LA ESCUADRA INVENCIBLE

Invencible se llamaba

invencible se llamó,

sin ser vencida acabara

sin ser vencida acabó.

Así principiaba una lastimosa cantata popular, compuesta con motivo de la desastrosa pérdida de la Invencible.

Felipe II dio el nombre de Invencible a una poderosa escuadra que mandó aprestar en el año 1688 para ir contra Inglaterra y Holanda, erigida ya en república. Constaba esta armada, mandada por el duque de Medina Sidonia, de ciento cincuenta naves mayores, y montaba dos mil seiscientas cincuenta piezas de artillería, ocho mil marineros, veinte mil soldados y toda la flor y nata de la nobleza española.

Toda esta flota tenía que haber sido mandada por el marqués de Santa Cruz, gran marino y gran guerrero, pero su muerte hizo que el mando se encomendase al duque de Medina Sidonia, no se sabe bien por qué, pues se mareaba simplemente contemplando una ola. Se supone que fue por cuestión de prestigio nobiliario.

La poderosa escuadra salió del puerto de Lisboa, y al llegar cerca de Galicia empezaron las naves a sufrir el embate de las tempestades. Las que pudieron proseguir su ruta llegaron cerca de los puertos de Inglaterra, en donde otra tempestad, tortísima esta vez, destruyó la mayor parte de la armada. Los buques tuvieron que capear la tempestad, separándose unos de otros y perdiendo todo contacto y cohesión. Doce navíos arrojados contra las costas de Inglaterra cayeron en poder de la escuadra inglesa, compuesta de cien navíos. Cincuenta naves españolas fueron arrojadas contra las costas de Francia, Escocia, Irlanda, Holanda y Dinamarca. En una reciente visita a Irlanda, el rey Juan Carlos rindió homenaje a los marinos españoles que hace cuatro siglos fueron arrojados contra las costas de la Verde Erín.

Esta aventura costó a España veinte mil hombres, cuarenta millones de ducados y cien navíos.

Cuando dieron la noticia a Felipe II, que se hallaba en El Escorial, del desastre de la armada a la que se había llamado Invencible contestó sin inmutarse: «Yo la había enviado a combatir contra los ingleses y no contra los elementos. Cúmplase la voluntad del Señor».

Contestación que unos consideran como muestra de la resignación cristiana, otros creen ver en ella un estoicismo a toda prueba y otros una soberana indiferencia a los males o desastres de los súbditos y de la patria. Creo que hay un tercio de cada cosa.

Sir Richard Bingham, gobernador británico de Connaugth, en la Irlanda Occidental inglesa, del siglo XVII, dirigió un parte a Londres concebido en los siguientes términos: «Doce galeras españolas han quedado destrozadas ante nuestras costas. De los tres mil quinientos hombres de su tripulación se ahogaron dos mil. El resto que pudo llegar a nado a tierra fue pasado a cuchillo, después de incautarlos de cuanto llevaban consigo». Muy inglés.

Leo este dato en el interesantísimo y documentadísimo libro Hijos de la Gran Bretaña, de Ricardo Conejero Urrutia, que me fue enviado por su autor. El ejemplar que poseo no contiene pie editorial, pero por el colofón se desprende que fue impreso en Murcia en 1983.