22

AVIÓN

El teléfono empezó a sonar y un nombre sustituyó a los números de la pantalla; a Travis se le abrieron los ojos de par en par cuando lo leyó.

—¿Trent?

Una carcajada se escapó de sus labios con la sorpresa, y me miró con una sonrisa de oreja a oreja.

—¡Es Trent! —dije ahogando un grito y apretándole la mano mientras él hablaba.

—¿Dónde estás? ¿Cómo que estás en Morgan? ¡Estaré ahí en un minuto, no des ni un puñetero paso!

Salí disparada hacia delante, esforzándome por seguir el ritmo de Travis, que corría a toda velocidad por el campus, arrastrándome detrás de él. Cuando llegamos a Morgan, mis pulmones pedían aire a gritos. Trent bajó corriendo las escaleras y se abalanzó sobre nosotros dos.

—¡Maldita sea, hermano! ¡Pensaba que te habías achicharrado! —dijo Trent, abrazándonos tan fuerte que no me dejaba respirar.

—¡Serás capullo! —gritó Travis, empujando a su hermano—. ¡Pensaba que estabas muerto, joder! ¡He estado esperando a que los bomberos sacaran tu cadáver carbonizado de Keaton!

Travis miró a Trent con el ceño fruncido durante un momento y después volvió a tirar de él para darle un abrazo. Liberó un brazo y empezó a moverlo a su alrededor hasta que notó mi camiseta y tiró de mí para abrazarme también. Tras unos minutos, Travis soltó a Trent, pero me mantuvo a su lado.

Trent me miró con un gesto de disculpa.

—Lo siento mucho, Abby, me entró el pánico.

Sacudí la cabeza.

—Solo me alegro de que estés bien.

—¿Yo? Si Travis llega a verme saliendo de ese edificio sin ti, más me habría valido estar muerto. Intenté dar contigo después de que salieras corriendo, pero entonces me perdí y tuve que buscar otro camino. Me paseé por el edificio en busca de otra ventana hasta que me tropecé con unos policías y me obligaron a irme. ¡He estado acojonado todo este tiempo! —dijo él, mientras se pasaba la mano por su pelo corto.

Travis me secó las mejillas con los pulgares y se levantó la camiseta para limpiarse el hollín de la cara.

—Larguémonos de aquí. Todo este sitio se llenará enseguida de policías.

Después de abrazar a su hermano una vez más, fuimos hasta el Honda de America. Travis me vio abrocharme el cinturón de seguridad y, cuando tosí, frunció el ceño.

—Tal vez debería llevarte al hospital para que te vean.

—Estoy bien —dije entrelazando mis dedos con los suyos.

Bajé la mirada y vi que tenía un profundo corte en los nudillos.

—¿Eso te lo has hecho en la pelea o con la ventana?

—Con la ventana —respondió él, mirando con gesto de preocupación mis uñas llenas de sangre.

—Me has salvado la vida, ¿sabes?

Juntó las cejas.

—No podía irme sin ti.

—Sabía que vendrías —dije, apretando sus dedos entre los míos.

Fuimos cogidos de la mano hasta que llegamos al apartamento. No habría sabido decir de quién era la sangre cuando me limpié las manchas rojas y la ceniza en la ducha. Cuando me derrumbé sobre la cama de Travis, aún podía oler el hedor a humo y piel quemada.

—Toma —me dijo, entregándome un vaso lleno de líquido ámbar—. Te ayudará a relajarte.

—No estoy cansada.

Volvió a ofrecerme el vaso. Tenía los ojos cansados, inyectados en sangre y apenas podía mantenerlos abiertos.

—Intenta descansar un poco, Paloma.

—Casi tengo miedo de cerrar los ojos —dije, antes de coger el vaso y tragar el líquido.

Le devolví el vaso a Travis; lo dejó en la mesita de noche y se sentó a mi lado. Permanecimos en silencio, dejando pasar las horas. Cerré los ojos con fuerza cuando los recuerdos de los gritos aterrorizados de quienes estaban atrapados en el sótano llenaron mi cabeza. No tenía ni idea de cuánto tardaría en olvidarlo o de si podría hacerlo algún día.

La cálida mano de Travis sobre mi rodilla me sacó de mi pesadilla consciente.

—Ha muerto mucha gente.

—Lo sé.

—Hasta mañana no sabremos exactamente cuántas víctimas ha habido.

—Trent y yo pasamos junto a un grupo de chicos mientras buscábamos la salida. Me pregunto si consiguieron salir. Parecían tan asustados…

Noté que se me llenaban los ojos de lágrimas, pero, antes de que llegaran a mis mejillas, Travis me rodeó con sus fuertes brazos. Inmediatamente me sentí protegida y me pegué a su piel. Sentirme tan a gusto en sus brazos antes me aterraba, pero, en ese momento, daba gracias por poder estar a salvo después de experimentar algo tan horrible. Solo había una razón por la que pudiera sentirme así con alguien.

Era suya.

Entonces lo supe. Sin duda alguna en mi mente, sin que me importara lo que los demás pudieran pensar, y sin miedo a errores o consecuencias, sonreí por las palabras que iba a decir.

—¿Travis? —dije contra su pecho.

—¿Qué pasa, cariño? —me susurró con la boca en mi pelo.

Nuestros teléfonos sonaron al unísono, y yo le entregué el suyo a él, mientras respondía al mío.

—¿Hola? ¿Abby? —chilló America.

—Estoy bien, Mare. Todos lo estamos.

—¡Acabamos de enterarnos! ¡Sale en todas las noticias!

Oí que, a mi lado, Travis se lo estaba explicando todo a Shepley, e intenté tranquilizar a America lo mejor que pude. Mientras respondía a sus numerosas preguntas, procuraba mantener la voz tranquila al repasar los momentos más terribles de mi vida; no obstante, me relajé el mismo segundo en que Travis cubrió mi mano con la suya.

Me pareció que estaba contando la historia de otra persona, sentada cómodamente en el apartamento de Travis, a un millón de kilómetros de la pesadilla que podría habernos matado. America se echó a llorar cuando acabé, al darse cuenta de lo cerca que habíamos estado de perder la vida.

—Voy a empezar a hacer el equipaje ahora mismo. Estaremos allí a primera hora de la mañana —dijo America, sorbiéndose las lágrimas.

—Mare, no hace falta que os marchéis antes. Estamos bien.

—Tengo que verte. Tengo que abrazarte para saber que estás bien —dijo llorando.

—Estamos bien. Puedes abrazarme el viernes.

Volvió a llorar.

—Te quiero.

—Yo también a ti. Pasadlo bien.

Travis me miró y apretó con fuerza el teléfono contra su oreja.

—Será mejor que abraces a tu chica, Shep. Parece disgustada. Lo sé, tío…, yo también. Nos vemos pronto.

Colgué segundos antes de que lo hiciera Travis, y nos sentamos en silencio durante un momento, asimilando todavía lo que había pasado. Tras unos instantes, Travis volvió a apoyarse en su almohada y, después, me atrajo hacia su pecho.

—¿Está bien America? —preguntó, con la mirada clavada en el techo.

—Está disgustada, pero se le pasará.

—Me alegro de que no estuvieran allí.

Apreté los dientes. Ni siquiera se me había ocurrido pensar en qué habría ocurrido si no hubieran estado pasando unos días con los padres de Shepley. A mi mente volvieron las caras de terror de las chicas del sótano, luchando contra los hombres por escapar. Los ojos asustados de America sustituyeron a las chicas sin nombre de aquella habitación. Sentí náuseas al pensar en su precioso pelo rubio quemado y junto al resto de cuerpos que yacían en el césped.

—Yo también —dije con un escalofrío.

—Siento todo lo que has tenido que pasar esta noche. No debería crearte más problemas.

—Tú has pasado por lo mismo, Trav.

Se quedó callado unos minutos y, justo cuando abrí la boca para volver a hablar, respiró hondo.

—No me asusto muy a menudo —dijo finalmente—. Me asusté la primera mañana que desperté y no estabas aquí. Me asusté cuando me dejaste después de Las Vegas. Me asusté cuando creía que tendría que decirle a mi padre que Trent había muerto en ese edificio. Sin embargo, cuando te vi al otro lado de las llamas en ese sótano…, me aterroricé. Llegué hasta la puerta, estaba a pocos metros de la salida y no pude irme.

—¿Qué quieres decir? ¿Estás loco? —dije, levantando la cabeza para mirarlo a los ojos.

—Nunca había tenido algo tan claro en mi vida. Me di la vuelta y me abrí paso hasta la habitación en la que estabas y te vi. No me importaba nada más. Ni siquiera sabía si lo lograríamos o no, solo quería estar donde tú estuvieras, sin importarme las consecuencias. Lo único que temo es una vida sin ti, Paloma.

Me levanté y lo besé con ternura en los labios. Cuando nuestras bocas se separaron, sonreí.

—Entonces no tienes nada que temer. Vamos a estar juntos para siempre.

Él suspiró.

—Volvería a hacerlo todo de nuevo, ¿sabes? No cambiaría ni un segundo si así llegáramos aquí, a este momento.

Sentí que me pesaban los ojos y respiré hondo. Mis pulmones protestaron, todavía irritados por el humo. Tosí un poco y después me relajé cuando noté los labios de Travis contra mi frente. Me pasó la mano por el pelo húmedo y oí los latidos regulares de su corazón en el pecho.

—Es esto —dijo con un suspiro.

—¿El qué?

—El momento. Ya sabes, cuando te observo dormir…, esa paz en tu cara. Es esto. No lo había experimentado desde antes de morir mi madre, pero puedo sentirlo de nuevo. —Volvió a respirar hondo y me acercó más a él—. Supe en cuanto te conocí que había algo en ti que necesitaba. Resulta que no era algo que tuvieras, sino simplemente tú.

Levanté una comisura de la boca, mientras enterraba la cara en su pecho.

—Somos nosotros, Trav. Nada tiene sentido a menos que estemos juntos. ¿Te has dado cuenta?

—¿Que si me he dado cuenta? ¡Llevo diciéndotelo todo el año! —respondió burlón—. Es oficial. Barbies, peleas, rupturas, Parker, Las Vegas…, incluso fuegos: nuestra relación puede superar cualquier cosa.

Levanté la cabeza una vez más y volví a comprobar la satisfacción de sus ojos cuando me miraba. Era similar a la paz que había visto en su cara después de que perdiera la apuesta para quedarme con él en su apartamento, después de que le dijera que lo amaba por primera vez y la mañana siguiente del baile de San Valentín. Era similar, pero diferente. En esta ocasión era absoluta, permanente. La esperanza cautelosa había desaparecido de sus ojos, y una confianza incondicional había ocupado su lugar.

La reconocí solo porque sus ojos reflejaban lo que yo sentía.

—Oye… Estaba pensando en Las Vegas —empecé a decir.

Él frunció el ceño, sin saber adónde quería llegar.

—¿Sí?

—¿Qué te parecería volver?

Levantó las cejas.

—No creo que sea lo que más me convenga.

—¿Y si solo vamos una noche?

Miró la habitación a oscuras que nos rodeaba.

—¿Una noche?

—Cásate conmigo —dije sin vacilación.

Me sorprendió lo rápida y fácilmente que había pronunciado esas palabras.

Sonrió de oreja a oreja.

—¿Cuándo?

Me encogí de hombros.

—Podemos comprar billetes para un vuelo mañana. Estamos de vacaciones. No tengo nada que hacer mañana, ¿y tú?

—Veo tu farol —dijo él, yendo a coger su teléfono.

—American Airlines —dijo él, observando atentamente mi reacción mientras hablaba—. Quiero dos billetes para Las Vegas, por favor. Mañana. Hum… —Me miró, como si esperara que cambiara de opinión—. Dos días, ida y vuelta. Lo que tenga disponible.

Apoyé la barbilla en su pecho, esperando a que comprara los billetes. Cuanto más tiempo lo dejaba hablar por teléfono, más grande se hacía su sonrisa.

—Sí…, eh…, un momento, por favor —dijo, al tiempo que señalaba su cartera—. ¿Puedes traerme la cartera, Paloma?

De nuevo, esperó a que reaccionara. Risueña, me agaché, cogí la tarjeta de crédito de su cartera y se la entregué. Travis dictó los números a la persona que lo atendía, mirándome después de cada grupo. Cuando dio la fecha de caducidad y vio que no protestaba, apretó los labios.

—Eh…, sí, señora. Los recogeremos en el mostrador. Gracias.

Me entregó su teléfono y lo dejé en la mesilla, esperando a que dijera algo.

—Acabas de pedirme que me case contigo —dijo él, todavía esperando que admitiera que era alguna especie de ardid.

—Lo sé.

—Eso ha sido de verdad, ¿sabes? Acabo de reservar dos billetes a Las Vegas para mañana al mediodía, lo que significa que nos casamos mañana por la noche.

—Gracias.

Entrecerró los ojos.

—Serás la señora Maddox cuando empieces las clases el lunes.

—Oh —dije, mirando a mi alrededor.

Travis enarcó una ceja.

—¿Te lo has pensado mejor?

—Voy a tener que cambiar algunos papeles importantes la semana que viene.

Asintió lentamente, cautelosamente esperanzado.

—¿Te vas a casar conmigo mañana?

—Ajá.

—¿Lo dices en serio?

—Sí.

—¡Joder! ¡Cómo te quiero! —Me cogió ambos lados de la cara y me plantó un beso en los labios—. Te quiero muchísimo, Paloma —decía, mientras me besaba una y otra vez.

—Espero que te acuerdes de eso dentro de cincuenta años, cuando siga pegándote palizas al póquer. —Me reí.

Sonrió triunfal.

—Si eso significa pasar sesenta o setenta años contigo, cariño…, tienes mi permiso para emplear tus mejores trucos.

Enarqué una ceja.

—Lamentarás haber dicho eso.

—Apuesto a que no.

Sonreí con tanta malicia como pude.

—¿Te apostarías la reluciente moto de ahí fuera?

Afirmó con la cabeza; la sonrisa burlona desapareció de su cara y adoptó una expresión de total seriedad.

—Apostaría todo lo que tengo. No lamento ni un segundo pasado contigo, Paloma, y nunca lo haré.

Le tendí la mano, él me la estrechó sin titubear y se la llevó a la boca, dándome un tierno beso en los nudillos. La habitación estaba en silencio: sus labios al alejarse de mi piel y el aire que escapó de sus pulmones eran los únicos sonidos que oí.

—Abby Maddox… —dijo él, mientras la luz de la luna iluminaba su sonrisa.

Apreté la mejilla contra su pecho desnudo.

—Travis y Abby Maddox. Suena bien.

—El anillo… —empezó él, frunciendo el ceño.

—Ya nos ocuparemos de los anillos después. Te he pillado totalmente por sorpresa.

—Eh… —Se apartó y me observó esperando una reacción.

—¿Qué? —pregunté, poniéndome en tensión.

—Vale, no alucines —dijo él moviéndose nervioso. Me cogió con más fuerza—. De hecho…, en cierto modo ya me he ocupado de esa parte.

—¿Qué parte? —dije levantando la cabeza para verle la cara. Miró al techo y suspiró.

—Vas a alucinar.

—Travis…

Fruncí el ceño cuando alargó un brazo y abrió el cajón de su mesita de noche. Palpó los objetos en su interior durante un momento. Me aparté los mechones del flequillo con un soplido.

—¿Qué? ¿Has comprado condones?

Soltó una carcajada.

—No, Paloma.

Juntó las cejas mientras hacía un esfuerzo para llegar más al fondo del cajón. Cuando encontró lo que estaba buscando, centró su atención en mí y me observó mientras sacaba una cajita de su escondite. Bajé la mirada cuando puso una cajita cuadrada de terciopelo en su pecho, mientras se estiraba hacia atrás para apoyar la cabeza en su brazo.

—¿Qué es esto? —pregunté.

—¿A ti qué te parece?

—Vale. Déjame que replantee la pregunta.

—¿Cuándo has comprado esto?

Travis suspiró hondo y, mientras lo hacía, la caja se elevó con su pecho y cayó cuando soltó el aire de sus pulmones.

—Hace un tiempo.

—Trav…

—Es que lo vi un día por casualidad, y sabía que solo podía estar en un sitio…, en tu perfecto dedito.

—Un día…, ¿cuándo?

—¿Es que eso importa? —replicó él.

Se retorció un poco, y no pude evitar reírme.

—¿Puedo verlo? —Sonreí, sintiéndome de repente un poco aturdida.

Él sonrió también y señaló la caja.

—Ábrela.

La toqué con un dedo y sentí el suntuoso terciopelo bajo la yema.

Abrí el cierre dorado con ambas manos y poco a poco levanté la tapa. Un destello llamó mi atención y volví a cerrarla.

—¡Travis! —grité.

—¡Sabía que alucinarías! —dijo él, sentándose y poniendo las manos sobre las mías.

Sentí la caja contra las palmas de las manos; parecía una granada a punto de estallar. Cerré los ojos y sacudí la cabeza.

—¿Estás loco?

—Lo sé. Sé lo que estás pensando, pero tenía que hacerlo. Era el anillo. ¡Y tenía razón! No he visto ninguno desde entonces tan perfecto como este.

Abrí los ojos y, en lugar de la mirada castaña de angustia que esperaba, rebosaba de orgullo. Con delicadeza, me apartó las manos del estuche y abrió la tapa, sacando el anillo de la pequeña rendija que lo mantenía en su sitio. El enorme diamante redondo brillaba incluso en la penumbra, reflejando la luz de la luna en cada una de sus caras.

—Es… Dios mío, es impresionante —susurré mientras me cogía la mano izquierda.

—¿Puedo ponértelo en el dedo? —preguntó él, levantando la mirada hacia mí.

Cuando asentí, apretó los labios y deslizó el anillo plateado hasta el final de mi dedo, sujetándolo un momento antes de soltarlo.

—Ahora es impresionante.

Los dos nos quedamos mirando mi mano durante un momento, igualmente sorprendidos por el contraste del gran diamante que llevaba engarzado el anillo, sobre mi pequeño y delgado dedo. La joya abarcaba la parte inferior de mi dedo y se dividía en dos partes en cada lado cuando llegaba al solitario. Además, había diamantes más pequeños engarzados en cada brazo de oro blanco.

—Podrías haber pagado un coche con esto —dije en un murmullo, incapaz de infundir fuerza alguna a mi voz.

Seguí mi mano con los ojos mientras Travis se la llevaba a los labios.

—He imaginado cómo quedaría en tu mano un millón de veces. Ahora que lo llevas puesto…

—¿Qué? —Sonreí cuando vi que me miraba la mano con una sonrisa emocionada.

Levantó la mirada hacia mí.

—Pensaba que iba a tener que sudar cinco años antes de poder sentirme así.

—Deseaba que llegara este momento tanto como tú, pero mi cara de póquer es increíble —dije, juntando mis labios con los suyos.