedad alienígena, una de las mejores formas de sugerir sus valores y cultura es a través de las palabras que se consideran inadecuadas para su uso por parte de la gente decente. En nuestra cultura, las palabras asociadas con el coito y la defecación son demasiado duras para pronunciarse descuidadamente, lo que dice algo sobre nosotros. Pero ¿qué pasaría en una cultura en la que las palabras para comer fueran consideradas indecentes, mientras que las que a nosotros nos chocan fueran usadas sin problemas? Un visitante de la América contemporánea podría tener muchos problemas para desenvolverse en una cultura en la que al sexo le rodearan los mismos prejuicios que a sonarse la nariz, pero en la que la idea de poseer algo, de tener propiedades que se apartaran del uso general, fuera tan indignante como la pederastía. Sería abofeteado sin tener la menor idea del porqué.