CERDO
Caras familiares ocupaban los asientos de nuestra mesa favorita para comer. Junto a mí se sentaban America, a un lado, y Finch, al otro, y los restantes sitios fueron ocupados por Shepley y sus hermanos de Sigma Tau. Resultaba difícil oír nada con el estruendo sordo que reinaba en la cafetería; además, el aire acondicionado parecía estropeado de nuevo. El ambiente estaba cargado por el olor a fritos y sudor, pero por alguna razón todo el mundo parecía tener más energía de la normal.
—Hola, Brazil —dijo Shepley, saludando al hombre que estaba sentado delante de mí. Su piel color aceituna y sus ojos chocolate contrastaban con la gorra blanca del equipo de fútbol de Eastern que llevaba calada en la frente—. Te eché de menos después del partido del sábado. Me bebí una o seis cervezas por ti —dijo con una sonrisa amplia y blanca.
—Te agradezco el gesto. Llevé a Mare a cenar fuera —dijo inclinándose para besar a America en el nacimiento de su larga melena rubia.
—Estás sentado en mi silla, Brazil.
Brazil se dio la vuelta y vio a Travis de pie detrás de él, y entonces me miró, sorprendido.
—Oh, ¿es una de tus chicas, Trav?
—Desde luego que no —dije, negando con la cabeza.
Brazil miró a Travis, que lo observaba fijamente con expectación. Brazil se encogió de hombros y se llevó la bandeja al extremo de la mesa.
Travis me sonrió cuando se acomodó en el asiento.
—¿Qué hay, Paloma?
—¿Qué es eso? —pregunté, incapaz de apartar la mirada de su bandeja. La misteriosa comida de su bandeja parecía hecha de cera.
Travis se rio y tomó un sorbo de su vaso de agua.
—Las señoras de la cafetería me dan miedo. No estoy por la labor de criticar sus habilidades culinarias.
No me pasaron desapercibidas las miradas inquisitivas de las demás personas sentadas a la mesa. El comportamiento de Travis les picaba la curiosidad, y yo me contuve para no sonreír por ser la única chica junto a la que insistía en sentarse.
—Uf…, después de comer tenemos el examen de Biología —gruñó America.
—¿Has estudiado? —pregunté.
—Dios, no. Me pasé la noche intentando convencer a mi novio de que no ibas a acostarte con Travis.
Los jugadores de fútbol que estaban sentados al extremo de nuestra mesa detuvieron sus risas detestables para escuchar mejor, de manera que llamaron la atención de los demás estudiantes. Miré a America, pero parecía ajena a toda responsabilidad y dio un toquecito a Shepley con el hombro.
—Dios, Shep. Sí que lo llevas mal, ¿no? —preguntó Travis, lanzando un sobrecito de ketchup a su primo.
Shepley no respondió, pero yo sonreí a Travis, encantada por la diversión. America le frotó la espalda.
—Ya se le pasará. Simplemente necesita un tiempo para creerse que Abby podrá resistirse a tus encantos.
—No he intentado «encandilarla» —dijo Travis, con aire de ofensa—. Es mi amiga.
Miré a Shepley.
—Te lo dije. No tienes nada de que preocuparte.
Shepley finalmente me miró a los ojos y, al ver mi expresión de sinceridad, se le iluminó un poco la mirada.
—¿Y tú? ¿Has estudiado? —me preguntó Travis.
Fruncí el ceño.
—Por mucho tiempo que dedique a estudiar, estoy perdida con la Biología. Simplemente parece que no me entra en la cabeza.
Travis se levantó.
—Vamos.
—¿Qué?
—Vamos a por tus apuntes. Te ayudaré a estudiar.
—Travis…
—Levanta el culo, Paloma. Vas a clavar ese examen.
Al pasar tiré a America de una de sus largas trenzas pajizas.
—Nos vemos en clase, Mare.
Sonrió.
—Te guardaré un asiento. Voy a necesitar toda la ayuda que pueda conseguir.
Travis me siguió a mi habitación, y yo saqué mi guía de estudio, mientras él abría mi libro. Me interrogó implacablemente y después me aclaró unas cuantas cosas que no entendía. Tal y como él se explicaba, los conceptos pasaron de confusos a obvios.
—… y las células somáticas se reproducen mediante la mitosis. Y ahí vienen las fases. Suenan de forma parecida a un nombre de mujer: Prometa Anatelo.
Me reí.
—¿Prometa Anatelo?
—Profase, Metafase, Anafase y Telofase.
—Prometa Anatelo —repetí asintiendo.
Me golpeó en la coronilla con los papeles.
—Lo tienes controlado. Te sabes esta guía de estudio de arriba abajo.
Suspiré.
—Bueno…, ya veremos.
—Te acompaño a clase y así te pregunto de camino.
Cerré la puerta detrás de nosotros.
—No te enfadarás si cateo este examen, ¿no?
—No vas a catearlo, Paloma. Aunque la próxima vez deberíamos empezar antes —dijo él, mientras caminaba a mi lado hacia el edificio de ciencias.
—¿Cómo piensas compaginar ser mi tutor con llevar al día tus deberes y entrenarte para tus peleas?
Travis se rio.
—No entreno para las peleas. Adam me llama, me dice dónde es la pelea y yo voy.
Sacudí la cabeza con incredulidad mientras Travis sujetaba el papel y se preparaba para hacerme la primera pregunta. Casi nos dio tiempo a completar una segunda ronda de la guía de estudio cuando llegué a mi clase.
—Patéales el culo —dijo sonriendo, mientras me entregaba los apuntes, apoyado en el quicio de la puerta.
—Hola, Trav. —Me volví y vi a un hombre alto, algo desgarbado, que sonreía a Travis mientras iba a la clase.
—¿Qué hay, Parker? —asintió Travis.
Los ojos de Parker se iluminaron un poco cuando me miró y sonrió.
—Hola, Abby.
—Hola —respondí, sorprendida de que supiera mi nombre.
Lo había visto en clase, pero nunca nos habíamos presentado.
Parker siguió hasta su asiento, bromeando con quienes se sentaron a su lado.
—¿Quién es ese? —pregunté.
Travis se encogió de hombros, pero la piel de alrededor de sus ojos parecía más tensa que antes.
—Es Parker Hayes, uno de mis hermanos de Sig Tau.
—¿Estás en una hermandad? —pregunté, vacilante.
—En Sigma Tau, la misma que Shep. Pensé que lo sabías —dijo, mirando por encima de mí a Parker.
—Bueno…, es que no pareces el tipo de chico que está en una hermandad —dije, observando los tatuajes en sus antebrazos.
Travis volvió a centrar su atención en mí y sonrió.
—Mi padre es un antiguo miembro, y todos mis hermanos son Sig Tau. Es una tradición familiar.
—¿Y esperan que jures fidelidad a la hermandad? —pregunté, escéptica.
—En realidad, no. Son buenos tipos —dijo él, hojeando mis papeles—. Será mejor que te vayas ya a clase.
—Gracias por ayudarme —dije, dándole un golpecito con el codo.
Llegó America y la seguí hasta nuestros asientos.
—¿Cómo ha ido? —preguntó ella.
Me encogí de hombros.
—Es un buen tutor.
—¿Solo un tutor?
—También es un buen amigo.
Pareció decepcionada, y yo me reí por la expresión de frustración de su cara. Siempre había sido uno de los sueños de America que saliéramos con dos chicos que fueran amigos y compañeros de habitación-guion-primos; para ella, era como si nos tocara el gordo. Quería que compartiéramos habitación cuando decidió venir conmigo a Eastern, pero yo veté su idea con la esperanza de ampliar un poco mi horizonte. Cuando dejó de hacer pucheros por mi decisión, focalizó sus esfuerzos en encontrar a un amigo de Shepley a quien presentarme.
El saludable interés de Travis había sobrepasado sus expectativas.
El examen acabó resultándome un paseo, y fui a sentarme a los escalones del exterior del edificio para esperar a America. Cuando bajó repentinamente hasta mi lado, con cara de derrota, esperé a que hablara.
—¡Me ha ido fatal! —gritó ella.
—Deberías estudiar con nosotros. Travis lo explica realmente bien.
America soltó un lamento y apoyó la cabeza en mi hombro.
—¡No me has ayudado nada! ¿No podrías haber hecho algún gesto con la cabeza por cortesía o algo?
Le rodeé el cuello con el brazo y la acompañé hasta nuestra residencia.
Durante la semana siguiente, Travis me ayudó con mi ensayo de Historia y me hizo de tutor en Biología. Fuimos juntos a ver la lista de notas colgada fuera del despacho del profesor Campbell. Yo era la tercera estudiante con mejor nota.
—¡El tercer puesto de la clase! ¡Bien hecho, Paloma! —dijo él, abrazándome.
Sus ojos brillaban de emoción y orgullo, y di un paso atrás presa de un repentino sentimiento de incomodidad.
—Gracias, Trav. No podría haberlo hecho sin ti —dije, tirando de su camiseta.
Me miró por encima del hombro y empezó a avanzar entre la multitud que había detrás de nosotros.
—¡Abrid paso! ¡Moveos, gente! Haced sitio para el cerebro horriblemente desfigurado y enorme de esta pobre mujer. ¡Es una supergenio!
Me reí al ver las expresiones de diversión y curiosidad de mis compañeros.
Conforme pasaron los días, tuvimos que sortear los persistentes rumores acerca de que teníamos una relación. La reputación de Travis ayudó a acallar el rumor. Nunca había sabido estar con una sola chica más de una noche, así que cuanto más nos veían juntos, mejor entendía la gente nuestra relación platónica como lo que era. Ahora bien, ni siquiera las constantes preguntas sobre nuestro vínculo hicieron disminuir la atención que Travis recibía de sus compañeras.
Siguió sentándose a mi lado en Historia y almorzando conmigo. No tardé mucho en darme cuenta de que me había equivocado con él, e incluso llegué a defender a Travis de quienes no lo conocían tan bien como yo.
En la cafetería, Travis dejó un cartón de zumo de naranja delante de mí.
—No era necesario que te molestaras. Iba a coger uno —dije, mientras me quitaba la chaqueta.
—Bueno, pues ya no tienes que hacerlo —comentó él, con un hoyuelo ligeramente marcado en su mejilla izquierda.
Brazil resopló.
—¿Te has convertido en su criado, Travis? ¿Qué será lo siguiente? ¿Abanicarla con una hoja de palmera, vestido solo con un bañador Speedo?
Travis lo fulminó con una mirada asesina, y yo salté en su defensa.
—Tú no podrías ni rellenar un Speedo, Brazil. Así que cierra esa boca.
—¡Calma, Abby! Estaba bromeando —dijo Brazil, levantando las manos.
—Bueno…, pero no le hables así —dije, frunciendo el ceño.
La expresión de Travis era una mezcla de sorpresa y gratitud.
—Ahora sí que lo he visto todo. Una chica acaba de defenderme —dijo al tiempo que se levantaba.
Antes de irse con su bandeja, echó una nueva mirada de aviso a Brazil, y entonces salió a reunirse con un pequeño grupo de fumadores que estaban de pie en el exterior del edificio.
Intenté no mirarlo mientras se reía y hablaba. Todas las chicas del grupo competían sutilmente por ponerse a su lado, y America me dio un codazo en las costillas cuando se dio cuenta de que mi atención estaba en otro sitio.
—¿Qué miras, Abby?
—Nada, no estoy mirando nada.
Apoyó la barbilla en la mano y meneó la cabeza.
—Se les ve tanto el plumero… Mira a la pelirroja. Se ha pasado los dedos por el pelo tantas veces como ha pestañeado. Me pregunto si Travis se cansará alguna vez de eso.
Shepley asintió.
—Sí que lo hace. Todo el mundo piensa que es un imbécil, pero si supieran toda la paciencia que tiene con cada chica que cree que puede domarlo… No puede ir a ninguna parte sin que anden fastidiándolo. Creedme; es mucho más educado de lo que lo sería yo.
—Ya, estoy segura de que a ti no te encantaría estar en su lugar —dijo America, dándole un beso en la mejilla.
Travis se estaba acabando el cigarrillo en el exterior de la cafetería cuando pasé por su lado.
—Espera, Paloma. Te acompaño.
—No tienes que acompañarme a todas las clases, Travis. Sé llegar sola.
Travis se distrajo rápidamente con una chica de pelo largo y negro, con minifalda, que pasó a su lado y le sonrió. La siguió con la mirada y asintió a la chica, a la vez que tiraba al suelo el cigarrillo.
—Luego te veo, Paloma.
—Sí —dije, poniendo los ojos en blanco, mientras él corría junto a la chica.
El asiento de Travis permaneció vacío durante la clase y me descubrí a mí misma algo molesta con él porque me hubiera dejado por una chica a la que ni siquiera conocía. El profesor Chaney pronto dio la clase por terminada, y me apresuré a cruzar el césped, consciente de que tenía que encontrarme con Finch a las tres para darle los apuntes de Sherri Cassidy de Iniciación a la música. Miré el reloj y apreté el paso.
—¿Abby?
Parker corrió por el césped para alcanzarme.
—Me parece que todavía no nos hemos presentado oficialmente —dijo tendiéndome la mano—. Parker Hayes.
Le estreché la mano y sonreí.
—Abby Abernathy.
—Estaba detrás de ti cuando viste la nota del examen de Biología. Felicidades —prosiguió con una sonrisa y metiéndose las manos en los bolsillos.
—Gracias. Travis me ayudó, si no habría estado al final de esa lista, créeme.
—Oh, sois…
—Amigos.
Parker asintió y sonrió.
—¿Te ha dicho que hay una fiesta en la fraternidad este fin de semana?
—Básicamente hablamos de Biología y comida.
Parker se rio.
—Eso suena mucho a Travis.
En la puerta del Morgan Hall, Parker me miró a la cara con sus enormes ojos verdes.
—Deberías venir. Será divertido.
—Lo comentaré con America. No creo que tengamos ningún plan.
—¿Sois una especie de pack de dos?
—Hicimos un pacto este verano. Nada de ir a fiestas solas.
—Inteligente —asintió en señal de aprobación.
—Conoció a Shep en Orientación, así que, en realidad, tampoco he tenido que ir con ella a todas partes. Esta será la primera vez que necesite pedírselo, así que estoy segura de que vendrá encantada.
Me encogí intimidada. No solo balbuceaba, sino que había dejado claro que no solían invitarme a ir a fiestas.
—Genial, nos vemos allí —dijo él.
Se despidió con su sonrisa perfecta, propia de un modelo de Banana Republic, con su mandíbula cuadrada y el bronceado natural de su piel, y se dio media vuelta para seguir andando por el campus.
Observé cómo se alejaba: alto, bien afeitado, con una camisa ajustada de rayas finas y pantalones vaqueros. Su pelo ondulado, rubio oscuro, se movía mientras caminaba.
Me mordí el labio, halagada por su invitación.
—Bueno, este va más a tu ritmo —me dijo Finch al oído.
—Es mono, ¿verdad? —pregunté, incapaz de dejar de sonreír.
—Pues sí, oye. Si te mola el rollo pijo y la posición del misionero, sí.
—¡Finch! —grité, dándole un manotazo en el hombro.
—¿Tienes los apuntes de Sherri?
—Sí —dije, mientras los sacaba del bolso.
Se encendió un cigarrillo, lo sostuvo entre los labios y hojeó los papeles.
—Increíblemente brillante —dijo él, mientras repasaba las páginas. Las dobló, se las guardó en el bolsillo y después dio otra calada—. Te viene muy bien que las calderas de Morgan estén estropeadas. Necesitarás una ducha fría después de la mirada lujuriosa que te ha echado ese grandullón.
—¿La residencia no tiene agua caliente? —lamenté.
—Exactamente —dijo Finch, echándose la mochila al hombro—. Me largo a Álgebra. Dile a Mare que no se olvide de mí este fin de semana.
—Se lo diré —farfullé, levantando la mirada hacia los antiguos muros de ladrillo de nuestra residencia.
Fui corriendo a mi habitación, empujé la puerta para entrar y dejé caer la mochila en el suelo.
—No tenemos agua caliente —murmuró Kara desde su escritorio.
—Eso he oído.
Mi móvil vibró y lo desbloqueé. Había recibido un mensaje de America en el que maldecía las calderas. Un momento después, oí una llamada en la puerta.
America entró y se desplomó en mi cama, con los brazos cruzados.
—¿Te puedes creer esta mierda? Con todo lo que estamos pagando y ni siquiera podemos darnos una ducha caliente.
Kara suspiró.
—Deja de lloriquear. ¿Por qué no te quedas con tu novio y ya está? ¿No has estado haciéndolo ya de todos modos?
America lanzó una mirada asesina a Kara.
—Buena idea, Kara. El hecho de que seas una zorra total resulta útil a veces.
Kara no apartó la mirada de la pantalla de su ordenador, sin inmutarse por la pulla.
America sacó su teléfono móvil y tecleó un mensaje con una precisión y una velocidad sorprendentes. Su móvil trinó y ella me sonrió.
—Nos quedaremos con Shep y Travis hasta que arreglen las calderas.
—¿Qué? ¡Desde luego que no! —grité.
—¿Cómo? Por supuesto que sí. No tiene sentido que te quedes tirada aquí, congelándote en la ducha cuando Travis y Shep tienen dos baños en su casa.
—A mí no me ha invitado nadie.
—Te he invitado yo. Shep ya me ha dicho que le parecía bien. Puedes dormir en el sofá… si Travis no lo usa.
—¿Y si lo utiliza?
America se encogió de hombros.
—Entonces, puedes dormir en la cama de Travis.
—¡Ni en sueños!
Ella puso los ojos en blanco.
—No seas cría, Abby. Sois amigos, ¿no? Si no ha intentado nada a estas alturas, no creo que lo haga ya.
Sus palabras me cerraron el pico. Travis había estado rondándome de un modo o de otro todas las noches durante algunas semanas. Me había sentido tan ocupada asegurándome de que todo el mundo supiera que éramos amigos que no se me había ocurrido que realmente solo se mostraba interesado en mi amistad. No estaba segura de por qué, pero me sentí insultada.
Kara nos miró con incredulidad.
—¿Travis Maddox no ha intentado acostarse contigo?
—¡Somos amigos! —dije a la defensiva.
—Ya, ya, pero ¿ni siquiera lo ha intentado? Se ha acostado con todo el mundo.
—Excepto con nosotras —dijo America, escrutándola—. Y contigo.
Kara se encogió de hombros.
—Bueno, yo no lo conozco. Solo he oído hablar de él.
—Exactamente —le espeté—. Ni siquiera lo conoces.
Kara volvió a su ordenador, ignorando nuestra presencia. Suspiré.
—Vale, Mare. Necesito coger unas cuantas cosas.
—Asegúrate de llevar suficiente ropa para unos cuantos días, quién sabe cuánto tardarán en arreglar las calderas —dijo ella, demasiado emocionada.
El miedo se apoderó de mí, como si fuera a colarme en territorio enemigo.
—Hum…, está bien.
America dio un salto y me abrazó.
—¡Qué divertido va a ser esto!
Media hora después, habíamos cargado su Honda y nos dirigíamos al apartamento. America apenas se tomó un respiro entre frases incoherentes, mientras conducía. Tocó el claxon cuando se disponía a detenerse donde solía aparcar. Shepley bajó corriendo los escalones y sacó nuestras dos maletas del maletero, antes de seguirnos escaleras arriba.
—Está abierto —dijo él, resoplando.
America empujó la puerta y la mantuvo abierta. Shepley gruñó cuando dejó caer nuestro equipaje en el suelo.
—¡Nena, tu maleta pesa diez kilos más que la de Abby!
America y yo nos quedamos heladas cuando una mujer emergió del baño, abotonándose la blusa.
—Hola —dijo ella, sorprendida.
Sus ojos con el rímel corrido nos examinaron antes de ir a parar a nuestro equipaje. La reconocí como la chica morena de piernas largas a la que Travis había seguido desde la cafetería.
America clavó la mirada en Shepley, que levantó las manos.
—¡Está con Travis!
Travis apareció en calzoncillos y bostezó. Miró a su invitada y le dio una palmadita en el trasero.
—La gente a la que esperaba está aquí. Será mejor que te vayas.
Ella sonrió y lo envolvió con sus brazos, mientras lo besaba en el cuello.
—Te dejaré mi número sobre la encimera.
—Eh…, no te molestes —dijo Travis en tono distendido.
—¿Cómo? —preguntó ella, echándose hacia atrás para mirarlo a los ojos.
—¡Siempre lo mismo! —dijo America. Miró a la mujer—. ¿Cómo puede ser que te sorprendas? ¡Es Travis Maddox, joder! ¡Es famoso precisamente por eso, pero las chicas siempre se sorprenden! —prosiguió ella volviéndose hacia Shepley, que la rodeó con el brazo y le hizo gestos para que se calmara.
La chica frunció el ceño a Travis, cogió su cartera y salió hecha una furia, dando un portazo tras ella. Travis, por su parte, fue hasta la cocina y abrió la nevera como si no hubiera pasado nada.
America meneó la cabeza y reanudó su camino por el pasillo. Shepley la siguió, arqueando el cuerpo para compensar el peso de la maleta que arrastraba.
Me derrumbé sobre el sillón abatible y suspiré, mientras me preguntaba si estaba loca por haber accedido a ir allí. No había tenido en cuenta que el apartamento de Shepley era una puerta giratoria para barbies tontas.
Travis estaba de pie detrás de la encimera donde desayunaban, con los brazos cruzados sobre el pecho y sonriendo.
—¿Qué pasa, Paloma? ¿Has tenido un día duro?
—No, estoy profundamente asqueada.
—¿Conmigo? —Sonreía.
Debería haberme imaginado que esa conversación se esperaba, aunque eso solo me hizo sentirme menos dispuesta a contenerme.
—Sí, contigo. ¿Cómo puedes usar a alguien así y tratarla de ese modo?
—¿Cómo la he tratado? Me ha ofrecido su número, y yo lo he rechazado.
Se me abrió la boca de par en par por su falta de remordimientos.
—¿Te acuestas con ella pero no quieres su número?
Travis se apoyó sobre los codos en el mostrador.
—¿Por qué iba a querer su número si no voy a llamarla?
—¿Y por qué te has acostado con ella si no vas a volver a llamarla?
—Yo no prometo nada a nadie, Paloma. Esa no dijo que quisiera una relación antes de abrirse de piernas en mi sofá.
Me quedé mirando el sofá con repulsión.
—«Esa» es la hija de alguien, Travis. ¿Qué pasaría si más adelante alguien trata a tu hija así?
—Será mejor que a mi hija no se le caigan las bragas ante un gilipollas al que acaba de conocer, por decirlo de algún modo.
Crucé los brazos, enfadada por su intento de justificación.
—Entonces, además de admitir que eres un gilipollas, ¿estás diciendo que, como se ha acostado contigo, merecía que la echaran como a un gato callejero?
—Lo que digo es que he sido franco con ella. Es adulta. Todo ha sido consentido…, incluso parecía demasiado ansiosa, si quieres que te diga la verdad. Actúas como si hubiera cometido un crimen.
—Ella no parecía tener tan claras tus intenciones, Travis.
—Las mujeres suelen justificar sus actos con cualquier cosa que se inventan. Esa chica no ha dicho de entrada que quisiera establecer una relación seria, igual que yo no le he dicho que quería sexo sin compromiso. ¿Dónde ves la diferencia?
—Eres un cerdo.
Travis se encogió de hombros.
—Me han llamado cosas peores.
Miré fijamente el sofá. Los cojines seguían torcidos y amontonados por su reciente uso. Retrocedí al pensar en cuántas mujeres se habrían entregado sobre esa tapicería. Una tela que parecía picar, por cierto.
—Me parece que dormiré en el sillón —murmuré.
—¿Por qué?
Lo miré, furiosa por la expresión confusa de su cara.
—¡No pienso dormir en esa cosa! ¡A saber encima de qué me estaría tumbando!
Levantó mi maleta del suelo.
—No vas a dormir en el sofá ni en el sillón. Vas a dormir en mi cama.
—Que sin duda será más insalubre que el sofá. Estoy segura.
—Nunca ha habido nadie en mi cama aparte de mí.
Puse los ojos en blanco.
—¡Por favor!
—Lo digo absolutamente en serio. Me las tiro en el sofá. Nunca las dejo entrar en mi habitación.
—¿Y yo sí puedo usar tu cama?
Levantó un lado de la boca con una sonrisa traviesa.
—¿Planeas acostarte conmigo esta noche?
—¡No!
—Ahí lo tienes, esa es la razón. Ahora levanta tu malhumorado culo, date una ducha caliente y después podremos estudiar algo de Biología.
Me quedé mirándolo durante un momento y, a regañadientes, hice lo que me decía. Me quedé bajo la ducha, desde luego, mucho tiempo, dejando que el agua se llevara con ella mi sentimiento de agravio. Mientras me masajeaba el pelo con el champú, suspiré por lo genial que resultaba ducharse en un baño privado de nuevo, sin chancletas ni neceser, solo la relajante mezcla de agua y vapor.
La puerta se abrió y me sobresalté.
—¿Mare?
—No, soy yo —dijo Travis.
Automáticamente me tapé con los brazos las partes que no quería que él viera.
—¿Qué haces aquí? ¡Lárgate!
—Te has olvidado de coger una toalla, y te traigo tu ropa, tu cepillo de dientes y algún tipo de extraña crema facial que he encontrado en tu bolso.
—¿Has estado rebuscando entre mis cosas? —chillé.
No respondió. En lugar de eso, oí girar la llave del grifo y que empezaba a lavarse los dientes. Me asomé por la cortina de plástico, sin dejar de sujetarla contra mi pecho.
—Sal de aquí, Travis. —Levantó la mirada hacia mí, con los labios cubiertos de espuma de la pasta de dientes.
—No puedo irme a la cama sin lavarme los dientes.
—Si te acercas a menos de medio metro de la cortina, te sacaré los ojos mientras duermes.
—No voy a mirar, Paloma —dijo él riéndose.
Esperé bajo el agua con los brazos fuertemente apretados alrededor del pecho. Él escupió, hizo gárgaras y volvió a escupir; después la puerta se cerró. Me aclaré el jabón de la piel, me sequé tan rápido como pude y me vestí con una camiseta y unos pantalones cortos, mientras me ponía las gafas y me pasaba el peine por el pelo. Me fijé en la hidratante de noche que Travis me había traído, y no pude evitar sonreír. Cuando quería, podía ser atento y casi simpático. Entonces, volvió a abrir la puerta.
—¡Vamos Paloma! ¡Me están saliendo canas aquí fuera!
Le lancé el peine y él se agachó. Después cerró la puerta y se fue riendo para sus adentros hasta su habitación. Me lavé los dientes y después recorrí el pasillo, pasando por delante del dormitorio de Shepley.
—Buenas noches, Abby —gritó America desde la oscuridad.
—Buenas noches, Mare.
Dudé antes de llamar suavemente dos veces a la puerta de Travis.
—Entra, Paloma. No hace falta que llames.
Abrió la puerta, entré y vi su cama de barras de hierro, en paralelo a la hilera de ventanas que había en el lado más alejado de la habitación. Las paredes estaban desnudas excepto la parte sobre el cabecero, ocupada por un sombrero mexicano. En cierto modo, esperaba que su habitación estuviera cubierta de pósteres de mujeres medio desnudas, pero ni siquiera vi un anuncio de marca de cerveza. Su cama era negra; la alfombra, gris; y todo lo demás, blanco. Parecía que acabara de mudarse.
—Bonito pijama —dijo Travis, observando mis pantalones cortos amarillos y mi camiseta gris. Se sentó en la cama y dio unas palmaditas sobre la almohada que estaba a su lado—. Vamos, ven. No voy a morderte.
—No me das miedo —dije, antes de acercarme a la cama y de dejar caer mi libro de Biología a su lado—. ¿Tienes un boli?
Él señaló con la cabeza la mesita de noche.
—En el cajón de arriba.
Alargué el brazo sobre la cama y abrí el cajón, donde encontré tres bolígrafos, un lápiz, un tubo de lubricante y un tarro transparente de cristal rebosante de cajas de diferentes marcas de condones. Con asco, cogí un bolígrafo y cerré el cajón.
—¿Qué? —preguntó él, mientras pasaba una página de mi libro.
—¿Has asaltado una clínica?
—No. ¿Por qué?
Le quité el tapón al boli, incapaz de ocultar la expresión de asco de mi cara.
—Por tu provisión de condones de por vida.
—Mejor prevenir que curar, ¿no?
Puse los ojos en blanco. Travis pasaba las páginas con una ligera sonrisa en los labios. Me leyó los apuntes, recalcando los puntos principales mientras me hacía preguntas y me explicaba pacientemente lo que no entendía.
Después de una hora, me quité las gafas y me froté los ojos.
—Estoy rendida. No puedo memorizar ni una sola macromolécula más.
Travis sonrió y cerró mi libro.
—De acuerdo.
Me quedé quieta, sin saber cómo íbamos a arreglárnoslas para dormir. Travis salió de la habitación al pasillo y murmuró algo al pasar por delante de la habitación de Shepley, antes de abrir el agua de la ducha. Aparté las sábanas y, después, me cubrí con ellas hasta el cuello, mientras oía el agudo silbido del agua que corría por las tuberías.
Diez minutos después, el agua dejó de caer y el suelo crujió bajo los pasos de Travis. Cruzó la habitación con una toalla alrededor de las caderas. Tenía tatuajes en lados opuestos del pecho, y unos dibujos tribales le cubrían los abultados hombros. En el brazo derecho, las líneas y símbolos negros se extendían desde el hombro hasta la muñeca, mientras que en el izquierdo se detenían en el codo, con una sola línea de texto en la parte inferior del antebrazo. Con toda la intención, me mantuve de espaldas cuando se colocó de pie delante de la cómoda, dejó caer la toalla y se puso un par de calzoncillos.
Tras apagar la luz, se metió en la cama junto a mí.
—¿Vas a dormir aquí? —le pregunté, dándome la vuelta para mirarlo.
La luna llena que entraba por las ventanas arrojaba sombras sobre su cara.
—Pues claro. Esta es mi cama.
—Lo sé, pero… —Hice una pausa: las únicas opciones que me quedaban eran el sofá o el sillón.
Travis sonrió y meneó la cabeza.
—¿A estas alturas todavía no confías en mí? Me portaré bien, lo prometo —dijo, levantando unos dedos que, con toda seguridad, los Boy Scouts de América nunca habrían considerado usar.
No discutí, simplemente me di media vuelta y apoyé la cabeza en la almohada, después de amontonar las sábanas detrás de mí para crear una clara barrera entre su cuerpo y el mío.
—Buenas noches, Paloma —me susurró al oído.
Sentí su aliento mentolado en mi mejilla, lo que me puso toda la piel de gallina. Gracias a Dios, estábamos lo suficientemente a oscuras como para que no pudiera ver mi embarazo o el rubor en las mejillas que siguió.
Parecía que acababa de cerrar los ojos cuando oí el despertador. Alargué el brazo para apagarlo, pero aparté la mano con horror cuando noté una piel cálida bajo los dedos. Intenté recordar dónde estaba. Cuando obtuve la respuesta, me mortificó que Travis hubiera podido pensar que lo había hecho a propósito.
—¿Travis? Tu despertador —susurré. Seguía sin moverse—. ¡Travis! —dije, dándole un codazo suave.
Como seguía sin moverse, pasé el brazo por encima de él, buscando a tientas en la penumbra, hasta que noté la parte superior del reloj. No sabía cómo apagarlo, así que empecé a darle golpecitos hasta que di con el botón para retrasar la alarma, y volví a dejarme caer resoplando sobre mi almohada.
Travis soltó una risita burlona.
—¿Estabas despierto?
—Te prometí que me portaría bien. No dije nada de dejar que te tumbaras encima de mí.
—No me he tumbado encima de ti —protesté—. No podía llegar al reloj. Probablemente sea la alarma más molesta que haya oído jamás. Suena como un animal moribundo.
Entonces, Travis extendió el brazo y tocó un botón.
—¿Quieres desayunar?
Lo fulminé con la mirada y dije que no con la cabeza.
—No tengo hambre.
—Pues yo sí. ¿Por qué no te vienes conmigo en coche al café que hay calle abajo?
—No creo que pueda aguantar tu falta de habilidad para conducir tan temprano por la mañana —dije.
Me senté en un lateral de la cama, me puse las chancletas y me dirigí a la puerta arrastrando los pies.
—¿Adónde vas? —preguntó.
—A vestirme para ir a clase. ¿Necesitas que te haga un itinerario durante los días que esté aquí?
Travis se estiró y caminó hacia mí, todavía en calzoncillos.
—¿Siempre tienes tan mal genio o eso cambiará una vez que creas que todo esto no es parte de un elaborado plan para meterme en tus bragas?
Me puso las manos sobre los hombros y noté cómo sus pulgares me acariciaban la piel al unísono.
—No tengo mal genio.
Se acercó mucho a mí y me susurró al oído:
—No quiero acostarme contigo, Paloma. Me gustas demasiado.
Después, siguió andando hacia el baño y me quedé allí de pie, estupefacta. Las palabras de Kara resonaban en mi cabeza. Travis Maddox se acostaba con todo el mundo; no podía evitar sentir que tenía algún tipo de carencia al saber que no mostraba el menor deseo ni siquiera de dormir conmigo.
La puerta volvió a abrirse y America entró.
—Vamos, arriba, ¡el desayuno está listo! —dijo con una sonrisa y sin poder reprimir un bostezo.
—Te estás convirtiendo en tu madre, Mare —refunfuñé, mientras rebuscaba en mi maleta.
—Oooh… Me parece que alguien no ha dormido mucho esta noche pasada.
—Travis apenas ha respirado en mi dirección —dije mordazmente.
Una sonrisa de complicidad iluminó el rostro de America.
—Ah.
—Ah, ¿qué?
—Nada —dijo ella, antes de volver a la habitación de Shepley.
Travis estaba en la cocina, tarareando una melodía cualquiera mientras preparaba unos huevos revueltos.
—¿Seguro que no quieres? —preguntó.
—Sí, seguro. Gracias, de todos modos.
Shepley y America entraron en la cocina, y Shepley sacó dos platos del armario, en los que Travis amontonó los huevos humeantes. Shepley dejó los platos en la encimera, y él y America se sentaron juntos para satisfacer el apetito, que, con toda probabilidad, se debía a lo que habían hecho la noche anterior.
—No me mires así, Shep. Lo siento, simplemente no quiero ir —dijo America.
—Pero, nena, en la fraternidad se celebran fiestas de citas dos veces al año —argumentó Shepley mientras masticaba—. Todavía queda un mes. Tendrás tiempo suficiente para encontrar un vestido y cumplir con todo el rollo ese de chicas.
—Iría, Shep…, es muy amable por tu parte…, pero no conoceré a nadie allí.
—Muchas de las chicas que asisten no conocen a mucha gente —dijo él, sorprendido por el rechazo.
Ella se desplomó sobre la silla.
—Las zorras de las fraternidades siempre van a esas cosas. Y todas se conocen…, será raro.
—Vamos, Mare. No me hagas ir solo.
—Bueno…, quizá… ¿podrías encontrar a alguien que acompañara a Abby? —dijo ella mirándome a mí y después a Travis. Travis alzó una ceja, y Shepley negó con la cabeza.
—Trav no va a fiestas de citas. Son cosas a las que llevas a tu novia… Y Travis no…, bueno, ya sabes.
—Podríamos emparejarla con alguien.
La miré con los ojos entrecerrados.
—Sabes que puedo oírte, ¿no?
America puso una cara a la que sabía que no podía negarme.
—Abby, por favor… Te encontraremos a un chico majo e ingenioso y, por supuesto, me aseguraré de que esté bueno. ¡Te prometo que lo pasarás bien! Y ¿quién sabe? Tal vez consigas ligar.
Travis dejó caer la sartén en el fregadero.
—No he dicho que no fuera a llevarte.
Puse los ojos en blanco.
—No hace falta que me hagas favores, Travis.
—Eso no es lo que quería decir, Paloma. Las fiestas de citas son para los tíos con novia, y todo el mundo sabe que a mí el rollo de ennoviarme no me va. Sin embargo, contigo no tendré que preocuparme de que mi pareja espere un anillo de compromiso después.
America puso morritos.
—Porfi, porfi, Abby…
—No me mires así —dije en tono quejoso—. Travis no quiere ir; y yo tampoco. No seríamos una compañía agradable.
Travis cruzó los brazos y se apoyó en el fregadero.
—No he dicho que no quisiera ir. De hecho, creo que sería divertido si fuéramos los cuatro —dijo encogiéndose de hombros.
Todas las miradas se centraron en mí, y yo retrocedí.
—¿Por qué no podemos quedarnos aquí?
America hizo un mohín y Shepley se inclinó hacia delante.
—Porque tengo que ir, Abby. Soy un novato. Tengo que asegurarme de que todo vaya bien, de que todo el mundo tenga una cerveza en la mano, cosas así.
Travis cruzó la cocina y me rodeó los hombros con el brazo para acercarme a su lado.
—Vamos, Paloma. ¿Vienes conmigo?
Miré a America, después a Shepley y finalmente a Travis.
—Está bien —dije resignada.
America chilló y me abrazó, después noté la mano de Shepley en la espalda.
—Gracias, Abby —dijo.