Ésta es la parte en la que piensa la mayoría de la gente cuando hablamos de la creación de un mundo: concebir un sistema estelar con un planeta y un paisaje alienígena. Calculas el diámetro y la masa del planeta, sus periodos de rotación y revolución, la distancia respecto al sol, el ángulo de inclinación, los satélites que pueda tener, el brillo del sol, su edad.
El resultado es una serie muy precisa de medidas: la gravedad en la superficie; la temperatura; si tiene o no atmósfera y, si la respuesta es afirmativa, de qué está hecha o cómo son los vientos dominantes; el clima en varias regiones del planeta; sus océanos y continentes (si los tiene); mareas; y, finalmente, la probabilidad de que albergue vida y la clase de vida que podría tener.
A partir de ahí son posibles desde opciones muy sencillas —planetas de baja gravedad con pequeños árboles y animales; planetas de muy rápido giro con grandes vientos y breves ciclos de día y noche; planetas sin rotación en los que la vida sólo es posible en una estrecha franja— hasta sistemas complejos que abren un mundo de posibilidades válidas para toda una novela.
Un par de ejemplos. La novela de Robert Forward El huevo del dragón surgió de una propuesta muy sencilla: ¿qué tipo de vida podría aparecer en la superficie de una estrella de neutrones? El resultado es una de las mejores novelas puramente científicas jamás escritas, en la que la llegada de una nave exploradora de la Tierra, vista en primer lugar como una luz en el cielo, da lugar a las primeras briznas de curiosidad e inteligencia entre las rudimentarias formas de vida de la superficie de la estrella. Aunque como la estrella gira tan deprisa y el tiempo fluye tan rápido para estas pesadas criaturas planas, para cuando la nave llega finalmente, esos extraterrestres que creamos inadvertidamente ya han desarrollado el viaje espacial y avanzado mucho más allá de nuestro primitivo nivel tecnológico.
De hecho, Forward es el epítome del escritor de ciencia-ficción «dura». Como físico de cierto nivel, el acercamiento de Forward a la ficción se produce casi por completo desde el punto de vista científico. Aunque es un buen narrador, la historia siempre está al servicio de la idea científica.
Y para un gran número de lectores y escritores de ciencia-ficción, éste es el único acercamiento correcto al género. Su preferencia son las ciencias llamadas «duras»: física, química, astronomía, geología. Consideran a la zoología y la botánica como un tanto sospechosas, y en cuanto a las «ciencias» de la sociología, psicología, antropología y arqueología, les dan risa. Para ellos, las ciencias sociales son sólo subconjuntos de la historia, un arte más literario que basado en los hechos, especulativo antes que mensurable.
Cuando se escucha hablar a la gente de la cf dura, parece como si ellos hubieran inventado la ciencia-ficción y los restantes escritores de inquietudes antropológicas, literarias o aventureras fueran arribistas. Desde luego que no es cierto: hay obras de ciencia-ficción antropológica, literaria o de aventuras anteriores a la cf dura. Pero por un largo tiempo, que comenzó con la presencia de John W. Campbell al frente de Astounding, las historias que se toman la ciencia muy, muy en serio fueron lo mejor que se publicaba en el género. La vanguardia.
Hoy la vanguardia se ha desplazado —como hace siempre— pero la ciencia-ficción dura, más que cualquier otra clase de ciencia-ficción, mantiene un núcleo de seguidores leales. La revista Analog, aunque ya no es la principal a la hora de recoger premios, sigue teniendo una circulación mayor que cualquier otra revista dedicada sólo a la ficción, pese a que sus historias pertenezcan a un subsector muy estrecho del género. De hecho, Analog parece ser la única revista que publica regularmente relatos ajustados a una fórmula, que funciona dentro de la tradición de la cf dura:
Bajo la dirección de Stanley Schmidt, estos enfoques parecieron inagotables, y es imposible discutir su acierto considerando las cifras de venta de Analog en comparación con las otras revistas exclusivamente dedicadas a la ciencia-ficción. Sin embargo, mientras el público de cf dura ha permanecido leal, el resto del género ha seguido adelante. Las únicas historias aparecidas en Analog que han llamado la atención del género en su conjunto han sido las que no siguen esas fórmulas o las trascienden.
Lo que separa a los mejores escritores de cf dura de los del montón es que estos últimos normalmente inventan escenarios para sus mundos imaginarios, y tal vez diseñan una buena senda evolutiva para sus criaturas, pero el resto lo resuelven con clichés. Los personajes, las sociedades, los eventos… todo surge directamente de algo que leyeron antes. Ésa es la razón por la que recurren a fórmulas conocidas con tanta frecuencia.
Y es también la razón por la que una de las cosas más desconcertantes de la ficción de Analog —más desconcertantes para mí, al menos— es la forma en la que la mayor parte de sus historias muestran un conocimiento tan reducido del funcionamiento de los seres humanos. Escritores que no soñarían con avergonzarse con un cálculo erróneo de la densidad atmosférica no se dan cuenta de que sus personajes —sean científicos, gobernantes o empleados de una gasolinera; hombres o mujeres; jóvenes o viejos— se comportan y hablan en todos los casos, y actúan y se relacionan con otras personas, como estudiantes aplicados.
La ironía es que el predominio de mala ficción en el subgénero de la cf dura ha llevado a muchos a pensar que la cf dura debe ser mala por naturaleza. De hecho, algunos grandes escritores del género, que se hicieron famosos en los tiempos gloriosos de la cf dura campbelliana en los cuarenta y los cincuenta, han sufrido en los últimos años un cierto desdén por asociación con sus presuntos seguidores.
Lo que debemos aprender de la mala escritura tan frecuente en la cf dura actual no es que la cf dura no pueda escribirse bien —tenemos a Asimov y Clarke, Niven y Clement, Sheffield y Forward para demostrar lo contrario—, sino que hay una enorme oportunidad dentro de la cf dura para narradores con talento que a la vez dominen lo suficiente las ciencias duras como para dirigirse a ese público. Los lectores no insisten en querer mala literatura, simplemente buscan buena ciencia; si se les ofrece buena ciencia y buena literatura, responden a su autor casi invariablemente proporcionándole una muy larga, segura y bien pagada carrera.
Por otra parte, muchos de los que escribimos ciencia-ficción «blanda» (antropológica o sociológica), literaria o de aventuras hemos cometido el error de obviar la ciencia necesaria en nuestra narrativa. La mayoría de nosotros nos saltamos todo el tema al situar nuestras historias en planetas «muy similares a la Tierra» o mundos que ya han sido totalmente inventados por otros escritores. Al igual que los más débiles de los autores de cf dura, nos concentramos sólo en lo que nos interesa —estructuras sociales, prosa elegante o grandes aventuras románticas— y olvidamos el resto. Al punto de que quienes formamos hoy la corriente dominante de escritores de ciencia-ficción ignoramos las ciencias duras en nuestra creación de mundos, y resultamos tan culpables de superficialidad como los escritores de cf dura que no se ocupan de los sistemas sociales, los personajes o las tramas.
Hay algunos escritores capaces de estar a la altura en todos los aspectos. Larry Niven, por ejemplo, es reputado como uno de los grandes escritores de cf dura. Pero yo soy de la opinión de que es uno de los principales escritores de nuestro género porque es uno de los mejores y más diáfanos narradores que hemos tenido. Trabaja con las ciencias duras para crear sus mundos y generar sus ideas, pero lo que le convierte en uno de los grandes es la calidad de las historias que cuenta en esos mundos.
Quizá el más notable ejemplo reciente de ficción que cumple con cada aspecto necesario es la brillante y ambiciosa trilogía de Heliconia, de Brian Aldiss: Heliconia primavera, Heliconia verano y Heliconia invierno. Concebida y ejecutada como una obra magna, toda la historia tiene lugar en un planeta que órbita dos estrellas binarias. No hay sólo un ciclo de estaciones normal, sino también un ciclo de superestaciones de un millar de años de duración. A medida que el planeta se acerca a la estrella mayor, el clima en su conjunto se vuelve casi insoportablemente caliente; cuando se aleja, calentado sólo por la estrella menor y más fría, el planeta se vuelve tan frío que casi se congela por completo. Toda la vida del planeta, incluyendo la humana y su sociedad, debe adaptarse a ese ciclo milenario.
Como ciencia-ficción literaria, antropológica y romántica, la trilogía es excepcional; también sobresale como cf dura. La mayor parte de ese éxito es debido al genio de Aldiss y su inquebrantable integridad como narrador; otra parte se deberá también, posiblemente, al hecho de que es británico, no americano, y Gran Bretaña ha escapado en gran medida al proceso de guetizacion de la literatura estadounidense. No sólo la cf no está allí tan firmemente subdividida, ni tan radicalmente separada de la fantasía, sino que también todo el campo de la ficción especulativa es visto por la literatura británica como territorio legítimo para que un «verdadero» escritor se aventure en él. Después de todo, Gran Bretaña produjo a H. G. Wells, Aldous Huxley y George Orwell, a los que honra como grandes escritores británicos, no sólo como grandes escritores británicos de cf. Así que Aldiss —como otros narradores británicos— ha permanecido inmune a la insularidad que con tanta frecuencia hace que los escritores de ficción especulativa americanos empleen únicamente una fracción de las herramientas disponibles.
Así que si se siente inclinado hacia la cf dura, le recomiendo que amplíe su perspectiva y busque que sus historias sean buena literatura al igual que buena ciencia. Y en el caso de que no esté muy interesado por las ciencias duras —incluso si piensa que sólo quiere escribir fantasía—, le sugiero que se acerque a ellas leyendo tanto como le sea posible de los grandes de la cf dura de los años cuarenta, cincuenta y sesenta. Pasará muy buenos ratos y tendrá una buena muestra de lo que era la ciencia de vanguardia en el momento en el que se escribió cada historia.
Creo firmemente que la educación de un buen narrador no se acaba nunca, porque para contar historias a la perfección hay que saberlo todo sobre cualquier cosa. Naturalmente, nadie consigue un conocimiento tan completo, pero debemos vivir como si lo intentáramos continuamente. Uno no se puede permitir cerrarse a ningún área de investigación. Para escribir un solo libro, recientemente tomé ideas que aprendí de la biografía de Lyndon Johnson The Path to Power, de Robert Caro; del detallado libro de referencia sobre la vida en un pueblo medieval Lost Country Life; de las aventuras del Capitán Blood de Rafael Sabatini; de La interpretación de las culturas de Clifford Geertz; y del Banquete de Platón. ¿Quién sabe cuánto habría mejorado mi novela si tan sólo hubiera leído otra media docena de libros, o examinado una docena de temas adicionales respecto a los que sigo siendo desesperadamente ignorante?
Para la creación del entorno extraño en el que tiene lugar la novela, en primer lugar debe entender tan bien como le sea posible el entorno familiar en el que se desarrolla su propia vida. Hasta que no haya examinado y comprendido el mundo que le rodea, posiblemente no podrá crear un mundo imaginario complejo y verosímil.
De hecho, uno de los grandes valores de la ficción especulativa es que la creación de un extraño mundo imaginario con frecuencia es la mejor manera de ayudar a que los lectores vean el mundo real con una mirada fresca y se den cuenta de cosas que de otra manera les pasarían inadvertidas. ¡La ficción especulativa no es una huida del mundo real, y escribirla no es una forma de tener una carrera literaria sin necesidad de documentarse! En realidad, la ficción especulativa proporciona una lente a través de la que podemos ver nuestro mundo real mejor de lo que podríamos hacerlo sólo con nuestros ojos.
En otras palabras: nunca se sabe demasiado.