LA MÚSICA EN LAS IGLESIAS. Se cuenta que cierto día el músico Lully se encontraba en una función religiosa que se celebraba en París, cuando oyó que el órgano de la iglesia tocaba un bailable de su composición. Lully se arrodilló y dijo:
—Señor, perdóname, pero no lo hice para ti.
En el siglo pasado se usaba tocar en las iglesias fragmentos de óperas, de zarzuela, por lo que no era extraño oír durante la consagración un fragmento de La Traviata o de cualquier ópera no precisamente eclesiástica o devota. El día 27 de enero de 1939 se celebró en Barcelona la primera misa pública desde que había estallado la guerra, y la banda del regimiento nacional que había liberado la Ciudad Condal, u ocupado según el parte del día anterior, interpretó durante la celebración del rito fragmentos de Luisa Fernanda.
El problema de la música religiosa viene de muy antiguo. Habiendo resuelto el papa Marcelo II, durante la celebración del Concilio de Trento, entre otras reformas que se había propuesto, expedir un decreto suprimiendo la música en las iglesias, por los abusos con que la habían bastardeado los profesores de aquella época, el célebre compositor y maestro de capilla del Vaticano Juan Bautista Pedro Aloisi, más conocido con el nombre de Palestrina —la antigua Prenesta—, por haber nacido en dicha ciudad, suplicó a Su Santidad que antes de tomar una resolución tan decisiva tuviese a bien oír una misa de su composición con arreglo al verdadero carácter eclesiástico.
Accedió Su Santidad, y esta misa de estilo grave y verdaderamente religiosa, tan diferente del que los maestros contemporáneos habían introducido en la música sagrada, impidió que el pontífice tomara una medida que tan fatal hubiera sido al arte musical.
En efecto, por la fiesta de Pascua inmediata se cantó la referida misa a seis voces, titulada: Missa Papae Marcelli, la cual, como hemos dicho, mereció la aprobación del papa, y de resultas abandonó aquella su anterior y funesta resolución.
Imprimióse luego esta composición musical y fue dedicada a su sucesor el papa Paulo IV, quien nombró al maestro Palestrina compositor de la capilla pontificia.
Entre las varias obras musicales que dejó escritas es célebre el Miserere que solía cantarse el Viernes santo en la Capilla Sixtina.
Murió Palestrina en Roma el 2 de febrero de 1594, a los sesenta y cinco años de edad, y se le hicieron magníficos funerales, a los que asistieron todos los músicos de Roma, y cantaron a tres coros y a cinco voces un Libere me Domine de su composición.
Fue enterrado en la basílica de San Pedro, delante del altar de los santos Simón y Judas, y en una lámina de plomo se grabó la inscripción siguiente:
Joannes Petrus Aloysius Praenestinus Musicae Princeps.
Las líneas que anteceden están copiadas del libro de Bastús El Trivio y el Cuadrivio, publicado hace ciento veinte años. Por aquel entonces ya la música operística y zarzuelera había invadido las iglesias de España y del mundo entero. Era inútil que compositores de todas clases, buenos, malos o peores, escribiesen misas y motetes intentando sustituir la música profana, cayendo muchas veces en el mismo error de componer sobre textos eclesiásticos música que por sus características participaba del aire operístico reinante. Claro está que los grandes compositores, como Mozart o Beethoven, por ejemplo, crearon música religiosa de calidad insuperable, pero a juicio de las autoridades eclesiásticas no infundían en el pueblo la devoción necesaria por quedar dominados por la maravillosa partitura de los grandes maestros.
El 22 de noviembre de 1903 el papa Pío X, después proclamado santo, publicó un motu proprio por el que se prohibía toda interpretación de música profana en las iglesias y se daba instrucciones para que la música sacra siguiese el camino que había trazado Palestrina. Si bien la primera parte del proyecto se realizó, no se consiguió que la música tuviese calidad como para ser recordada. El inefable monseñor Perosi produjo, una tras otra, misas para el consumo de las iglesias de todo el mundo, pero justo es reconocer que, en mi opinión, ninguna de ellas pasará a la historia. Creo que una misa de Mozart o de Caldara o de otro gran maestro, es un homenaje del Arte al Señor y prefiero esta música a otra que, escrita sin duda con muy buena fe, no liega a convencer el oído ni a conmover el alma.
Hoy en día se oyen misas de todo tipo y calibre: misa flamenca, criolla, bantú, etc. Muy curiosas desde el punto de vista folklórico, pero que interesarán como curiosidad solamente a los ajenos a la música folklórica de cada país sin conseguir ser católicas; es decir, universales. Se oyen misas con guitarras eléctricas, gritos descompasados, tam-tam, bongos, timbales y bandurrias, música más de discoteca que de iglesia.
Si la música no es mejor que el silencio, dejadme el silencio.