Cuentan que a un ministerio de nuestro país, o de otro que ello poco importa y no vale la pena de que se moleste nadie, fue a visitar al ministro o al subsecretario una cierta dama, bella e insinuante.
—Soy la esposa de Fulano de Tal y quería conocerle.
La mujer era, como he dicho, atractiva por demás, y como parecía de fácil acoso, puede el lector imaginar lo que quería. El caso es que al cabo de una semana, cuando el mandamás ya no podía negarle nada, la señora dijo:
—Podrías ascender a mi marido, porque ya ves que no tengo qué ponerme…
El mandamás aflojó la pasta y ascendió al marido.
Pasado un tiempo, el susodicho jefe fue a otro ministerio a consultar algo a un colega y en la antesala se cruzó con la dama que salía del gabinete del importante de turno.
—¿Conoces a esa mujer? —le dijo el primero al segundo.
—Claro que la conozco —dijo el último, y con sonrisa picaresca añadió—: y muy muy íntimamente. Es la esposa de uno de los funcionarios de este ministerio.
—¡Cómo de tu ministerio, del mío querrás decir!
—No, no, del mío.
Al fin se aclaró el asunto. La tal dama no era tal dama. Ni esposa de Fulano ni Zutano. Era una profesional que, haciéndose pasar por la legítima oíslo del empleado que la pagaba, obtenía uno o más ascensos para él. Aparte, claro está, lo que por agradecimiento le regalaron los jefazos.
Por ello viene a cuento el siguiente epigrama de A. Ribot:
—La solicitud que hiciste
te despacharon, Tadeo.
Y ella te logró el empleo
que afanoso pretendiste.
¡Y yo la mía he de ver
sin despachar todavía,
por más que hago! —Es que la mía,
la presentó mi mujer.
Cuando allá por los años nunca llevaban las mujeres seis refajos y veintidós basquiñas podrá ser «alegre» el epigrama:
Llena de dijes y anillos,
ancha blonda, alta basquina,
salió a la calle una niña
con tres o cuatro perrillos.
Movióse un viento importuno
que la basquina le alzó;
hubo quien carne le vio,
pero camisa, ninguno.
¿Camisa? Pero ¿eso qué es? Preguntarán los hombres de hoy.
Después de angustias mortales
Bartolillo se casó
con Lucia, que parió
a los seis meses cabales.
Y andaba con gran placer
diciendo: —¡Si tú la vieses!
Lo que otra hace en nueve meses,
hace en cinco mi mujer.
Ése sí que no ha perdido vigencia. ¡La de casamientos por penalti que hay cada día! Y es que según J. de Iriarte:
Mujer hermosa no espero
encontrar sin tacha humana,
Eva tuvo su «manzana»,
las demás tienen su «pero».
He aquí uno de C. Navarro, que tiene su miga:
Dije ayer al padre Arenas:
—¿Do vais tan ligero, dónde?
Y veis aquí que responde:
—A oír pláticas obscenas.
Pues he de ver con quién tratas.
Díjeme para mi adentro:
Con que lo busqué, y lo encuentro
confesando a las beatas.
Y es que
Mostrando algún sobresalto
me dijo la bella Justa:
—¿Qué es lo que a usted más le gusta:
juego de damas o asalto?
Yo, que no ando por las ramas,
por temor de una caída,
respondí al punto: —Querida,
el asalto de las damas.
Y ello tiene sus arrepentimientos, ¿o no? Otro también, ¡ay!, con vigencia extrema:
—¡Triunfó la patria! —decía
Mejía al darle un empleo
tras una revuelta impía.
¿Triunfó la patria? Yo creo
que quien triunfó fue Mejía.
Y cambiemos de tema.
—Cierta vieja, que creía
en duendes y apariciones,
fuese a mirar cierto día
en el espejo sus dones.
Se aproximó… y no hizo más
la buena de doña Clara.
Luego exclamó: —¡Satanás,
huye!… —y hablaba a su cara.
Lo firma V. Martínez.
Otro también vigente antes, vigente ahora y vigente siempre:
La generación actual
no se escapa del dilema
de ser, con vergüenza pobre,
o ser rica, sin vergüenza.
Y volvemos al eterno tema femenino, claro es que en clave machista, como ha sido tradicional hasta ahora.
Una gata sensible suspiraba
por un hermoso gato a quien amaba;
mas al ver su desvío, con enojos,
de una «caricia» le sacó los ojos.
De ser galante trata,
que en amor la mujer es cual la gata.
¿Por qué el anónimo autor de este último epigrama ha de comparar las mujeres con gatos? ¿Por qué diablos este encono perenne contra las mujeres? Creo que, aparte el ambiente social machista, muchas de estas reacciones han sido consecuencia de eróticos fracasos. Y, claro, quien ha fallado no pierde ocasión de culpar al otro de su derrota.
Baltasar del Alcázar, el gran autor de la Cena jocosa, el que escribió aquello:
Si es o no invención moderna,
vive Dios que no lo sé,
pero delicada fue
la invención de la taberna,
porque allí llego sediento,
pido vino de lo nuevo;
mídenlo, dénmelo, bebo,
págolo y voyme contento,
y que también dijo que acompañaba su comida
Con dos tragos del que suelo
llamar yo néctar divino
y a quien otros llaman vino
porque nos vino del cielo.
Baltasar de Alcázar, dijo, escribió:
En un muladar un día
cierta vieja sevillana,
buscando trapos y lana,
su ordinaria granjeria,
por acaso vino hallarse
un pedazo de un espejo.
Y con un trapillo viejo
lo limpió para mirarse.
Viendo en él aquellas feas
quijadas, de desconsuelo,
dando con él en el suelo,
le dijo: —Maldito seas.
Este autor tenía, por lo menos, mejor humor y talante que el anónimo que publicó
—Dígame usted, y no mienta:
los tontos que cría Dios.
Nacen al minuto ochenta
y mueren al año dos;
conque ajuste usted la cuenta.