Es común que cuando un español escribe un libro de erudición —aunque sea tan leve y de segunda, y aun tercera mano, como el mío— dedique por lo menos un capítulo a las relaciones que unen a Cervantes con el tema en cuestión. Otros hacen más, y en vez de un capítulo le dedican una obra entera, y así existen libros para demostrar la Pericia geográfica de D. Miguel de Cervantes, el Andalucismo y Cordobesismo de M. de C. y tratan de Cervantes administrador militar, Cervantes educador, Cervantes marino, Cervantes teólogo. Cervantes viajero, Cervantes ateo, religioso, vascófilo, aliadófilo, germanófilo, jurisconsulto, etc. (Vid. el Catálogo de la Colección Cervantina de la Biblioteca de Cataluña). Y claro está que no podía faltar a la cita libresca algún o algunos libros que traten de las relaciones que unen a Cervantes con la Medicina.
Ante mí tengo uno de ellos. Es un folleto de 68 páginas, titulado Cervantes en Medicina. Del estudio de El Quijote, ¿se desprende que su autor tenía conocimientos médicos?, compuesto por Francisco González y Martínez, a cuyo nombre siguen nueve líneas de títulos académicos, uno de los cuales nos dice que era «Médico titulado de Socuéllamos» (y premiado con una pluma de oro y un diploma por el Liceo Artístico y Literario de Granada, etc.).
Abro el libro al azar y leo en la página 18: Conocimientos de fisiología, cap. 18, I parte. Sigue el diálogo, que termina con la frase de que «más se ha de estimar un diente que un diamante» y lo comenta de la siguiente manera: «Este pasaje demuestra el conocimiento que tenía Cervantes del papel fisiológico que desempeña la dentadura en la digestión, pues una buena masticación de los alimentos evita muchas enfermedades del estómago». Pero ¡hombre de Dios!, para saber esto no es necesario ser un genio; lo sabe y lo sabía entonces cualquier palurdo y campesino zafio e ignorante que no hubiera oído en su vida la menor lección de higiene.
Sigamos: Conocimientos de higiene, cap. II, I parte. Sancho Panza dice a don Quijote: «Bien puede vuestra merced acomodarse desde luego a donde ha de pasar esta noche, que el trabajo que estos buenos hombres tienen todo el día no permite que pasen las noches cantando». «Ya te entiendo, Sancho —le respondió don Quijote—, que bien se me trasluce que las visitas del zaque piden más recompensa de sueño que de música. O lo que es lo mismo: has sido intemperante con el vino y te produce sueño». ¡Ah, caramba! ¿Qué te parece, amigo lector? ¿No es de admirar los profundos estudios e indescriptibles desvelos de Cervantes (don Miguel), que llegó por la sola potencia de su genio a descubrir que el vino llamaba a Morfeo? Indiscutiblemente, quien niegue conocimientos médicos al insigne manco de Lepanto demostrará ser zote y modorro y merecedor de cien palos, amén de varios años de galeras. Claro que el individuo no genial se zampa un litro de tintorro de Valdepeñas y descubre el mismo fenómeno. Pero, naturalmente, no es método científico.
No desorbitemos las cosas. Creo que el Quijote es la novela más genial que han producido los siglos y que se encuentra a mil codos por encima de su inmediata seguidora. Creo que Cervantes fue un literato genial, pero eso solamente, literato, que ya es bastante. Lo que consiguen quienes quieren hacerle pasar por la Enciclopedia Espasa del siglo XVII no hacen más que desprestigiar a su ídolo. A veces llegan a hacérmelo antipático y ya formo en la legión de los seguidores de don Miguel de Unamuno, que de puro anticervantismo conceden más existencia histórica a don Quijote y a Sancho que al propio don Miguel, que los parió entre congojas y dolores.
Prosigamos con el librito de marras, página 24: Conocimientos de Cirugía, cap. II, I parte: «… y viendo uno de los cabreros la herida (de don Quijote), le dijo que no tuviese pena, que él pondría remedio con que fácilmente se sanase, y tomando algunas hojas de romero de mucho que por allí había, las mascó y las mezcló con un poco de sal, y aplicándoselas a la oreja se la vendó muy bien, asegurándole que no había de menester otra medicina». Y comenta el doctor Martínez: «Y así fue la verdad». ¡Hombre, doctor! Así fue la verdad porque así le complugo a Cervantes, que si él hubiese querido que la herida se infectase, el remedio no hubiese dado resultado, a no ser que crea usted en la rebelión de los personajes tan cara a Unamuno y Pirandello. Además, indicar que Cervantes poseía conocimientos de cirugía basándose en frases como la que antecede, que se reduce a indicar un método empírico de uso vulgar, es de una ingenuidad de ursulina.
No niego, con todo, que Cervantes poseyera algún conocimiento; era hombre instruido y, por lo tanto, es probable que tuviese buenas ideas generales del tema y algunas más de las corrientes en particularidades médicas. Tanto más cuanto Cervantes fue hijo de un médico cirujano, probable director de hospitales, y en su familia se dieron galenos famosos: maestre Juan Sánchez, médico que llevó Cristóbal Colón en su primer viaje a Indias; el bachiller Juan Díaz de Torreblanca y Luis Martínez (maese Luis), todos ellos reputadísimos en Córdoba. Él, por su parte, cultivó la amistad de doctores eminentes en su tiempo, como los famosos Francisco Díaz y Juan de Vergara; y su padre fue muy amigo del no menos célebre Cristóbal de Vega, eminente comentarista de Hipócrates. De éste pudo leer, pues lo cita en el Quijote, su libro: In aphorismus Hipocratis. Menciona asimismo el doctor Andrés Laguna, cuya traducción de la Materia medicinal de Dioscórides quizá conociera. Se ha escrito si le sería familiar la obra de Areteo: De acutorum ac dutumorum morborum causis et signis, pero no hay pruebas. (Astrana Marín en el prólogo de Vallejo-Nágera, p. XI).
Otra cosa distinta, a los tales comentarios, es analizar los tipos cervánticos, especialmente don Quijote y Sancho, a la luz de los conocimientos psiquiátricos actuales. Cervantes pintó a un anormal que convence a otro individuo que tenía «poca sal en la mollera», nos habla del sevillano que hinchaba perros; del cordobés del podenco; del licenciado en Cánones que discute con Júpiter, los tres en el Quijote de Tomás Rodaja o licenciado Vidriera; de Felipe Cañizales, el celoso extremeño; de Cardenio, semisalvaje de Sierra Morena, y del enamorado Basilio, estos dos últimos también en el Quijote y los otros dos en las Novelas ejemplares. Quizá olvido alguno en esta rápida cita de memoria, pero bastan para indicar que si un novelista pinta a un loco y especialmente a un loco genial como es don Quijote, quienes de anormales traten es justo que de él se preocupen y analicen su locura. Véase, si ello interesa, los magníficos estudios de Vallejo-Nágera (en Literatura y psiquiatría) y Goyanes (en Tipología de El Quijote), por ejemplo, y se verá la diferencia que existe entre ellos y las tonterías más arriba copiadas.