LA CUEVA DE HÉRCULES

Don Rodrigo Jiménez de Rada, en su Historia gótica, editada en 1603 en Toledo, explica, dándola como cierta, la leyenda siguiente. Cuando Hércules estuvo en España —ya empezamos bien— edificó un palacio sobre una cueva que, según la misma leyenda, fue excavada por Túbal, nieto de Noé. El legendario semidiós griego usaba la cueva para sus artes mágicas y en ella colocó unos lienzos y figuras que pronosticaban el porvenir de España. Desapareció el palacio en el correr de los tiempos y la cueva no fue descubierta hasta los tiempos de don Rodrigo, el último rey godo, quien quiso penetrar en ella a pesar de las advertencias de sus cortesanos, que se lo desaconsejaban. Sigue la leyenda indicando que a pocos pasos de la entrada de la caverna se encontraba una puerta de hierro, llena de candados, en la que, en letras griegas, estaba grabada la inscripción: «El rey que abriere esta cueva y pudiera descubrir las maravillas que tiene dentro descubrirá bienes y males». Don Rodrigo, atento más a los bienes que a los males que pudieran acaecer, mandó picar la tapa de hierro y descerrajar y arrancar los candados. Llegó a una habitación y en medio de ella había una estatua de bronce de formidable estatura con una maza en las manos que movía acompasadamente causando espantoso ruido. A un lado de la estatua estaba un arca cerrada que encima de la tapa tenía un letrero que decía: «Quien esta arca abriere maravillas hallará». El rey, confiado en encontrar un tesoro, abrió el arca y encontró un lienzo arrollado que al abrirlo vio pintadas en él figuras de árabes, unos a pie y otros a caballo, al pie de las cuales se encontraba una inscripción diciendo: «Quien aquí llegare y esta arca abriere perderá a España y será vencido de semejantes gentes». Salió el rey de la cueva espantado e hizo cegar la puerta de la misma para que nadie más pudiese ver lo que él había visto.

Como se puede suponer, todo esto no es más que leyenda, pero, según Cristóbal Lozano, en 1546 el cardenal Juan Martínez Silíceo hizo investigaciones, y dice el citado autor que en los sótanos de la iglesia de San Ginés encontró la entrada de una cueva por la que entró él y algunos acompañantes, y a cosa de media legua —«que yo digo que sería algo menos, pues el miedo hace las leguas muy largas», dice Lozano— halló unas estatuas de bronce puestas sobre una mesa como altar que cayeron causando a los excavadores tan grande miedo que enfermaron todos y murieron muchos de ellos.

Ésta es la tradición de la cueva de Hércules en Toledo, que en otras versiones se encuentra más adornada de prodigios y maravillas. Creo que con las narradas hay más que suficiente. No se olvide que Cristóbal Lozano escribió sus obras en el siglo XVII; es decir, cien años después de la aventura que cuenta del cardenal Silíceo y que en aquella época las leyendas maravillosas estaban en boga y se creían a pie juntillas.