ANECDOTARIO (VIII)

Cuando don Eduardo Dato era presidente del Consejo de Ministros español en los días aciagos de la guerra del 14 al 18, reunió una vez al dicho Consejo para tratar de asuntos importantes frente a la situación internacional. Se reunieron los periodistas para que en su despacho Dato les diera la información que pudiera. Dato empezó hablando de unas cosas y otras sin abordar en ningún momento el tema de la guerra. Al final los periodistas le dijeron:

—Quisiéramos saber, don Eduardo, qué acuerdos han tomado en el Consejo relativos a la situación de España ante el conflicto.

Dato vaciló un momento:

—Señores, ¿son ustedes capaces de guardar un secreto?

—Sí —respondieron todos a coro.

—Pues yo también. Y eso fue todo.

En tiempos de la dictadura de Primo de Rivera se nombraron irnos delegados gubernativos que entre otras cosas debían controlar y vigilar las escuelas para comprobar si los maestros cumplían con los deberes de su profesión. En Orense se quejaron de que el delegado había encomendado a la Guardia Civil el visitar las escuelas y que, para mayor inri, imponía a los maestros usar un librito que había editado con el título de Consejos a los niños para que sean buenos. De cómo sería aquel libro basta copiar esta sentencia:

El niño bueno procura

no jugar con la basura.

Debes ser muy aplicado,

pues lo manda el delegado.

El rey Luis XIV de Francia preguntó un día al historiador Mézeray:

—¿Quién os mandó pintar a Luis XI como un tirano?

—Y a él, ¿quién le mandaba serlo? —respondió el honesto autor.

El cardenal Duprat cayó en desgracia y fue encarcelado. Para recobrar la libertad fingió tener una retención de orina y bebía todo lo que orinaba. Los médicos, alarmados, avisaron al rey, quien a trueque de conservar la vida de su ministro le devolvió la libertad.

Hay gente que cree ser inmoral y no pasa de ser amoral. La amoralidad es la inmoralidad con asepsia y esterilización y en cuestiones amorosas la esterilización siempre ha dado mal resultado.

Don José Francos Rodríguez tenía un gran interés en que fuese nombrado gobernador civil en la etapa de Canalejas, un ex diputado alicantino que se había arruinado a causa de las luchas políticas. A Canalejas le decía:

—Piense, don José, que es un hombre honrado a carta cabal, que es inteligente y está tan a las últimas que ha jugado su último dinero a la lotería para ver si sale del atolladero.

—¿Dice usted que es inteligente y ha jugado a la lotería? Ese protegido suyo es tonto y no le hago gobernador.

Un soldado del mariscal Turena se hacía también llamar Turena por sus camaradas. Súpolo el jefe y le mandó llamar:

—Me han dicho que te haces llamar Turena, como yo. ¿Con qué derecho?

—Mi general, yo siempre tuve pasión por los grandes nombres. Si hubiera en el mundo otro más excelso que el vuestro, me lo pondría sin ningún escrúpulo.

El mariscal sonrió y le mandó que, en adelante, se llamase «Turena dos».

Manuel Semprún era un gran militante del partido de Romanones, que le había prometido un gobierno civil cuando llegase al poder. Ello sucedió al cabo de poco tiempo y Semprún miró en la Gaceta convencido de que sería poncio de alguna provincia. En la lista de gobiernos de primera clase no aparecía su nombre, tampoco en los de segunda y ni siquiera en los de tercera.

Furioso, fue a ver al conde.

—No hay derecho: usted me prometió un gobierno y…

Romanones no le dejó acabar:

—Está usted nombrado, ya se lo dije.

—Pero mi nombre no figura en la Gaceta.

Y Romanones, pícaro, contestó:

—¡Huy! No sabe usted lo que miente la Gaceta.

Al día siguiente figuraba el nombramiento.

En una de sus obras, Voltaire decía que «los cristianos franceses al llegar a Jerusalén durante las Cruzadas obsequiaron con un baile a las damas infieles».

Velly, que había estudiado el tema y estaba escribiendo una historia de las Cruzadas precisamente, le preguntó de dónde había tomado tal noticia.

—De ninguna parte —respondió Voltaire—; pero siendo franceses es imposible que procedieran de otro modo. Y así escribía la historia el solitario de Ferney.

Como no es posible vivir según se sueña, es menester soñar según se vive.

Un tribunal de Texas había condenado a muerte a un individuo llamado John Jolin por asesinato, y el juez le dirigió lo que sigue:

—El tribunal os condena a muerte y quisiera conservaros la vida hasta la primavera próxima; pero va haciendo mucho frío y nuestra cárcel se encuentra en el estado más deplorable. No queda un cristal en las ventanas, ni las chimeneas funcionan bien; además, el número de presos es tal que no podemos comprar mantas para todos. Por todos estos motivos y para abreviar en lo posible vuestros padecimientos, hemos determinado ahorcaros mañana por la mañana, advirtiendo que podéis desayunar primero y poneros de acuerdo con el sheriff, para escoger la hora que a entrambos os sea más agradable y conveniente.

En unas oposiciones, Canalejas fue derrotado por Menéndez y Pelayo. El primero en reconocer la justicia de la decisión fue el propio Canalejas, que volvió a presentarse en las oposiciones siguientes, en la que ganó Sánchez Noguel. El que decidió con su voto la contienda fue don Ramón de Campoamor, quien consoló al perdedor diciéndole:

—¡Pero, hombre de Dios…! Si va usted en camino de ser ministro, ¿por qué diablos quiere ser catedrático?

Lady Cartwrigt, esposa del virrey de Irlanda, dijo un día a Swift:

—Los aires que aquí se respiran valen un tesoro.

—¡Por piedad! —exclamó Swift, poniéndose de rodillas—. No se lo digáis a nadie en Inglaterra o nos van a echar contribución sobre el clima.

A tanto no hemos llegado todavía en España, pero todo se andará. Y si no, al tiempo.

Marcelino Menéndez y Pelayo tenía no sólo una memoria prodigiosa, sino que se jactaba de ella, diciendo que sabía al dedillo el nombre del autor, el título del libro y el nombre del editor de cualquier libro que se publicara en España.

Rodríguez Correa se complacía en poner a prueba tal memorión, saliendo siempre perdedor. Un día le dijo:

—Don Marcelino, he encontrado un libro utilísimo que quizá usted no conoce. —¿Cuál es?

—Uno editado por Ridaura, de Alcoy. —¿Ridaura? ¿Alcoy?

Menéndez y Pelayo pasó días torturando su memoria y, al fin, se dio por vencido. Entonces Rodríguez Correa sacó de un bolsillo un librillo de papel de fumar, diciéndole:

—¡No me negará que es utilísimo… para los fumadores! Por poco Menéndez y Pelayo no se lía a bofetadas con su interlocutor.

Cuando el lazo conyugal se afloja se convierte en cadena.