Aquí comienza la historia del señor san Killian, que fue monje en la Irlanda y fue amador de libros y gustaba de leerlos y escribirlos y fue varón justo, santo y bueno y encontró misericordia y gloria ante Nuestro Señor Dios, que manda en el cielo y sobre la tierra.
Y fue san Killian monje en un monasterio, pues sus padres eran temerosos del Señor y a Él lo habían consagrado. Y entró como lego en el escritorio, y como hacía bien las letras y los dibujos, cuando fue monje no lo sacaron de allí, sino que le dejaron como maestro de los demás. Y había empezado sus días en la religión con el libro de los libros comenzando a escribir la creación del mundo y del hombre como se cuenta en el Génesis, In principio creavit Deus coelum et terram, y fue sacerdote del Señor y ofrecía el santo sacrificio de la misa con gran devoción y de todos era amado y admirado.
Pero cuando pasaron los años y los de su trabajo ya se contaban por decenas, el maligno quiso tentarle y Dios lo permitió.
Y entró el diablo en el monasterio y le dijo:
—Hace muchos años que trabajas en este libro y en verdad has hecho obra asaz bella, pero cuando la hayas terminado no la tendrás ni podrás gozar mirándola, por cuanto será vendida y con los dineros de la venta se comprarán tierras y ganados para el monasterio y otros gozarán de lo que tú has hecho.
Cuando el señor san Killian oyó esto cayó en gran aflicción y rogó al Santísimo Señor Dios, porque está escrito que el Santo de los Santos ayuda a quien reza para apartarlo de la tentación y librarlo de la soberbia. Ut avertat hominem ab his, quae facit, et liberem eum de superbia.
Y el Señor Dios quiso escucharle y sacó de su alma la tentación del maligno, y san Killian hacía ya cincuenta años que trabajaba en el libro y escribía las palabras del Apocalipsis del glorioso apóstol Juan:
«Bienaventurado el que lee y escucha las palabras de esta profecía y guarda las cosas escritas en ella porque el tiempo está cerca».
Y él sentía que su tiempo se acercaba. Y escribía las palabras del apóstol y su alma sentía dolor y lo ofrecía al Señor y sus ojos miraban la obra ya hecha y ofrecía las lágrimas al Señor y daba órdenes a los que estaban bajo su mando y enseñaba a su sucesor porque sabía que sus días estaban contados y la hora de su muerte marcada en el libro del Señor.
—sucedió que cuando el buen monje daba fin a su admirable obra vio que Dios Nuestro Señor también la daba a su vida y se sintió morir cuando escribía las palabras que el Espíritu Santo dictó a Juan:
Et si quis diminuerit de verbis libri prophtiaes hujus, auferet Deus partem ejus de libro vitae, et de civilitate sancta, et de his, quae scripta sunt in libro isto.
Dicit qui testimonium perhib et istorium. Etiam venio cito. Amen. Veni Domini Jesu.
Gratia Domini nostri Jesu Christi cum Omnibus vobis. Amen.
Eso escribió y dio grandes voces tres veces, diciendo:
Etiam venio cito. Veni Domini Jesu.
—Ciertamente vengo presto. Ven, Señor.-Y murió.
Y cuando entregó su alma al Señor Dios tenía en la mano el libro que escribió y no pudieron lograr que lo soltara. Y así le dejaron pensando que al siguiente día lo conseguirían. Y a punta de alba lo intentaron y tampoco pudieron porque lo tenía asido muy fuerte y todos comprendieron que era voluntad de Dios. Y el abad se revistió con su capa y cogió el báculo y, dirigiéndose al padre san Killian, le conminó pon santa obediencia a que soltara el libro. Y el padre san Killian, ya muerto, abrió la mano y soltó el libro. El abad, viendo la obediencia de la que había sido ejemplo en vida y muerte el padre san Killian, prometió ante el Señor Dios que el libro no sería vendido ni cambiado por tierras o ganados, sino conservado siempre en el monasterio. Y el abad y los monjes, los legos y todo el pueblo que estaba reunido allí, vieron que el rostro del padre san Killian sonreía dulcemente. Y así está aún y hace muchos años.
Ésta es la vida del glorioso san Killian, abogado de los amantes de los libros y de los que gozan leyéndolos, y en ellos aprenden la sabiduría del hombre que fue hecho a imagen y semejanza de Dios.
Hic liber est scriptus, qui scripsi sit benedictus Finito libros reddatur gratias Christo.
Esta leyenda de san Killian fue escrita imitando el catalán del siglo XXV, en 1949 y editada por la S. A. Horta de Impresiones y Ediciones como felicitación de Navidad del año 1950. Se hizo una tirada de doscientos ejemplares en papel de hilo ornamentada con una litografía de Julio Boleda a semejanza de las miniaturas de la época.