DIECINUEVE
—¿Abby? —dijo Shepley, llamando a la puerta—. Mare va a salir a hacer unos recados; me ha pedido que te lo dijera por si necesitabas acompañarla.
Travis no me quitaba los ojos de encima.
—¿Paloma?
—Sí —grité a Shepley—, necesitaría ocuparme de unas cuantas cosas.
—Muy bien. Está lista para salir cuando tú lo estés —dijo Shepley, mientras sus pisadas se alejaban por el pasillo.
—¿Paloma?
Saqué unas cuantas cosas del armario y pasé junto a él.
—¿Podemos acabar la conversación después? Tengo mucho que hacer hoy.
—Claro —dijo él, con una sonrisa forzada.
Escapar al baño fue un alivio. Cerré rápidamente la puerta detrás de mí. Me quedaban dos semanas en el apartamento, y no había manera de aplazar la conversación, al menos no durante tanto tiempo. La parte lógica de mi cerebro insistía en que Parker era mi tipo: atractivo, listo y estaba interesado en mí. El porqué de mi interés por Travis era algo que nunca entendería.
Fuera cual fuera la razón, nos estaba volviendo locos a los dos. Me había dividido en dos personas diferentes: la chica dócil y educada que era con Parker y la persona irascible y frustrada en la que me convertía cuando Travis estaba cerca. Toda la universidad había visto a Travis pasar de ser impredecible a prácticamente volátil.
Me vestí rápidamente y dejé a Travis y a Shepley para ir al centro con America. Estuvo bromeando sobre su sexcapada matutina con Shepley, y yo escuché, intercalando asentimientos en todos los lugares indicados. Resultaba difícil centrarse en el tema que nos ocupaba mientras los diamantes de mi pulsera creaban pequeños puntos de luz en el techo del coche y me recordaban la elección que, de repente, se me planteaba. Travis quería una respuesta y yo no la tenía.
—Vale, Abby. ¿Qué te pasa? Has estado muy callada.
—Es todo este rollo con Travis… Es un lío.
—¿Por qué? —dijo ella, subiéndose las gafas de sol arrugando la nariz.
—Me ha preguntado qué estábamos haciendo.
—¿Y qué estás haciendo? ¿Estás con Parker o qué?
—Me gusta, pero solo ha pasado una semana. No vamos en serio, ni nada parecido.
—Sientes algo por Travis, ¿no?
Negué con la cabeza.
—No sé qué siento por él. Es que, simplemente, no creo que sea posible, Mare. Es una mala pieza.
—El problema es que ninguno de los dos está por la labor de hablar abiertamente. Os asusta tanto lo que pueda pasar que os resistís con uñas y dientes. Sé a ciencia cierta que, si miraras a Travis a los ojos y le dijeras que lo quieres, no volvería a mirar a otra mujer.
—¿Y dices que lo sabes a ciencia cierta?
—Sí. Tengo acceso privilegiado a la fuente, ¿recuerdas?
Me detuve a pensarlo un momento. Travis debía de haber estado hablando sobre mí con Shepley, pero Shepley nunca favorecería una relación entre los dos diciéndoselo a America, porque sabía que ella me lo diría; eso me llevaba a la única conclusión posible: America los había oído por casualidad. Quería preguntarle qué habían dicho, pero lo pensé mejor.
—Esa situación solo puede llevarme a acabar con el corazón roto —dije sacudiendo la cabeza—. No creo que Travis sea capaz de ser fiel.
—Tampoco era capaz de ser amigo de una mujer, y habéis conseguido dejar a toda la universidad con la boca abierta.
Toqué la pulsera y suspiré.
—No sé. No me importa cómo están las cosas. Podemos ser solo amigos.
America dijo que no con la cabeza.
—Excepto por el problema de que no sois solo amigos. —Soltó un suspiro—. ¿Sabes qué? Me he cansado de esta conversación. Vamos a que nos peinen y nos maquillen. Te compraré un vestido nuevo por tu cumpleaños.
—Creo que eso es exactamente lo que necesito —dije.
Después de horas de manicuras, pedicuras, de que nos peinaran, de que nos hicieran la cera y nos empolvaran, me calcé unos brillantes zapatos de tacón amarillo y me metí en mi nuevo vestido gris.
—¡Ah, esa es la Abby que conozco y quiero! —Se rio mientras aprobaba con la cabeza mi conjunto—. Tienes que ir así vestida a tu fiesta de mañana.
—¿No era ese el plan desde el principio? —dije, con una sonrisa burlona.
El móvil vibró en mi bolso y me lo sujeté junto al oído.
—¿Diga?
—¡Es hora de cenar! ¿Dónde demonios estáis? —dijo Travis.
—Nos estamos mimando un poco. Shep y tú sabíais comer antes de que llegáramos nosotras. Estoy segura de que podréis arreglároslas.
—Vale, vale, no te aceleres. Nos preocupamos por vosotras, ya lo sabéis. —Miré a America y sonreí.
—Estamos bien.
—Dile que enseguida te llevo de vuelta a casa. Tengo que parar en casa de Brazil para recoger unos apuntes que Shep necesita, y después nos iremos directamente a casa.
—¿Lo has oído? —pregunté.
—Sí. Nos vemos ahora, Paloma.
Condujimos en silencio hasta la casa de Brazil. America apagó el motor y se quedó mirando el edificio de apartamentos que tenía delante. Me sorprendió que Shepley le hubiera pedido a America que se pasara por allí. Estábamos solo a una manzana del apartamento de Shepley y Travis.
—¿Qué pasa, Mare?
—Brazil me da escalofríos. La última vez que estuve aquí con Shep, se puso a coquetear conmigo.
—Bueno, pues entonces voy contigo. Si se atreve a guiñarte el ojo, se lo machacaré con mis zapatos de tacón nuevos, ¿te parece?
America sonrió y me abrazó.
—¡Gracias, Abby!
Caminamos hasta la parte trasera del edificio, y America respiró hondo antes de llamar a la puerta. Esperamos, pero nadie vino a abrir.
—¿Es posible que no esté en casa? —pregunté.
—Claro que está en casa —respondió ella, irritada.
Golpeó la madera con el puño y la puerta se abrió sola.
—¡FELIZ CUMPLEAÑOS! —gritó la multitud que esperaba dentro.
El techo era de burbujas rosadas y negras, puesto que cada pulgada estaba cubierta de globos de helio, con largas cuerdas plateadas que colgaban sobre las caras de los invitados. Estos se separaron y Travis se acercó a mí con una amplia sonrisa, me cogió por ambos lados de la cara y me besó la frente.
—Feliz cumpleaños, Paloma.
—No es hasta mañana —dije.
Todavía conmocionada, intenté sonreír a todos los que me rodeaban.
Travis se encogió de hombros.
—Bueno, como te habían avisado, tuvimos que hacer algunos cambios de última hora para sorprenderte. ¿Lo hemos conseguido?
—¡Desde luego! —dije, mientras Finch me abrazaba.
—¡Feliz cumpleaños, nena! —dijo Finch, mientras me daba un beso en los labios.
America me dio un codazo suave.
—Menos mal que te he llevado conmigo o ¡te habrías presentado aquí con un aspecto horrible!
—Tienes un aspecto genial —dijo Travis, dando un repaso a mi vestido.
Brazil me abrazó y juntó su mejilla contra la mía.
—Y espero que sepas que la historia de America de que «Brazil da escalofríos» era solo un cuento para traerte aquí.
Miré a America y me sonrió.
—Funcionó, ¿no?
Después de que todo el mundo me abrazara y me felicitara por turnos, le dije a America al oído:
—¿Dónde está Parker?
—Vendrá más tarde —me susurró ella—. Shepley no ha conseguido avisarlo hasta esta misma tarde.
Brazil subió el volumen de la música y todo el mundo gritó.
—¡Ven aquí, Abby! —dijo él, dirigiéndose hacia la cocina. Puso en fila unos vasos de chupitos sobre la encimera y sacó una botella de tequila del bar—. Feliz cumpleaños de parte del equipo de fútbol, nena. —Sonrió mientras llenaba cada vasito hasta arriba de Patron—. Así celebramos los cumpleaños nosotros: si cumples diecinueve, te sirven diecinueve chupitos. Puedes bebértelos o dárselos a alguien, pero cuantos más bebas, más de estos conseguirás —dijo, mientras agitaba un puñado de billetes de veinte.
—¡Oh, Dios mío! —grité.
—¡Bébetelos todos, Paloma! —dijo Travis.
Miré a Brazil, suspicaz.
—¿Me darás un billete de veinte por cada chupito que me beba?
—Exactamente, peso pluma. A juzgar por tu tamaño, me atreveré a decir que acabaremos perdiendo solo sesenta pavos al final de la noche.
—¡Repasa esos cálculos, Brazil! —dije, mientras cogía el primer vaso, me lo llevaba a los labios, echaba la cabeza hacia atrás para vaciarlo y, después, me lo pasaba a la otra mano.
—¡Joder! —exclamó Travis.
—Qué asco, Brazil —dije, lamiéndome las comisuras de la boca—. Has echado Cuervo, y no Patron.
La sonrisa petulante de la cara de Brazil desapareció, movió la cabeza de un lado a otro y se encogió de hombros.
—Ve a por él, pues. Tengo las carteras de doce jugadores de fútbol que dicen que no podrás ni con diez.
Fruncí los ojos.
—Doble o nada a que puedo beberme quince.
—¡Eh! —gritó Shepley—. ¡Sería mejor que no acabaras hospitalizada el día de tu cumpleaños, Abby!
—Puede hacerlo —dijo America, mientras miraba fijamente a Brazil.
—¿Cuarenta pavos el chupito? —dijo Brazil, con mirada insegura.
—¿Tienes miedo?
—¡Demonios! ¡No! Te pagaré veinte dólares por chupito, y cuando llegues a quince duplicaré el total.
—Así celebramos los de Kansas los cumpleaños —dije, antes de engullir otro chupito.
Una hora y tres chupitos después, estaba en el salón bailando con Travis. La canción era una balada rock, y Travis iba diciéndome la letra mientras bailábamos. Al final del primer estribillo me tumbó hacia atrás, y dejé caer los brazos detrás de mí. Volvió a incorporarme y suspiré.
—Ni se te ocurra hacer eso cuando pase de los diez chupitos —bromeé.
—¿Te he dicho lo increíble que estás esta noche?
Dije que no con un gesto y lo abracé, mientras apoyaba la cabeza en su hombro. Me abrazó muy fuerte y ocultó su cara en mi cuello, haciéndome olvidar cualquier cosa sobre decisiones o pulseras o mis diferentes personalidades; estaba exactamente donde quería estar.
Cuando la música cambió a un ritmo más rápido, la puerta se abrió.
—¡Parker! —grité, mientras corría a abrazarlo—. ¡Has conseguido venir!
—Siento el retraso, Abs —se disculpó él, apretando sus labios contra los míos.
—Felicidades.
—Gracias —dije, notando que Travis nos miraba fijamente por el rabillo del ojo. Parker levantó mi muñeca.
—Te la has puesto.
—Te dije que lo haría. ¿Quieres bailar?
Dijo que no con la cabeza.
—Hum…, yo no bailo.
—Ah, vale, ¿quieres ver cómo me tomo mi sexto chupito de Patron? —Sonreí, mientras levantaba mis cinco billetes de veinte dólares—. Duplicaré el dinero si llego a quince.
—Eso es un poco peligroso, ¿no?
Me acerqué a su oído.
—Lo tengo controlado. He jugado a esto con mi padre desde que tenía dieciséis años.
—Ah —dijo él, con el ceño fruncido en señal de desaprobación—. ¿Bebías tequila con tu padre?
Me encogí de hombros.
—Era su manera de establecer lazos.
Parker no parecía muy convencido cuando apartó la mirada de mí y repasó a los asistentes a la fiesta.
—No puedo quedarme mucho tiempo. Me voy mañana temprano a un viaje de caza con mi padre.
—Pues me alegro de que mi fiesta fuera esta noche, o no habrías podido venir mañana —dije, sorprendida al oír sus planes.
Me sonrió y me cogió de la mano.
—Habría procurado volver a tiempo.
Lo arrastré hasta la encimera, cogí otro vaso de chupito y acabé con él, dejándolo boca abajo sobre la encimera como había hecho con los cinco anteriores. Brazil me dio otros veinte dólares, y me fui bailando al salón. Travis me cogió, y bailamos con America y Shepley.
Shepley me dio una palmada en el culo.
—¡Uno!
America me dio otro azote en el trasero, y entonces toda la fiesta se unió, excepto Parker.
Cuando llegamos al decimonoveno, Travis se frotó las manos. ¡Mi turno!
Me froté el trasero.
—¡Ve con cuidado! ¡Tengo el culo dolorido!
Con una sonrisa traviesa, levantó la mano hacia atrás por encima del hombro. Cerré con fuerza los ojos. Al cabo de unos segundos, miré hacia atrás de reojo. Justo antes de llegar a tocarme con la mano, se detuvo y me dio una suave palmadita.
—¡Diecinueve! —exclamó.
Los invitados lo vitorearon, y America inició una versión de borrachos del Cumpleaños feliz. Me reí a carcajadas cuando llegó la parte en que decían mi nombre y la habitación entera cantó «Paloma».
Otra canción lenta sonó en el equipo de música, y Parker me condujo a la improvisada pista de baile. No tardé mucho en darme cuenta de por qué no bailaba.
—Lo siento —dijo él, después de pisarme los dedos de los pies por tercera vez.
Apoyé la cabeza en su hombro.
—Lo estás haciendo bien —mentí.
Apretó los labios contra mi sien.
—¿Qué haces el lunes por la noche?
—¿Cenar contigo?
—Sí. En mi apartamento nuevo.
—¡Has encontrado uno!
Se rio y asintió.
—Pero habrá que pedir algo, lo que cocino no es exactamente comestible.
—Me lo comería de todas formas —dije, sonriéndole.
Parker echó una mirada a la habitación y me condujo al vestíbulo.
Con delicadeza, me apoyó contra la pared y me besó con sus suaves labios. Sus manos estaban por todas partes. Al principio, me dejé llevar, pero, después de que su lengua se adentrara entre mis labios, me invadió el nítido sentimiento de que estaba haciendo algo mal.
—Ya vale, Parker —dije, desembarazándome de él.
—¿Pasa algo?
—Simplemente me parece que es de mala educación enrollarme contigo en una esquina oscura mientras mis invitados están ahí fuera.
Sonrió y me besó de nuevo.
—Tienes razón. Lo siento. Solo quería darte un beso de cumpleaños memorable antes de irme.
—¿Ya te vas? —Me tocó la mejilla.
—Tengo que levantarme dentro de cuatro horas, Abs.
Apreté los labios.
—Está bien. ¿Nos vemos el lunes?
—Nos vemos el lunes. Me pasaré a verte cuando vuelva.
Me llevó a la puerta y me dio un beso en la mejilla antes de irse. Me di cuenta de que Shepley, America y Travis no me quitaban el ojo de encima.
—¡Papi se ha largado! —gritó Travis cuando la puerta se cerró—. ¡Hora de empezar la fiesta!
Todo el mundo coreó sus palabras, y Travis me llevó al centro del piso.
—Un momento… Tengo un horario que cumplir —dije, llevándolo de la mano hasta la encimera. Engullí otro chupito y me reí cuando Travis cogió uno del final y lo chupó. Cogí otro, me lo tragué y él hizo lo mismo.
—Siete más, Abby —dijo Brazil, mientras me entregaba otros dos billetes de veinte dólares.
Me sequé la boca mientras Travis tiraba de mí de nuevo hacia el salón. Bailé con America, después con Shepley, pero cuando Chris Jenks, del equipo de fútbol, intentó bailar conmigo, Travis lo apartó tirándole de la camiseta y le dijo que no con la cabeza. Chris se encogió de hombros, se dio la vuelta y se puso a bailar con la primera chica que vio.
El décimo chupito me pegó duro, y me sentí algo mareada cuando me puse de pie sobre el sofá de Brazil con America, mientras bailábamos como torpes estudiantes de primaria. Nos reíamos por nada y agitábamos los brazos al ritmo de la música.
Me tambaleé y estuve a punto de caerme del sofá hacia atrás, pero las manos de Travis aparecieron instantáneamente en mis caderas para sostenerme.
—Ya has dejado claro lo que querías demostrar —dijo él—. Has bebido más que cualquier otra chica que hayamos visto. No voy a dejar que sigas con esto.
—Por supuesto que sí —dije arrastrando las palabras—. Me esperan seiscientos pavos en el fondo de ese vaso de chupito, y tú eres el último autorizado para decirme que no puedo hacer nada por dinero.
—Si vas corta de dinero, Paloma…
—No voy a aceptar ningún préstamo tuyo —dije con desdén.
—Iba a sugerir que empeñaras esa pulsera —dijo sonriendo.
Le di un golpe en el brazo justo cuando America empezó la cuenta atrás para la medianoche.
Cuando las manecillas del reloj se superpusieron en las doce, todos lo celebramos.
Tenía diecinueve años.
America y Shepley me besaron en ambas mejillas, y entonces Travis me levantó del suelo y empezó a darme vueltas.
—Feliz cumpleaños, Paloma —dijo con una expresión amable.
Me quedé mirando fijamente sus cálidos ojos marrones durante un momento, sintiendo que me perdía en ellos. La habitación se quedó congelada en el tiempo, mientras nos mirábamos el uno al otro, tan cerca que podía sentir su aliento en mi piel.
—¡Chupitos! —dije, tambaleándome hasta el mostrador.
—Estás hecha polvo, Abby. Me parece que ha llegado el momento de dar por acabada la noche —dijo Brazil.
—No soy una rajada —dije—. Y quiero ver mi dinero.
Brazil puso un billete de veinte bajo los últimos dos vasos, y después gritó a sus compañeros de equipo.
—¡Se los va a beber! ¡Necesito quince!
Todos gruñeron y pusieron los ojos en blanco mientras sacaban sus carteras para formar un montón de billetes de veinte detrás del último vaso de chupitos. Travis había vaciado los otros cuatro que había junto al decimoquinto.
—Nunca habría pensado que podría perder cincuenta pavos en la apuesta de los quince chupitos con una chica —se quejó Chris.
—Pues empieza a creértelo, Jenks —dije, con un vasito en cada mano.
Apuré ambos vasos y esperé a que el vómito que me subía por la garganta se asentara.
—¿Paloma? —preguntó Travis, dando un paso hacia mí.
Levanté un dedo y Brazil sonrió.
—Va a perder —dijo él.
—No, de eso nada. —America negó con la cabeza—. Respira hondo, Abby.
Cerré los ojos y respiré hondo, mientras cogía el último chupito.
—¡Por Dios santo, Abby! ¡Vas a morir de intoxicación etílica! —gritó Shepley.
—Lo tiene bajo control —le aseguró America.
Eché la cabeza hacia atrás y dejé que el tequila corriera garganta abajo. Tenía los dientes y los labios adormecidos desde el octavo chupito, y había dejado de notar la fuerza de los ochenta grados desde entonces. Toda la fiesta irrumpió en silbidos y gritos, mientras Brazil me entregaba el fajo de billetes.
—Gracias —dije con orgullo, metiéndome el dinero en el sujetador.
—Estás increíblemente sexi ahora —me dijo Travis al oído mientras caminábamos hacia el salón.
Bailamos hasta el amanecer, y el tequila que me corría por las venas hizo que me olvidara de todo.