UN ASPECTO HISTÓRICO DE LA MODA FEMENINA

Dice el Génesis que cuando nuestros primeros padres fueron expulsados del paraíso se cubrieron con hojas de higuera. Estoy seguro de que una vez que Eva hubo escogido tres hojas para cubrirse por delante y otra para cubrirse por detrás, le dijo pizpireta a Adán:

—¿Qué te parece este modelito? ¡Lástima que no tengamos amigas, porque se morirían de envidia!

A lo que Adán, como buen marido, debió de responder como todos:

—Me gustabas más antes. Acabarás poniéndote hasta hojas de parra. Esas serpientes inventan cada cosa…

Y en realidad serán las serpientes, los o las modistas —escribo siempre los modistas y no los modistos, del mismo modo que escribo electricistas, ebanistas o anarquistas en vez de electricistos, ebanistos o anarquistos—, los que inventen modas que, en su momento, parecen estupendas y luego hacen exclamar a las mujeres:

—Parece mentira que me pusiera esto.

Y lo peor del caso es que cuando sale una nueva moda exclaman:

—¡Qué moda tan fea! Eso no se lo pondrá nadie.

Y acaban poniéndoselo.

En el siglo pasado se usaban los miriñaques, modificación de aquellas terribles faldas que se habían llevado en los pasados siglos. Se estaba en la creencia de que estos voluminosos trajes se habían inventado en Valladolid a últimos del siglo XV, según se desprende de un opúsculo que publicó fray Hernando de Talavera titulado Contra la demasía de vestir y de calzar, en el cual se dice que «este traje maldito y muy deshonesto en la villa de Valladolid ovo comienzo».

A este traje se le llamaba verdugado, falda a modo de campana, todo de arriba abajo guarnecida con irnos ribetes que por ser redondos, como los verdugos de los árboles o tal vez por el color verde que se puso de moda, dieron nombre al traje, según afirma Covarrubias.

También se las llamó caderas, por lo mucho que las abultaban, y asimismo tontillo, que equivale a redondo y vacío, a modo de media naranja, como dice el citado Covarrubias. Por la semejanza con las canastas invertidas en que se crían los polluelos se las llamó polleras, nombre que aún conservan las faldas en algunos países americanos.

Se les dio después el nombre de guardainfantes por dos opuestas razones: una, la más acertada, porque protegía al futuro niño de posibles golpes y otra porque avisaba del peligro que podía sufrir el infante, porque dicen que era causa de muchos abortos por su peso. Un autor del siglo pasado dice que «era traje feo por lo ancho y grueso que hacía a las mujeres desabrigado hueco e indecente porque se veían con facilidad las piernas, pues entonces el traje de las mujeres era mucho más corto que ahora». No sé qué diría el buen señor ante las modas de hoy en día y el Top-less.

El mismo fray Hernando, en el citado folleto, añade que el obispo de Valladolid ordenó: «So pena de excomunión, no trajesen los varones ni las mujeres cierto traje deshonesto; los varones camisones con cabezones labrados, ni las mujeres grandes ni pequeñas, casadas ni doncellas, hiciesen verdugos de nuevo, ni trajesen aquella demasía que agora usan de caderas, y a los sastres que no lo hiciesen dende adelante, so esa misma pena».

Y para que se forme una idea de los miriñaques de entonces, recordemos lo que dice también Alonso de Carranza en el Discurso contra los malos trages, impreso por los años de 1630. En él deplora como sumo e intolerable el gasto de almidón que se hacía en los guardainfantes y enaguas de las mujeres, pudiendo el trigo que en esto se pierde servir para el sustento de muchos necesitados.

El festivo Quevedo escribió hablando de los miriñaques de entonces el siguiente.