Capítulo XVII

Comprobando las coartadas

Después de esto, nadie volvió a aludir para nada al viernes por la tarde. Saltaba a la vista que aquella cuestión trastornaba horriblemente al pobre Boysie. Fatty estaba desconcertado. No cabía duda que Boysie «había» subido el té, pues así lo afirmaba rotundamente el empresario, alegando que Boysie llevaba puesta la piel de gato y, por ende, era imposible confundirle. Ahora bien, ¿por qué lo negaba Boysie? ¿Trataba de encubrir a alguien, a su pueril manera, negando todo lo relativo a la taza de té narcotizada?

En tal caso, ¿a quién trataba de encubrir? ¿A Zoe? ¡No! Nadie con sentido podía sospechar que Zoe hubiese echado una droga en el té de alguien o desvalijado una caja de caudales. Nadie… ¡excepto Goon!

Era absolutamente necesario comprobar todas las demás coartadas. Cualquier fisura en una de ellas revelaría, sin duda, a la persona a quien Boysie intentaba proteger. Fatty resolvió comprobar todas las restantes coartadas al día siguiente, sin falta. Si no lograba descubrir nada decisivo, a buen seguro el pobre gato pantomímico sería detenido, ¡y Zoe también!, pues Goon tendría el convencimiento de que ésta era la persona a quien Boysie encubría, dada su adoración hacia ella.

Aquel té resultaba en extremo insólito, pero los Pesquisidores pasaron un buen rato. De pronto, cuando la reunión tocaba ya a su fin, oyeron todos una sonora voz procedente del piso superior.

—¿Qué es todo este jaleo? ¿Quién está ahí? ¡Oigo «su» voz, Zoe!

—Sí, aquí estoy —ratificó Zoe, desde la puerta de la sala—. Me he quedado a coser la piel de Boysie. Está toda rasgada. Además, nos acompañan unos niños que han venido a pedirnos autógrafos. Están tomando una taza de té conmigo y Boysie.

—¡En este caso, dígales que vigilen que Boysie no les eche algún mejunje en el té! —gritó el empresario. Y se volvió a su despacho dando un tremendo portazo.

—Qué sujeto más simpático, ¿eh? —ironizó Larry—. Le hemos visto esta mañana. Es un tipo intratable.

—Estoy completamente de acuerdo contigo —suspiró Zoe—. Bien, queridos. Será mejor que os vayáis. Quítate la piel, Boysie. Si no, no podré cosértela.

Los Pesquisidores se despidieron, estrechando la mano a Zoe y también a Boysie. Éste parecía muy satisfecho de toda aquella ceremonia, inclinándose cortésmente cada vez que estrechaba una mano.

—He tenido mucho gusto —repitió a cada uno de los chicos—. ¡Un verdadero placer!

Todos fueron en busca de sus bicicletas, estacionadas bajo el cobertizo.

—Qué éxito, ¿no os parece? —exclamó Fatty, complacido—. ¡Hemos tenido suerte de meternos dentro, ver a todos los actores y tomar el té con Zoe y Boysie!

—Sí, y de oír lo versión del gato —convino Larry, sacando su bicicleta al patio—. ¿Tú le crees, Fatty?

—Pues verás —murmuró Fatty—. Por una parte, me consta que Boysie subió aquella taza de té al director; pero, por otra, tengo la impresión de que el pobre muchacho dice la verdad. En mi vida he estado tan perplejo. Tan pronto creo una cosa como otra.

—De lo que no hay ninguna duda es de que Zoe no fue la culpable —intervino Bets, lealmente—. Es demasiado buena para hacer tal cosa.

—Lo mismo creo yo —convino Fatty—. Al igual que «tú», Bets, esa muchacha es incapaz de perpetrar ningún robo. En fin, tendremos que indagar por otro lado. Mañana sin falta comprobaremos todas las demás coartadas.

Así, pues, a la mañana siguiente, los Pesquisidores iniciaron sus investigaciones. Larry y Daisy encamináronse al piso de Mary Adams, con objeto de averiguar lo referente a la apacible Lucy White. Fatty y Pip recorrieron la orilla del río en busca de «La Torrecilla», a fin de comprobar si William Orr y Peter Watting «habían» estado realmente allí el viernes por la tarde, según afirmaban ambos.

—Y esta tarde, si podemos, comprobaremos lo de John James y el cine, y también lo de Alee Grant —decidió Fatty—. Es cuestión de darse prisa, porque me parece que Goon no tardará en actuar. ¡Si vuelve a importunar al pobre Boysie, le trastornará el «poco» seso que le queda!

Daisy buscó una funda de cojín a medio bordar que nunca se había tomado la molestia de terminar, y envolviendo la labor con los hilos de seda que componían el colorido del bordado, dijo a Larry:

—Vamos. No nos costará trabajo averiguar lo de Lucy White, aunque creo sinceramente que es perder el tiempo comprobar «su» coartada. ¡Parece incapaz de matar una mosca!

Al llegar al edificio donde vivía Mary Adams, subieron la escalera que conducía a su piso y llamaron a la puerta. A poco, apareció la anciana señorita en el marco de la misma.

—¡Vaya, «qué» sorpresa! —exclamó, complacida—. La señorita Daisy «y» el señor Larry. Hace mucho que no os veía. ¡Cómo habéis crecido! Vamos, pasad.

La anciana les condujo a su diminuta salita y, tomando una lata de galletas de chocolate de encima de la repisa de la chimenea, les ofreció una a cada uno. Era una viejecita muy menuda, de cabellos blancos, casi paralizada por el reuma, si bien capaz aún de coser y hacer punto de aguja y otras labores.

—Oiga, Mary —dijo Daisy, abriendo el paquete con la labor—. ¿Podría usted terminarme este cojín antes de Pascua? Quiero regalárselo a mi madre y creo que no me dará tiempo a acabarlo porque le estoy bordando también unos pañuelitos. ¿Cuánto me llevará usted por hacerlo?

—Nada, señorita Daisy, ni un penique —repuso Mary Adams, con expresión radiante—. Será un placer ayudarte, particularmente en algo destinado a tu querida madre. Así podré demostrarte el afecto que te tengo.

—¡«Muchísimas» gracias, Mary! —exclamó Daisy—. Es usted muy amable. En cuanto se abran nuestros narcisos, le traeré un ramo. Este año están muy atrasados.

—¿Otra galletita? —ofreció Mary, tomando de nuevo la caja de hojalata—. «Os» agradezco mucho la visita. Como he estado enferma, he salido muy poco últimamente. Por eso me da tanta alegría recibir visitas.

¡Por fin surgía la oportunidad que esperaban!

—¿Conoce usted a Lucy White? —inquirió Larry—. Esta tarde nos ha firmado un autógrafo. ¿Es amiga suya, verdad?

—Sí. ¡Qué buena es Lucy! La semana pasada, cuando estuve enferma, vino a verme todas las tardes. Tenía una porción de labores de punto empezadas y esa bondadosa muchacha me ayudó a terminarlas todas.

—¿Vino también el viernes? —preguntó Daisy.

—Pareces ese tal señor Goon —comentó Mary—, que ha venido ya tres veces a interpelarme respecto al viernes por la tarde. Pues, sí. Lucy vino a eso de las seis menos cuarto y estuvimos las dos haciendo media hasta las nueve y media, en que Lucy regresó a su casa. Escuchamos las noticias de las nueve y Lucy preparó un par de tazas de cacao con galletas. ¡Lo pasamos «muy bien» juntas!

Al parecer, la cosa no tenía vuelta de hoja.

—¿No la dejó a usted sola ni un solo momento hasta las nueve y media? —insistió Daisy.

—En absoluto. Ni siquiera salió de la habitación. Allí estuvimos sentadas toda la tarde, tejiendo sin parar, y al día siguiente Lucy tomó todos los encargos que habíamos hecho durante la semana y fue a entregarlos en mi nombre. Es un verdadero ángel.

En aquel momento llamaron al timbre.

—No se moleste, ya iré yo —ofrecióse Daisy, levantándose.

Y al abrir la puerta, ¡encontróse de manos a boca con el señor Goon, colorado como un tomate tras el esfuerzo de subir la escalera hasta el piso de Mary!

—¿Qué «hacéis» aquí? —preguntó el hombre, mirando a Daisy con recelo—. ¿Qué se os ha perdido en esta casa?

—Hemos venido a encargar una labor a Mary —replicó Daisy, muy digna.

—¿De «veras»? —repuso el señor Goon, con incredulidad—. ¿Está en casa Mary Adams?

—Sí, aquí estoy —gritó Mary en tono displicente—. ¿Es usted otra vez, señor Goon? No tengo nada más que decirle. Tenga la bondad de marcharse. ¡No puedo perder el tiempo!

—Sólo deseo formularle otro par de preguntas —gruñó el señor Goon, entrando en la salita.

—¡Teófilo Goon! —exclamó Mary Adams—. ¡Conste que desde su más tierna infancia es usted especialista en formular preguntas capciosas!

El señor Goon resopló coléricamente. Los chicos se despidieron al punto y echaron a correr a la calle, riendo.

—¡Apuesto a que «era» un niño insoportable! —profirió Larry, mientras bajaban la escalera—. Bien, Daisy. Ha sido todo muy fácil.

—Por supuesto. Y convincente. Tanto que Lucy White queda descartada. ¿Qué tal les habrá ido a los demás?

Bets les aguardaba en su casa con «Buster». La pequeña había insistido en ir con Pip y Fatty, pero éste le aconsejó que se quedara con «Buster». Entre tanto los dos muchachos recorrieron la orilla del río, por el mismo camino por donde William Orr y Peter Watting aseguraban haber ido.

Por fin, llegaron a una casa alta y estrecha, con una torrecilla. En el portillo, figuraba el nombre del lugar: «La Torrecilla. Café, sándwiches, bocadillos».

—Bien, ya hemos llegado —dijo Fatty—. Tomaremos café, sándwiches y bocadillos. Estoy muerto de hambre.

Ambos entraron en el establecimiento y se instalaron en una mesa con vistas a un florido jardín. Una muchacha muy menudita acudió a servirles. No aparentaba más de doce años, aunque probablemente tenía muchos más.

—Café para dos, por favor —encargó Fatty—. Y unos sándwiches. ¡Ah! ¡Y algún bocadillo!

—Os traeré una bandeja llena de bocadillos —dijo la muchacha, riendo—. Así podréis elegir a vuestro gusto.

A poco, les sirvió dos tazas de café humeante, un plato de sándwiches de huevo, carne en conserva y berro, y una bandeja colmada de apetitosos bocadillos.

—¡Ajá! —exclamó Fatty, contemplándolo con deleite—. «Hemos» escogido el sitio ideal para comprobar coartadas. ¡Fíjate en todo esto!

Los chicos se comieron los sándwiches y luego eligieron un bocadillo. Era delicioso.

—Vamos —instó Fatty—, comamos más bocadillos. Hemos andado mucho y tengo un hambre canina. Si luego no como a la hora de almorzar, me «da» lo mismo. ¡Vale la pena! ¡Qué banquetazo!

—¿Pero ya tendrás bastante dinero para pagar, Fatty? —preguntó Larry ansiosamente—. Yo llevo muy poco.

—¡Aquí lo hay a montones! —aseguró el opulento Fatty, haciendo sonar las monedas en sus bolsillos—. Procederemos a comprobar la coartada en cuanto demos cuenta de nuestra comida. ¡Atiza! ¡«Mira» quién está ahí!

¡Era Goon! Entró como si fuera el dueño de la casa y, apenas dio tres pasos, ¡vislumbró la cara de Fatty!