Zoe, la primera de la lista de sospechosos
Al día siguiente, o sea el lunes, los Cinco Pesquisidores aplicáronse a trabajar en serio. Como de costumbre, se reunieron todos en casa de Pip. Era muy temprano, las nueve y media de la mañana, pero, según observación de Fatty, la prontitud no estaba de más, pues tenían muchísimo que hacer.
—Tú y Bets —dijo a Daisy— tenéis que ir a comprar un regalo de cumpleaños para esa chiquilla, la sobrina de Zoe Markham. ¿Tenéis dinero?
—Ni un solo penique —repuso Bets—. Presté a Pip tres chelines con tres peniques para que se comprase una pistola de agua y me he quedado sin blanca.
—Yo tengo cosa de un chelín —dijo Daisy.
Fatty sacóse unas monedas del bolsillo. Al parecer, siempre disponía de mucho dinero. Tenía una porción de tíos y tías obsequiosos, y gastaba como una persona mayor.
—Aquí tienes, Daisy —murmuró, entregando a la muchacha una moneda de dos chelines y otra de seis peniques—. Con esta media corona podréis comprar cualquier chuchería. ¿Cuándo es el cumpleaños de la niña?
—Mañana —contestó Daisy—. Ayer encontré a su hermanita y se lo pregunté.
—Magnífico —celebró Fatty—. La cosa va viento en popa. Ahora id a comprar algo, poned un mensaje dentro, y entregadlo a la señora Thomas, la hermana de Zoe. Al propio tiempo, procurad trabar conversación con ella, a fin de averiguar exactamente a qué hora fue a verla Zoe el viernes por la tarde y a qué hora se marchó.
—¿Pero, cómo la sonsacaremos? —interrogó Daisy, empezando a ponerse nerviosa.
Fatty la miró severamente.
—¡Supongo que no pretenderás que improvise también vuestra conversación! Eso es cosa tuya, Daisy. Echa mano de tu sentido común. Pregúntale qué piensa regalar a su hija, por ejemplo, y apuesto a que os llevará a ver el obsequio que le tiene preparado.
—¡Oh, sí! —convino Daisy, animándose—. Es una buena idea. Vamos, Bets. Hemos de comprar el regalo cuanto antes.
—Yo voy a ver a Pippin un momento, si puedo —anunció Fatty—. Quiero averiguar una o dos cosas antes de hacer más proyectos.
—¿Qué quieres saber? —preguntó Larry, interesado.
—Pues si hay alguna huella digital en el espejo de pared que hubo de ser retirado para abrir la caja fuerte instalada detrás —respondió Fatty—. También es posible que las haya en la caja. En tal caso y teniendo en cuenta que la faena fue obra de uno los actores o actrices, nuestras investigaciones ya no tendrían objeto, pues con sólo tomar huellas dactilares de todos los sospechosos y compararlas con las del espejo o la caja, Goon encontraría al ladrón inmediatamente.
—¡Ojalá no sea así! —suspiró Bets, consternada—. Quiero seguir indagando este misterio y que seamos «nosotros» los descubridores en lugar de Goon. Me encanta desentrañar misterios.
—No te preocupes —tranquilizóla Fatty, sonriendo—. ¡Estoy seguro de que el ladrón procuró no dejar huellas tras sí! Quienquiera que fuese, era muy astuto.
—¿Crees que «fue» Boysie, el gato pantomímico? —interrogó Daisy.
—No —repuso Fatty—, al menos, por ahora. Veremos si cambio de opinión después de haberle interpelado. ¡Ah, Larry! ¿Podréis ir tú y Pip al teatro esta mañana a comprar entradas para la función de esta tarde? Ahí va el dinero.
Y, una vez más, sacóse del bolsillo un puñado de monedas.
—¡Es una suerte que seas tan «rico», Fatty! —exclamó Bets—. En caso contrario, no te resultaría tan fácil hacer de detective.
—Bien, vamos a ver —masculló Fatty—. Todos tenemos algo que hacer esta mañana, ¿no es eso? Volveremos a reunimos aquí para informarnos del resultado de nuestras pesquisas a las doce del mediodía, aproximadamente. Ahora me marcho a ver a Pippin. Ojalá le encuentre solo. ¡Vamos, «Buster»! ¡Despierta! ¡Voy a instalarte en el cesto de la bicicleta!
«Buster» abrió los ojos, levantóse de la alfombrilla del hogar y bostezó, meneando la cola. Luego, siguió a Fatty, muy formalito. Bets fue a ponerse el abrigo y el sombrero, dispuesta a acompañar a Daisy a comprar el regalo de cumpleaños. Por su parte, Pip y Larry fueron a por sus bicicletas con objeto de dirigirse al Pequeño Teatro a buscar las entradas.
Al tiempo que Fatty salía en su bicicleta del cobertizo de Pip, gritó a sus dos amigos:
—¡Pip! ¡Larry! No os limitéis a comprar las entradas. ¡Interrogad a todos los empleados que podáis, por si acaso averiguáis algo!
—¡De acuerdo, jefe! —bromeó Larry—. ¡Haremos lo que podamos!
Total que los Cinco Pesquisidores y el perro salieron todos dispuestos a efectuar una buena labor «detectivesca» en el curso de aquella mañana. Bets y Daisy fueron andando, pues la «bici» de Bets tenía un pinchazo. No obstante, a poco llegaron al centro de la población, y una vez allí, se encaminaron a una conocida juguetería.
—Jane sólo tiene cuatro añitos —recordó Daisy—. No le gustará nada complicado. No vale la pena comprarle un juego o un rompecabezas. Lo mejor será llevarle un juguetito.
Pero no había ninguno bonito por media corona. Todos eran mucho más caros. De pronto, Bets descubrió un juego de muebles para una casa de muñecas.
—¡Mira, qué lindo! Compremos esto, Daisy. Hay dos sillitas, una mesa y un sofá. ¡Es precioso! Estoy segura de que a Jane le encantará.
—¿Cuánto vale? —preguntó Daisy, mirando la etiqueta—. Dos chelines con nueve peniques y medio. Bien, añadiré tres peniques y medio de mi bolsillo a la media corona de Fatty.
—Cuando junte algún dinero, ya te daré un poco —prometió Bets—. ¡Qué monas son estas sillitas!
Daisy compró el juego de muebles y el dependiente se lo envolvió primorosamente.
—Ahora iremos a casa a escribir unas letras de felicitación en una tarjeta y luego se lo llevaremos a la madre de Jane —resolvió Daisy.
Y, en efecto, las dos niñas escribieron en una tarjetita: «Muchas felicidades a Jane, con el afecto de Daisy y Bets».
Inmediatamente, volvieron a salir en dirección al domicilio de la señora Thomas, la hermana de Zoe. Era una casita muy linda, algo apartada de la calle. Ambas muchachas se detuvieron ante el portillo.
—¿Qué haremos si la señora Thomas no está en casa? —preguntó Daisy, muy nerviosa.
—Diremos que ya volveremos —apresuróse a aconsejar Bets—. Pero no temas: verás como sí estará. ¿Oyes a Jane y Dora jugando en el jardín?
—¿Qué diremos cuando nos abran la puerta? —farfulló Daisy, aún nerviosa.
—Pues diremos que traemos un obsequio para la pequeña Jane y aguardaremos a ver qué dice la señora Thomas —propuso Bets, sorprendida al observar el nerviosismo de Daisy—. Si no te sientes capaz de llevar la conversación, «yo» me encargaré de ello, Daisy.
¡Esta salida bastó para disipar todos los nervios de Daisy!
—Gracias, Bets, ya me apañaré —replicó la muchacha, algo enojada—. ¡Vamos!
Ambas se dirigieron a la puerta principal y llamaron al timbre. A poco, acudió a abrir la propia señora Thomas.
—¡Hola, Daisy! —exclamó la dueña de la casa—. ¿Quién es esa niña que te acompaña? ¡Ah, sí! Elizabeth Hilton, ¿verdad?
—Sí, señora —confirmó Bets, cuyo verdadero nombre era Elizabeth.
—Pues verá usted, señora Thomas —empezó Daisy—. Como mañana es el cumpleaños de Jane, le traemos un pequeño obsequio.
—¡Qué amables sois! —agradeció la señora Thomas—. ¿Qué es?
—Unos mueblecitos de juguete —explicó Daisy, tendiéndole el paquete—. ¿Tiene Jane una casa de muñecas?
—¡Pero qué casualidad! —exclamó la señora Thomas—. Precisamente su papá y yo pensamos regalarle una casa de muñecas mañana. ¡Estos muebles irán que «ni pintados»!
—¡Oh, por favor! —intervino Bets, entreviendo una magnífica oportunidad de introducirse en la casa y proseguir la conversación—. ¿«Podríamos» ver la casa de muñecas?
—No faltaba más —accedió la señora Thomas—. Pasad.
A poco, ambas niñas admiraron una linda casita de muñecas en una habitación del piso. Daisy sacó a relucir el Pequeño Teatro.
—Su hermana, Zoe Summers, trabaja en el Pequeño Teatro, ¿verdad? —preguntó, inocentemente.
—Sí —respondió la señora Thomas—. ¿Habéis visto alguna de las funciones?
—Pensamos ir esta tarde —dijo Bets—. Estoy deseando ver al gato pantomímico.
—¡Pobrecito! —suspiró la señora Thomas—. ¡Pobre Boysie! Está atribuladísimo por culpa de ese horrible policía. Supongo que estáis enteradas. Ese hombre cree que Boysie fue el autor del robo.
En aquel preciso momento entró en la estancia una linda y esbelta joven.
—¡Hola! —aaludó—. He oído voces desde abajo. ¿Quién son estas amigas tuyas, Helen?
—Ésta es Daisy y ésta, Elisabeth, o Bets, ¿no es así como te llaman? —inquirió la señora Thomas, volviéndose a Bets—. Os presento a mi hermana Zoe, la que actúa en las representaciones del Pequeño Teatro.
Daisy y Bets contemplaron a Zoe con admiración. ¡Qué suerte de encontrarla! Al punto simpatizaron con ella. ¡Qué linda era y qué expresión más risueña tenía!
—¿Hablabais del pobre Boysie? —preguntó Zoe, sentándose junto a la casa de muñecas para poner en orden los muebles dispuestos en el interior—. ¡Qué vergüenza! ¡Cómo si Boysie hubiera podido hacer semejante cosa el viernes por la tarde! ¡Es imposible! El infeliz no es capaz de tramar una cosa así, ni siquiera de vengarse del empresario por su severidad.
—¿De modo que el empresario es severo con Boysie? —profirió Bets.
—Sí —afirmó Zoe—. Se muestra muy impaciente con él. Boysie es bastante lento y sólo le dan papeles tontos como el de gato de Dick Whittington o el de ganso de Madre Gansa y otros por el estilo. Y el empresario le grita siempre, hasta que el pobre Boysie se atolondra y lo hace peor que nunca. El viernes por la mañana tuvimos un ensayo y no pude soportarlo. ¡Me encolericé y le dije al director lo que pensaba de él!
—¿De veras? —exclamó Daisy—. ¿Y se enfadó mucho?
—Muchísimo —asintió Zoe—. Los dos nos pusimos a vociferar y al fin me dijo que me marchara a fines de la presente semana.
—¡Cielos! —lamentó Daisy—. ¿De modo que ha perdido usted el empleo?
—Sí, pero no me importa. Estoy muy fatigada y necesito descansar. Vendré aquí a pasar unos días con mi hermana. A las dos nos encanta estar juntas.
—Me figuro que pensó usted que le estaba muy bien empleado al director que le narcotizasen y robasen aquella noche —coligió Daisy—. ¿Dónde estaba usted cuando sucedió el hecho?
—Salí del teatro a las cinco y media con los demás —explicó Zoe—, y me vine para acá. ¡Creo que el viejo Goon supone que yo fui la ladrona, y que lo hice en combinación con Boysie!
—¿Pero cómo puede pensar semejante cosa sabiendo que estuvo usted aquí toda la tarde? —saltó Bets, al punto—. ¿No le ha dicho su hermana al señor Goon que se hallaba usted aquí con ella?
—Sí, pero desgraciadamente, a las siete menos cuarto, después de acostar a las niñas, salí para ir a correos. ¡Y mi hermana no me oyó regresar diez minutos más tarde! Subí a mi habitación y allí estuve hasta las ocho menos cuarto en que volví a bajar. De modo que ya veis: según el señor Goon, tuve tiempo de volver al Pequeño Teatro, echar una dosis de somnífero en la taza de té del director, retirar el espejo, abrir la caja fuerte y robar el dinero, ¡todo con ayuda del pobre Boysie! «Para colmo», Goon encontró un pañuelo, que, por cierto, no es mío, con la inicial «Z», en el pórtico posterior del teatro, y asegura que se me cayó cuando Boysie me abrió la puerta la tarde en cuestión. ¿«Qué» os parece?