¿HISTORIA? ¿LEYENDA? (II)

El rey de la mano horadada. Cuando Fernando I de Castilla y León murió, dividió sus estados entre sus hijos. A Alfonso le correspondió León; a García, Galicia, y a Sancho, Castilla. A sus dos hijas, Urraca y Elvira, les dejó Zamora y Toro, respectivamente. Los reyes en aquellos tiempos consideraban sus reinos como propiedad particular y hacían con ellos repartos como si de las sucursales de un negocio se tratara.

Sancho, rey de Castilla, atacó a su hermano Alfonso para apoderarse de León y le derrotó dos veces, haciéndole prisionero y encerrándole en el castillo de Burgos, del que se escapó refugiándose en Toledo, donde reinaba Ali Mamun, un rey musulmán. El desterrado y el rey moro se hicieron muy amigos, hasta el punto de que el segundo trataba al primero como un hijo, regalándole una propiedad junto al río Tajo.

Un día Alfonso se hallaba dormitando bajo un árbol cuando, sin verle, Ali Mamun y algunos de sus ministros hablaban de la inexpugnabilidad de Toledo. Todos convenían en ello me nos el rey, que dijo que cercando a Toledo por el lado en que está unida a tierra firme, ya que el resto está rodeado por el Tajo, se podría rendir a la ciudad por hambre.

Repararon entonces el rey y sus ministros en la presencia de Alfonso y temieron que, habiendo oído la conversación, pudiese aprovecharse de ella en un próximo futuro. Para averiguar si estaba dormido o no, uno de los cortesanos trajo una vasija con plomo derretido, y derramó unas gotas sobre la mano de Alfonso, el cual continuó haciéndose el dormido, a pesar del dolor. La fantasía de esta leyenda es patente, pues no hay ningún dormido que no se despierte al sentir el dolor de una quemadura. La leyenda añade que el plomo derretido horadó la mano de Alfonso, y por eso se le llamó el rey de la mano horadada. En realidad, el sobrenombre le viene de su generosidad y prodigalidad que demostró más adelante, cuando, con el nombre de Alfonso VI, ocupó el trono de León.

La amistad entre el rey musulmán y el rey cristiano fue tan grande que Alfonso VI prometió al rey toledano que jamás haría nada contra él ni contra su hijo, puesto que amaba al primero como un padre y al segundo como un hermano. En éstas llegó a Toledo la noticia de la muerte de don Sancho a manos de Bellido Dolfos cuando sitiaba Zamora, y ello permitió al rey cristiano volver a recuperar el trono. Antes de irse, renovó al rey su promesa de fidelidad y amistad. Ello sucedió el año 1073.

Dos años después el rey musulmán de Sevilla Al Mutamid decidió invadir las tierras toledanas. Cuando Alfonso VI se enteró de ello, acudió en auxilio de su amigo, venciendo a las tropas sevillanas. Un día entró a caballo solo en Toledo para visitar a Ali Mamun, quien correspondió a la fineza visitando a su vez sin acompañamiento alguno el campamento cristiano. El rey Alfonso le recibió con grandes muestras de afecto, pero cuando su visitante se despedía le dijo:

—Ahora estás en mi poder. Quiero que me releves del juramento que hice en Toledo de no tomar nunca las armas contra ti ni contra tu hijo.

Se asombró Ali Mamum de la petición, o mejor dicho de la exigencia, pero como no podía hacer otra cosa le dispensó del juramento, y Alfonso le respondió:

—Ahora que estoy Ubre del juramento que te hice cuando estaba en tu poder, lo renuevo libremente. No quiero que nadie pueda decir que lo que hice en Toledo fue por temor, sino que ahora, libre de toda traba, continúo haciendo honor a mi palabra que, aunque alguien pudiera pensar lo contrario, lo hice de todo corazón.

Y así fue. Alfonso VI conquistó Toledo, pero fue después de la muerte de su amigo y del hijo de éste.

LA CAMPANA DE HUESCA. En 1134 moría en una batalla en Fraga el rey de Aragón Alfonso el Batallador. En su testamento había dispuesto que el reino pasase a poder de las órdenes militares, pero los nobles no aceptaron esta disposición y decidieron nombrar un rey. Primero se pensó en un bisnieto de Ramiro I, llamado Pedro de Atares, pero como éste era hombre de mal genio y peores costumbres se rechazó su persona. Se pensó entonces en un hermano del fallecido rey llamado Ramiro, a la sazón monje en el convento de Saint Paul de Thomiers, cerca de Narbona. En un principio se resistió, pues no tenía vocación de rey, sino de monje, pero al fin fueron tantas las presiones que los nobles ejercieron que aceptó abandonar el convento y ser proclamado rey.

Los nobles navarros no estuvieron conformes con el nombramiento del «rey Cogulla», como le llamaban por creer que lo que ellos necesitaban era un guerrero y no un monje, por lo que se retiraron a Pamplona y eligieron monarca en la persona de García Ramírez, hijo de don Ramiro y nieto del Cid Campeador.

Por su parte, don Ramiro se encontró con el problema de su estado religioso, por lo que tuvo que pedir a Roma la dispensa de sus votos y el permiso de casarse, cosa que hizo con doña Inés, hija del conde de Poitiers. Empezó en esto una guerra entre Aragón y Navarra, y Ramiro se alió con el rey de Castilla, quien se aprovechó de la situación ocupando buena parte del territorio aragonés. Don Ramiro fingió sumisión y lo mismo hizo con el rey de Navarra. Para tener seguros a los nobles que le habían proclamado rey les entregó gran cantidad de castillos y fortalezas, con lo cual ellos llegaron a creerse más importantes que el propio rey. La cosa llegó a tal extremo que don Ramiro no sabía ya qué hacer y decidió pedir consejo al que había sido su superior en la abadía que había abandonado. Un día llamó a un mensajero y le dijo:

—Ve a Narbona lo más de prisa que puedas. En el monasterio de Saint Paul de Thomiers visita al abad y entrégale este pliego. Y vuelve con su respuesta.

El mensajero cumplió las órdenes y se presentó ante el abad, que leyó el pergamino que le enviaba Ramiro y que, sin decir palabra, fue con él al jardín del monasterio y, cogiendo unas tijeras, se dirigió a un seto que allí estaba. Empezó a cortar todas aquellas ramas que sobresalían un poco y cuando hubo terminado dijo al enviado:

—Vuelve a Huesca y explica al rey lo que has visto. Entendió Ramiro el consejo y, reuniendo a sus nobles, les dijo que pensaba hacer una campana cuyo sonido llegaría hasta el rincón más lejano de su reino. Todos rieron y vieron en sus palabras una expresión más de su débil fantasía. Pero un día Ramiro llamó a los nobles más turbulentos, y de uno en uno les hizo pasar a una cripta en donde un verdugo les cortaba la cabeza. Cuando sólo faltaba uno, que al parecer era el obispo de la diócesis, y el más caracterizado de todos ellos, bajó con él al lugar donde las cabezas pendían de un garfio y le dijo:

—¿Qué te parece la campana que he imaginado? ¿Llegará su sonido a todo el reino?

—Señor, sí, pero falta el badajo.

—Ya lo sé, para él he pensado en tu cabeza.

Y le hizo decapitar. Desde entonces no hubo más turbulencias en el reino de Aragón.

Poco tiempo después casó a su hija Petronila, que contaba dos años de edad, con el conde de Barcelona Ramón Berenguer IV, uniendo así, en una misma persona, el reino de Aragón con el condado de Barcelona, manteniendo ambos sus leyes, sus costumbres, sus monedas y su independencia.

La historia del sabio que corta las ramas sobresalientes de un seto es de origen griego o indio, pues aparece en narraciones de aquellos países. En Huesca se enseña todavía una cripta del siglo XII de cuya bóveda se asegura que colgaban las cabezas de los nobles decapitados. Se halla en los locales de la antigua universidad, que, cuando yo la visité, estaba convertida, si no recuerdo mal, en instituto de segunda enseñanza.