EPIGRAMAS (III)

Un hombre yo he conocido

que con vista nada ve.

¿Es verdad?

.

Pues ya sé,

el tal hombre es un marido.

Otro toque al tema sempiterno. Menos mal que este asunto de maridos engañados, mujeres adúlteras y cuernos respectivos está fijándose en sus límites adecuados —véanse las páginas 197 ss. de la primera serie de estas Historias—. Del mismo estilo, aunque indirecto es el epigrama siguiente:

A Ramón pregunté ayer:

¿Tienes hijos? Y él me dijo:

Pregúntalo a mi mujer,

que lo sabe más de fijo.

Tomás de Iriarte pintó en un soneto la vida diaria de un petimetre del siglo XVIII. Digamos de paso que la palabra «petimetre», que nos parece tan castiza, es un galicismo en su origen. Deriva de «petit maitre», sobrenombre con que eran conocidos desde 1617 y hasta el siglo XIX los jóvenes elegantes de ademanes amanerados y pretenciosos.

Levántome a las mil, como quien soy:

Me lavo. Que me vengan a afeitar,

traigan el chocolate, y a peinar.

Un libro… Ya leí… Basta por hoy.

Si me buscan, que digan que no estoy

Polvos… Venga el vestido verdemar

¿Si estará ya la misa en el altar?

¿Han puesto la berlina?… Pues me voy.

Hice ya tres visitas; a comer

Traigan barajas: ya jugué. Perdí

Pongan el tiro. Al campo y a correr

Ya doña Eulalia esperará por mí…

Dio la una. A cenar y a recoger,

¿Y es éste un racional?… Dicen que si.

Y ahora uno «pícaro», y lo pongo entre comillas porque esta picardía está muy descafeinada.

Entró de doncella en casa

de una marquesa elegante,

cediendo a su suerte escasa,

la hija de un pobre cesante,

la preciosa Nicolasa.

Sufre el rigor de tu estrella

su madre le repetía.

Pero contestaba ella:

No sufro más, madre mía.

Yo no quiero ser doncella.

Hoy en día, una doncella —del servicio doméstico— está muy bien pagada y dejar de ser doncella —en el otro sentido— es fácil y corriente. Las opiniones sobre ello son libres. He aquí otro epigrama pícaro. Tanto éste como el anterior son anónimos.

De valiente Inés blasona

y exclama: —Creer no puedo

que haya en el mundo persona

que logre meterme miedo.

Y Juan, que es un buen amigo,

la contestó muy discreto:

Si a solas quedas conmigo,

¿qué va a que yo te lo meto?

Y éste sí que hoy es difícil de aplicar:

¿Ves esa niña con tanto rizo,

color purpúreo, gran cabellera,

pecho turgente y alta cadera?

Pues mira, Fabio, todo es postizo.

Ya sé que hay pechos postizos y otras desilusiones, pero con los bikinis, los monokinis y los sinkinis, usar de estos aditamentos es cada vez más difícil. Por otro lado, siempre me he preguntado cómo lo hacen las jovencitas para cambiar de anatomía de acuerdo con la moda. Cuando apareció en el firmamento cinematográfico una bestezuela erótica como fue Brigitte Bardot, salieron como por encanto pechos desarrollados, hociquitos tentadores y delgadas piernas; pasó la moda y desaparecieron los volúmenes como por ensalmo. Surgieron las grandes «estrellas de la Vía Láctea» como Sofía Loren, Gina Lollobrigida o Silvana Pampanini y volvieron las curvas a aparecer. No lo entiendo.

Ha dado en decir la gente

que con la bella Leonor

casa vuestro hijo menor. ¿Es verdad?

Es evidente.

Pues le falta todavía

algún juicio. —¡Voto a tal!

Si le tuviera cabal,

¿pensáis que se casaría?

Las críticas al matrimonio son constantes. Se dice que el patrimonio es el conjunto de bienes y el matrimonio es el conjunto de males, que el matrimonio es una cadena tan pesada que se necesitan dos para llevarla… y a veces tres, añadió Alejandro Dumas, según creo.

Y el reconocimiento que se debe al mérito y que se ve postergado por el dinero también es fuente de críticas. He aquí la de J. M. Lasarte:

Perico, de estudiar

diez años, nada ha sacado.

Roque es todo un hacendado,

aunque apenas sabe hablar.

Y el mundo, sobrado necio,

dispone en muy breve espacio:

para Roque un gran palacio,

para Pedro un gran desprecio.

Ya se sabe que un rico tonto es un rico y un pobre tonto es un tonto.

Y ya que hemos hablado de A. Dumas, hijo, he aquí un epigrama anónimo basado en la famosa respuesta suya:

Tiempo es que tomes mujer

dice su padre a Ventura—.

No hay para tu travesura

otro remedio, a mi ver.

El remedio bueno está

responde Ventura al punto—.

Pero decidme, os pregunto:

¿la de quién tomo, papá?

Y he aquí unos versos de Serafín Pitarra:

Al irse a casar Andrés,

gente que siempre murmura

dio en decir que su futura

tuvo enredillos con tres.

A su suegra lo explicó,

y ella dijo: —No le aflija;

le aseguro a usted que mi hija

es tan pura como yo.

¿No les recuerda nada esta comparación? Mi amigo segoviano Valentín Frutos, que se sabe el Quijote de memoria, les recitaría aquella frase del mismo en que se habla de aquellas mujeres que pasaban por mil aventuras, «quedando tan doncellas como la madre que las había parido».[2]

En cambio, el epigrama que sigue está lleno de realismo:

¡Padre!, con sus pesadeces.

No obstante, mis altiveces,

me persigue; me sonsaca,

y, como la carne es flaca

Vaya. Bueno. ¿Cuántas veces?

A este respecto recuerdo la respuesta que un sacerdote dio a una señora que le preguntaba:

—¿Debe de ser muy interesante el oficio de confesor? —No crea, señora; son siempre las mismas disculpas y las mismas vanaglorias.

Y he aquí otro epigrama de la serie de los cornudos que me sale en el fichero:

—Vayan —dijo Pondo— al mar,

los cornudos sin más ver.

Y respondió su mujer:

Marido, ¿sabes nadar?

Dios quiera que el epigrama que sigue no se aplique a este libro:

Desprecio la sociedad

que me silba mientras vivo;

porque, señores, yo escribo

para la posteridad.

Y a fe no comete error

don Carmelo al decir esto;

pues sus obras pasan presto

a la parte «posterior».

De J. de Iriarte es el que sigue:

Es Amor un sustantivo,

en cuya declinación

sólo hay dos casos que son:

el Genitivo y Dativo.

Lo del genitivo, ahora, con los anticonceptivos es más problemático; pero el dativo es necesario. Amar es dar y no poseer. Con lo cual está dicho que no creo en los versos siguientes:

Un profesor distinguido

le preguntó a un escolar:

Diga: ¿qué tiempo es «Amar»?

«Amar» es tiempo perdido.

Creo que el tiempo perdido es aquel que se ha pasado sin amar.