El trivio y el cuadrivio. En esta época de especialidades, en que cada vez se sabe más sobre menos cosas, hasta que se llegara a saberlo todo sobre nada, es curioso echar una ojeada atrás para ver cómo estudiaban los alumnos de las universidades en tiempos antiguos.
En la Edad Media se había dividido la enseñanza de las escuelas, que así se llamaban las universidades, en dos grandes secciones: a la primera de las cuales llamaron trivium y a la segunda cuadrivium; en estas tres o cuatro vías de los conocimientos humanos se condensaban todas las materias que constituían la sabiduría de la Edad Media.
El trivio comprendía la gramática, la dialéctica y la retórica, y el cuadrivio, la aritmética, la geometría, la astronomía y la música.
¿Y la medicina, la farmacia y el derecho? Éstas eran ya materias para estudios muy superiores. El derecho se dividía en derecho canónico y derecho civil, y el que poseía los dos conocimientos se le llamaba doctor en ambos derechos o en latín, como se estudiaba entonces, in troque iure. La medicina se estudiaba según los textos de médicos latinos y griegos, especialmente de Hipócrates y Galeno, junto con los de Dioscórides, que constituía la base de la farmacopea medieval y aun de gran parte de la Edad Moderna. Los dentistas no existían; en su lugar paseaban por las ciudades e iban de pueblo en pueblo los sacamuelas, que en algunos sitios se hacían acompañar por individuos que tocaban la trompeta y el tambor con todas sus fuerzas para apagar los alaridos de los pacientes a los que se les arrancaba alguna pieza dental. En un cuento medieval se explica de un sacamuelas que prometía arrancar el diente o la muela enferma sin dolor alguno a condición de que el paciente fuese persona que no hubiese engañado nunca a su cónyuge o fuese virgen. Naturalmente, todo el mundo se quejaba, pero muchos lo hacían hacia dentro para no despertar sospechas.
Los barberos eran los que efectuaban operaciones quirúrgicas bajo la dirección de los médicos y efectuaban sangrías o ponían sanguijuelas y sajaban abscesos; es decir, todo lo referente a la cirugía menor.
Las clases se daban en latín y los estudiantes podían recibir castigos corporales si no eran aplicados. En el libro de García Mercadal Estudiantes, sopistas y picaros, publicado en la colección Austral, pueden encontrarse detalles muy curiosos sobre la vida estudiantil en el Siglo de Oro y, por supuesto, de forma caricaturesca, y no por ello menos real, en algunos libros como el Buscón de Quevedo, en el que las peripecias del protagonista en la pensión del Dómine Cabra o las bromas que sus compañeros de curso le hacen dan una visión, al parecer sólo ligeramente exagerada, de lo que era la vida estudiantil en aquella época.
EL HIMNO DE RIEGO. Este himno, que fue el oficial de España durante la Segunda República y conocido por sus enemigos como la polca del hambre, debido a las consecuencias de nuestra última guerra civil, era conocido en España desde que en 1820 acompañó el grito con que el ejército destinado a América, estacionado en la isla de León y costas de Andalucía, proclamó la constitución del año 12, llamada vulgarmente «la Pepa» por haber sido aprobada el día 19 de marzo de dicho año, festividad de San José.
Su letra fue compuesta por el primer duque de San Miguel, entonces capitán de artillería, y la música por don Francisco Sánchez, músico del regimiento de Valencia. Según se dice, aunque no está confirmado, fue el propio general Rafael de Riego, entonces capitán, quien encargó el himno.
Pero existe otra versión que afirma que la música fue tomada de una contradanza que, poco antes de aquel pronunciamiento, había compuesto en Barcelona un aficionado a la música llamado José de Reart. Sea como fuere, no es precisamente uno de los mejores himnos que se conocen, pues su música es bastante ratonera y ramplona.
DEL INCONVENIENTE DE LLAMARSE URRACA. La hija segunda de Alfonso VIII de Castilla y de Leonor de Inglaterra dejó de ser reina de Francia sólo porque sonó muy mal a los embajadores franceses el nombre de Urraca que tenía la infanta. Felipe Augusto de Francia les había dado plenos poderes para escoger esposa de su hijo Luis a la hija del rey de Castilla que considerasen más conveniente para dicho enlace, y, aunque Urraca era más linda que su hermana menor llamada Blanca, prefirieron ésta a aquélla sólo por razón del nombre y a esta sola circunstancia, a lo mal sonante o áspero del nombre Urraca que llevaba su hermana, doña Blanca pasó a ser esposa del que fue Luis VIII de Francia y madre de san Luis.
En la historia de España figuran grandes señoras con el nombre de Urraca, como la hermana del rey don Sancho, el que murió en el cerco de Zamora. Su nombre parece que viene de Ulrica, a su vez derivado de Udalrrico, Udarico o Ulrico, nombre de origen godo que equivale a hombre rico y poderoso y que en el santoral está representado por un abad cuya fiesta se celebra el 1 de enero y un beato obispo con celebración el 29 de octubre, amén de dos Uldaricos con festividad el 19 de abril y el 4 de junio.
LA ORDEN DE LA JARRETERA. No hace mucho una revista, de las que comúnmente se llaman del corazón, pero generalmente apuntan más abajo, publicaba un amplio reportaje con fotografías sobre la reunión anual que, presidida por la reina de Inglaterra, celebraba la Orden de Garter. Naturalmente quien redactó el reportaje ignoraba que Garter en inglés significa portaligas y que la orden en cuestión era la de la Jarretera, galicismo derivado del francés Jarretière y que en castellano significa liga, con su hebilla para atar la media o el calzón por el jarrete, y también orden militar instituida en 1348 por Eduardo III de Inglaterra, Según se afirma, un día de ese año, aunque algunos lo sitúan en 1345, el rey Eduardo III bailaba con la condesa Alicia de Salisbury, de la que al parecer andaba enamoriscado. A la condesa se le cayó una liga azul, que Eduardo levantó prontamente, y para manifestar la pureza de sus intenciones con aquella acción, de la que los cortesanos empezaban a murmurar, fundó la orden de la Jarretera, dándole por divisa la misma liga y por lema la frase Honni soit qui mal y pense, es decir, «deshonrado sea quien piense mal», añadiendo que muchos nobles se sentirían muy honrados de lucir en sus pantorrillas una liga como la de la condesa de Salisbury. Efectivamente, esta condecoración se lleva en la pan-torrilla izquierda en las ceremonias de gran solemnidad, en la que los caballeros deben vestir con calzón corto.
Cierto día, en la Real Academia Española se discutía la definición de la palabra liga y Juan Eugenio Harzembusch propuso la siguiente: «Pedazo de cinta con el que las mujeres se atan la media por debajo de la rodilla», a lo que don Antonio Cánovas del Castillo, replicó:
—¡Por Dios, don Eugenio! ¡Con qué clase de mujeres acostumbra a salir usted!
Bajo la rodilla la llevaron las mujeres del Siglo de Oro, las cuales hacían ostentación y gala de ellas al subir y bajar las escaleras, al tomar y dejar la litera, el palanquín o el coche, en ciertos bailes y danzas, levantándose con aparente descuido y coquetería sus ricos briales y lujosas saboyanas para dejar ver parte de la pierna y las historiadas ligas.
Las ligas recibían diferentes nombres, según en donde se colocaban: cenojiles o genojiles si se colocaban sobre las rodillas; ligagambas, o sea atapiernas, si se colocaban sobre la pan-torrilla, y también apretaderas. Como dice el poeta Iglesias:
Soltó Inés con mano breve
las finas apretaderas
para descubrir la nieve
de sus piernas hechiceras.
En nuestros días de culto al sol, las piernas de nieve no causarían mella en el ánimo de los espectadores masculinos, habituados a contemplar piernas morenas y en toda su extensión.