Hay otra frontera que debe preocuparle, la que separa a la ciencia-ficción y la fantasía. Es la que yo crucé al intentar vender «El calderero» a Analog.
La separación es real. Hay escritores que sólo cultivan uno u otro campo; existen importantes diferencias en la forma en que se escribe cada uno. Hay incluso públicos distintos: el lugar común es que hay más hombres que leen ciencia-ficción y más mujeres en la fantasía. El resultado es que en las disputas entre fantasía y ciencia-ficción a menudo se deslizan acusaciones propias de la guerra de sexos. Y hay más detalles feos. Algunos escritores de ciencia-ficción relevantes han escrito cartas o artículos en los que señalan a la fantasía como una cierta amenaza hacia la «buena» ciencia-ficción, unas veces porque la fantasía parece estar desplazando a la ciencia-ficción de los estantes de las librerías, otras porque demasiados escritores de ciencia-ficción se están volviendo «sentimentales» o «poco rigurosos», como los escritores de fantasía. Así que los autores serios de fantasía responden con una apasionada defensa de su propio territorio, así como sarcásticos comentarios sobre la ciencia-ficción como expresión de la adolescente pasión masculina por las máquinas.
He encontrado estas disputas casi tan tristes como divertidas, como amargas peleas entre niños pequeños de la misma familia. No me toques. Tú me has pegado primero. Te odio. Apestas. El hecho es que lo que aplasta a la buena ciencia-ficción es la mala ciencia-ficción, la ciencia-ficción mejora cuando toma prestadas las mejores técnicas de la fantasía, y la fantasía mejora cuando toma prestadas las técnicas de la ciencia-ficción que le resultan convenientes. Supongo que toda esta discusión no perjudica, pero tampoco veo que suponga ningún avance.
La mayoría de los que escribimos ficción especulativa nos movemos con igual facilidad entre la fantasía y la ciencia-ficción y de vuelta a la primera. Yo he escrito ambas, y no he sentido que la fantasía me resultara más fácil de escribir ni fuera menos rigurosa que la ciencia-ficción; ni he encontrado en mi ciencia-ficción ninguna necesidad de disminuir las resonancias míticas o la acción frenética de mis historias de fantasía.
¿Por qué, entonces, es necesario ni siquiera pensar en que existan diferencias? En primer lugar, porque la fantasía y la ciencia-ficción son categorías editoriales separadas. La mayoría de los editores que ofrecen ambos tipos de ficción especulativa tienen sellos separados para fantasía y ciencia-ficción, o al menos ponen uno u otro término en el lomo. Algunos incluso mantienen un equipo editorial distinto para cada género. Y las revistas son muy conscientes de la diferencia entre ciencia-ficción y fantasía, porque no publican esta última o porque desean mantener un adecuado equilibrio entre ellas para conservar a su público.
Pero en la mayoría de las librerías la fantasía y la ciencia-ficción se encuentran juntas en la misma zona de estanterías, alfabetizadas por autor sin ninguna intención de separarlas. Y es correcto que sea así. Las pocas librerías que se equivocan al mantener secciones separadas de ciencia-ficción y fantasía encuentran que la mayor parte de los autores con libros en una sección también los tienen en la otra. Algo que puede resultar confuso a los potenciales compradores.
—¿Dónde está la última novela de Xanth? —pregunta el quinceañero—. He encontrado libros de Piers Anthony en la sección de ciencia-ficción, pero no hay ninguno de Xanth.
—Eso es porque los libros de Xanth son fantasía —dice el paciente librero—. Están en la sección de fantasía.
—Bueno, eso es una estupidez —responde el chico—. ¿Por qué no tienen todos sus libros juntos?
Y lleva razón. Es estúpido. La ciencia-ficción y la fantasía forman una única comunidad literaria; aunque hay mucha gente que sólo lee una de las dos, todavía es más la que lee ambas, y es una locura dividirlas en la tienda. Después de todo, la cf y la fantasía tienen un mercado que depende en gran medida del prestigio del autor. Aunque desde luego existen lectores que compran cf o fantasía como si fueran novelas románticas de la editorial Harlequin, agarrando cualquier cosa con un elfo o una nave espacial en la cubierta, hay muchos otros que buscan a sus autores favorito y compran sólo sus trabajos, aventurándose raramente a probar los de otros autores que les resultan desconocidos. Estos lectores esperan encontrar juntos todos los libros de un autor en la misma estantería. No quieren «una novela de ciencia-ficción» o «una de fantasía»: quieren lo último de Asimov o de Eddings, de Benford o de Donaldson, de Niven y Poumelle o de Weis y Hickman.
Pero hay un momento en el que la división entre ciencia-ficción y fantasía sí que importa. Es cuando estás escribiendo.
Aquí va una buena, sencilla y semiprecisa regla de oro: si la historia está situada en un universo que sigue las mismas reglas que el nuestro, es ciencia-ficción. Si está situada en un universo que no sigue nuestras reglas, es fantasía. O, en otras palabras, la ciencia-ficción trata sobre lo que podría ser pero no es, mientras la fantasía trata sobre lo que no podría ser.
A priori, esta frontera funciona bastante bien. Como gente racional, sabemos que la magia no funciona y las supersticiones no tienen sentido. Pero si la magia funciona en su historia, si las supersticiones se vuelven realidad, si hay bestias imposibles como dragones que escupen fuego o caballos alados, si los genios surgen de lámparas o si murmurar maldiciones causa enfermedades, entonces está escribiendo fantasía.
Debe informar al respecto a su lector, tan pronto como sea posible tras el comienzo de la historia, sobre si lo que viene es fantasía o ciencia-ficción. Si es ciencia-ficción, y así lo señala al lector, se ha ahorrado un enorme esfuerzo, porque éste asumirá que todas las leyes conocidas de la naturaleza están en vigor, salvo que en la propia historia se indique lo contrario.
Con la fantasía, sin embargo, todo es posible. Y donde todo puede ocurrir, ¿qué importa lo que de hecho llegue a pasar? Quiero decir que si el héroe está en peligro y desea escapar, ¿por qué no va a poder hacerlo? ¿Por qué preocuparse por él? ¿A quién le importa?
La verdad es que las buenas fantasías limitan cuidadosamente la magia que es posible en su escenario. De hecho, la magia debe ser definida, al menos en la mente del autor, como un completo juego de leyes naturales que no pueden violarse en el transcurso de la historia. Por tanto, si al comienzo del relato ha establecido que el héroe sólo puede pedir tres deseos, mejor no salir con un cuarto deseo que le salve el pescuezo al final. Eso es hacer trampa, y el lector tendrá todo el derecho de arrojar su libro contra la pared y evitar cuidadosamente cualquier otra cosa que escriba en el futuro.
Todas las historias de ficción especulativa tienen que crear un mundo extraño e introducir al lector en él, pero las buenas fantasías también deben establecer todo un esquema de leyes naturales, explicarlas lo antes posible, y no saltárselas en el resto del relato.
Dicho esto, debo señalar también que existen numerosas excepciones. Por ejemplo, según esta definición las historias de viajes en el tiempo en las que el héroe se encuentra consigo mismo y las historias que muestran naves espaciales que viajan más rápido que la luz deberían ser clasificadas como fantasía, porque violan las leyes conocidas de la naturaleza. Y sin embargo ambas son clasificadas como ciencia-ficción, no como fantasía.
¿Por qué? Una explicación es que la gente escribía sobre estos temas con la etiqueta de ciencia-ficción antes de que fueran ampliamente divulgadas ciertas leyes naturales relevantes, de forma que estas historias se quedaron como ciencia-ficción a modo de excepciones que confirmaban la regla. Otra explicación es que no existía ninguna categoría editorial para la fantasía hasta 1960, con lo que un montón de fantasía pudo sobrevivir bastante cómodamente bajo el paraguas de la ciencia-ficción y, para cuando la categoría «fantasía» se consolidó, nadie se preocupó de moverla de una a otra categoría. Ya era un convencionalismo aceptado.
Pero a mí todas estas explicaciones me parecen tonterías. El viaje en el tiempo y el viaje más rápido que la luz respetan la verdadera frontera entre ciencia-ficción y fantasía: tienen metal y plástico, y usan maquinaria pesada, así que son ciencia-ficción. Si tengo gente que haga cosas mágicas e imposibles con golpes de talismán o rezando a un árbol, es fantasía; si hacen lo mismo pulsando un botón o trepando por una máquina, es ciencia-ficción.
Así que en cierto sentido incluso las historias de ciencia-ficción tienen que definir sus «reglas mágicas» según se aplican en el entorno de la historia, lo mismo que las fantasías. Si superar la velocidad de la luz es posible en su universo de ciencia-ficción, debe quedar claro cuanto antes. Si quiere viajes en el tiempo, o bien su historia es sobre viajes en el tiempo o debe establecer cuanto antes que es algo común en el escenario de la historia.
Con todo, la diferencia se mantiene: si una historia se percibe como fantasía, el lector debe conocer, tan pronto como sea posible, qué leyes naturales se aplican en este mundo, puesto que si la historia se percibe como de ciencia-ficción el lector asumirá que las leyes naturales de este universo están en vigor hasta que se le diga lo contrario.
Nótese que todo esto se aplica únicamente al arranque de una historia. Su «fantasía» puede terminar con todo lo aparentemente mágico explicado como fenómenos perfectamente naturales; su «historia de ciencia ficción» puede terminar siendo un relato de brujería o vampirismo en el espacio. De hecho, esto es exactamente lo que hizo Sheri Tepper en su serie de nueve volúmenes True Game. La historia trata sobre gente que pasa su vida actuando como piezas en una especie de ajedrez para descubrir y usar capacidades mágicas innatas, como el cambio de forma. No importa que a la altura del tercer volumen te des cuenta de que todos ellos descienden de colonos que llegaron a ese planeta desde la Tierra. No hay que distraerse por la conclusión, que explica de forma perfectamente natural de dónde procedían todos los poderes aparentemente mágicos. La historia comienza con un tono de fantasía, así que Tepper tiene que desplegar las leyes de su universo muy pronto en el primer volumen, como debe hacer un escritor de fantasía.
Por otra parte, la brillante novela de ciencia-ficción Nevemess, de David Zindell, termina con casi tantos dioses y eventos míticos y mágicos como La Riada y La Odisea juntas. Pero como comienza con un tono de ciencia-ficción, el lector asume desde el comienzo que las leyes del universo conocido se aplican… con excepciones. El libro se promocionó correctamente como ciencia-ficción y así fue recibido.
Éstas son las fronteras de la ficción especulativa, y dentro de este territorio, los límites entre ciencia-ficción y fantasía. Hay algún muro alto aquí y allí, y vallas electrificadas, y fosos con cocodrilos… pero siempre hay un medio para superar o esquivar los obstáculos. Hay que ser cuidadoso con las fronteras; conviene acercarse a ellas con pies de plomo, pero no somos sus prisioneros.
De hecho, se podría pensar en las fronteras de los géneros no como obstáculos, sino más bien como presas y diques que evitan que el río se disuelva en el mar. Dondequiera que se levantan, permiten que se cultiven nuevas tierras; y cuando necesite nuevo espacio para plantar su historia, simplemente alce un nuevo dique donde lo desee. Si hay suficiente gente a la que le gusta ese relato, la nueva frontera será aceptada como válida, y plantaremos nuevas historias en la tierra conquistada. Es el mejor regalo que podemos hacernos entre nosotros. Todos cosechamos en territorios abiertos por los pioneros de nuestro campo: Wells, Verne, Merritt, Haggard, Lovecraft, Shelley, Tolkien y tantos otros. Pero no estamos confinados a los lugares que descubrieron. Sólo son el punto de partida.
¿Cómo podríamos crear literatura de lo extraño si no saliéramos del territorio ya cartografiado?