Tras explicar cuidadosamente que la ciencia-ficción y la fantasía son tan sólo etiquetas para 1) una categoría editorial artificial y arbitraria 2) una comunidad de lectores y escritores dinámica y en continua evolución y 3) un gueto en el que se puede hacer cualquier cosa una vez se sepa lo que han hecho los demás, ahora intentaré dar una auténtica definición de ambos términos.
Esta última frontera es la más clara —y posiblemente la menos precisa— de las definiciones de ciencia-ficción y fantasía:
La ficción especulativa engloba todas las historias que tienen lugar en un escenario opuesto a la realidad conocida.
Esto incluye:
Sin embargo, a la vez que doy esta definición puedo encontrar muchos ejemplos de historias que encajan en estos límites pero no son consideradas como ciencia-ficción o fantasía por nadie. Por ejemplo, pese a cierto romanticismo, la maravillosa novela de Félix Salten Bambi es un relato brutalmente preciso de la vida de un ciervo. Pero como en ese libro los animales hablan entre ellos, algo que los animales simplemente no hacen, ¿se convierte Bambi en fantasía? Quizá, de alguna manera; pero nunca lo encontrará en la sección de fantasía de las librerías, nunca lo encontrará en la lista de las cincuenta novelas favoritas de un lector de fantasía. No entra en el territorio de la categoría editorial, las expectativas de la comunidad de lectores y editores, o incluso en la lista en bruto de todo el material escrito por autores de fantasía y ciencia-ficción.
¿Qué hacemos con La Ilíada y La Odisea? Contienen magia y dioses en abundancia; y es difícil imaginarse a ningún lector contemporáneo aduciendo que retratan la forma en que era el mundo en la época de la guerra de Troya, aunque fueron concebidas para un público que creía en esos dioses y héroes. Para el narrador y su audiencia se trataban de poemas sobre hechos históricos y no fantasía; eran cuentos épicos, no míticos.
Incluso habrá quien señale que mi definición de ficción especulativa claramente incluye a la Biblia y a Paraíso perdido, pese a que mucha gente se sentiría hoy ofendida al ver clasificados cualquiera de esos libros como fantasía.
¿Y qué decir de los romances prehistóricos de Jean Auel? Desde luego que contradicen la visión de los arqueólogos del pasado, pese a lo que se presentan como si fueran realistas. ¿O de libros que fuerzan los géneros como Moondust and Madness[13] o la primera novela de Jacqueline Susann, Yargo[14], publicada postumamente? Ambas tienen naves espaciales y visitantes de otros planetas, pero todo lo demás las identifica claramente como puras novelas románticas, sin rastros de ningún conocimiento o comprensión de la tradición de la ciencia-ficción. Encajan en mi definición, pero cualquier lector familiarizado con lo que realmente son la fantasía y la ciencia-ficción las rechazaría de inmediato.
¿Y qué hay de las novelas de terror? Muchos trabajos de Stephen King son con claridad fantasías —e incluso algunos ciencia-ficción—, y tanto King como su audiencia lo admitirían sin dudar. Pero muchas otras obras del género de horror no contradicen de ningún modo la realidad que conocemos, encajan en el género porque incluyen sucesos perfectamente creíbles que son tan espantosos o repugnantes que el lector responde ante ellos con temor o disgusto.
Con todo, pese a sus insuficiencias, mi definición tiene su utilidad. Por un lado, mientras incluye a muchos trabajos que no pertenecen realmente al género, no excluye a ninguno de los que sí forman parte de él. Es decir, su historia puede encajar en mi definición sin ser fantasía o ciencia-ficción, pero puede estar seguro de que si no encaja, con seguridad no está dentro del género.
Incluso algunos trabajos de escritores de cf y fantasía asentados que se incluyen en el género principalmente por cortesía (o forzadamente por los editores) satisfacen ciertos parámetros, aunque sea de forma poco coherente, para encajar en esta definición. Como mínimo ofrecen la posibilidad de que el relato contravenga la realidad conocida en algún momento.
Aún es más importante el hecho de que según esta definición la ficción especulativa es definida por su entorno. El mundo en el que tiene lugar la historia es la marca fronteriza del género. Si la historia no lleva al lector hasta un lugar hasta entonces desconocido, no es ficción especulativa.
Uno de los principales atractivos de cualquier ficción es que lleva al lector a lugares que no le son familiares. Pero extraños… ¿hasta qué punto? Como los chimpancés en la sabana africana, el público lector de ficción se siente a la vez atraído y repelido por lo extraño. El chimpancé, ante un extraño que no es abiertamente hostil, se mantendrá a una distancia prudente y se quedará mirando. Poco a poco, si el extraño hace algo interesante, el chimpancé se sentirá atraído. La curiosidad supera al temor.
O si las acciones del extraño parecen amenazadoras, el chimpancé huirá, pedirá ayuda o intentará de ahuyentar al extraño de alguna forma, pues el temor supera a la curiosidad.
Los seres humanos también muestran esta actitud ambivalente hacia lo desconocido; por ejemplo, vemos temor en el racismo, y curiosidad en la forma en que la gente frena para mirar al pasar ante un accidente en la autopista. Nuestra actitud hacia lo extraño es también un factor clave en la forma en que elegimos las historias que creemos o las que nos importan. Si lo que leemos o vemos en una pantalla nos resulta demasiado familiar, se convierte en aburrido; conocemos el final desde el principio y apagamos la pantalla o dejamos el libro a un lado. Por otra parte, si resulta demasiado poco reconocible, rechazamos la historia como increíble o incomprensible. Pedimos un poco de extrañeza, pero no demasiada.
Por suerte, no hay dos personas que quieran exactamente la misma mezcla de extrañeza y familiaridad. A algunos les basta con leer las mismas historias una y otra vez, variando sólo unos pequeños detalles cosméticos… o al menos así nos parece a aquéllos de nosotros a los que no nos gusta la novela gótica, o la de destripadores, o los romances adolescentes, o las obras literarias sobre escritores que no pueden escribir o pintores que no pueden pintar. Hay quien está siempre en busca de algo nuevo o diferente, por lo que no puede reconocer la autenticidad que contienen las viejas historias familiares… o eso nos parece a quienes no disfrutamos los experimentos literarios de Faulkner, Joyce o Robbe-Grillet.
La ficción especulativa se dirige, por definición, a un público que quiere enfrentarse a lo extraño, un público que quiere pasar su tiempo en mundos que definitivamente no sean como el que les rodea.
Esto no quiere decir que todas las historias de ciencia-ficción y fantasía son aventuras originales rumbo a lo desconocido. Muchos lectores, una vez que han descubierto un mundo extraño que les gusta, quieren volver al mismo lugar una y otra vez, hasta que terminan por estar más familiarizados con ese lugar imaginario de lo que lo están con la ciudad en la que realmente viven. Muchos lectores de ficción especulativa que llegaron al género en su adolescencia, ansiosos de extrañeza, sorpresas y maravillas, siguen leyendo género hasta bien entrada la mediana edad, mientras añoran fórmulas repetidas y familiares… y a esos lectores no les falta cf y fantasía que les proporcione la adecuada dosis de nostalgia.
Pero hasta el más estereotipado y repetitivo relato de cf y fantasía todavía parecerá sorprendente y fresco al lector ingenuo que no sepa que su escenario es el mismo empleado en otro millar de historias. Pues la diferencia intrínseca entre la ficción especulativa y la realista es que la primera debe tener lugar en un mundo desconocido. Hasta cierto punto, cada historia de ciencia-ficción y fantasía debe desafiar la experiencia y los conocimientos del lector. Ésa es en gran medida la razón por la que el género es tan abierto a la experimentación y la innovación que rechazan otros: lo extraño es el pan nuestro de cada día. Lo cortes en rebanadas gruesas o delgadas, es nuestro alimento básico.