¿HISTORIA? ¿LEYENDA? (IV)

De cómo Jaime I el Conquistador le cortó la lengua al obispo de Gerona. Cuenta el padre Mariana en su Historia de España —libro XII, cap. VIII— que Jaime I el Conquistador tuvo dada palabra de casamiento a una dama llamada Teresa Vildaura y que, dadas las circunstancias de la época, en que la palabra de casamiento equivalía a una promesa casi sacramental, quiso liberarse de ella negando en público lo que había prometido en privado, para así poder casarse con Violante de Hungría, de la que no sé si estaba enamorado pero cuyo enlace era conveniente para sus designios políticos. Cuando Teresa Vildaura reclamó del rey el cumplimiento de la palabra dada éste no sólo lo negó, sino que hizo proclamar la noticia del próximo enlace con Violante, pero en confesión manifestó al obispo de Gerona la verdad del hecho. El obispo, ya fuese celoso de la conciencia del rey, ya compasivo del agravio que se hacía a doña Teresa, quebrantó el sigilo de la confesión y, pareciéndole que hacía una obra de misericordia, escribió, en cifra, una carta al papa Inocencio IV dándole cuenta del hecho. Al enterarse en Roma de esta circunstancia empezaron a poner dificultades en el proyectado enlace, y Jaime I supo, por confidencia de gente de su confianza, que el culpable de la demora era el obispo de Gerona, y juzgando que ello era cierto, por no haberse descubierto a otra persona alguna, hizo llamar al obispo a la corte y apenas le tuvo presente en su presencia mandó a un verdugo que le cortase la lengua. En cuanto la noticia llegó a Roma y supo el pontífice el atroz delito, declaró excomulgado al rey y todo el reino de Aragón. Don Jaime reconoció su yerro, y mostrando arrepentimiento, pidió absolución al santo padre, quien envió al obispo de Valencia para que absolviese al rey y alzase la excomunión al reino. Dicen que la penitencia fue la de edificar a su costa un monasterio en los Montes de Tortosa, dotándolo con rentas suficientes.

¿Qué hay de verdad en todo este caso? Lo cierto es que el obispo de Gerona, llamado Berenguer de Castellbisbal, reveló al papa un secreto que le había confiado el rey. ¿Fue en confesión o fuera de ella? No se sabe. ¿Era en realidad el anuncio de su promesa de matrimonio con Teresa Gil de Vildaura, que es como se llamaba la dama? Ninguno de los documentos que hablan del hecho lo explican circunstanciadamente. Algunos historiadores creen que se trataba de un secreto de Estado, otros que el secreto era el reparto de dominios del conde rey entre sus hijos. El obispo de Valencia —que en aquel momento lo era de Lyon—, llamado Andreu d'Albalat, fue quien trató del asunto con Jaime I, el 5 de agosto de 1246. El Conquistador otorgó en Valencia el documento por el cual prometía al papa hacer penitencia. El día 12 de septiembre del mismo año el papa autorizaba la absolución del rey con la condición de dotar diversas obras pías, entre las cuales había el monasterio de Benifagá, y el día 20 de octubre el obispo Felipe y el fraile Desiderio absolvieron solemnemente a Jaime I en nombre del papa y le ordenaron que en adelante, fuera de los casos fijados por el derecho, no osase levantar mano contra los clérigos.

REINAR DESPUÉS DE MORIR. En 1691 se publicó en Madrid el libro de Cristóbal Lozano David perseguido, al que siguió otra serie de libros religiosos, o por lo menos devotos, en los cuales, entre reflexiones morales, van intercaladas leyendas y tradiciones de varias épocas y países. En 1943 Joaquín de Entrambasaguas publicó en la benemérita colección Clásicos Castellanos dos tomos titulados Historias y leyendas, selección de las más bellas contenidas en los libros de Lozano. La historia que sigue está entresacada del David perseguido ya citado, tomo I, capítulo 13. Y entrecomillado van párrafos y frases de dicho autor.

Entre 1325 y 1357 reinó en Portugal el rey Alfonso IV, apellidado el Bravo por su valentía y que participó, junto con los reyes de Castilla y el rey de Aragón y conde de Barcelona, en la batalla del Salado. El hijo del rey, llamado don Pedro, llegó a edad de contraer matrimonio y se convino con la infanta de Castilla, doña Constanza, a pesar de que el rey de Castilla Alfonso XI se opuso a ello, «todo celos y envidia de que no gozase su cuñado prenda que él había apetecido y deseado casar con ella. Son pocos los cuñados que desean bien unos a otros».

«Quiso el infante don Pedro a doña Constanza con obligaciones de marido no con caricias de amante», pues se había enamorado de una dama de la propia infanta llamada Inés de Castro, «milagro de hermosura en aquel siglo».

En 1345 murió doña Constanza y don Pedro hizo regularizar su situación con doña Inés, que ya le había dado cuatro hijos, pero no contó con la enemiga de su padre el rey Alfonso, que se opuso rotundamente a ello, pues era muy mirado en materia de liviandades. Dice Lozano que «fue cual otro Alfonso el Casto, que, aunque casó y tuvo hijos, no se lee de él que los tuviese fuera de su matrimonio, que es cosa particular», ello da idea de las costumbres de la época, pues Lozano encuentra particular y digno de ser señalado el hecho de que un rey no tuviese hijos bastardos.

Don Alfonso pensó en casar a su hijo con otra princesa, a poder ser castellana; pero don Pedro no sólo desobedeció a su padre, sino que se casó secretamente con doña Inés, aunque el secreto no fue tanto por cuanto pronto se supo en la corte y en todo el reino.

Irritado don Alfonso por todo ello, no vaciló en decretar la muerte de la esposa de su hijo y encargó a tres cortesanos suyos, llamados Pedro Coello, Diego López y Álvaro González, para que fuesen a Coimbra, donde residía doña Inés, y la asesinasen. Así lo hicieron en presencia de los hijos de la infortunada. La reacción de don Pedro fue terrible: se sublevó contra su padre y el reino se dividió entre partidarios de uno y de otro. La lucha no cesó hasta que murió don Alfonso. Con su muerte sucediole el infante en la corona y lo primero que hizo fue buscar a los asesinos de su esposa, que habían huido a Castilla, en donde reinaba entonces don Pedro, llamado el Cruel o Justiciero, quien comprendió tanto más la cólera de don Pedro cuanto que él mismo entonces estaba enamorado de doña María de Padilla. A cambio de unos enemigos del rey de Castilla, éste entregó al rey portugués a Pedro Coello y Álvaro González, no pudiendo hacer lo mismo con Diego López, pues éste, temeroso de lo que podía pasar, se había puesto a las órdenes del hermano bastardo de don Pedro el Cruel, Enrique de Trastámara.

Los dos prisioneros «vengó don Pedro su saña con un castigo horrendo, pues estando vivos les hizo sacar los corazones al uno por los pechos y al otro por las espaldas y después mandó quemarlos.

»No contento con eso, hizo desenterrar a doña Inés y sentó su cadáver en un trono junto al suyo y mandó que todos los cortesanos le besasen la mano como a reina. El cadáver fue trasladado de Coimbra a Lisboa, en donde se efectuó el acto, y de Lisboa a Alcobaga, en cuyo monasterio hizo labrar don Pedro dos tumbas: una para él y la otra para doña Inés. Las tumbas están encaradas una frente a la otra de tal forma que, como dijo don Pedro, “el día del juicio final, cuando resuciten los cuerpos y se incorporen, lo primero que verán los ojos de ambos será el rostro del ser amado”.

Reinó don Pedro diez años, durante los cuales no se le conoció ningún amorío y murió a los cuarenta y siete años de edad.