Linares Rivas, el célebre autor teatral, era sordo como una campana. Un día dijo:
—Soy tan sordo que no oigo ni lo que me conviene.
Pues bien, un día decidió comprar una trompetilla acústica, y uno de sus amigos le comentó:
—Ahora, don Manuel, oirá usted mucho mejor. —No, hijo; ahora oigo tan mal como antes. Los que salen ganando son ustedes, que tendrán que gritar menos.
Fontenelle decía:
—Dadme cuatro personas que a mediodía estén de buena fe, persuadidas de que es de noche, y yo me encargo de persuadir de ello a dos millones de hombres.
Dumas hijo le reprochaba a su padre la gran cantidad de colaboradores que tenia:
—Hijo mío —dijo Dumas padre—; todas las grandes obras se han hecho en colaboración; por ejemplo, tú.
Regresaba a Granada el célebre padre Manjón, gran apóstol y pedagogo, después de haber intervenido brillantemente en un congreso catequístico en Valladolid. En el departamento del tren que ocupaba un viajero comentaba elogiosamente las palabras de Manjón que reproducía un periódico:
—¡Vaya discurso! Hasta los periódicos liberales lo elogian. Este padre Manjón es un genio.
El padre Manjón comentó simplemente:
—¡Pchs!
Y el viajero, al ver la indiferencia con que eran acogidas sus palabras, se dirigió a quien estaba a su lado:
—Estos curas de pueblo ¡qué saben de estas cosas, pobrecillos!
Una gran dama perdió a su marido con el que no congeniaba ni poco ni mucho y, comentándole un amigo suyo su cara de Pascuas, respondió:
—Es que estoy en la luna de miel de la viudez.
Un economista explicaba a sus alumnos lo que era el fenómeno de la oferta y la demanda con la siguiente historia:
En una ciudad sitiada, un aguador iba por las calles con dos grandes botijos llenos de agua, pregonando:
—A seis cuartos el cántaro, a seis cuartos… Un trozo de metralla le rompió uno de los cántaros y el aguador, mirándolo, prosiguió:
—A doce cuartos el cántaro, a doce cuartos…
Sagasta, el célebre político liberal, tenía su casa abierta a todo el mundo. Los visitantes entraban en su domicilio colándose incluso en el dormitorio. Un día llegó un señor y, dirigiéndose al secretario del político, le tomó por Sagasta y le endilgó un discurso. Al saberlo el jefe liberal, exclamó:
—Hasta hoy habían venido a verme muchos a quienes yo no conocía. Pero por lo visto ahora vienen incluso los que no me conocen a mí.
La frase es muy conocida y atribuida a muchos. Recojo la versión que me parece más antigua:
Echábanle un día en cara a Henri Murger su gran pereza, y el gran autor de Escenas de la vida de bohemia, dijo:
—Qué queréis, amigos; hay años en que uno no está para trabajar.
Saliendo del viejo Senado, don Alejandro Pidal observó que estaba lloviznando.
—Está orballando —dijo.
—¿Qué quiere decir esto? —le dijo otro senador.
—Que cae lluvia menuda.
—¡Ah! Aquí en Madrid le llamamos calabobos.
—Bueno, pero es que en Asturias no hay bobos.
El general Ramón María de Narváez estaba en su lecho de muerte y el confesor le acompañaba en sus últimos instantes, exhortándole a bien morir. En un momento dado le dijo:
—Hijo mío, ¿perdonas a tus enemigos?
Narváez hizo un gesto negativo y el confesor insistió:
—Tienes que perdonar a los enemigos, hijo mío.
Haciendo un esfuerzo Narváez exclamó:
—Es que no tengo: los he fusilado a todos.
Hubo una vez en España una fiebre maligna que enfermó a un caballero y su mujer le decía:
—¡Ay! Yo había rogado tanto a Dios que os guardara de todo mal.
—Pues mira: se conoce que te oyó porque me lo ha guardado del más fuerte.
Explica Alfredo R. Antigüedad en su Anecdotario que Ricardo Zamora, el famoso guardameta catalán, estuvo una vez descalificado por la Federación Catalana de Fútbol después de su fichaje por el R. C. D. Español de Barcelona. Zamora era un personaje mítico, pero no podía jugar ningún partido, a pesar de lo cual se le invitaba indefectiblemente a cuantas fiestas se celebraban en Cataluña. Zamora acudía, pero cada vez advertía a los organizadores del acto que no podía jugar por habérselo prohibido la federación. El pueblo se sentía defraudado, se encrespaban los ánimos y las autoridades, por orden gubernativa, obligaban a Zamora a jugar por razones de orden público. Y Zamora se «sacrificaba» y jugaba pasándose por alto los decretos de la federación.
Regresando en cierta ocasión a París desde Versalles el rey Luis XV de Francia, le aclamaron unos cuantos soldados y gente pagada para ello, mientras la muchedumbre quedaba silenciosa. El embajador de Nápoles, sorprendido, preguntó la causa de ello y le respondieron:
—Es natural: a rey sordo, pueblo mudo.
Siendo Ángel Ossorio y Gallardo gobernador de Barcelona en el año 1909, se celebraron las fiestas de carnaval. Se temían disturbios callejeros, pues la situación no estaba muy segura. Recuérdese que en julio de aquel mismo año se produjo la llamada Semana Trágica, y dispuso que agentes de policía convenientemente disfrazados se mezclaran con la multitud.
¡Cuál no sería el asombro de Ossorio cuando por la mañana, al salir de su residencia del palacio del gobernador civil, veía espaciados en poco trecho y de dos en dos unas máscaras uniformadas con sendos capuchones que, deambulando con aire cansino, se cuadraban militarmente saludando al gobernador!
La vida se ha de tomar con amor y con humor. Con amor para comprenderla y con humor para soportarla.
El káiser Guillermo II visitó un día Suiza con ocasión de unas maniobras militares. Felicitó a los soldados por su puntería y en un momento dado preguntó a sus acompañantes:
—¿De cuántos soldados se compone el ejército suizo?
—De cien mil, majestad.
—Y ¿qué pasaría si doscientos mil soldados alemanes invadiesen Suiza?
—Pues que cada soldado suizo debería disparar dos veces.