Es importante recordar que hubo un tiempo en el que todas las categorías actuales formaban parte de la literatura general. Cuando se publicó Lo que el viento se llevó[8] era sólo una novela, no «histórica» o «romántica», aunque sin duda hoy se la calificaría de una de esas maneras. Y en los tiempos en que H. G. Wells, Julio Verne, A. Merritt, H. Rider Haggard y otros inventaron el género de la ciencia-ficción, sus novelas se publicaban y exponían junto a las de contemporáneos como James, Dreiser, Woolf o Conrad.
Con todo, existía una clara diferencia, incluso a comienzos de siglo, entre la incipiente ciencia-ficción, la fantasía, y el resto de la literatura. Era difícil de explicar por entonces. La máquina del tiempo, La guerra de los mundos y El hombre invisible, todas novelas de H. G. Wells, eran completamente distintas entre ellas, pero compartían la sensación de tratar sobre avances en la ciencia; de ahí que se las llamara «romances científicos».
Esto seguramente las asemejaba a los trabajos de Julio Verne, que también trataba sobre avances científicos en novelas como Veinte mil leguas de viaje submarino. Pero Verne no parecía encontrar nunca peligros o matices oscuros en el desarrollo de la tecnología, y al final sus novelas no trataban tanto sobre la ciencia como sobre las maravillas que podrían encontrarse en lugares extraños e inaccesibles. En Veinte mil leguas importaba menos el submarino de Nemo que las maravillosas vistas desde sus claraboyas. Viaje al centro de la Tierra trataba sobre la supervivencia en un entorno hostil y extraño, e incluía deliciosas insensateces sobre las ruinas de la antigua Atlántida o dinosaurios que habían sobrevivido en las entrañas de la Tierra.
Wells era mucho más serio y lógico que Verne en su extrapolación de las posibles consecuencias de los avances científicos. Aunque sus historias en ocasiones tenían estructuras similares. Por ejemplo, mientras La vuelta al mundo en ochenta días trata íntegramente sobre los monumentos y maravillas del mundo en los tiempos de Verne, su final depende por completo del conocimiento de un hecho científico: que al viajar hacia el este el protagonista ganaba un día cuando cruzaba la línea internacional de cambio de fecha. Es bastante similar al juego estructural de Wells cuando hace que a los invasores de Marte en La guerra de los mundos les detenga el resfriado común. Los grandes acontecimientos se ven alterados por hechos de lo más insignificante, y cuando el lector alcanza la sorprendente resolución, se restaura su fe en el orden del universo. Los pequeños detalles serán los que nos salven.
La cara en el abismo, de A. Merritt, y Ella, de H. Rider Haggard, tienen incluso menos en común con Wells que Verne. Ambas novelas presentan a un viajero que se encuentra en un lugar olvidado hace largo tiempo por el hombre moderno. En Ella, una magnífica mujer ha encontrado el medio para vivir para siempre a cambio de la sangre de sus seguidores; en La cara en el abismo, hombres lagarto descendientes de los dinosaurios mantienen a una raza de humanos esclavizada para sus obscenos juegos y placeres. Hay más magia que ciencia en estos dos libros, aunque hay una fuerte conexión entre los lectores a los que les gustaba Wells, a los que les gustaba Verne, y a los que les gustaban Merritt y Haggard.
De hecho, cuando Hugo Gernsback fundó la primera revista dedicada íntegramente a la ciencia-ficción, Amazing Stories, allá por el final de los años veinte, anunció que quería publicar romances científicos como los de H. G. Wells. Pero es justo señalar que, en lugar de la seria y rigurosa extrapolación científica que encontramos en el trabajo de Wells, la revista de Gernsback —y las que pronto la imitaron— publicaba historias que tenían bastante más relación con el amor de Verne por las máquinas, o los divertimentos en extraños y peligrosos escenarios de Merritt y Haggard, que con el tratamiento serio de Wells sobre la ciencia y el futuro. No fue hasta mediados de los años treinta, cuando John W. Campbell se convirtió en el director de Astounding (hoy Analog), que la ciencia-ficción a la manera de Wells prevaleció en las revistas americanas.
La extrapolación rigurosa, la adoración por la tecnología, y las aventuras místicas en extraños y misteriosos lugares: el origen de cada corriente de la ficción especulativa actual puede rastrearse hasta autores que escribían antes de que existieran estas clasificaciones comerciales. De entre los lectores de los años veinte y treinta que amaban a alguno o a todos estos autores surgió la primera generación de «escritores de ciencia-ficción», que se sentía continuadora de la senda trazada por esos colosos. La categoría comercial «ciencia-ficción» creada por Gemsback era el reconocimiento de una comunidad que ya existía, que florecía y esparcía muchas semillas, para dar lugar a nuevas generaciones que repetían, revisaban o reinventaban la misma tradición literaria.
Las fronteras que en su momento eran permeables se convirtieron en más firmes, porque las categorías comerciales reforzaban la identidad de la comunidad de escritores y lectores. Hilton no tenía escrúpulos a la hora de escribir una novela sobre un mundo perdido, Horizontes perdidos; no le molestaba a nadie que no perteneciera a la misma categoría que, digamos, su novela Adiós, Mr. Chips. Y así tantos lectores leyeron Horizontes perdidos que el nombre de su país perdido, Shangri-La, entró en el lenguaje cotidiano.
Hoy, sin embargo, quien escribiera una fantasía como Horizontes perdidos sería inmediatamente etiquetado como autor de fantasía, y cuando escribiera después Adiós, Mr. Chips, los editores estadounidenses no sabrían dónde colocarla. ¿Cómo se podría considerar fantasía? Pero si se publica sin la etiqueta de fantasía, los lectores a los que les gustaron los libros previos del autor no le encontrarán, y los lectores que miran en la zona de «Ficción» no conocerán al autor y posiblemente no reparen en la novela. Como resultado, existiría una enorme presión para que el autor escribiera «más libros como ése de Shangri-La».
De hecho, se le presionaría para escribir toda una serie, que se publicitaria como la Trilogía de Shangri-La mientras no se publicara el cuarto volumen, que daría paso a la Saga de Shangri-La hasta la muerte del autor. Esto le ocurrió a Frank Herbert con sus libros de Dune, y pese a sus esfuerzos está ocurriendo con los libros de dragones de Anne McCaffrey. Sólo unos pocos, como Marión Zimmer Bradley, son capaces de escaparse y conservar una audiencia considerable.
Pese a todo, mi experiencia como lector es que las fronteras entre géneros importan muy poco. Hubo meses, incluso años de mi vida, en los que todo lo que yo quería leer era ciencia-ficción; pero no sentía vergüenza o culpa cuando otras veces leía novelas históricas, misterios, clásicos, poesía o best sellers contemporáneos. Ahora mismo disfruto leyendo historia y biografías, pero seguro que eso volverá a cambiar. Y ni siquiera en la cumbre de la mayor borrachera de lectura de cf nada podrá detenerme a la hora de devorar la última novela de John Hersey, William Goldman o Robert Parker.
El resultado es que hoy, mientras los lectores se sienten totalmente libres, pasando de un territorio a otro con facilidad, las categorías comerciales atornillan a los propios autores a su nicho. Debe tener en cuenta este hecho cuando empiece a publicar. ¿Quiere ser conocido para siempre como un escritor de ciencia-ficción o fantasía?
Algunos escritores cuyas carreras se han cimentado en la ciencia-ficción nunca han quedado clasificados en ella. Kurt Vonnegut, por ejemplo, rechazó con rotundidad la etiqueta de ciencia-ficción para su obra… aunque no hay definición de la ciencia-ficción que no incluya sus novelas en el género, excepto por el hecho de que las palabras «ciencia-ficción» jamás se han impreso en la cubierta de sus libros.
John Hersey, otro ejemplo, ha escrito obras maestras de la ciencia-ficción como White Lotus, The Child Buyer o Mi petición de más espacio; pero como escribió otro tipo de literatura antes, nunca fue enclaustrado en una categoría («¿Le importaría, señor Hersey, poner algunos alienígenas en este libro? No estoy seguro de que nuestro público sepa qué hacer con este escenario histórico en China»).
Vonnegut y Hersey nunca estuvieron dentro del gueto de la ciencia-ficción. Unos pocos escritores como Bradbuiy y Le Guin han conseguido trascender las fronteras sin sacrificar los elementos fantásticos de su trabajo. Pero la mayoría de nosotros sentimos que cuanto mejor nos va como escritores de ficción especulativa, menos interesados están los editores por nuestro trabajo fuera de la cf o la fantasía.