PRÓLOGO PEDANTE Y GALEATO CON PALINODIA INCLUIDA

«Historia vero est testis temporum, lux veritatis, vita memoriae, magistra vitae, nuntia vetustatis».

Cicerón

(De Oratore, li, II, cap. 9, 36)

Prólogo (del lat. prologus, y éste del gr. prologos, de pro, antes, y logos, discurso), m. Discurso antepuesto al cuerpo de la obra en un libro de cualquier clase, para dar noticias al lector del fin de la misma obra o para hacerle alguna otra advertencia. (Diccionario de la Real Academia Española, edición 1984, tomo II, p. 1031, col. II).

«La historia es verdaderamente testigo de los tiempos, luz de la verdad, vida de la memoria, maestra de la vida y heraldo de la antigüedad». Estas célebres frases de Cicerón las he colocado al frente de este libro por ser tan conocidas y tan creídas por la mayor parte de la gente, pero no creo que respondan por completo a la verdad.

La historia puede ser «testimonio de los tiempos», pero a condición de saber interpretar este testimonio, lo cual a menudo no es cosa fácil.

«Luz de la verdad». Más problemático también es este aserto. No hace mucho me encontraba con un amigo con el que rememoré un episodio acaecido durante nuestra guerra civil en el que los dos participamos. Pues bien, su versión difería notablemente de la mía no sólo en pequeños detalles, sino en la percepción del conjunto. ¿Quién tenía razón? Probablemente los dos; lo que había sucedido es que, tras cincuenta años de acaecido el hecho, habíamos idealizado o mejor dicho novelado nuestro comportamiento, y de ello surgieron dos versiones distintas aunque no antagónicas del suceso. Imagine el lector lo que puede suceder cuando se interpreta o simplemente se relata un acontecimiento con varios siglos de existencia encima.

«Vida de la memoria». ¿De la memoria de quién? ¿De quien lo escribió contemporáneo de los hechos, tal vez falseados por opiniones políticas, económicas, sociales, religiosas? ¿Acaso la falsedad estará en quien a décadas, a siglos tal vez de distancia, interpreta aquellos actos o episodios con similares o diferentes prejuicios?

«Maestra de la vida». O la historia es una mala maestra o la humanidad es una mala discípula, pues nada ha aprendido de lo sucedido anteriormente. Se dice que los pueblos felices, como los hombres felices, no tienen historia. Desgraciadamente la nuestra es abundante en hechos que han trastornado nuestra vida colectiva y particular. Algunos buenos, otros, los más, trágicos y dolorosos. Recordar la historia debería hacer meditar sobre las causas u origen de nuestras desventuras, pero la experiencia nos anuncia que tal meditación no sirve para nada. La humanidad vuelve a tropezar y caer en las mismas trampas que durante siglos la han acechado. Bien es verdad que nunca las situaciones han sido idénticas. Los que hicimos nuestra guerra, la nuestra para nosotros, vemos que nuestros hijos la consideran como la guerra de las Galias y que la batalla del Ebro es para ellos tan lejana como la de las Termopilas. Cosa parecida sucedió con nosotros cuando nuestros padres o abuelos nos hablaban de las guerras carlistas o la de Cuba. Por suerte nuestros hijos no viven atormentados por el recuerdo indeleble de nuestra tragedia, pero me temo que para nuestros nietos nuestro inmediato pasado sea tan lejano que vuelvan a caer en él. Sólo la esperanza de su ansia de paz, el ver que la juventud en su mayoría rechaza la idea de lucha y de guerra, me reconforta y me anima.

«Heraldo de la antigüedad». He traducido la palabra nuntia por «heraldo», aunque bien pensado podría traducirse por «nuncio» en el sentido que damos hoy a la palabra en frases como nuncio apostólico por ejemplo; es decir, representante de la antigüedad ante nuestro tiempo. Ello quiere decir que hemos de ponernos en el lugar del representado sin sacarlo de su contexto histórico. «No hay ningún gran hombre para su ayuda de cámara». Esta frase, atribuida por unos al príncipe de Condé y por otros a Madame de Sevigné, es la que me ha servido de pauta en muchas ocasiones para narrar episodios que creo interesantes. No dejo nunca, o procuro no dejar nunca, de ver o intentar situarme en la época que narro; claro está que si algún comentario hago está hecho desde el punto de vista de la actualidad en que vivo. Huyo siempre que puedo de la exaltación de personajes históricos por simpáticos e importantes que éstos sean, y ello me ha producido más de una crítica de la que en otro lado hablaré.

Pedante (del ital. pedante, y éste de un der. del gr., pais, paidos, niño), adj. Aplícase al que por ridículo engreimiento se complace en hacer inoportuno y vano alarde de erudición, téngala o no en realidad. U.t.c.s. (Diccionario de la Real Academia Española, tomo II, p. 1031, col. II).

Éste no es un libro de historia, sino de historias, o si quieren ustedes, de historietas. Como pueden suponer, no invento nada sino que recojo de mis lecturas aquello que por su curiosidad pueda interesar al gran público. Los especialistas eruditos no creo que encuentren nada importante en él, pues lo único que intento es distraer al lector en forma amena y divertida, recordando la frase de Chesterton, por mí tantas veces repetida, de que «divertido es lo contrario de aburrido y no de serio». Pero por si alguien pudiese creer que este libro no tiene ningún mérito, cosa en la cual no andará muy descaminado, le citaré la frase de Bayle que «la exactitud en el citar es un talento mucho más raro de lo que se piensa», aunque deberé añadir también, como Marcial decía de sus epigramas, que «algunos son buenos, otros mediocres y la mayor parte malos». Continuando con pedantescas citas recordemos al viejo Horacio, que en su Arte poética, versos 343 y 344, dicen: «obtiene la general aprobación quien une lo útil a lo dulce deleitando e instruyendo a la vez al lector». Un poeta italiano, Giuseppe Giusti, dejó escrito en una de sus poesías que:

Il fare un libro é meno che niente

Se il libro fatto non rifa la gente.

Es decir, hacer un libro es menos que nada si el libro hecho no modifica a la gente. Creo modestamente que algo de ello debe haber en mis obras, cuando muchos lectores se me han dirigido por carta, o personalmente, pidiéndome que les recomendase libros más importantes que los míos para ampliar su sed de conocimientos despertado por la lectura de algunas páginas de mis Historias de la Historia. Por otro lado, Plinio el Joven dice, en la epístola V de su libro III, que «no hay libro tan malo que no contenga algo bueno», y al citar a Plinio me uno a Cervantes, que también lo hace.

«Incluso los pequeños libros tienen su destino», dice Terenciano Mauro; pero yo deseo que el destino de mis obras sea, como hasta ahora, satisfactorio. Al escribir estas líneas, mis Historias de la Historia llevan dos años en la lista de los libros más vendidos en España que publica cada semana el periódico ABC. Dije en otra ocasión que el libro no debe prestarse, pues, según la sabiduría popular.

Libro prestado,

perdido o estropeado,

y a quien pide prestado un libro se le podría responder con las palabras evangélicas «ite ad vendentes»; es decir, id a los vendedores, a los libreros, que todos tenemos que ganarnos la vida.

Y basta de pedanterías por hoy, que ya es bastante.

GALEATO (del lat. galeatus, p.p. de gateare, cubrir o defender con un casco o celada), adj. Aplícase al prólogo o proemio de una obra en que se la defiende de los reparos y objeciones que se la han puesto o se la pueden poner. (Diccionario de la Real Academia Española, tomo I, p. 671, vol. III, y 672, col. I.)

Después de tres series de Historias de la Historia es justo, equitativo y saludable que haya habido críticas para todos los gustos. Sin pecar de inmodesto puedo decir que la mayor parte de ellas han sido positivas y unas cuantas, muy pocas, negativas, y debo confesar que, en buena medida, cargadas de razón o por lo menos de razones. Se me ha criticado, por ejemplo, el hecho de fraccionar en demasía las historias de una determinada persona o de un determinado episodio, cuando no el dividir en capitulillos temas que podían ser redactados y juntados en un capítulo mayor. Ello es cierto, pero debo añadir en mi descargo que precisamente este defecto de mis libros, que efectivamente lo es, ha sido alabado por multitud de lectores que encontraban más ameno y descansado saltar de una cosa a otra o abrir el libro por donde les pluguiera. Ambas opiniones merecen mi respeto. También se me ha dicho que hablo a veces con excesivo desparpajo de personas que, al parecer del crítico, merecían más respeto y que muestro una indulgencia extraordinaria para con personajes más bien criticables, cuando no ejemplos de vicio que no de virtud. Creo que en cada hombre anida un ángel y un demonio y, como dijo Pascal, sin ser lo uno ni lo otro. Estoy convencido que, desde el hombre de Cro-Magnon hasta nuestros días, la humanidad ha dado ejemplos de albergar en su seno santos y criminales, asesinos y almas caritativas. Siento una indulgencia especial para todos los pecados, excepto uno. El orgulloso disfruta de sentirse superior a los demás, el iracundo descarga su adrenalina, el lujurioso se regodea en el placer carnal, el perezoso descansa de no hacer nada y su pereza le impide cometer otros pecados. Sólo el envidioso no goza, pues la envidia es el único pecado que no proporciona placer. No lo comprendo.

Me esfuerzo en huir de la hagiografía al uso con que se trata a héroes o santos. San Francisco de Asís debía de ser hombre vanidoso y dado al fácil placer, y por ello al vencer sus instintos fue santo. Consúltese al respecto los tres primeros capítulos de la vida de san Francisco por Tomás de Celano, la primera biografía del santo que se conoce. Sólo quien tenía propensión a gozar de todo lo creado podría escribir el Canto de las Criaturas en alabanza al Señor, expresión inolvidable e inimitable de humildad y de amor a todo lo creado. Por cierto que muchas veces se cita este himno como Canto a las Criaturas como si fuese un anticipo de cualquier sociedad protectora de animales y plantas o de un movimiento ecologista actual. No es un canto a las criaturas, sino un himno de alabanza de las criaturas a Dios. La palabra Señor se repite diez veces y la palabra Altísimo cuatro. Se puede creer o no creer en Dios, pero no se puede olvidar que Francisco creía en Él, que todo debe interpretarse a través de esta creencia, si no, no se comprenderá nunca al santo de Asís.

Véase por ello en mis comentarios o mis relatos de cosas y gentes del pasado un gran intento de comprensión hacia las personas a las que considero semejantes a mí y, por tanto, capaces de todos los vicios y todas las virtudes y que, según se tercien, pueden ser santos o criminales.

Si digo que Carlos II, por ejemplo, fue un memo es porque lo fue en realidad, pero no deje de verse en esta expresión un sentimiento de piedad y de conmiseración hacia un ser que es tan humano como yo.

PALINODIA (del lat. palinodia, y éste del gr. palinodia), f. Retracción pública de lo que se había dicho. U.m. en la frase cantar la palinodia, que significa retractarse públicamente, y por ext., reconocer el yerro propio aunque sea en privado. (Diccionario de la Real Academia Española, tomo II, p. 999, col. I.)

Se cuenta que un día viajaba don Jacinto Benavente en un tren y su compañero de compartimiento, que se presentó como vendedor de libros a domicilio, le dijo:

—Usted, que parece hombre instruido, debería leer las obras de Benavente. ¿No ha leído usted las obras de Benavente?

—No —contestó don Jacinto—, no las he leído; me he contentado con haberlas escrito.

Creo que esta anécdota, como tantas y tantas, es apócrifa, pero sirve para mi disculpa al confesar que no leo mis libros. Soy un perezoso incorregible y confío en los correctores de pruebas. De todos modos, debo decir que en la primera serie de estas historias, en la página 242, línea 34, aparece la palabra falangista donde debiera decir falangita, lo cual desvirtúa el sentido de la frase y su posible gracia, si es que tiene alguna. Asimismo, en la página 82, línea 3, empezando por abajo, de la segunda serie se lee eres en vez de es y et, errata que cualquier estudiante de latín habrá corregido por sí mismo.

Pero la errata grave, que no es tal sino gravísimo error histórico, se encuentra en la página 43, línea 5, de la segunda serie de estas historias, en la que se lee «Egmont y Nassau serán decapitados en la gran plaza de Bruselas» y «Aún hoy placas conmemorativas figuran en la fachada del ayuntamiento…».

No comprendo cómo incurrí en tamaño dislate, pues desde muy niño, en mis años de bachillerato, sabía que los ejecutados eran el conde de Egmont y el conde de Hoorn, lo que es fácil de recordar por la asonancia de los nombres.

El error me fue advertido por el señor Raymond Duys, de Amberes, al que considero amigo desde el mismo instante en que tuvo la amabilidad de corregirme. El amigo Duys añade unos datos que copio literalmente:

«Las dos cabezas que cayeron en 1568 fueron las:

»—del conde de Egmont (Lamoral, 1522).

»—del conde de Hoorn (Felipe, 1522).

»La tercera “cabeza” al frente de los insurrectos de Flandes (y Holanda) fue Guillermo de Nassau el Taciturno, príncipe de Orange (1533-1584).

»Éste huyó a Alemania y después intentó liberar Holanda del yugo de España. Murió en la holandesa ciudad de Delft por el plomo de una pistola mercenaria. Nassau fue asesinado, pues, dieciséis años después de sus ilustres compañeros».[1]

«La placa conmemorativa no se encuentra en el ayuntamiento, sino en la fachada de un edificio frente al ayuntamiento, al otro lado de la plaza mayor: la “Broodhuis” (casa del pan), antes propiedad del gremio de los panaderos. Hoy es museo de la historia de Bruselas y allí se conserva además el garderobe (los vestidos y uniformes) de Manneke Pis, el hombrecillo que, como sabe usted, es el símbolo de la capital belga». Añade el amigo Duys las dos anécdotas siguientes: «El primero de los condes que fue ajusticiado era Egmont. Al subir al patíbulo Hoorn vio el cadáver de su compañero y dijo: “¿Eres tú, hermano mío?”.

»Cuando los tres “líderes” se reunieron por última vez, al despedirse, el conde de Egmont le dijo al Taciturno:

»—¡Adiós, príncipe sin país!

»A lo que Guillermo contestó:

»—¡Adiós, conde sin cabeza!

»La palabra española hincón o noray (para amarrar las embarcaciones en el puerto) se traduce en neerlandés (o flamenco, que es lo mismo) por meerpaal, pero en Flandes y especialmente en Amberes se dice dukdalf (que viene de “duque de Alba”), es decir: constante, firme, inflexible e inquebrantable. Y… se dice también de personas».

Recuérdese que el duque de Alba fue partidario de la mano dura contra los flamencos en contra de la opinión de la regenta Margarita de Parma y demás representantes de la corona.

Y basta de prólogo. Perdonen mis lectores su longitud desmesurada, pero como dice Pascal en su decimosexta carta a un Provincial «no he tenido tiempo de hacerlo más corto».