La aparición de una estrella nueva, de un cometa o la presencia de estrellas fugaces en el cielo ha dado lugar, a lo largo de la historia, a múltiples intentos de explicación. Unas veces se creía que presagiaban desgracias, otras que anunciaban venturas; todo dependía si el rey estaba enfermo o la reina estaba en cinta. En 1504 apareció una estrella nueva y se iniciaron las discusiones correspondientes. Se le preguntó a Copérnico cuál era su interpretación del caso y él escribió: «En primer lugar esta estrella presagia mucha excitación y muchas ganancias a los libreros, porque todos los teólogos, filósofos, médicos, matemáticos o cualquier otra persona que no trabaje y busque su placer en el estudio, pensará sobre ello y querrá publicar sus pensamientos, mientras otros, doctos o no, querrán conocer el significado de la aparición y comprarán las obras de los autores que quieren explicarlo».
El nombre «brújula», que generalmente han adoptado todas las naciones para expresar la aguja de marear, viene de la antigua palabra italiana bossola, que significa caja, tomando el continente por el contenido.
Se llama también rosa náutica y rosa amalfitana, porque verdaderamente parece una rosa la indicación de los varios rumbos y vientos, y con relación al objeto de este instrumento y a la ciudad de Amalfi, en que se inventó o perfeccionó.
Los persas y turcos llaman chebleh noma o kebleh numa, una brújula pequeña en la que está señalada la posición en que cae la Kaaba, el templo cuadrado de La Meca, para volverse hacia él al hacer sus oraciones, como les está mandado.
Antes del descubrimiento de la brújula, la observación del vuelo de las aves era muy importante para los marinos; y por eso, en las navegaciones largas y peligrosas, embarcaban siempre aves, principalmente cuervos, que soltaban cuando se precisaba para reconocer si estaban cerca de tierra.
Encerrado Noé dentro del arca y deseoso de saber el estado de las aguas del diluvio, soltó primero un cuervo y después una paloma. Queriendo los argonautas asegurarse de su ruta en medio de las rocas Cyaneas, soltaron un palomo. Las antiguas crónicas escandinavas suponen que el navegante sueco Floke dirigió su rumbo hacia Islandia siguiendo la dirección de tres cuervos que tenía a bordo, y que sucesivamente soltó a medida que iba navegando. Los cuervos de Odin, llamados Kuggiun o Thoight —es decir, pensamiento— y munnin, memoria, son muy célebres en las antiguas leyes del Norte.
El descubrimiento de la brújula o aguja de marear, de este instrumento tan interesante para la navegación, es algo incierto.
Aunque algunos suponen que los egipcios, los fenicios y los cartagineses conocieron el uso de ella, y que la usaron lo mismo que los griegos en sus viajes marítimos, cuyo secreto, añaden, se perdió luego, no tenemos datos positivos para afirmarlo; lo mismo que lo que dicen el padre Kicher y el padre Pineda de que Salomón conocía la virtud de la aguja imantada, de cuya propiedad se servían sus marinos para ir a la tierra de Ofir.
El pasaje que algunos reproducen de Plauto tampoco es un testimonio justificativo de su mayor antigüedad.
Los franceses pretenden que su poeta provenzal Gayart, o Guiot, que floreció a principios del siglo XIII, ya hablaba de la brújula con el nombre de Marinette.
Otros que Marco Polo o Paulo Véneto trajo este descubrimiento de la China por los años de 1295, en donde suponía que era antiquísimo su uso.
Los chinos atribuyen la invención de la brújula a uno de sus antiguos emperadores; bien que otros dan este honor a uno de sus famosos astrónomos, llamado Cheu-Kong, que vivía más de mil años antes de Jesucristo.
Lo más fundado parece ser que Juan de Goys, que otros llaman Flavio Goya, Gioja, o Givia, natural de Positano, cerca de Amalfi, en el reino de Nápoles, la descubrió, inventó o perfeccionó por los años 1300 o 1302: aunque hay mucha probabilidad para pensar que sólo unos cien años después se empezó a usar la brújula en las embarcaciones.
Su inventor, para hacer la corte o adular al duque de Anjou, entonces rey de Nápoles, puso en la punta de la aguja la flor de lis, que constituía las armas de este príncipe.
En su origen, esta invención era como todas, muy imperfecta. No se hacía más que poner la aguja tocada al imán en un vaso lleno de agua, en donde, sostenida por una pajita, tenía el movimiento libre para señalar el Norte.
Se asegura que los chinos se servían todavía de esta especie de brújulas, y en sus navegaciones le rendían una especie de culto religioso, quemando continuamente en honor suyo, y delante de ellas, unas pastillas olorosas. También acostumbraban echar de cuando en cuando al mar una especie de medallas de papel dorado, y a veces unas pequeñas góndolas hechas del mismo papel, con el objeto de tener propicio a aquel elemento.
Este importante descubrimiento ensanchó sobremanera los límites de la antigua y reducida navegación de los pueblos y les abrió nuevos caminos por en medio de los mares, ora para sus empresas mercantiles, ora para los descubrimientos geográficos.
Cristóbal Colón fue el primero que observó la declinación de la brújula en 1492.
Todo esto que he copiado de un viejo libro es muy bonito, pero es conveniente añadir una aclaración. Rinaldo de Benedetti, en su libro Aneddotica delle scienze, dice: «Lástima que Flavio Gioja, al cual algunos autores se esfuerzan en atribuirle por lo menos la gloria de haber perfeccionado el instrumento, no sea en realidad más que una mala interpretación de un texto latino. He aquí como: “el historiador Falvio Biondo da Forli (1392-1463), en su Storia d'ltalia, informa que los amalfitanos creían que el uso de la brújula había sido descubierto en su ciudad y de ello se glorificaban. Más tarde, en el 1511, un doctor boloñés, Giovan Batista Pió, en su comentario a Lucrecio, refiriéndose al texto de Biondo, escribió: 'Amalphi in Campania veteri magnetis usus inventus a Flavio traditus'. Que debe traducirse por: 'Dijo Flavio (Biondo) que el uso de la brújula fue inventado en Amalfi en la vieja Campania', pero que alguien tradujo mal leyendo: 'Se dice que el uso de la brújula fue encontrado por Flavio en Amalfi en la vieja Campania'. Esta segunda versión prevaleció sobre la auténtica. No se sabe cómo alguien añadió al nombre Flavio el apellido Gioja, y así nació Flavio Gioja inventor de la brújula”.».
De todos modos, en Amalfi hay una estatua de Flavio Gioja presidiendo una plaza y que no les hablen a los amalfitanos de la no existencia de dicho señor.
Leonardo da Vinci era un hombre polifacético que quería saberlo todo y resolverlo todo. En uno de sus apuntes escribe lo siguiente sobre los elefantes: «El gran elefante tiene por naturaleza aquello que raramente se encuentra en los hombres; esto es, probidad, prudencia, equidad y observancia de la religión; por ello, cuando hay luna llena, van al río y allí, purgándose, solemnemente se lavan, y así, saludado el planeta, vuelven a la selva. Y cuando están enfermos, se ponen de espaldas sobre la hierba mirando el cielo, como si se quisieran purificar». El escrito continúa enumerando otras nobles particularidades del paquidermo; por ejemplo: «teme y huye de las huellas de los hombres, pero si encuentra un hombre perdido en la selva lo acompaña hasta el camino, no combate nunca contra las mujeres ni asalta animales que sean menos potentes que él, deja pasar los rebaños y sólo parece que odie a los cerdos, los ratones y los dragones, pero su bondad es tanta que ni siquiera daña a éstos si no es provocado», lo que, naturalmente, sucede sólo con el dragón.
De todas estas virtudes del elefante, la más curiosa y sugestiva es, indiscutiblemente, la que se refiere a la religión. Leonardo debió de copiar esta noticia de los escritores antiguos, quizá de Plinio, que habla extensivamente de los elefantes en su Historia natural, en donde dice: «La inteligencia de los elefantes es tan grande que llega al punto de comprender una religión diferente a la suya; cuando deben atravesar el mar, se niegan a subir a las naves si los marineros no juran que los volverán a su país».
Copiar a los autores antiguos es cosa curiosa y amena, pero si no se comprueban las noticias que dan se arriesga a no dar noticias exactas. Por mi parte, procuro hacerlo así. Si alguna cosa se me escapa, espero que me la perdonarán mis lectores. Como dije en el prólogo de este libro, estoy dispuesto a cantar la Palinodia siempre que sea necesario. Ya, desde ahora, doy las gracias a quien me corrija y haga más exacto y útil éste o los otros libros que publique.