Como los editores de libros los comercializan a través de distribuidores y librerías, tienen pocos medios para influir en la forma en que sus libros son manejados y expuestos. Por supuesto, a cada editor le gustaría ver todas sus novedades destacadas, con la cubierta a la vista en los estantes, preferiblemente en una sección llamada «Nuevo y maravilloso». Pero en el mundo real no ocurre así. En su lugar, la mayor parte de las novelas amontonan sus lomos en el valioso espacio disponible, con el orden alfabético del apellido del autor como único elemento para decidir en qué lugar se colocan.
Navegar entre un millar de lomos colocados en el orden alfabético de los apellidos de autores de los que nunca ha oído hablar es un tanto incómodo para el lector, por supuesto. Por suerte, los editores de ficción aprendieron algo de la parte de no ficción del negocio, que agrupa los libros en materias o categorías. Cómo hacer punto de cruz está junto a Fontanería fácil en la zona de «Libros útiles». Las biografías se organizan por el apellido del sujeto del libro en lugar de por el del autor; la historia se reparte en área geográfica y periodo. Aparecen nuevas categorías cuando se necesitan: en 1975 no había ninguna sección en las librerías llamada «Informática».
¿Por qué no distribuir la ficción de una forma similar? Las microcategorías no servirían; no sería práctico tener secciones llamadas «Historias de perros», «Historias de caballos», «Crisis de la mediana edad y adulterio», «Gente del pasado que habla y piensa como estadounidenses contemporáneos» o «Reminiscencias de infancias en las que no pasó nada», pese a que todos sean temas bastante populares en la literatura.
Pero existen algunas categorías amplias bastante útiles, como «Ciencia-ficción», «Fantasía», «Histórica», «Romántica», «Misterio» o «Western». Cualquier cosa que no encaje en una de esas categorías se agrupa bajo el encabezamiento de «Ficción». Los editores pueden emplear esas etiquetas en sus libros y confiar en que los libreros —que no podrían conocer, no ya leer, todos los libros de todos los autores— sabrán cómo agrupar esos libros en sus tiendas de forma que los lectores puedan encontrarlos con facilidad.
Durante años, el apetito de los lectores de ciencia-ficción sobrepasó ampliamente la producción de los escritores y editores. Unos 30000 o 40000 lectores[4] estaban tan necesitados de otra novela de cf que se compraban cualquier cosa, por mala que fuera, mientras tuviera un cohete en la cubierta. En consecuencia, aunque la ciencia-ficción nunca vendió mucho, tenía unas cifras mínimas garantizadas. No se perdía dinero publicándola, casi sin importar su calidad.
Como consecuencia, esta categoría alimentó a muchos escritores jóvenes, dotados pero completamente faltos de preparación, que la empleaban como aprendizaje en el posible comienzo de sus carreras. A diferencia de la literatura general, donde las primeras novelas acostumbran a vender cientos más que miles de ejemplares, prometedores pero primerizos escritores de ciencia-ficción podían vivir de los adelantos y derechos de ventas de 40000 ejemplares. Y un sorprendente número de nosotros, tras burdas novelas de debut que mostraban más nuestras debilidades que nuestras fortalezas, terminamos por producir trabajos de alguna brillantez… y, en ocasiones, profundidad.
Sin embargo, esos días terminaron. Dejó de haber un techo para el género, con los libros en tapa dura de Herbert, McCaffrey, Asimov, Heinlein, Clarke y Douglas Adams entrando en las listas de los más vendidos. Pero también se había derrumbado el suelo. Tan pronto como el dinero de verdad llegó a la ciencia-ficción y la fantasía, los editores empezaron a publicar cada vez más novedades, hasta que fue imposible para cualquiera leer ni siquiera la mitad, no ya todas. En lugar de 40000 lectores comprando un ejemplar de todo había cientos de miles comprando puede que la mitad de los libros, mientras algunos de los demás no los leía casi nadie.
La fantasía siguió el mismo camino, aunque en un ciclo mucho más corto. Con el boca oreja impulsando el éxito de El señor de los anillos y El hobbit, la fantasía como etiqueta nació a finales de los años sesenta. Sólo pocos años después, Ballantine publicaba La espada de Shannara, de Teriy Brooks, que entró en las listas de los más vendidos. De golpe la fantasía se convirtió en un negocio tan grande como el que estaba llegando a ser la ciencia-ficción.
El apetito por los nuevos nombres en el campo de la ficción especulativa (fantasía y ciencia-ficción) sigue siendo enorme. Si escribe de manera competente y su historia tiene algo de chispa, la venderá. Y aunque ya no puede tener la garantía de que incluso su más endeble trabajo primerizo será leído y recordado, en realidad eso puede ser una bendición; personalmente estoy muy contento de que mi primera novela no salga a relucir ni se encuentre disponible allí donde voy[5].
Los nuevos autores son incluso mejor recibidos en las revistas. Aquí, una vez más, las categorías importan. Aunque las dos revistas más prestigiosas, Isaac Asimov’s Science Fiction Magazine (en adelante Asimov’s) y The Magazine of Fantasy and Science Fiction (F & SF) publican ocasionalmente fantasías en un entorno rural, todas las revistas prefieren la ciencia-ficción con remaches y plástico. Y no porque ése sea necesariamente el gusto de sus responsables, sino porque es lo que la inmensa mayoría de su público demanda y respalda a través de las ventas, los mensajes de apoyo y los premios Hugo y Nébula. Las otras dos revistas principales, Omni (que paga una millonada por cuento pero sólo publica dos por número)[6] y Analog, ni siquiera toman en consideración la fantasía rural, aunque Omni compra ocasionalmente alguna fantasía urbana, la clase de historia en la que algo mágico ocurre en un familiar entorno de alta tecnología.
Todas estas revistas se enorgullecen de publicar relatos de nuevos autores. Lo que no se dice con tanta frecuencia es que de hecho sobreviven gracias a descubrir nuevos autores. Hay un ciclo en la ciencia-ficción que siguen la mayoría de los escritores. Entran en el género vendiendo relatos cortos y largos a las revistas hasta que su nombre y su estilo se convierten en familiares para los editores de libros. Entonces firman algunos contratos para publicar, suman algunos libros, y de repente dejan de tener tiempo para escribir nunca más esos cuentos por 400 dólares. Las revistas que les criaron y abrieron puertas ven como fluyen las novelas y desaparecen los cuentos. Así que se ven obligadas a buscar nuevos talentos continuamente.
Esto resulta aún más patente en los mercados más pequeños y en los nuevos. Aboriginal SF y Amazing Stories[7] —la revista más reciente y la más vieja del género— tienen un impacto menor, en parte porque los escritores más consolidados venden generalmente a Omni, Asimov’s y F & SF. Pero precisamente por eso tanto Abo como Amazing son más receptivas al trabajo de desconocidos.
En la práctica, hay más oportunidades de vender a las revistas si la historia es 1) corta y 2) de ciencia-ficción más que de fantasía. Mi propia carrera siguió ese camino, como la de la mayoría de los escritores de ciencia-ficción. Sólo los escritores de fantasía están prácticamente obligados a empezar vendiendo una novela, porque el mercado del relato es mucho menor para ellos.