DON RODRIGO CALDERÓN, PRISIÓN Y TORMENTO

Ángel Ossorio y Gallardo, en su libro Los hombres de toga en el proceso de don Rodrigo Calderón, se pregunta por qué se le procesó; «la respuesta que la historia ofrece es una nueva decepción. No actuaron el espíritu de justicia y el ansia de purificación. No se ve la fuerza de la autoridad ni la explosión del sentimiento. Todo es oscuridad e intriga, flaqueza en los reyes, torcida codicia en los políticos, desorientación en la masa».

En efecto, ¿cómo es posible que el rey creyese culpable a un hombre al que había otorgado el condado de Oliva, el hábito de Santiago, le había nombrado comendador de Ocaña, capitán de la guardia alemana, alguacil mayor de Valladolid, embajador extraordinario en Flandes, marqués de Sieteiglesias con derecho a cubrirse delante de su majestad, contador general de Sevilla, etc., y a quien había encargado una misión reservada en París para recuperar los papeles secretos que el célebre ministro de Felipe II, Antonio Pérez, poseía contra el rey?

El odio contra Rodrigo Calderón debe buscarse en Uceda y en Olivares y fomentado por el carácter insolente de don Rodrigo. El ya citado Ossorio y Gallardo dice que «un escritor francés afirma que el verdadero gobierno de su patria no es la república ni la monarquía, la autocracia ni la demagogia: es la correspondencia. En España, el positivo sistema de gobierno es la conversación. No se exige al ministro preparación específica, ni cultura vasta, ni laboriosidad, ni formalidad, ni elemental conciencia del deber. Sólo se le pide que hable. Que hable a todo el mundo y a todas horas, que reciba con puerta abierta, que derroche promesas, sonrisas y palmadas, que sazone un expediente con un chascarrillo, que a todo diga sí, que sea campechano, barbián, muy corriente… Si los visitantes al salir de su despacho dicen, alegres, que es un tipo notable, tiene asegurada la tranquilidad. Si, guiñando un ojo, afirman que es un punto, puede estimarse como hombre definitivo e insustituible. Las raíces de esta escuela crítica llegan, por lo visto, a los tiempos del marqués de Sieteiglesias, decapitado quizá, no por cohechar mucho, sino por sonreír poco».

Desde Valladolid don Rodrigo Calderón fue trasladado a Medina del Campo, en donde fue encerrado en el castillo de la Mota, pasando frío y hambre. Otra vez fue trasladado, esta vez al castillo de Montánchez, en Extremadura, en donde se enteró de que le habían sido confiscados todos sus bienes y de que a su esposa y a sus hijos les habían puesto de patitas en la calle, debiendo vivir de la caridad de los amigos. Se le acusó de doscientos cuarenta y cuatro delitos, entre ellos prevaricación, hechizos, asesinato de un plebeyo llamado Juara, envenenamiento de la reina doña Margarita y varios asesinatos más.

Trasladado a Madrid, empezó el proceso que puede leerse en el archivo de Simancas y a consecuencia del cual fue sometido a tormento. Esta práctica inhumana y bestial era entonces corriente en todos los juicios de todas las naciones del mundo. No fue hasta fines del siglo XVIII en que, gracias al marqués Cesare Beccaria, con su libro Dei delitti e delle pene, se empezó a considerar el tormento como práctica cruel e innecesaria.

He aquí transcrito a la letra según lo reproduce Federico Carlos Sainz de Robles en su libro Madrid, autor teatral y cuentista en las páginas 47 y siguientes:

«Y visto por los dichos señores del concejo, jueces de la dicha causa, que el dicho marqués de Sieteiglesias no quiere decir verdad, mandaron que el ministro de la Justicia, que se llama Pedro de Soria, desnudase al dicho marqués, el cual estándolo ya, se le apercibió diga la verdad de lo que se le ha preguntado con apercibimiento de que si por no decirla en el tormento, que se le ha de dar muriese, pierna o brazo que se quebrase, u otra lesión o daño recibiese, sea por su culpa y cargo, y no de sus mercedes, lo cual yo, el escribano de Cámara, notifiqué al dicho marqués una y dos y tres veces, de que doy fe, y el dicho marqués, estando desnudo, dijo que no tiene nada más que decir que lo que ha dicho y declarado. Y luego los dichos señores mandaron asentar al dicho marqués desnudo en cueros y en el potro, y estándolo, el dicho verdugo le ató y ligó un brazo con el otro, y le ató un cordel a ellos, y habiéndole atado se le mandó dar una vuelta a los cordeles con que se han atado los brazos; y le fue dada; y el dicho marqués dijo:

»—¡Sea por amor de Dios!

»Y luego se les dio otra vuelta a los dichos cordeles y el dicho marqués dijo:

»—¡Ay Dios! ¡Sed muy justo que más merezco!

»Y luego se les dio otra vuelta a los dichos cordeles, y dijo dicho marqués que le martirizaban sin culpa. Y luego se les dio otra vuelta a los cordeles con que están ligados y atados ambos brazos, y el dicho marqués dio voces llamando a Dios Nuestro Señor para que tuviera misericordia de él. Y luego los dichos señores del concejo mandaron que se le aten los cordeles al muslo de la pierna izquierda y se le dé una vuelta a ellos, y estándosela dando dijo que no tiene culpa sino en la muerte de Francisco de Xuara en todo cuanto se le tiene preguntado. Y los dichos señores del concejo mandaron que el dicho marqués declare la causa de la muerte de Francisco Xuara, y dijo que dice lo que tiene dicho. Y visto que no quiere decir la verdad el dicho marqués, mandaron se les dé otra vuelta a los cordeles del muslo izquierdo, y estándosela dando, dijo que le muestren un Cristo que tiene a la cabecera de su cama. Y los dichos señores del concejo mandaron que el dicho marqués diga la verdad de los hechizos que se le han preguntado y si ha usado de ellos contra el rey, y cómo y dónde y cuándo; y el dicho marqués jura a Dios que S. M. no está hechizado, no sabe que lo esté, y que es tan buen vasallo de S. M. que si lo supiera lo declararía en cosa tan importante al mundo. Y visto por los dichos señores, mandaron se les dé otra vuelta a los cordeles del muslo derecho, y estándosela dando dijo que no tiene que decir más, y aunque fuera contra el Espíritu Santo diría la verdad. Y visto por los dichos señores mandaron dar otra vuelta a los cordeles del muslo izquierdo, y se le apercibió al dicho marqués diga la verdad, con apercibimiento de que si pierna o brazo se le quebrase, o muriese en el tormento, u otra lesión le viniere, sea por su culpa y cargo… Y luego mandaron los dichos señores que al dicho marqués se le dé otra vuelta a los cordeles y se mandó diga la verdad de lo que se le ha preguntado en razón de la muerte de la reina y la del alguacil Agustín de Ávila… Y luego se les dio otra vuelta a los cordeles del muslo izquierdo, y el dicho marqués gimió que muere sin culpa. Y luego los señores del dicho concejo mandaron desligar al dicho marqués los cordeles de piernas y brazos, y que sea echado en el potro, y se le liguen y aten los cordeles a dichas piernas y brazos, se le aperciba diga verdad de lo que se le ha preguntado, así de lo que ha pasado, en razón de la muerte de la reina y hechizos que se le han preguntado, y de las causas y delitos porque pidió la cédula real, y de la causa que hubo por la muerte que ha hecho de Francisco de Xuara, y de lo que hubo en razón de la causa y muerte del alguacil Ávila, y en la de don Alfonso de Rojas y en la de don Eugenio de Olivera, con apercibimiento que no declarándolo se proseguirá el tormento; y que la misma declaración haga en razón de los cómplices que hubo para cometer dichos delitos y muertes, y por cuya autoridad se hicieron y cometieron; y el dicho marqués dijo que no tiene nada que decir, y que esto lo padece por otros pecados y que se cumpla la misericordia de Dios, y gritó:

»—¿Y es cierto que estáis en el cielo vos, la reina doña Margarita, y no me ayudáis?

»Y visto por los dichos señores, mandáronse se vuelva a hacer el mismo apercibimiento, y habiéndoselo hecho al dicho marqués, dijo que si no es en la muerte de Xuara, otra culpa ninguna en todas las demás cosas que se le han preguntado no tiene, y que quisiera tener más culpas para confesarlas, y lo mismo saber quién las tiene para decirlo y declararlo. Y luego los dichos señores mandaron se dé una vuelta al garrote de la pierna izquierda; y se le dio; y se le apercibió diga la verdad y dijo que le matan sin culpa. Y luego los dichos señores mandaron echar al dicho marqués un cuartillo de agua de golpe, en la boca abierta, y se le echó y apercibió que diga la verdad. Y luego los dichos señores mandaron dar otra vuelta al otro garrote de la pierna derecha, y se le apercibió diga la verdad; y dijo que ya la tiene dicha. Y luego los dichos señores mandaron echar otro jarrillo de agua al dicho marqués y le fue echado, y se le apercibió diga la verdad, y dijo que ya la hubiera dicho si la supiera. Y luego se mandó dar otra vuelta a los garrotes de la espinilla de la pierna derecha y estándosela dando pidió misericordia a Dios; y luego se le mandó echar otro cuartillo de agua, y se le apercibió diga la verdad y dijo que dice lo que dicho tiene. Y en este estado los señores mandaron cesar en el dicho tormento por ahora, protestando de reiterarle siempre que convenga, y que el dicho marqués sea quitado y desligado de los dichos garrotes y cordeles y potro; y así se hizo; y fue quitado y desligado, y se le llevó a curar a su cama; y el dicho marqués no firmó porque dijo no poder, y los dichos señores lo lubricaron y señalaron. Después de lo susodicho, en la Audiencia de Madrid, a nueve días del mes de enero del año 1620, a la hora de las once de la mañana, los dichos señores del concejo, jueces de las causas del marqués de Sieteiglesias, mandaron se lea al dicho marqués la declaración y declaraciones que hizo ante sus mercedes el martes pasado siete de este, mes, así antes que se le diese tormento, como estando en él, para que se ratifique en ellas, y habiéndose leído ambas declaraciones de verbo ad verbum y por él oídas y entendidas, debajo del juramento que desde antes tiene hecho, y haciéndole ahora como lo hizo en forma de derecho, dijo: que lo que está escrito en las declaraciones que se le han leído, así en las que hizo antes de darle tormento estando el potro dentro de su aposento, como las que hizo en el tormento, son la verdad, y en ella se afirma y ratifica, y afirmó y ratificó, y, si es necesario lo dice ahora de nuevo, y es la verdad para el juramento que hizo, y no lo firmó porque dijo no poder firmar con la mano por el tormento que se le dio; y aunque se llegó con la pluma a que procurase firmar, probó a hacerlo, y según digo, tornó a decir que no podía firmar de ninguna manera, y los dichos señores lo rubricaron. Ante mí, Lázaro de Ríos».

La cita ha sido larga, sin duda alguna, pero creo que es más expresiva de una época y de unos sistemas que lo podrían ser mis explicaciones o comentarios. Todo el horror y la crueldad que de las palabras transcritas se desprende no impresionaban a las gentes contemporáneas, puesto que por jueces e incluso por reos se aceptaba el tormento como algo lógico y natural. Ni unos ni otros podían comprender un interrogatorio sin ser seguido de tormento. Los afectados por él se quejaban del dolor, pero no del sistema. Después dirán que todo pasado fue mejor.